NÚMERO 9 | Septiembre, 2013

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Analistas en formación

Crímenes y pecados. Confesiones | Ariel Goisin

Monografia final de la materia "Metapsicología y Estudios Sociales II. Módulo Estudios Sociales II" a cargo del licenciado Joaquín Hernández Moronta correspondiente a la Maestría en Psicoanálisis, Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados (AEAPG) en convenio con la Universidad nacional de La Matanza (UNLaM). Fue presentada en el segundo cuatrimestre del año 2012.

Introducción

Los términos pecado, culpa, castigo y expiación remiten inmediatamente a construcciones de pensamiento del orden de lo religioso. Entes superiores que vigilan cada una de nuestras acciones se ocuparán de controlar cada una de las desviaciones de la norma en las que podamos llegar a incurrir. Términos que se presentan cual axiomas con una fortaleza intimidante que descarta en quien los experimenta cualquier posibilidad de cuestionamiento. En reiteradas oportunidades cualquier precario intento de reflexión sobre los mismos activa los inquisidores más profundos quienes se parapetan en la mejor posición para mantenernos devotos. Poderosos intelectos ven nublados su capacidad de análisis en sus tratamientos y encuentran terreno pantanoso en estos constructos que rebasan el campo teórico para determinar consecuencias bien concretas.

Es mi objetivo en este trabajo poder repensar estos conceptos para comprender la danza lógica que a ellos reúne, sus enlaces, su potencialidad patogénica. Considero avanzar en su comprensión permitirá alcanzar un abordaje más efectivo cada vez que se erijan en combinación perfecta cual guardias pretorianos que impidan la evolución buscada.

La dimensión de la culpa

Me gustaría iniciar este desarrollo con el abordaje de una pregunta sencilla que Freud ha planteado en muchos de sus trabajos y cuya respuesta exige la consideración de terrenos complejos que no admiten reduccionismos maniqueos.

¿Cuándo un sujeto siente culpa?

Cuando en mi tarea diaria formulo la pregunta a un paciente, la respuesta que surge de manera automática es cuando alguien hizo algo malo. Uno podría indagar sobre qué determina que una acción reciba tal calificación. Una acción es considerada como condenable cuando el seno social no la aprueba. Sin embargo, tal situación no vuelve sinónimo de dañino a ese comportamiento. En reiteradas ocasiones se condena una acción cuando implica daño a otro, pero también es cierto que lo mismo ocurre en la situación contraria. Pensemos sino en gran parte de la población alemana o austríaca avalando los ataques a las víctimas del Reichstag.

La relativización del concepto de “malo” planteada en los fundamentos del párrafo anterior continúa profundizándose desde el postulado del autor en este artículo donde convierte la frase

“hizo algo malo”

en

“hizo algo que discierne como malo”

Lo pecaminoso de la acción deja de ser absoluto para estar determinado por el carácter que el sujeto le otorga. El mismo estaría determinada por la escala de valores que el individuo ostenta y que bien sabemos adquiere una configuración particular en cada caso. No nos referimos entonces a leyes parejas y objetivas sino a codex singulares en modo alguno homologables. Un punto adicional que complejiza y enriquece el análisis es el hecho de que si la culpa aparece por axioma, en la necesidad de encontrar una acción que la justifique seremos capaces de construir el más intrincado laberinto que transforme el acto más inocente en el más aberrante de los pecados.

Las dos líneas de razonamiento anteriores nos aportan el concepto de lo relativo del carácter de la acción en cuanto a su valoración, observación aplicable a lo que se planteará a continuación.

La tercera frase que aparece sería

“cuando uno piensa algo malo”

El terreno de la acción hace lugar al psíquico. Los planteos foucaultianos sobre los mecanismos de control son perfectamente aplicables en este caso. No contamos siquiera con la posibilidad de pecar en nuestras cabezas sin ejercer daño alguno. Nuestro espacio privado pierde carácter de tal y la lógica de las instituciones totales prima. A nivel clínico, el permanente esfuerzo de desalojo marca cada vez más esa ruta y al modelo del Freud del 1895 logramos la mejor facilitación de vía. Basta sólo pensar en el film “El Nombre de la Rosa” sobre el texto de Umberto Eco. Monjes flagelándose como vía expiatoria para erradicar aquello que logran instalar cada vez más. Mayor nivel de fuerza represiva es sinónimo de incremento de la intensidad de la representación y la concomitante manifestación sintomática.

Por último, este múltiple choice cerrará con:

“cuando uno piensa algo que discierne como malo”

Nos han quitado todas las posibilidades. No sólo no podemos pecar en el terreno psíquico sino que donde existe culpa axiomática no cesaremos hasta que la alquimia logre vestir de acción pecaminosa las representaciones más nimias. Tales planteos elucidan la complejidad del pensamiento religioso que como bien explicara el autor en “Acciones Obsesivas y Prácticas” (1907) no se trata necesariamente de los cultos tradicionales sino de una singular manera de organizar la lógica de nuestros pensamientos.

Para el complemento de los planteos previos y abandonar el terreno abstracto del bien y el mal el texto decide analizar con minuciosidad qué es lo malo.

“Evidentemente, malo no es lo dañino o perjudicial para el yo; al contrario puede serlo también lo que anhela o lo depara contento” (1)

La llave para resolver este enigma radica en el desvalimiento frente a los otros. Si aquello que satisface hace peligrar la pérdida del amor, el yo se aleja de este comportamiento para evitar la angustia resultante. Entonces el paisaje se vuelve más claro ahora que podemos afirmar que el carácter de malo excede al comportamiento propiamente dicho para estar determinado por la posibilidad de que su puesta en acto enoje a ese Otro del que dependemos y que por castigo deje de brindarnos esa mirada.

Durante su despótica monarquía his majesty the baby no temía perder ningún ducado pues sus prerrogativas eran absolutas. L’État, c’est moi frase que caerá para Luis XIV y ese niño en la creencia de que su ilusión es eterna. La autoridad parental se interioriza y el Syo, la Conciencia Moral y el Sentimiento de Culpa se configuran como una tríada determinante que guiará de manera determinante nuestra conducta más de lo que creemos. Si pensamos en que primero la angustia frente a la autoridad determina la renuncia pulsional y que luego se dirige al Syo el movimiento direcciona del mundo externo al interno. En un primer tiempo entonces, debíamos cuidar nuestros actos para en un segundo aparte cuidar nuestros pensamientos. El Syo funciona cual instancia omnisciente de la que no podemos escapar y entonces la punición es constante. Martirizante se vuelve el momento en que nuestros oscuros deseos son encontrados por este vigilador cruel. El Yo se somete a un Ello amoral y un Syo hipermoral. El primero dicta sus ganas y nada examina, el segundo dicta ley y exige sin piedad. Un ítem no tradicionalmente señalado que debería destacarse se vincula a que la hipermoralidad syoica no es aplicada a quien la demanda. Sencillo es exigir cuando quien lo hace no es quien lo cumple. La amoralidad del Ello anoticia al Syo en vías directas que no cruzan al yo conciente y por tal razón la culpa sin representación asociada muchas veces en nuestros pacientes. Podemos renunciar al objeto pero no al deseo. O dicho de otro modo los deseos no se manejan a voluntad.

Reflexiono sobre qué ocurre en la dinámica de un Yo que renuncia cada vez más y un Syo que somete con más ferocidad ante el abandono progresivo del primero. El abordaje metapsicológico ayuda a arribar a la siguiente conclusión.

  1. Si el Yo abandona más entonces mayor la falta.
  2. Falta es deseo entonces mayor deseo.
  3. Más deseo entonces severidad del Syo incrementada cuando de él se anoticia.
  4. El Syo descarga su castigo frente a un yo más pobre y sumiso, ahogado en conciencia de culpa.

Freud agrega otra nota que cuestiona el sentido común cuando explica que la severidad syoica no espeja necesariamente la del trato recibido. La violencia que dicha instancia encarna es reflejo de la carga de agresividad originaria propio de la pulsión de muerte que se vuelva hacia el propio sujeto. El interjuego de estas instancias contribuye al esclarecimiento de la renuncia. Si la misma es condición necesaria para la Cultura, se entenderá a la perfección porqué la Conciencia de Culpa es base para el desarrollo de la humanidad.

El sentimiento de culpa

La complejidad del tópico que nos concierne radica en que el Sentimiento de Culpa hace posible a la cultura, pero no deja de perturbar. La misma lógica aparece cuando un paciente se queja de su síntoma como si fuera absolutamente ajeno a su producción, pero como analistas sabemos perfectamente que su presencia cumple una función de regulación económica. De igual modo el “Malestar en la Cultura” cumple la suya en la instalación del seno colectivo. Explica el autor que siempre algún precio en la vida debemos pagar. No es sin precio aún el supuesto no precio. Premisa que, más allá de aplicarse a lo colectivo, encuentra equivalente en el modelo individual. Cuando razono estos preceptos vienen a mi cabeza infinidad de recortes de situaciones clínicas. Todas ellas mantienen un denominador común, el paciente desea eliminar su síntoma o padecimiento sin hacer renuncia alguna. Manifiesta enfáticamente su voluntad de cambiar, pero percibimos una sólida resistencia a modificar su posición subjetiva. Cuantas veces nos devuelven la pelota en hábil juego y nos ruegan que tomemos esa decisión sobre la que no aceptan asumir la responsabilidad. Cabalgan sobre una rumiación perfecta entre dos alternativas naturalmente con sus respectivas imperfecciones. Podríamos jugar y optar por cualquiera de ambas y la respuesta segura sería “pero me pierdo esto” a lo que contestaríamos “exacto, toda elección implica pérdida”. Este ruego desresponsabilizante apunta a que asumamos nosotros la responsabilidad de aquella pérdida inherente a toda elección y que el enojo sea volcado en nuestra figura en lugar de quien debería haberla tomado.

La Conciencia de Culpa puede admitirse en un momento previo a la existencia del Syo a diferencia de la Conciencia Moral que exige la formación de dicha instancia. A ella se le suman como parte de esta instancia la actividad censora y la capacidad de vigilar y enjuiciar acciones. Vale la pena rescatar la diferencia establecida en párrafos anteriores entre el pecar en acto y pensamiento a la hora de abordar el concepto de arrepentimiento. El mismo aplica a la puesta en acto de la agresión y la reacción frente a la situación con una intencionalidad reparatoria. El sentimiento de culpa del arrepentimiento debe ser conciente a diferencia, sin embargo, al del producido por percepción del impulso malo que podría permanecer inconciente.

Altruismo y egoismo

La necesidad del sujeto de integrarse la sociedad estorbaría el cumplimiento del Principio del Placer en tanto para alcanzar tal fin debe someterse a limitaciones. Freud señala que ambas fuerzas coinciden en el individuo y se disputan terreno en todo su ciclo de vida. En el paralelismo que viene planteando a lo largo de “El Malestar en la Cultura” hace referencia a la presencia de un Syo Cultural producto de la impronta que en determinada época han dejado los hombres de referencia que la misma ha dado nacimiento. Podríamos pensar en estos personajes significativos en lo social como equivalentes de aquellos modelos que en el individuo (objetos parentales) han marcado los lineamientos normativos y permitido en su desarrollo la incorporación de una estructura abstracta de ley. Este syo cultural indica que construye un lugar ideal con el que, si incorporamos el código compartido, buscaríamos acortar distancias. Este Ideal cultural Freud propone llamarlo Ética y considero podríamos encontrarlo en el registro cultural como una suerte de Ideal del Yo. Naturalmente, para que rija su funcionamiento, este acervo de conductas debería ser incorporado como referente a seguir. Estructuras psíquicas que no lo han incorporado no serían movilizadas a buscar orientarse a tal horizonte y la funcionalidad de esta proa del comportamiento perdería valor como tal. No es sencillo imponer la ética como rectora de nuestras acciones sino es mediante la recompensa sobre el buen obrar pues como bien sentencia Freud, acaso como una de sus afirmaciones que más resuena y que nos regala en una de las últimas páginas de su trabajo:

“El problema es aquí cómo desarraigar el máximo obstáculo que se opone a la cultura: la inclinación constitucional de los seres humanos a agredir”. (2)

Conclusiones

La búsqueda del placer y la eliminación del padecer pueden citarse como la palanca que determina el movimiento de cada una de nuestras acciones. Estos comportamientos no encuentran expresión en un paraje aislado sino en el seno de una comunidad que los limita y que en tal tope nos vuelve sufrientes y complejos. Buscamos satisfacer nuestras pulsiones y a la vez responder a los mandatos que el Syo nos impone. Intentamos colmar nuestras aspiraciones y simultáneamente permanecer próximos al Ideal del Yo, nuestra propia representación puede conciliar la satisfacción con una buena imagen de nosotros y así alcanzar momentos de dicha. Sin embargo, existe constitucionalmente una piedra en nuestros zapatos que no deseamos admitir pero que deberíamos hacerlo para que la ecuación resultante de este juego de variables alcance el mejor balance posible. Nuestra inclinación a agredir no nos hace ni buenos ni malos, sólo humanos. Todo dependerá de lo que logremos hacer con ella y nuestras mejores chances de poder influir sobre nuestras mociones agresivas sólo partirán de haberlas podido asumir sin eufemismos.

 

Notas al pie

(1) Freud, S. (1929): El malestar en la Cultura, A.E., XXI, página 120.

(2) Freud, S. (1929): El malestar en la Cultura, A.E., XXI, página 138.

Bibliografía

Foucault, M: Vigilar y Castigar, Siglo XXI, 2008.

Freud, S. (1920-1922): Psicología de las masas y análisis del yo, A.E, XVIII.

Freud, S. (1929): El malestar en la Cultura, A.E., XXI.

Freud, S. (1924): “Problema Económico del Masoquismo”, A. E., XIX.

Freud, S. (1907),Acciones obsesivas y prácticas religiosas, A.E., IX.

Freud, S. (1937): “Análisis terminable e interminable”, A.E., XXIII.

Freud, S. (1913-1914): Tótem y Tabú, A.E., XIII.

Hobbes, T.: Leviatan, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica, 2003.

Hobswaum, E.: Historia del Siglo XX, Madrid, Crítica, 1995.

Laplanche, J.; Pontalis, B.: “Diccionario de Psicoanálisis”, Buenos Aires, Paidós, 1997.

Acerca del autor

Ariel Goisín

Ariel Damián Goisin

Comentarios

  1. El artículo es sumamente lúcido y está excelentemente escrito, prueba de la claridad de ideas de su autor. Toma el tema central del padecer humano: la culpa. Su lectura resulta terapéutica. Recomiendo su publicación también en la revista de papel.

  2. Una monografía bastante clara, con un lenguaje muy agradable y original, reúne varios textos de Freud y otros autores, logra reflexionar sobre diversas situaciones clínicas y cotidianas. Me gustó mucho esta frase: “la hipermoralidad superyoica no es aplicada a quien la demanda. Sencillo es exigir cuando quien lo hace no es quien lo cumple.”

  3. Ada: Disculpas por la demora en la respuesta. Agradezco mucho tus palabras, alientan a seguir produciendo.

  4. Angela: Me alegro de que se haya podido comprender lo que deseaba transmitir. Gracias por la devolución.

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