NÚMERO 11 | Noviembre, 2014

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Reflexiones a partir del TEA: Trastorno del ‘experto’ autista* | Miguel Tollo

La pretensión de convertir en Ley Nacional la pesquisa poblacional del denominado Trastorno de Espectro Autista mediante un pobre cuestionario de 23 preguntas, ha motivado el análisis de las tendencias del campo de la salud mental que le dan impulso y fundamento. Más allá de las buenas intenciones, incluso de los avales científicos, se observa el avance de las nuevas formas del biopoder mediante el control y la vigilancia.

El autismo […] se caracteriza por «falta de contacto con las personas, ensimismamiento y soledad emocional». (Leo Kanner)

El niño como peligro público, la conducta antisocial del menor en América, es el tema recurrente de los Congresos Panamericanos del Niño, desde hace ya unos cuantos años… Los gobiernos y algunos expertos en el tema comparten la obsesión de los niños enfermos por violencia orientados al vicio y a la perdición. Cada niño contiene una posible corriente del El Niño, y es preciso prevenir la devastación que puede provocar. (Galeano, 1998)

 

La temática que propongo analizar adquirió relevancia a partir de la presentación en el Congreso de la Nación de un proyecto de Ley sobre Detección Temprana del llamado «Trastorno de Espectro Autista». El mismo tuvo media sanción en la Cámara de Senadores, pero luego al pasar a la Cámara de Diputados con modificaciones, después de su tratamiento en Comisiones de Discapacidad y Salud, perdió estado parlamentario al vencer los tiempos estipulados.

¿Por qué razón nos oponernos a la sanción de una ley que se aboca a una problemática tan preocupante para muchas familias?

Buscando dar respuesta entiendo que es necesario elucidar y evidenciar algunos fundamentos que podríamos diferenciar en técnicos, políticos, sociales, ideológicos y económicos.

Cuando en enero de 2013 estudiamos con otros colegas el Proyecto presentado en la Cámara de Senadores, nos encontramos con que incluía la obligación de administrar a partir de los 18 meses de edad un protocolo denominado M-Chat para el screening o pesquisa epidemiológica del TEA que incluía 23 preguntas.

Con ese cuestionario tan limitado, librado a la interpretación de los padres y al modo de administración del entrevistador, se pretendía obtener un barrido poblacional que inevitablemente iba a dar una enormidad de falsos positivos y generar un estado de angustia en innumerables familias que a partir de la comunicación «su hijo puede llegar a tener un “Trastorno de Espectro Autista”» (el potencial en el mejor de los casos) comenzarían a establecer un vínculo con su hijo, resignificado por esa información.

Ante estas y otras propuestas y fundamentos del mencionado Proyecto, era válido ubicarlo, inscripto en la medicalización y psicopatologización de las infancias, o bien, en el domino mayor de las tendencias biopolíticas actuales. Tendencias observables en una diversidad de prácticas de la salud mental.

En ese sentido, la ironía con la que titulo el presente trabajo pretende dar cuenta de un fenómeno lamentablemente recurrente en el trabajo clínico con pacientes graves y no graves. Terapeutas de la salud mental que etiquetan a sus pacientes y anteponen un conjunto de supuestos conocimientos científicos a la escucha del sujeto produciendo una retirada del vínculo. «Su hijo es un esquizofrénico» le decía en la entrevista una psiquiatra a la madre de mi paciente de veintidos años ahí presente. «No se angustia, no tiene capacidad de amar, no llega a un cociente intelectual normal y no debería hacer ninguna psicoterapia, sino una reeducación», agregaba ante la mirada desconcertada de sus interlocutores. En sesión, Felipe llora por lo que ha escuchado y me pregunta si volverá a estar internado, si podrá seguir la secundaria acelerada de la que ya aprobó la mitad de las materias, salir con sus amigos y hacer gimnasia tres veces por semana, lo que le permitió reducir su obesidad y la hipertensión entre otras cosas. Logros que corren el riesgo de perderse ante semejante batería de argumentos negativos.

Los diagnósticos así encarados, lejos de proporcionar una ayuda a los pacientes y sus familias, se cierran a la comprensión de cada caso. Sabemos que escuchar el drama de un paciente grave es sumamente angustiante y que es preciso vérselas a menudo con fracasos y situaciones alarmantes. Pero de ahí a suspender la escucha y pasar a la utilización de modalidades adaptativas hay una gran diferencia que a veces proscribe cuestiones decisivas en la vida de un sujeto.

¿Por qué razón se altera tan radicalmente un ámbito preservado en su intimidad y hasta diría eticidad, en donde la verdad del otro debe ser cuidadosamente tratada? ¿Acaso podemos encontrar sólo explicaciones en las diferencias teóricas —que las hay— o en las debilidades y errores humanos, que también seguro los hay?

Más allá entonces de considerar las buenas intenciones o el enfoque clínico de la profesional con mi paciente, observamos que esa modalidad viene alentada y avalada desde hace varios años por toda una literatura coincidente con los sucesivos DSM, en la que se reinstalan viejas teorías con ropajes nuevos.

Cuando utilizamos algunas de las denominaciones del DSM (ADHD, TGD, TOD, TOC, TEA y siguen las letras) quedamos de alguna manera incluidos en una discursividad que básicamente establece:

  • Caracterizar al padecimiento mental a la manera de las enfermedades más típicamente orgánicas
  • Considerar que el psicoanálisis, sus teorías y propuestas terapéuticas están perimidas
  • Sostener la vigencia y la preeminencia epistemológica de un pensamiento causal-explicativo aplicable al conocimiento de la subjetividad
  • Reconocer como principal causa de enfermedad la de orden biológico, ubicando al resto (psicológicas, sociales, culturales) como factores disparadores o acompañantes.
  • Localizar las causas orgánicas en el nivel neurológico
  • Inclinar la oferta terapéutica hacia la medicación, la reeducación o las terapéuticas de carácter adaptacionista

Para Alicia Stolkiner «el proceso de objetivación se produce en el abordaje medicalizante de las así llamadas “enfermedades mentales”, por un triple movimiento: individualizar el proceso de salud-enfermedad-cuidado, reducir el padecimiento psíquico a la psicopatología y ontologizar luego el cuadro posicopatológico» (Stolkiner, 2012) (1).

Ahora bien, en tanto buscamos relacionar estos fenómenos con los mecanismos del biopoder, cabe definirlo como el conjunto de saberes, técnicas y tecnologías que convierten la capacidad biológica de los seres humanos en el medio por el cual el Estado alcanza sus objetivos. Desde esta perspectiva foucaultiana, al Estado Moderno y las instancias económicas y sociales que lo sostuvieron, le interesó potenciar las capacidades físicas, intelectuales y emocionales de los individuos, porque mediante ellas se lograban sus propósitos.

En una sociedad como la nuestra, dice Foucault, «múltiples relaciones de poder atraviesan, caracterizan constituyen el cuerpo social» ya que «después de todo somos juzgados, condenados, clasificados, obligados a deberes, destinados a cierto modo de vivir o de morir, en función de los discursos verdaderos que comportan efectos específicos de poder» (Foucault, 1996).

Allí también este autor nos alienta a estudiar el poder fuera del campo delimitado por la soberanía jurídica y la institución estatal, en los instrumentos efectivos de formación y de acumulación de saber, a partir de las técnicas y tácticas de la dominación.

En la modernidad, el monopolio del poder era detentado por la burguesía, a través del Estado, mientras que en la actualidad, esa hegemonía se reparte en gran medida a partir de los poderes concentracionarios de los mercados. ¿Quién disciplina? ¿Quién formatea la realidad que llega a nuestro pensamiento? ¿Quien produce subjetividad? ¿Dónde están los poderes? (2)

Corresponde a Gilles Deleuze, a partir de Foucault, haber incorporado la idea de sociedades de control para dar cuenta de la caída de los regímenes institucionalizados de disciplinamiento reemplazados por las tecnologías de vigilancia.

Según Pablo Esteban Rodríguez «el control no necesita de la modalidad del encierro, como ocurre con la disciplina, para ejercer la vigilancia sobre los sujetos. Por eso la vigilancia en la era del control está más relacionada con tecnologías que con instituciones, al punto que las primeras rompen los tabiques de las segundas» (Rodriguez, P.). Por su parte Mauricio Lazzarato plantea que el control busca integrar la multiplicidad (Lazzarato, 2006).

En un importante trabajo sobre la sujeción de los cuerpos dóciles, plantea María Noel Miguez «cuan constreñidos resultan estos cuerpos infantiles en sus manifestaciones y sensaciones, transversalizados por una lógica del capital que exige una productividad hegemónica y normalizadora desde los primeros años de vida» y que estos procesos contemporáneos de disciplinamiento se dan en el marco de lo que se concibe como nuevas manifestaciones de la razón instrumental moderna con un énfasis de los poderes en las lógicas de control del pensamiento y de las conductas (Muguez Passada, 2012).

Para Celia Iriart y Lisbeth Iglesias Ríos «la transformación de la medicalización en biomedicalización fue posible por la confluencia de diferentes aspectos entre los cuales destacamos la masiva entrada del capital financiero en el sector salud y los reacomodamientos que el complejo médico-industrial realizó para recuperar liderazgo ante esta nueva situación. […] En el caso de enfermedades y trastornos ya conocidos y medicalizados como el TDAH, lo que las farmacéuticas hicieron fue expandir el mercado desarrollando mecanismos comunicacionales para que se internalice el problema como un trastorno subdiagnosticado y que puede ser controlado con fármacos. […] La industria pasó de un modelo centrado en la “educación” de los profesionales de salud, en especial los médicos, para que prescriban sus productos, a otro en que el consumidor directo ocupa un papel central en las campañas de comercialización» (Iriart; Iglesias Ríos, 2012).

Entiendo que una de las consecuencias el neoliberalismo en la Salud y la Salud Mental es la de ir transformando el Modelo Médico Hegemónico en un Modelo Fármaco Hegemónico. De ese modo se va pasando del ciudadano-individuo al consumidor; del dominio del Estado al imperio de los Mercados; de los Aparatos Ideológicos del Estado (Althusser) a los Aparatos Ideológicos del Mercado hegemonizados por los medios de comunicación; de lo no igualitario a lo excluyente; de lo biologista a lo economicista; de la medicalización a la mercantilización y farmacologización; de lo normativo y disciplinador al control, vigilancia y sobreadaptación; de lo iatrogénico a lo deletéreo; del bienestar y la salud a la sensación de bienestar y la salud como mercancía, de la libertad a la seguridad, del poder tecnocrático del Estado a los poderes oligopólicos. El fundamento científico del MMH se ha trastocado y la rentabilidad reemplaza a la eficacia sanitaria. Quizás todas estas polaridades debamos pensarlas en estos tiempos como puntos en tensión en el escenario social en una transición no resuelta.

Acuerdo con Ana María Fernández cuando se pregunta por las implicancias ético-políticas que tiene pensar que los cuerpos han sido y son puntos centrales en las estrategias biopolíticas de control de las poblaciones, y que se trata de visibilizar cómo tanto la medicina como las psicologías y el psicoanálisis, participan activamente en la construcción de las formas de regulación de cómo y cuándo nacer, vivir, enfermar, disfrutar, sanar, morir. Y concluye diciendo que nuestras profesiones siempre tienen una dimensión ético-política que se juega, no sólo en la adhesión a una postura teórica, sino en los modos de implicación político e ideológica. (Fernández, 2013)

Por lo tanto, considero que al psicoanálisis se nos ha ido planteando un desafío en cuanto a revisar los modos de implicación del sujeto en análisis, las condiciones de la práctica y los conceptos teóricos, si queremos establecer en los distintos niveles, la discusión que merecen las temáticas relativas a los malestares contemporáneos.

Notas al pie

* Publicado en la Revista Digital El Psicoanalítico Nº 16 de enero de 2014. 1. Como dice Nestor Braunstein «…Un espacio privilegiado de este proceso de medicalización es la inclusión de la conducta y la conciencia de los seres sociales y políticos en una clasificación que, bajo la máscara de ocuparse de los “trastornos de la vida mental”, oculta una distribución de los sujetos humanos en categorías psicopatológicas y los hace clientes de prácticas y discursos de un control tutelar y disciplinario ejercido por el amo a través de la “ciencia del cuerpo”, de su vida y su muerte, que es el aparato o el dispositivo médico en el cual el “dispositivo psi” que hemos de definir podrá aparcar». (2013) 2. Cabe puntualizar que poco facilita la elucidación del campo del poder y el saber si caemos en personificarlo a la manera en que los antiguos lo hacían con los dioses para explicar y controlar los poderes de la naturaleza. En ese sentido nos va a interesar más el qué y el cómo que el quién, aunque a veces detenernos en la descripción del personaje revele aspectos medulares del ejercicio de ese poder.

Bibliografía

Brausntein, N.: Clasificar en Psiquiatría, Siglo Veintiuno, Buenos Aires, 2013 Deleuze, G.: “Posdata sobre las sociedades de control”, Revista Babel n. 21, 1990 Fernández, A. M.: Jóvenes de vidas grises. Psicoanálisis y Biopolíticas, Nueva Visión, Buenos Aires, 2013 Foucault, M.: “Poder, derecho, verdad” en Genealogía del racismo. Buenos Aires, Altamira, 1996. Galeano, E.: Patas arriba. La escuela del mundo al revés, Buenos Aires, Siglo Veintiuno, 1998. Hernández Córdoba, A.: Un horizonte para contemplar las transformaciones de la familia en la contemporaneidad, Sinapsis, Universidad Santo Tomás, ICBF. Bogotá, Colombia, 2009, http://aprendeenlinea.udea.edu.co/revistas Iriart, C.; Iglesias Ríos, L.: Biomedicación e infancia: trastorno de déficit de atención e hiperactividad. Revista Interface. Comunicação, Saúde, Educação, vol. 16, n. 43, págs. 1008-1023, oct/dic 2012, http://www.scielo.br/pdf/icse/v16n43/aop5112.pdf Lazzarato, M.: Por una política menor. Acontecimiento y política en las sociedades de control, Madrid, Traficante de sueños, 2006. Miguez Passada, M. N.: La sujeción de los cuerpos dóciles, Buenos Aires, Estudios Sociológicos, 2012, Colección Tesis. Piagentini, G.; Sozzani, C.: Generalización del Consumo de Psicofármacos. Una aproximación a la crisis del régimen de verdad humanista. Análisis del modo en que fue abordado el tema por Clarín y La Nación entre 2002 y 2007, Universidad de Buenos Aires. Facultad de Ciencias Sociales, Carrera de Ciencias de la Comunicación, 2011. Rodriguez, P. E.: ¿Qué son las sociedades de control? http://www.sociales.uba.ar/wp-content/uploads/ Stolkiner, A.: «Infancia y medicalización en la era de la “salud perfecta”», Revista Educativa de FLACSO, 2012 Tollo, M.: «Del Modelo Médico al Modelo Fármaco-Hegemónico», Novedades Educativas n. 268, año 25, abril 2013.

Acerca del autor

Miguel Tollo

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