NÚMERO 12 | Marzo, 2015

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Algunas reflexiones sobre una madre narcisizadora | Natán Sonis

Trabajo presentado en la Mesa: «El mito de Narciso y los mitos contemporáneos» perteneciente al Ciclo Científico 2015: Narcisismo, del mito a la clínica, abril 2015.

Gracias por la invitación a esta mesa que me brinda la oportunidad de comentarles algunas ideas sobre una paciente cuyos sus sufrimientos creo que están muy vinculados a la temática que este año ocupa al Ciclo científico: la problemática del narcicismo.

Más específicamente, mi intención es abordar un tema ligado a la cuota de narcicismo que está en juego en el interior de ese vínculo temprano tan fundamental que —como le gustaba decir a Pichon Rivière— es tan especial la relación madre hijo que él la denomina: Protovínculo.

Quiero comentar un caso clínico delicado, se necesita cierta discreción ya que es una figura conocida, tanto ella como su hijo y, aun deformando algunos datos, no podría evitar que sea reconocida por algunos de ustedes. De todos modos, vale la pena la indiscreción ya que su tratamiento aporta algunas ideas relevantes sobre narcicismo.

La paciente es una mujer muy especial. Como les decía, creo que aporta a la teoría psicoanalítica mucho más de lo que se le ha atribuido a otras mujeres con mayor renombre que ella.

De su grupo familiar diría que era una nereida, no es una marca de sardinas, sino que su papá se llamaba Nereo y llamaban a sus hijas “las nereidas” de papá. De más está decir que el padre es una persona central en su vida y que ella lo adoraba como un dios.

Cuenta en sus recuerdos infantiles que de chica cantaba con voz melodiosa y bailaba tanto ella y sus hermanas alrededor de su padre. Esa fijación con la figura del padre fue evidente desde las primeras entrevistas y que, luego, con procesos de identificación mediantes, trataré de mostrar sus diversos intentos para transmitir a sus hijos algo de este vínculo tan idealizado.

Su nombre era Tetis y consulta muy angustiada por su rol de madre.
Cuenta de entrada, que perdió varios hijos en diferentes situaciones y aún hoy aboga, es decir, defiende los motivos que ocasionaron esas pérdidas. También hay que aclarar que Tetis leyó algo de la teoría psicoanalítica de una manera muy atenta y, les podría afirmar, que también esas lecturas son las que motivaron acudir al consultorio. Está muy dolida y apenada por las muertes de sus hijos y también indignada con las teorizaciones que leyó que se han hecho al respecto. Me atrevo a decir que quizás, en partes iguales, su consulta incluía no solo su angustia, sino también el deseo de establecer una polémica con la teoría psicoanalítica.

Era una mujer bella, se entiende que de joven los grandes divos de mayor éxito se peleaban por ella. Dos pesos pesados que les llamaban Zeus y Poseidón se la disputaban, hasta que un tercero llamado Prometeo encontró cómo frenar esta pelea y lo hizo así: profetizó que el hijo que naciera de Tetis superaría al padre y claro… ningún divo que estaba tratando de levantársela iba a estar dispuesto a tener un hijo con ella por temor a que este hijo fuera más poderoso que el padre. Por algo estos divos estaban en el lugar de la fama y no pensaban resignar o compartir ese lugar.

—¿Quién hubiera querido casarse conmigo?— me cuenta en la primer entrevista— temiendo que mi hijo superaría al padre. ¡Nadie me quería ni tocar! No sabe como sufría…

Sigue contando que entonces estos dioses se pusieron de acuerdo para darle un esposo que sea mortal, humano y que, por lo tanto, no le atormentaría tener un hijo que lo supere. —Y así fue que me hicieron gancho con Peleo que, obviamente, quedó encantado de tener una divinidad como yo por esposa.

A esa altura de la entrevista pensé que ya tenía esa pareja con Peleo, desde el inicio, la problemática de un matrimonio mixto. Mixto entre mortal y diosa y también en el sentido narcisista del término entre la castración y la completud. Conflicto en permanente presencia en ellos (y en otras parejas…).

Continua Tetis: —Así fue que nacieron mis seis hijos y yo quería lo mejor para ellos. ¿No es lo que toda mujer desea? Yo leí a Winnicott que habla de la «preocupación maternal primaria» y la «madre devota». ¡Qué más devoción por mis hijos que mi deseo de eliminar todos los rastros mortales que provenían de su padre! Y, que al ser mortales, les iban a causar sufrimientos y dolores. Lo mortal es una puerta de entrada a sentimientos dolorosos. Y una madre devota, como dice Winnicott, desea extirparlos de entrada.

Escuchaba esta madre dolida y pensaba en que había a citado justamente a Winnicott para justificar su imposible deseo de prolongar la preocupación maternal primaria, extenderla más allá de lo sensato y en ese afán de retener el hijo/fetiche a modo de falo de completud.

Unas sesiones después retomó su protesta y búsqueda de legitimar su anhelo:

—Yo lo que quería, yo lo que deseaba, es lo que toda mujer quiere: que sus hijos sean sanos, fuertes y que nada en la vida, ninguna flecha de dolor o desencanto los pueda atravesar. Vivir no es una empresa fácil y pensé que, con mis cuidados maternos, les iba a proporcionar esa amparo protector. Dígame (nuevamente me pregunta a modo de trauma que insiste), ¿no es lo que toda «madre buena» quiere?

Prosiguió: —Yo busqué quitarles, purificarlos de los rasgos paternos y mortales que tenían, bañando sus cuerpos en ambrosía, que es una sustancia divina que teníamos en el Olimpo, y luego desprenderles su parte humana con fuego, pero… (ahí se le transformó la voz cuando llegó a esta parte) no sobrevivieron al fuego. Ninguno de los seis. Murieron quemados.

—Ahora me acusa un tal Rascovsky de filicida. ¿Yo?¿A mí?— me comenta con mucha pasión, sin duda, atormentada por estas muertes.
Sigue: —Si en el fondo lo que yo buscaba era ser una «buena madre» y que mi hijo sea invulnerable, y ahora me acusan de «mala madre».

Pero dígame que tupé, una amiga mía del Olimpo se llama Deméter y quiso hacerle lo mismo al hijo de un rey, como modo de agradecimiento por su hospitalidad, y se lo prohibieron. Entonces ella pronunció estas palabras que también hago mías: ¡Humanos ignorantes, incapaces de discernir lo bueno y lo malo que os espera […]. Iba a hacer a tu hijo inmortal y desconocedor de la vejez. Ahora, ya no es posible que escape a la muerte y a la fatalidad del destino (1).

No pude dejar de asociar con Freud cuando afirma en su obra Introducción al Narcicismo que el punto mas espinoso del sistema narcisista es la inmortalidad del yo que la realidad niega.

Tetis prosiguió: —Toda «madre buena», pero «buena de verdad», debería aspirar a que su hijo escape de ese fatal destino. Y no como otras madres que ni por asomo son tan buenas, como la Yocasta esa. Ella sabía perfectamente cuando su marido Layo le pidió que le entregue a su bebe, que era para matarlo ¿le escucharon alguna protesta? No, ni una palabra a favor de su hijo. Esa sí que era una madre entregadora y, en cambio, soy yo la que pasé a la historia como asesina de mis hijos.

De todos modos, no crea que no me culpo de ello. Yo no soy ni como Yocasta ni como Medea que por su resentimiento con el marido no dudó en matar a sus hijos con tal de joderlo, pobre Jasón. Pero sepa que los míos no murieron por resentimiento, sino por el deseo de que sean mejores. Igual, dicho sea de paso, bien que le gané a esa Medea un concurso de belleza que realizó el rey de Creta.

Le pedí que siguiera asociando y entonces fue al centro de su relato:

—Cuando nació mi séptimo hijo, en medio de mis experimentos para quitarles ese «nombre del padre», como ustedes dicen, mi marido me descubrió y, antes de que logre prenderle fuego y quemar su parte humana, se llevó la criatura con él. Eso motivó nuestra ruptura matrimonial. Me fui con mi papá y mis hermanas al mar y mi hijo, que llamamos «Aquiles», quedó con esos mortales, esos castrados. Pobre Aquiles. Sabe Ud. que la etimología de Aquiles es una palabra mezcla entre dolor y pena.

—De todos modos no me desentendí de mi hijo, ya le dije que yo no soy como esas madres abandónicas o entregadoras. Un día me enteré que, con las aguas de uno de los ríos que bordean el límite entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos, había una posibilidad de lograr mi objetivo.

—Tenía que averiguar cual río era. Usted tiene que saber que el mundo de los muertos esta rodeado de varios ríos: el Estigia (que es el río del odio), el Lete (el río del olvido) y Cocito (el río de las lamentaciones). Odio-olvido y lamentos rodean la muerte. A usted, que como buen psicoanalista le deben gustar los símbolos, seguramente tendrá algo que decir—. Pero no me dió tiempo de decirle nada y prosiguió su asociación.

—Así fue que confirmé el dato: el río era el Estigia; quien se sumergiera en esas aguas sería invulnerable a los dolores y a las armas con que la vida a veces nos lastima. Le vuelvo a preguntar a Ud.: ¿acaso una madre no desea ese destino para su hijo? ¿Por qué yo iba a ser «suficientemente buena» si yo podía ser buena del todo, proporcionándole una coraza protectora de esta manera para el resto de su vida?

—Pero quiso el destino que eso no sucediera. No pude ser tan buena y, quizás, solo fui lo suficientemente buena ya que fallé en sumergirlo completamente y no me di cuenta que su talón, de donde yo lo tenía aferrado no se mojó. ¡Que dolor! Aquiles tendría, de ahora en más, en el talón, la puerta de entrada a las heridas que yo le quería evitar.

Yo les comparto que pensé que esa zona iba a ser el punto disposicional por donde sus penurias iban a clavarse en su ser. Estaba frente al ejemplo freudiano de la complacencia somática, pero no quería perder su hilo del relato para poder discernir si, realmente, se podía establecer alguna diferencia entre una «madre buena» y una madre «lo suficientemente buena» tomando en cuenta el rumbo que tomaría este hijo con una zona vulnerable. No pude menos que preguntarle por la infancia de su hijo Aquiles.

—La verdad es que creció como un chico un poco soberbio y difícil de encuadrar. El padre le encargó la educación al Centauro Quirón (2), uno de los pocos centauros sensatos y sabios. Pero Aquiles no obedecía las normas y era muy egocéntrico. Siempre estaba enojado. Sabrá usted que la cólera de Aquiles es un tema conocido y que en toda la Iliada solo se habla de su furia.

Pensé en la furia narcisista que menciona Kohut y me animé en señalarle que, por lo que me estaba comentando, su hijo tenía un perfil con grandes dificultades para enfrentar la frustración. Ella me respondió: —Quirón, su tutor, me citó una vez y me dijo que Aquiles sufría el síndrome freudiano del chico mimado o sobre-investido.

Yo pensé para mis adentros que ese Centauro realmente era sabio y no estaba tan errado. Ya Freud en «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico» escribió que «la educación fracasa cuando el niño mimado cree poseer ese amor de todos modos, y que no puede perderlo bajo ninguna circunstancia».

¿Cómo iba a suponer Aquiles que el amor de su madre estaba en riesgo de ser perdido? ¡Si ella abandonó incluso al papá por su proyecto de convertirlo en una divinidad!

Y si toda la misión de esta madre era lograr convertir a su hijo en un dios ¿cómo no se iba a sentir así, Aquiles, un poco Dios? Tetis revindicaba para sí misma el papel de madre prototípica que procura para su hijo ese beneficio. No estaba en ella pensar que la medida de investidura era el factor clave, la capacidad de mensurar, calibrar este deseo de endiosamiento.

Recordé que André Green escribe que todo lo que podría resumir de la función materna según sus lecturas de la obra de Winnicott se reduce a decir: que la madre sepa ausentificarse.

Pero la reviviscencia de su propio narcicismo infantil le impedía a Tetis esta tarea de frustrar a Aquiles. Su propio pasado era una época dorada en que a ella y a sus hermanas se las consideraba ninfas del Mar Mediterráneo, y que emergían a la superficie para ayudar a los marineros que surcaban los mares. Los Argonautas son los más famosos de entre los que ellas socorrieron cuando ese famoso viaje buscando el vellocino de oro.

Como dice Winnicott para poder «crear» hay que «creerse» un poco el creador. Y que para que el bebe invente (o sea, pueda «crearlo») ese pecho, es necesario que el pecho este ahí en el justo momento para gestar una magia que será la base de la creatividad en el adulto (3).

Creerse un poco Dios es la clave para crear, pero que si nos la creemos demasiado lo que crearemos, entonces, será un megalómano con dosis de narcisismo poco adaptables.

Quizás dicho de otro modo, ¿será esa la diferencia entre investir y sobre investir? No estaba en Tetis poder dar cuenta de que, precisamente ahí, en esa aspiración erótica con que ella lo invistió, anidaba también la destrucción de Aquiles y la explicación a sus furias escolares, a su espíritu guerrero y a sus apasionamientos tanáticos. Pero quizás deba explicarles primero a qué me refiero con ese apasionamiento tanático de Aquiles.

Tetis, en una sesión —con mucha angustia debo agregar—, me cuenta de cómo trató infructuosamente de frenar la partida de su hijo a la Guerra de Troya. Ya le habían dicho que si iba para allá… no regresaría… Temiendo esta muerte anunciada por el profeta Calcante, Tetis me cuenta que un día le preguntó a su hijo Aquiles que si se le diese a escoger entre una vida corta y gloriosa, o una vida larga en años y anodina, ¿qué elegirías? Tetis me dice: —Él me miró y me dijo: «Mamá, obviamente que una vida corta y gloriosa».

Yo reflexioné que no en vano Freud, en ese mismo artículo, afirmaba que «la educación tiende o puede describirse, sin más vacilaciones, como incitación a vencer el principio de placer y a sustituirlo por el principio de realidad». Un principio de placer «no vencido», como dice Freud, solo conduce en forma directa o camuflada a la muerte. En su caso: a Troya, según las palabras de Calcante.

¿Qué esfuerzo o renuncia podía hacer Aquiles a sus placeres si de todas manera él sentía que contaba con el amor indefectible, indubitable, seguro, de esa super-madre? Se me ocurrió pensar que el problema del narcisismo de su hijo era, en el fondo, el problema de la narcisización acaecida y que, en su caso, Tetis había derrapado un poco. Ella misma describía el cuadro de un chico exageradamente narcisizado.

La elección de Aquiles de una vida gloriosa versus una vida anodina es la expresión de una vida deseante, era su necesidad de huir de esa madre buena que Winnicott menciona como madre ideal, como un ser que al saber responder a todo lo que el bebé necesita y estar siempre/siempre presente y no hacer «falta» no lo dejará constituirse en sujeto deseante. Anodino es sinónimo de aburrimiento, falta de deseo. Tetis quería armar una relación que colma y dejar, así, afuera la castración materna con su hijo-falo como decía otro habitante tardío del Olimpo llamado Lacan.

Sufrir de aburrimiento. No todo narcisista es un showman. También puede padecer de aphanisis: palabra griega que quiere decir invisibilidad, desaparición; y se refiere a la abolición de la capacidad de gozar, desaparición del sujeto mismo, en su relación con los significantes, según Lacan. Dificultades para configurar un deseo.

No en vano el mismo Winnicott precisó que los problemas en este vínculo con la madre también podían llevar a actuar conductas antisociales. Aquiles sabía de eso. Peleador, guerrero, enojoso. ¿Habrá sido una manera de construir ligaduras que le sacudan el aburrimiento?

En otra sesión en que Tetis me narra como murió su hijo Aquiles, atravesado por una lanza en ese talón, en esa zona no-narcisizada, no-protegida por sus cuidados tan intensos, se quejó amargamente que todo fue por venganza.

Le pregunté por qué decía eso y me respondió: —Lo mató Paris, para vengar la muerte de su hermano Héctor.

Yo le pregunté: —¿A Héctor lo mató Aquiles?

Ella me responde un poco seria y con tono de reproche: —Sí, lea bien la Iliada, en la Guerra de Troya, Héctor había matado a un muy, pero muy, amigo de Aquiles: a Patroclo. Percibí que su enojo y reproche eran la señal transferencial de algún otro reproche que tenía atragantado. Tuve una intervención osada: ¿Patroclo era el amigo de Aquiles o había algo más que le despertaba a Ud. algún enojo?

Tetis no se enojó con mi intervención, es más, creo que se sintió aliviada en confesar que había rumores muy generalizados de que su hijo, tan galán y con tantas amantes, también era demasiado «cercano» a su amigo Patroclo. Me confiesa que muchos hablaban de esa intimidad, Plutarco en especial (4).

—También, un tal Sófocles que escribió una obra sobre mi hijo, se llamaba: «Los amantes de Aquiles». Luego agregó con sorna: —Por suerte, esa obra se perdió y solo quedaron algunos fragmentos (5). Seguro que Ud. conoce a este autor ¿no?

Yo en cambio debo admitir que no estaba pensando en Sófocles, sino en ese clásico trabajo de Arminda Aberasturi y Mauricio Knobel, hace ya más de veinte años, en que afirmaban que el adolescente debe realizar cuatro duelos: por su cuerpo infantil, por su identidad de niño, por los padres sobre valorados de su infancia y por su bisexualidad.

Nuevamente «la renuncia» un tema con pocas posibilidades para un Aquiles sobre narcisizado. Y la renuncia a la bisexualidad era una materia que Aquiles muy posiblemente no había terminado de rendir. Tal como lo afirmaba Sófocles en esa obra hoy perdida, pero mencionada por otros autores de la época.

Creo que esta pequeña viñeta está al servicio de abrir el ciclo de este año. El Narcisismo, una temática fundamental en la construcción de la subjetividad.

Yo no diría que en general el asunto es el narcicismo, ya que no creo que exista, sino que supongo la presencia de narcisismos. (En estricto plural)
De todos modos, creo, además, que la parte más fecunda de este tema en nuestra época no es el narcisismo que la gramática clasifica como «sustantivo abstracto», luego el psicoanálisis transformó en «adjetivo calificativo» y nuevos desarrollos mutaron hacia una concepción «verbal»: es decir, los procesos de narcisización (yo narcisizo, tu narcisizas, él no fue narcisizado…).

Debemos indagar los procesos narcisizantes, los procesos carentes, los insuficientes y los excesivos. Los que se producen en el seno del Protovínculo y los que se producen en el orden social y las nuevas herramientas tecnológicas que apuntan en esa dirección (internet contribuyendo a la confirmación de la subjetividad como modo de narcisización).

Quizás, la pregunta sea sobre cuál es la «narcisización suficientemente buena» en otras palabras.

Son mitos y, para terminar, en sintonía con el tema que proponen pensar, qué es «del Mito a la Clínica» quiero compartir una frase de Roland Barthes:

No importa como los hombres piensan a los mitos, sino como los mitos se piensan en los hombres sin que ellos lo sepan.

Y quizás algo del mito de Tetis esté alojado en el núcleo de todo cuidado materno.

Gracias.

Notas al pie

(1) Himnos homéricos: II. A Deméter, 105-302.
(2) El personaje general de los centauros es el de seres salvajes, sin leyes ni hospitalidad, esclavos de las pasiones animales. Dos excepciones a esta reglas son Folo y Quirón, que expresaban su «buena» naturaleza, siendo centauros sabios y amables. Tomado de: es.wikipedia.org/wiki/Centauro
(3) La creatividad es, pues, la conservación durante toda la vida de algo que, en rigor, pertenece a la experiencia infantil. «La capacidad de crear el mundo», en D. W. Winnicott: El hogar. Nuestro punto de partida, Buenos Aires, Paidos, 1993, pág. 49.
(4) Aunque Homero alude numerosas veces a Patroclo y a Aquiles, pasa silenciosamente sobre su deseo (ἔρως) y evita señalar su amor (φιλία) al considerar que la intensidad de su afecto (εὔνοια) estaba clara para los lectores cultivados. (De su obra Contra Timarco, del orador ateniense Esquines). Esquines (1927). Discours. Tome I, «Contre Timarque; Sur l’ambassade infidèle» (ed. bilingüe francés-griego edición). Paris, Les Belles Lettres.
(5) El dramaturgo Sófocles también escribió una obra protagonizada por Aquiles: Los amantes de Aquiles, de la que sólo sobreviven unos pocos fragmentos. Internet – Wikipedia: Aquiles

Bibliografía

Cardona, F. L.: Mitología griega, Madrid, Comunicación, 1996.

Graves, R.: Dioses y héroes de la antigua Grecia, Madrid, Unidad Editorial, 1999.

Freud, S. (1914): Introducción del narcicismo, A. E., XIV
Freud, S. (1911): «Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico», A. E., XII.

Grimal, P.: Diccionario de mitología griega y romana, Barcelona, Paidós, 1981.

Kohut, H.: Análisis del Self. Reflexiones sobre el narcisismo y la furia narcisista, Buenos Aires, Amorrortu, 1977.

Winnicott, D. W.: Realidad y juego, Barcelona, Gedisa, 1993.
Winnicott, D. W.: El hogar. Nuestro punto de partida, Buenos Aires, Paidos, 1993.

Acerca del autor

Natán Sonis

Natán Sonis

Comentarios

  1. Realmente excelente analogia. Quede impactada con la naturalidad del relato, las fuentes utilizadas… Se que podre hacer un muy buen trabajo tan solo con esta nota. Gracias!

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