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Mesa redonda: Subjetivación: ¿un objetivo terapéutico del psicoanálisis?

Editorial

 

Mesa redonda: Subjetivación: ¿un objetivo terapéutico del psicoanálisis?

Panelistas:

Ezequiel A. Jaroslavsky

Nora Stenberg de Rabinovich

Susana Sternbach

 

Entrevista a Bernard Duez

por Isabel Aldabalde, María Appiani, Ezequiel A. Jaroslavsky, Carole Lagomarsino, Paula Marrafini

 

Reseñas

 

El concepto de transferencia freudiano

por Martha Vega

 

Tesis de Maestría en Psicoanálisis

 

El chiste y la angustia. Mafalda: ¿cómo era que eran derechos los derechos humanos?

por Alicia Levín

 

Listado de Tesis presentadas

 

Obituario

 

Obituario: Silvia Bleichmar

por Paula Marrafini

 

Comentarios de textos

 

Resentimiento y remordimiento. Estudio psicoanalítico

Luis Kancyper

por Isabel Aldabalde

 

Adolescencias. Trayectorias turbulentas

María Cristina Rother de Hornstein (comp.)

por Paula Marrafini

 

Las depresiones

Luis Hornstein

por María Appiani

 

Panelistas: Ezequiel A. Jaroslavsky

Nora Stenberg de Rabinovich

Susana Sternbach

Coordinador: Mabel Rosenvald de Baril

 

Mabel Rosenvald:

Para esta ocasión se ha planteado la posibilidad de armar una mesa de presentación y de discusión sobre "Subjetivación, ¿un objetivo terapéutico del psicoanálisis?". Así que quiero presentar a los integrantes de este panel, por orden alfabético: el doctor Ezequiel Jaroslavsky, y las licenciadas Nora Rabinovich y Susana Sternbach.

Voy a leer brevemente un currículum, una presentación de ellos, y después nos ponemos manos a la obra.

El doctor Ezequiel Jaroslavsky es profesor y miembro titular de la Asociación Argentina Escuela de Psicoterapia para Graduados,  Director de la revista virtual El Psicoanálisis: ayer y hoy, y editor responsable de la revista en la Web Psicoanálisis e intersubjetividad.

La licenciada Nora Rabinovich es docente titular de la Asociación Argentina Escuela de Psicoterapia para Graduados,  delegada de la asociación en la FLAPPSIP y miembro de la Comisión de Publicaciones de la Revista de nuestra escuela.

La Licenciada Susana Sternbach es miembro titular y ex presidente de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, miembro titular de la Sociedad Psicoanalítica del Sur, SPS, y docente de ambas instituciones. Ha publicado en coautoría los libros siguientes: Entre dos siglos, una lectura psicoanalítica de la posmodernidad; Psicoanálisis, cambios y permanencias; La pareja y sus anudamientos; Proyecto terapéutico; Entre hermanos; Adolescencias. Organizaciones fronterizas, fronteras del psicoanálisis, que en este momento está en imprenta.

Bueno, le doy la palabra al doctor Jaroslavsky.

Ezequiel Jaroslavsky:

Voy hacer la presentación brevemente, en mi carácter de editor de la revista, para que luego comencemos con la mesa redonda.

La revista se titula Psicoanálisis: Ayer y Hoy, figura en la Web (Internet) con acceso libre y gratuito para cualquier internauta. En esta ocasión presentamos el número 4 de Psicoanálisis: Ayer y Hoy, el cual consta de una mesa redonda titulada "Criterios de curación y objetivos terapéuticos en psicoanálisis, en la actualidad" y en la que participaron como panelistas la licenciada Mabel Fuentes, y los doctores Aldo Melillo y  Benzion Winograd; mesa redonda que se realizó en homenaje al Número 11 de la Revista de la Escuela de Psicoterapia para Graduados titulado Criterios de Curación y Objetivos Terapéuticos en Psicoanálisis y que desde hace varios años está agotado en su versión impresa. Por dicha circunstancia hemos vuelto a publicarlo en los números 1, 2, 3 y 4 de Psicoanálisis Ayer y Hoy.

También en este número 4 publicamos la Entrevista a la doctora Emilce Dio de Bleichmar, realizada por las licenciadas Betty Korsunsky y Ada Rosmaryn, miembros del Departamento de Niños de nuestra institución.

Además publicamos Criterios de curación y objetivos terapéuticos en psicoanálisis según la escuela americana, escrito por el doctor José Antonio Valeros; Objetivos terapéuticos y criterios de curación en la obra de Heinz Kohut, escrito por el doctor Jorge Schneider; y Curación e interacción, escrito por el doctor  Santiago Korin.

En la sección Reseñas Conceptuales, la primera reseña es acerca del concepto de Fantasma, escrito por la licenciada Mabel Fuentes; el concepto de Sujeto desde la perspectiva lacaniana, cuyo autor es el doctor  Leonardo Peskin; y el concepto de Apego, escrito por licenciada María Pía Vernengo. En esta sección invitamos a diferentes profesionales que han trabajado específicamente en las mismas temáticas de las mismas.

En los números anteriores podrán encontrar otros conceptos: Objeto a, del doctor Leonardo Peskin; Resiliencia, del  doctor Aldo Melillo.

Nos hemos enterado que la sección Reseñas Conceptuales es utilizada por alumnos y colegas tanto de nuestra institución como así también de otras universidades, hospitales e institutos de formación psicoanalíticos. 

El Comité de Redacción de la revista está integrado por las licenciadas María Appiani, Carol Lagomarsino, Isabel Aldabalde, y la doctora Paula Marrafini. Además han colaborado en este número 4 las licenciadas Vera Neuman y Alicia Slobinsky, a todas les agradezco su participación.

También quiero agradecer a las secretarias; a la coordinadora del Centro de Información en Psicoanálisis, la licenciada Alicia Hasson, que nos han apoyado en la infraestructura informática y de organización;  tenemos aquí presentes en la mesa a las licenciadas Mabel Rosenvald y Nora Rabinovich, quienes son miembros de la Comisión de Publicaciones de la revista impresa de nuestra institución, con las cuales hemos tenido un intercambio fructífero para la publicación de los artículos en la revista virtual.

La revista Psicoanálisis Ayer y Hoy se está difundiendo bien en la Web, la última estadística que tengo es del período que va de septiembre a octubre de este año, en la cual ha habido 8432 visitas de Argentina, Latinoamérica, Estados Unidos y  España. Creo que es un buen medio de difusión de la producción de nuestros colegas, tanto de nuestra institución como de nuestro país.

Mabel Rosenvald:

Bueno, luego de la presentación, comenzamos con la exposición de Ezequiel Jaroslavsky.

Ezequiel Jaroslavsky:

Subjetivación, ¿un objetivo terapéutico del psicoanálisis?

Si bien tratamos de comprender el proceso de subjetivación desde el punto de vista del sujeto, de su organización interna, es importante recalcar que solamente se puede producir en un espacio intersubjetivo. El espacio intersubjetivo es aquel donde el sujeto se constituye, y también es el espacio en el cual, según la fórmula de Piera Aulagnier, el yo puede advenir. El yo sólo puede advenir en los vínculos, o sea, en un nosotros. El yo en su constitución primigenia fue tributario del vínculo originario materno del cual se desprendió pero sin liberarse radicalmente, pues es solidario de ello, o sea de los vínculos hasta en su soledad.

Piera Aulagnier le da importancia al pensamiento, al saber, o sea a la necesidad de un mínimo de comprensión de la realidad externa e interna, éste es el motivo de la  necesidad para el yo de disponer de un mínimo de referencias identificatorias que no estén puestas en duda, ser deseado por la madre y por el grupo familiar en el cual adviene al mundo, la nominación, etc.

La sociedad, la cultura y la historia proveen al yo el contenido mismo de las representaciones a partir de las cuales puede edificar el saber de sí, para sí, que lo define.

Por otra parte, la temporalidad es el horizonte del yo, la posibilidad de identificarse que es, al mismo tiempo, inseparable de la elaboración de un proyecto y de la construcción de una representación historizante, supuesta, de su pasado y de su origen.

El lenguaje aporta modificaciones decisivas en la organización y el funcionamiento del psiquismo que coinciden con la aparición de una instancia nueva que es el yo. El Yo esta traducido como Je, el hecho de poder nombrar imágenes y afecto va a la par de la capacidad del enunciante de reflexionarse él mismo, de reconocerse una identidad a través de la asunción de una cierta cantidad de enunciados autodesignativos, por ejemplo "yo soy yo".

El yo sólo puede establecerse dándole a su pasado y a su porvenir un sentido, eligiendo un proyecto identificatorio y una interpretación de su origen permanentemente reelaborada.

Un aporte importante es definir al yo como historiador de su propia historia; sólo puede tener éxito en la tarea de historización, apoyándose en el discurso y en el pensamiento de otros, únicos capaces de proveerle informaciones y referencias que no han podido ser registradas y memorizadas por el infans que ha sido, es esta la función historizante y representacional de la madre o los padres y del grupo familiar.

La investidura del yo por sí mismo supone la referencia a un núcleo identificatorio estable y un proyecto identificatorio asumible.

Si una parte esencial de la historia del sujeto por advenir se ha inscripto pero es inaccesible a su apropiación por parte del yo, ciertos dispositivos terapéuticos diferentes al de la cura analítica individual –los dispositivos vinculares intersubjetivos, familia pareja, etc.– podrían posibilitar una movilización de esas inscripciones no apropiables, retomando un proceso de subjetivación bloqueado e incluso no advenido.

Por ejemplo, en un dispositivo terapéutico familiar, los padres, hermanos o abuelos pueden hablar de lo que nunca fue dicho, posibilitando la modificación de ciertas alianzas inconscientes patológicas familiares como los pactos denegativos y o renegativos familiares.

Diferentes autores propusieron denominar al yo de diversas maneras: yo sujeto (Rousillon), yo representación (Hugo Bleichmar), etc..

Según René Kaës, el concepto de sujeto es definido por Freud en "Pulsiones y destino de pulsión" como el retorno pulsional. De objeto pasivo de las pulsiones del otro, que ha sido, el sujeto deviene y se vuelve tal imponiendo a su propio yo una pasividad que lo transforma en objeto de él mismo devenido sujeto.

En el modelo freudiano, el sujeto nace de un doble movimiento: de la transformación de sus polaridades pulsionales activo-pasivas y del retorno de sus posiciones correlativas de Objeto, de Sujeto, de Yo y del Otro; este doble movimiento es un advenimiento del deseo dirigido hacia otro.

También el Sujeto que procede de modificaciones pulsionales o el Sujeto del inconsciente, es un sujeto sujetado, está bajo el efecto de un orden, de una instancia, de una ley que lo constituye, también está sujetado por los emplazamientos determinados por el trabajo de la pulsión y de sus fantasías y, asimismo, sujetado por los procesos de interfantasmatización inconsciente que se producen entre los sujetos en sus vínculos.

Hay una paradoja, el sujeto del inconsciente esta sujetado y al mismo tiempo se estructura en dicho sujetamiento.

El Sujeto es un sujeto en proceso de devenir. Piera Aulagnier introduce la noción de que el sujeto del inconsciente es un sujeto transformado por los procesos de historización, a través de los cuales adviene como yo.

El sujeto no es solamente el efecto de la modificación de las polaridades pasivo-activas de la pulsión y del retorno de las posiciones Yo/Otro.

El Sujeto del inconsciente es también simultáneamente Sujeto del Grupo, pues se conforma en el cumplimiento de su propio fin narcisista y también en el cumplimiento de los determinados por su inserción en los vínculos intersubjetivos, o sea, el determinado por el deseo de los otros.

El sujeto es capaz de devenir yo en la medida en que se desaliena (en parte) de sus identificaciones y de esas alianzas inconscientes que lo sujetan.

Subjetivación implica diversas concepciones del término dentro del psicoanálisis y también en otras disciplinas como la filosofía. Me planteo varias preguntas y ciertas respuestas posibles, es un tema nuevo, un tema en discusión.

¿Qué es subjetivación?

Es el proceso de construcción de la subjetividad, es el proceso de devenir sujeto singular. Subrayo lo de singular: en la intersubjetividad, el sujeto en devenir yo recompone incesantemente su historia a medida que se subjetiviza.

¿Qué es la  subjetividad?

René Kaës la define así: “En tanto que arreglo singular de la pulsión, de la fantasía, de la relación de objeto y del discurso, la subjetividad es el estado de la realidad psíquica para un sujeto. Está apuntalada sobre la experiencia corporal, sobre el deseo del otro, sobre el tejido de los vínculos de las emociones y de las representaciones compartidas a través de las cuales se forma la singularidad del sujeto. Es decir que la subjetividad del sujeto singular se forma en la relación (rapport) con la subjetividad de los otros. Tiene necesidad del objeto (…)[1]

La subjetividad es el espacio interno, contenido, representado, autorrepresentado por el yo, y, por lo tanto, es un espacio cuya consistencia e intensidad son variables.

¿Qué es la intersubjetividad?

La intersubjetividad definiría los procesos de transcripción subjetiva de lo que se intercambia entre los sujetos.

Presupone un espacio de transformación, una brecha (écart), una barrera, e implica una discriminación en los sujetos del vínculo que posibilita una transmisión de contenidos psíquicos de nivel simbólico de un individuo a otro, es aquí donde la palabra, el lenguaje y la simbolización adquieren relevancia.

La intersubjetividad se diferencia de la transubjetividad, en la cual, al no haber un espacio de transformación, lo que se transmite es lo indiscriminado, no hay simbolización, los sujetos sufren un arrasamiento de su singularidad, de su subjetividad y de su preconsciente. Es, por ejemplo, el caso del pánico o de la histeria colectiva, o de la folie à deux.

La subjetivación implica que el yo disponga de sus procesos secundarios, de la puesta en juego, por lo tanto, de las representaciones de su preconsciente y también de sus desempeños lingüísticos de la temporalidad, que le permitan pensar, o al decir de Wilfred Bion, el aparato de pensar los pensamientos posibilitando éste la historización y los proyectos con los cuales el yo se identifica, pero es necesario que los apuntalamientos psíquicos del yo, y por ende la psique, tengan cierta estabilidad.

¿Qué pasa cuando esto no sucede? Sabemos que la psique está multiapuntalada en el cuerpo, en el propio aparato psíquico, o sea en la complejidad de su sistema representacional, el preconsciente, en sus ideales, en el deseo de los otros, es decir en los diversos vínculos con los cuales el sujeto intercambia, desea y se sostiene.

Los desfallecimientos corporales, las pérdidas traumáticas de relaciones afectivamente importantes, la regresión de los individuos en los vínculos como los fenómenos de masa, hipnosis, sugestión, entre otros, producen conmociones en el psiquismo y en la estabilidad del yo, perturbando los procesos del pensar. Los procesos de subjetivación requieren de ello para poder realizarse, por lo tanto la subjetivación es un proceso que presenta variaciones, hay momentos de subjetivación y hay momentos de desubjetivación en la vida de las personas.

Por otra parte,  en el trabajo clínico nos encontramos con pacientes que presentan déficit en la constitución de su preconsciente, en su capacidad simbolizante, como así también en la constitución de su narcisismo fundante, se trata de pacientes con déficit en su estructura psíquica y han sido denominados pacientes fronterizos o estados límite.

En estos casos, la subjetivación o los procesos de subjetivación requieren que nos planteemos cómo resolver estos déficit del yo y del preconsciente, pues observamos que sus apuntalamientos en su propia psique y en sus vínculo son deficitarios.

Ya no es hacer consciente lo inconsciente como en la clínica de las neurosis clásicas, como bien nos enseñó Sigmund Freud.

En estos casos, la función continente y simbolizante del analista, la estabilidad de su encuadre, su capacidad de reverie y el poder disponerse al vínculo con el paciente como una madre suficientemente buena, adquieren importancia. En estos casos, el tratamiento psicoanalítico individual requiere mucho más la presencia efectiva y afectiva del analista y sus capacidades, para que en el vínculo con el analista pueda constituirse lo que nunca estuvo.

Voy a mencionar una material clínico: se trata de un paciente en análisis de 33 años de edad, ingeniero, soltero en el momento de la consulta, que consultó por crisis frecuentes de angustia (ataques de pánico) que lo incapacitaban psíquica y laboralmente.

Su padre atravesó un periodo depresivo prolongado durante el cual casi no hablaba. El paciente describe a su padre quieto como un vegetal. Pude observar en la relación transferencial que mis silencios, por más breves que fueran, los vivía como desinterés e indiferencia, tal cual lo había experimentado con su padre.

Su madre tenía características impulsivas, no era una persona continente para él. Siendo mi paciente adolescente y luego de una discusión en la cual ella le prohibía salir, al volver se encontró con la puerta de la casa cerrada para que no entrara y tuvo que ir a dormir a la casa de un familiar; fue un momento muy angustioso y difícil  para él.

En las sesiones, en los primeros tiempos, casi no hablaba, haciendo ruido con su garganta, luego de un tiempo pude identificarlo como momentos de intensa angustia en los cuales no podía hablar. Temeroso de todo, buscaba reaseguramiento en todos sus vínculos y también en el vínculo analítico, no podía desplazarse fuera de su casa por mucho tiempo; frecuentemente le ocurría que, si iba a una fiesta y experimentaba angustia, llamaba por teléfono a su padre para que lo calmara y lo tranquilizara aunque sea telefónicamente, paulatinamente fue desplazando ese tipo de llamados hacia el vínculo analítico, asimismo llevaba consigo unos comprimidos sedantes como objeto acompañante, aunque con el tiempo lo dejo de usar.

Durante mucho tiempo, lo importante para él era que yo estuviera siempre presente, que le hablara y no permaneciera mucho tiempo callado.

Él no podía explicarme con palabras su estado de ánimo y sus motivos.

El trabajo ocupaba un lugar central en las sesiones, pues, al hacerlo en forma independiente, temía no tener trabajo. En consecuencia, esto lo llevaba a incentivar su dedicación al mismo, sacrificando horas de descanso, y también los fines de semana en función de los requerimientos laborales; se ocupaba de todo, hasta de los más mínimos detalles, cobrando poco por temor a quedar desvalido y no poder mantenerse.

Cuando por primera vez fue a un lugar de vacaciones (a la costa) con su mujer, se angustió intensamente y me llamó por teléfono, no tanto para contarme algo, sino para saber que yo estaba y que podía escucharlo y tranquilizarlo por teléfono.

Durante largos periodos, mi función era estar a su disposición.

Cabe agregar que era un excelente profesional y sus servicios comenzaron a ser requeridos por los clientes que se iban recomendando.

Me fue mostrando relatos que manifestaban el incremento de su narcisismo. Recuerdo que en una sesión me contó que había pasado el fin de semana en una estancia y que, cuando a la mañana se estaba bañando, miró por la ventana del baño el campo inmenso mientras llovía, y por primera vez sintió el placer de bañarse, o sea, acariciarse el cuerpo y mirar. Se quedó un largo rato mirando, mientras su esposa estaba en la habitación durmiendo, como analista pensé en ese momento, en el sentimiento oceánico de Romain Rolland mencionado por Sigmund Freud, en la envoltura pélica de Anzieu, y en el placer del cuerpo erógeno al bañarse, y en este sentido lo interpreté.

Paulatinamente fue empezando a dejar el medicamento, se lo olvidaba en su casa, también comenzó a faltar a sesión sin avisarme. Pensé en la necesidad de hacerme activamente a mí, lo que él había sufrido pasivamente en relación con los abandonos maternos/paternos.

En ese juego conmigo, en el cual él me abandonaba y me hacia sentir a mi abandonado y desvalido, y en el que, luego, podía volver cuando quería y encontrarme siempre presente, yo toleré y acepté esa situación; el paciente fue pudiendo hablar de a poco y angustiarse menos en sesión, pudo soportar mis ausencias por vacaciones, etc.

Pienso que en este juego algo se estaba fundando en él, ¿sentimiento de si?, ¿narcisismo primario? ¿Subjetivación?...

¿Tengo un poco de tiempo?  Puedo mencionar otro material clínico en el cual se puede observar la incidencia de la transmisión transgeneracional en la desubjetivación psíquica, y a través de la reconstrucción de lo no dicho en la transmisión transgeneracional, poder ayudar a la subjetivación del paciente. No me puedo detener a desarrollarlo teóricamente, pues no va a haber tiempo.

Sólo diré que prácticamente en todos los desarrollos franceses acerca de lo transgeneracional, a partir de Nicolás Abraham y Mariette Torok, desde fines la década del sesenta hasta la actualidad, coinciden en que hay una transmisión en negativo, o sea sin conocimiento del sujeto: son, por ejemplo, los duelos (de índole traumática) que no han podido ser elaborados en las generaciones precedentes determinando, en consecuencia, patologías graves en la segunda y en la tercera generación; pido disculpas, es una apretada síntesis.

En cuanto al ejemplo clínico, atiendo un paciente de 60 años que consultó hace tiempo por crisis asmáticas repetidas y depresión, estaba en un estado de desánimo generalizado, donde no se podía visualizar una causa concreta.

Posteriormente me relató que tenía ideas de suicidio, lo decía en forma monótona, como si hablara de otra persona; tenía una actitud pasiva, por ejemplo caminaba lentamente como si llevara un peso sobre sus hombros.

Vivía con su esposa, que había alojado una gran cantidad de gatos en su casa. Los había ido recogiendo de la calle, abandonados por sus dueños. Los gatos deambulaban por la casa y por el dormitorio a pesar de que el paciente no podía tolerarlos por sus crisis asmáticas, pero lo sorprendente era que no sentía malestar por ello, no se quejaba, todo lo comprendía. En la sesión era el analista quien experimentaba desazón, desánimo e impotencia.

Tenía una hija adolescente que también sufría ataques asmáticos. Cuando era pequeña tuvo una crisis asmática grave que puso en riesgo su vida. Ella, en los momentos que tenia intensas crisis de angustia, se tajeaba los brazos con cuchillos u hojas de afeitar, crisis que motivaban repetidas internaciones psiquiátricas con tratamientos farmacológicos no habiéndosele indicado un tratamiento psicoanalítico.

Me costaba como analista, por otra parte, por lo experimentado contratransferencialmente, recordar su historia y su prehistoria familiar, porque los relatos estaban despojados de afecto y de simbolización.

En la medida en que se fue poniendo en evidencia su impotencia y su pasividad, poco a poco comenzó a tener conductas más activas, principalmente dirigidas hacia el cuidado de su hija, pues la madre se mostró desinteresada respecto de las crisis de su hija.

Pudo empezar a hablar de las historias familiares que habitualmente no mencionaba en sus relatos empezando a asociarlas con sus síntomas personales y los de su familia. Por ejemplo, la madre de su hija tenía un pariente desaparecido en la época del proceso militar, posteriormente recibió una compensación económica por dicho motivo, que lo gastó en una forma fútil.

El paciente me relató al interpretársele su inmovilidad en sesión, en relación con su padre, que éste había muerto cuando él tenía 5 años.

Su padre tuvo un carcinoma óseo que lo llevó a estar inmovilizado en su dormitorio durante varios años. Él fue concebido en la época del comienzo del cáncer paterno.

Su abuelo paterno había tenido también cáncer y por ese motivo se había suicidado tirándose en las vías del tren. La madre del paciente, en un momento depresivo, se había arrojado a las vías del subte, salvándose, quedando indemne milagrosamente.

Para rematar, su hija adolescente hace un tiempo tenía un novio que también se suicidó.

¿Qué hacer ante tanta carga de destrucción y muerte?

Pudimos conformar en el espacio analítico un lugar para hablar de sus dificultades actuales y pasadas, empezó a cuidar su salud física, pudo comenzar a quejarse y  a expresar sus sentimientos por la invasión de animales de su casa, y pudo tomar conciencia de cómo su esposa dejaba desamparada a su hija. Por ejemplo, ella se fue de viaje por un tiempo a otro país, a los pocos días del suicidio del novio de su hija, estando esta última en una grave crisis.

Recientemente me ha podido mencionar por primera vez cómo se sentía él, a los 4 años de edad, estando su padre enfermo, cuando su madre le pedía que se quedara quieto, que no hablara fuerte y tampoco hiciera ruido al jugar para no hacer sufrir a su padre enfermo. Este relato podría explicar la inmovilidad del paciente en la sesión y también en su vida psíquica.  Posteriormente me relató que se acostumbró desde chico a quedarse quieto y a desarrollar la lectura como una forma de entretenerse, costumbre que él mantiene hasta la actualidad como un espacio lúdico.

Hace pocos días me cuenta que su hija, almorzando con él y su esposa, le dice a su madre que ella no entiende el sufrimiento que tiene por el aniversario de la muerte de su novio. La madre le responde en tono de reproche que ella también sufrió la muerte de su hermano y, mirando a mi paciente, le dice: y tu padre también sufrió la muerte de su padre cuando tenía 5 años. Ahí se cortó la conversación según el relato de mi paciente. Esto muestra que en el encuentro familiar comienzan a poder poner en palabras los sufrimientos familiares aunque permanezcan bolsones de silencio.

A través de este relato podemos pensar en la incidencia de los duelos traumáticos no elaborados en mí paciente y en los demás miembros de la familia que determinan dificultades en los procesos ínterdiscursivos familiares, como así también al comienzo del tratamiento analítico conmigo. Considero que esto influye en la producción simbólica, produciendo déficit en los procesos del pensamiento y de transmisión ínterpsíquica en el vínculo analítico y también en el medio familiar.

Por lo tanto, la posibilidad del paciente, y también de los miembros de su familia, de poder subjetivarse depende también de poder modificar los pactos renegativos familiares que impiden procesar los duelos traumáticos familiares,  que al volverse decibles en el vínculo analítico (como así también en el espacio familiar) permiten su elaboración y su procesamiento psíquico. Al mismo tiempo se desarrollan las funciones yoicas de contención, simbolización y apuntalamiento psíquico tanto del psiquismo individual como del psiquismo familiar.

Mabel Rosenvald:

Muchas gracias, Nora Rabinovich.

Nora Rabinovich:

Yo voy a tomar la perspectiva de la teoría Lacaniana,

El vocablo "sujeto" no está incluido en la obra freudiana más que en su acepción popular, la de individuo. Aquel humano considerado como unidad existencial, indivisible.

Tampoco el concepto de subjetividad es una cuestión que aparezca en la obra explícitamente, tal como sucede en la producción filosófica. Tal vez en su interés por diferenciar al psicoanálisis de la filosofía, Freud no se acercó a alguna consideración epistemológica al respecto.

Jacques Lacan encontró al psicoanálisis en otro momento histórico, teniendo un lugar en la cultura. En un momento en que era necesario abrir los impasses teóricos freudianos e interlocutar con intérpretes de la obra que introducían diferencias sustanciales en la misma.

Si hay quienes suponen que en la actualidad el término "sujeto" ha desplazado conceptualmente al de inconsciente en el medio psicoanalítico. Éste no es precisamente el aporte lacaniano, ya que existe una solidaridad sustancial entre uno y otro concepto en el marco de esta corriente.

El humano es un ser hablante, marca ésta de su dependencia a un Otro. Dependiente de la palabra del Otro, ésta es, sin embargo, la única vía de encontrar su propia palabra, de que su subjetividad se haga presente en lo que dice.

Se trata de su sujeción al significante, cuestión que implica al menos dos significantes. ¿Por qué decimos que estar sujeto al significante supone al menos dos? Porque esto tiene que ver con la definición que hace Lacan de “significante”. Dice que el significante es lo que representa un sujeto para otro significante.

El sujeto está, de esta forma, fundamentalmente dividido entre el significante que lo representa para el otro significante, ya que un significante sólo vale con relación a otro por no significar nada en sí mismo.

Esto quiere decir que el sujeto no podría encontrar ningún significante que lo designara propiamente ni en forma absoluta.

Claro está que no nos referimos al sujeto en el sentido habitual del término, aquel que puede decir: “Yo soy Fulano”, y se reconoce en estas palabras sin lugar a dudas. Sino que se trata del sujeto del inconsciente, ese que se hace presente en un decir fallido, en un sueño o en un síntoma.

Ese sujeto no es el de la unidad yoica consciente, ya que lo que causa al hablante es sorpresa y tal vez molestia por la irrupción de algo inesperado y desconocido de sí mismo, un verdadero ataque a la unidad narcisista.

Si el inconsciente está estructurado como un lenguaje, es en la palabra que el sujeto da pruebas de la desposesión de sí. El sujeto del significante siempre está “deslocalizado”. Siempre era otra cosa lo que quería decir.

Es lo que motiva a Lacan  a postular la idea del sujeto como una “falta de ser”, podríamos decir la falta de ser representado por un significante. El sujeto aparece en el entre uno y otro de una pareja significante. Este sujeto no puede responder a la pregunta acerca de quién habla, por lo menos esta respuesta no puede venir de él ya que él no sabe lo que dice.

En su trabajo “Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano”, Lacan ejemplifica esta cuestión con el sueño que Freud cita al final de “Formulaciones sobre los dos principios del suceder psíquico“.

“El padre estaba de nuevo con vida y hablaba con él como solía. Pero él se sentía en extremo adolorido por el hecho de que el padre estuviese muerto, sólo que no sabía“. Freud señala que la posibilidad de entender el sueño se da el añadir la frase “a causa del deseo del soñante”, es decir que para el soñante era doloroso el recuerdo de haber deseado la muerte del padre cuando éste estaba todavía vivo, revivencia del deseo edípico de muerte del padre.

Vemos así, por una parte, que quien habla no sabe lo que dice, y por otra que  para que pueda haber psicoanálisis es necesario que haya alguien que aporte un nuevo significante. “La interpretación es una pseudo palabra última” (Miller, 1981), ya que crea la ilusión de que lo agregado cierra o completa el sentido que se ignoraba.

Retomando la cuestión de queno existe en el lenguaje un significante simple que podría por sí solo representar al sujeto", esto es también debido al hecho de que no existe el todo de los significantes.

En el inconsciente, por ejemplo, no se sabe nada de la mujer. Tenemos el significante del hombre, el significante fálico, símbolo viril, símbolo de la libido, pero el significante de la mujer parece perdido.

El sujeto que se sitúa en el dispositivo del análisis, se siente dividido no sólo por el efecto significante sino porque, lanzado a la búsqueda de ese significante faltante que es lo que sostiene la asociación libre, es también lo que produce una recurrencia de la palabra que no tiene fin. Siempre se puede agregar algo más.

La significación se desliza a lo largo de la cadena significante, así como el deseo imposible de aprehender, lábil, que se metamorfosea, indestructible. Vía ésta que hace del análisis algo interminable.

El sujeto del deseo es nómada pero al mismo tiempo está fijado en un punto sobre el que da vueltas en redondo, se trata de la fijación a un modo de satisfacción pulsional que hace al concepto de fantasma en Lacan.

Hay así una oposición entre un discurrir significante en el que el sujeto no encuentra una designación propia ni una identidad estable y lo que se presenta con una extrema fijeza dándole al sujeto certeza subjetiva y que tiene que ver con su modalidad particular de satisfacción pulsional.

Decir que el inconsciente está estructurado como un lenguaje, da lugar a considerar lo imposible de decir, lo que no puede ser dicho, y esto atañe a la fijeza de la satisfacción pulsional.

Contrariamente al significante, el objeto de la pulsión, que Lacan denominó objeto pequeño a, no se desliza, regla el deseo, está por detrás del mismo causándolo y se podría decir que da ilusión de unidad del sujeto. Habría entonces una doble dependencia del sujeto con relación al lenguaje y al objeto pulsional.

A diferencia del sujeto del deseo que es nómada, siempre dispuesto a otra cosa, dispuesto a la búsqueda, el objeto rescata al sujeto de ese lugar de indeterminación.

Lacan habla del sujeto acéfalo de la pulsión, tratándose de la situación del sujeto con aquello de lo que no pueda defenderse y que se le presenta imperativamente.

En relación con la convocatoria de esta mesa, si se trata de la subjetivación como objetivo terapéutico del psicoanálisis, aquí es oportuno introducir otra cuestión. Se trata de que el psicoanálisis como tratamiento se dirige al sujeto de pleno derecho. Un sujeto que puede tomar distancia de lo que el mismo enuncia.

“Que puede notar que ha dicho algo pero no sabe por qué o que no cree en lo que ha dicho o que sabe que es una broma o que piensa lo contrario de lo que  dice. Un sujeto capaz de judicar  lo que hace y lo que dice” (Miller, 1993), y podemos agregar: capaz de sentimiento de culpa. No es ajeno a esto el postulado freudiano de la culpa neurótica y del superyó. No olvidemos que el sujeto del inconsciente es siempre un acusado, Edipo mediante.

Por eso nos parece que no es posible analizar a un canalla, aquel que siempre encuentra la manera de disculparse de su responsabilidad. Posición contraria a la constatación de una rectificación subjetiva tal como la que se produce en el análisis de Dora. Ella viene a quejarse de lo que otros le hacen cuando Freud le señala su responsabilidad en el asunto.

En ese sentido tampoco sería posible analizar a un paranoico, ya que su posición es la de acusante, o a un perverso si éste por error pidiera análisis, ya que es alguien que no puede dejar de hacer y tampoco aparece alguna pregunta en relación con esto. No es posible un discurso en el que se presenten expresiones subjetivas, esto es síntomas, lapsus, sueños. Modalidad de discurso ausente muchas veces también en las caracteropatías.

El psicoanálisis es posible para aquel para quién su deseo se presenta de algún modo disarmónico con relación a su goce.

Nos topamos también con situaciones clínicas problemáticas en tanto ausencia de un sujeto del inconsciente, es decir en las que no es posible la asociación libre y la correspondiente atención flotante. Parafraseando el aserto cartesiano “Soy donde no pienso” referido a la consistencia del ser dada por el objeto que tapona la apertura del inconsciente.

Ésta es la clínica de las urgencias, de las adicciones, de las impulsiones, también puede ser la de algunos niños, situación en la que se constata el derecho a la subjetividad.

Es la clínica en la que alguien demanda análisis para otro quien aun siendo sujeto del lenguaje transita por territorios sin palabras, donde no es posible el tiempo de pensar.

Frente a esta clínica, el analista puede ser sitio, alojamiento, en espera de que se produzca una pregunta acerca de un padecimiento que se pueda experienciar como propio, dando la posibilidad del inicio de un análisis. La posibilidad del tiempo del inconsciente y su interpretación. Lo que nos remitiría a la subjetividad como condición de un análisis

Mabel Rosenvald:

Bueno, Susana Sternbach, con gusto te escuchamos.

Susana Sternbach:

Bueno, les quiero agradecer la invitación y les cuento que, en ocasión de recibir esta invitación con el titulo "Subjetivación, ¿objetivo terapéutico del psicoanálisis?", mi primera respuesta fue un fallido, dado que olvidé los signos de pregunta del título, como dando por sentado que, en efecto, la subjetivación sería un objetivo terapéutico del psicoanálisis. Cuando me pregunté por qué me había surgido espontáneamente una afirmación tan rotunda, me dije que debía fundamentarlo y que entonces iba a tratar de escribir esto que les paso a leer.

Proponer que, en efecto, uno de los objetivos terapéuticos del psicoanálisis es el de propiciar la subjetivación, implica una apuesta a cierta posición tanto teórica como clínica.

Por lo pronto, subjetivación y singularidad se corresponden conceptualmente. El proceso de subjetivación conlleva el hacerse cargo de la propia singularidad.  Por ende, proponerlo como objetivo terapéutico cuestiona la noción de una cura estándar, de un patrón único, de un camino preconcebido a ser recorrido por todos los sujetos que incursionen en él.

Pontalis sugiere que el proceso analítico es una travesía. Travesía subjetivante, podríamos agregar,  cuyas estaciones no son previsibles de antemano, cuyo destino no puede estar prefijado, tampoco por el analista en función de un determinado perfil ideal de salud. El trayecto dependerá no sólo de la problemática a tratar, sino también de la singularidad de cada encuentro analítico. Y como es obvio, también de la disposición, capacidad, curiosidad, plasticidad e investidura de la tarea por parte de los participantes, analista incluido. Es esto lo que permitirá que la travesía llegue lo más lejos posible, del mejor modo posible.

Entiendo como subjetivación (no me es posible apresar lo polifónico del término en una definición de diccionario) un proceso inacabado e interminable de complejización psíquica, tendiente a la emergencia de la posibilidad de palabra propia. Palabra que encarne algo del orden de la propia subjetividad, dando cuenta tanto de lo relacional histórico como de los horizontes futuros, de las posibilidades subjetivas instituyentes. Implica la deconstrucción trabajosa de las alienaciones y las coagulaciones de sentido, de aquello que nos comanda en tanto historia ejecutada como destino.

Roberto consulta por reiterados e incontrolables episodios de violencia. Dice: "Soy introvertido desde siempre  y en general me callo para evitar los problemas. Pero cargo y cargo y de golpe exploto. Uno tampoco puede aguantar tantas cosas. Uno no es de piedra. Y al final, uno explota".

Uno. Nominación impersonal, desubjetivante, des-encarnada.  Han debido pasar varios meses, no sólo para que eso escindido  que tendía a explotar en Roberto pudiera ser ligado, incorporado. Casi inadvertidamente, en algún momento Roberto comienza a hablar en primera persona.

En términos de Piera Aulagnier, el proceso de subjetivación contiene el gradual pasaje de la sombra hablada, proyección de los enunciados identificantes propuestos desde los otros, a la posibilidad de enunciar los propios proyectos identificatorios, camino de lo singular y de lo incierto. Para esto, la posibilidad de historizarse, de ir simbolizando las propias condiciones de producción de la subjetividad, resulta esencial. Transformar, como dice la autora, el tiempo vivido en una historia hablada. El yo deberá entonces “escribir-construir la historia de su propio pasado para que su presente tenga sentido y para que el concepto de futuro le resulte pensable”.

Pero esta construcción implica a la vez una operatoria de deconstrucción de versiones precedentes, identificaciones selladas, sentidos fijados, alienaciones a nivel del pensamiento,  en aras del recuerdo, la elaboración y la disponibilidad a lo por-venir.

Como se ve, la construcción de la temporalidad, la temporalización de la experiencia vivida, resulta esencial para la operatoria subjetivante.

También requiere a menudo la deconstrucción de pactos vinculares denegativos a predominio de repetición, que cercenan las potencialidades subjetivas e intersubjetivas.

Juan perdió su empleo de treinta años por una reestructuración de su empresa.  Ejecutivo hasta entonces exitoso ahora permanece la mayor parte del tiempo en su casa, al lado de su mujer, quien generalmente está enferma. Cada vez ella enferma más o de otra cosa, cada vez más el se torna su enfermero insustituíble.  Consulta porque a las seis de la tarde comienza a beber y por el encierro asfixiante en el que vive y del que sin embargo no logra liberarse.  "Mi mujer es para mí como una condena", dice. Tiene un pico de hipertensión severa inducido por una medicación autoadministrada, a semi-sabiendas del riesgo.  Dice que le parece que sería la única manera de liberarse: la muerte. 

Al tiempo logra establecer alguna ligazón entre su imprescindibilidad marital y su prescindibilidad laboral.  Puede comenzar un arduo trabajo de duelo por lo que entiende como su jubilación anticipada, precondición para comenzar a dibujar algún proyecto identificatorio futuro. A la vez, enfrenta una fuerte crisis con su mujer. Dice “le temo a la lucidez”, pero amortigua la bebida y sigue viniendo. Trayecto desde la posición de objeto de una condena a la posición de comenzar a hacerse cargo de una “lucidez” que implica subjetivar pérdidas y pactos denegativos.

La clínica actual nos enfrenta a problemáticas caracterizadas por fuertes déficit en la subjetivación. Las denominadas organizaciones fronterizas, o estados límite, o pacientes borderline, se caracterizan por exteriorizaciones poco subjetivadas del dolor. Éste tiende a expresarse a través de la acción o de la implosión corporal.  La precariedad psíquica, la labilidad de las fronteras entre el yo y el otro, la impulsividad y la compulsión a la satisfacción pulsional inmediata configuran un mapa que muchos de nosotros reconoceremos como de enorme frecuencia en la consulta actual. Me refiero a la clínica de las adicciones, los trastornos de la alimentación, las impulsiones, las psicosomáticas, es decir todas aquellas problemáticas cuyos retornos se ejecutan por la vía del hacer antes que por la del decir. Un hacer pasivo, dado que implica modalidades no subjetivadas de tramitación.  Entonces nos topamos no ya con las formaciones del inconsciente, sino con retornos actuados que no se prestan a la asociación libre. La escisión y la desinvestidura, junto con angustias masivas que remiten a la intrusión o a la expulsión y mecanismos arcaicos de defensa, centralmente la operatoria de la desmentida, nos ubican en situaciones de vacuidad representacional, de déficit tanto simbólicos como imaginarios, en suma, de fuertes fallas en la subjetivación.

Mara acude mandada por su médico. Psoriasis. El resto, todo bien. No tiene mucho para decir, quiere que se le vaya eso.  Al tiempo, va teniendo qué decir. Sobre todo, que todos la mandan de acá para allá y que ella se desvive intentando satisfacer a todos. Quedate tranquilo/a, yo me ocupo,  es la frase recurrente. Ante mi pregunta acerca del porqué de esta posición, la respuesta también recurrente: ni idea.

Si en el campo de las neurosis el camino de la subjetivación podría pensarse fundamentalmente  en relación con hacer consciente lo inconsciente, estas problemáticas nos convocan a otro tipo de operatoria clínica, en el que a menudo de lo que se trata es de construir inconsciente, de tornar representable aquello que emerge por vías no estrictamente psíquicas. Un psicoanálisis al que André Green denomina “corpoanálisis”.  Un analista políglota, capaz de recibir y escuchar la multiplicidad de códigos que hablan del dolor. Intervenciones diversas, desencajadas de un cliché interpretativo único. Y sin embargo, fundamentalmente tendientes a promover efectos de subjetivación.

La ligazón de lo que está escindido o a veces fragmentado, la construcción y reconstrucción histórica, la construcción de tejidos imaginarios y simbólicos, constituyen algunas de las intervenciones tendientes a propiciar estos  efectos subjetivantes.

E incluso, a veces la construcción de lo prehistórico, dado que la problemática de las organizaciones fronterizas nos suele conducir a situaciones ancladas en dificultades a nivel de la transmisión entre generaciones. Como cuando lo que aparece como un vacío psíquico a nivel de la subjetividad, revela en verdad un demasiado lleno, hecho de una prehistoria no duelada. Se trata entonces, tal como se ve con frecuencia, de la intrusión de una historia que corresponde a las anteriores generaciones y se encarna al modo de identificaciones alienantes que sueldan, por así decir, a un sujeto a algún ancestro o a la reproducción de modalidades vinculares pretéritas eclipsando la diferencia generacional.

Dolores dice en su primera entrevista: "Yo me parezco en todo a mi abuela.  Me llamo como ella, tengo el mismo cuerpo y me enojo igual que ella".

Luego de unos meses: "Mi familia funciona como el juego de té inglés que nos dejó la bisabuela. Cuando una tacita se rompe, hay que comprar inmediatamente una igual que la reemplace. El juego tiene que estar siempre completo, igual que al principio".

Propuse al comienzo ligar la subjetivación a la emergencia de la palabra singular.

¿Qué querrá decir hablar en nombre propio, hacerse cargo de la propia singularidad? Si anteriormente decíamos que tanto el hacer consciente lo inconsciente como la construcción misma de inconsciente forman parte de la travesía analítica, los efectos de subjetivación conciernen a la metabolización de la pluralidad de procesos psíquicos que forman parte de la subjetividad.  Vale decir, los efectos de subjetivación incluyen cierta conexión con la otredad que nos habita. Llámese otredad de lo inconsciente y sus retornos, aspectos escindidos del yo, ajenidad de lo pulsional que insiste, conflicto entre instancias, finalmente lucha eterna entre Eros y Tánatos. Desde la metapsicología de Piera Aulagnier esto implicaría el interjuego complejo entre los procesos originario, primario y secundario. Desde la propuesta de André Green se trataría de lo que el autor denomina procesos terciarios, cuya función principal consiste en ligar entre sí  procesos primarios y secundarios. Sería el juego de vaivenes entre ellos lo que poseería fecundidad subjetivante. 

Si el proceso de subjetivación conlleva dar la palabra a lo otro en aquello que tendemos a considerar uno mismo, este proceso promueve a la vez ciertos efectos de subjetivación respecto de la otredad del otro. Subjetivación, singularidad y otredad poseen correspondencias entre si.

Fernando y Fernanda vienen a consulta de pareja porque no aguantan más las peleas entre ellos. Escalada. En sesión dramatizan las mismas situaciones. Cada uno pretende ser todo para el otro, recreando los momentos iniciales de un enamoramiento como de película. Al menor atisbo de diferencia con la película, cada uno se siente tremendamente desvalorizado, humillado por el otro. Cada uno atribuye la causa de su  malestar exlusivamente al otro. Cada uno se ubica como objeto de la mirada idealizadora o crítica del otro. Cada uno de ellos induce involuntariamente en el otro aquello que aparece como motivo de su padecer. ¿Lograremos ir pasando de la escenificación de las posiciones objetalizadas y objetalizantes a una palabra subjetivante? 

Desde esta perspectiva, el proceso de subjetivación posibilita un movimiento de apertura hacia la enorme complejidad de la vida psíquica, subjetiva y vincular. Dicha apertura hace lugar a lo nuevo, a la creación de lo que aún no está. Pero esto no implica abolir las herencias, la historia, la transmisión. Por el contrario, se trata  como diría Derrida, de escoger la herencia, de apropiarse de lo transmitido para dar una nueva vuelta. Vuelta que implica un cambio en la propia posición, una posibilidad de diálogo con las propias sujeciones, diálogo que se traduce en un obrar de otro modo respecto de las mismas. En suma, no se trata de anular los conflictos, de dar vuelta la página como suele decirse, sino de construir una nueva versión para continuar escribiendo, entendiendo que el proceso de subjetivación continúa a lo largo de toda la vida. En este sentido la subjetivación, objetivo terapéutico del psicoanálisis es, afortunadamente,  tan interminable como el análisis mismo.

Tal como decía al comienzo, entender el psicoanálisis en términos de subjetivación posee implicancias no menores. Entre ellas, la de proponer el proceso terapéutico en términos de una apuesta a la singularidad que no se propondría ni la adaptación social en función de ciertos ideales ni la abolición del conflicto como meta terapéutica posible. No hay, desde este punto de vista, un canon general para la llamada cura.

Por otra parte, un proyecto terapéutico ligado a una complejización subjetiva que dé cuenta de la singularidad de cada trayecto, admite una flexibilidad de dispositivos y de intervenciones analíticas acordes a dicha diversidad.

Por último, este modo de entender  el psicoanálisis compromete fuertemente al analista en su propia singularidad. Tanto en cuanto a su escucha e intervenciones como a una posición ética y personal que no obture las condiciones que puedan propiciar la travesía singular de cada situación clínica.

Mabel Rosenvald:

Bueno, muchísimas gracias. Invito a los asistentes a formular sus opiniones, a dar sus aportes.

Bueno, Alicia Levín. Les pido por favor que en lo posible se vayan identificando, aunque a algunos los voy a identificar yo.

Alicia Levín:

Buenos días. Mi nombre es Alicia Levín. No sé si voy a preguntar… Primero voy a agradecer la coordinación y también la presencia de la virtualidad de la revista. La verdad que pensaba cuánto se habían ocupado los panelistas de mostrarnos qué tipo de presencia requiere el dispositivo analítico, Graciela, vos llamaste la travesía, lo que cada uno mostró en su travesía, y cómo el director de la revista virtual en su insistencia a lo largo de estos años de cómo conocerla y cómo trabajar nos mostró la presencia de lo virtual, cosa que también me parece que hoy estamos discutiendo en los consultorios, Internet, e-mail, o una crisis de angustia que el paciente escribe o el mensaje de texto es rechazado porque no responde al encuadre. Bueno, entonces quería agradecerles la presencia de la virtualidad, la diversidad de la mesa y las ponencias de cada uno, y poner un poco a repreguntar si este rastreo que hizo Nora de este sujeto no nombrado en la obra freudiana, y que después anuda en Lacan, correspondería, digamos, a este otro sujeto que estamos pensando en otros términos, que sería a construir, no a revelar o a develar. Me parece interesante lo que Ezequiel trajo en distintos autores y que Graciela trajo puntuando, digamos, en que aquel que empieza planteando como en el pensamiento operatorio el uno y no yo o que requiere del dispositivo analítico más que para hacerse preguntas. Bollas diría aquello pensado no sabido, aquello que no tiene representación, nada… poner un poco a trabajar entre ustedes si este sujeto requiere de lo mismo, de la subjetividad del analista, también, y del dispositivo.

Gracias otra vez.

Perla Albaya:

Tomo la palabra para, en primer lugar, saludar a la mesa, especialmente a nuestra invitada, y por supuesto a los colegas, compañeros de trabajo en la Asociación y, especialmente, a Ezequiel, al director de nuestra revista virtual. Director y factotum absoluto secundado por un equipo de trabajo; pero si la revista virtual existe, y no virtualmente sino realmente, es por el deseo de Ezequiel, así que nada… nuestro saludo a Ezequiel.

Respecto al tema de la mesa, a mí me parece muy interesante que se hable específicamente de objetivos del análisis, y que en los tiempos que nos tocan, como practicantes del psicoanálisis hablemos de objetivos, y además de objetivos terapéuticos, siendo respetuosos de… ya que estamos en una asociación que emblemáticamente se reconoce como freudiana dentro de las orientaciones del psicoanálisis, que se hable de objetivos terapéuticos, después discutimos cómo es la subjetivación, de qué manera. O sea, que se hable de objetivos del análisis me parece realmente no sólo conveniente sino necesario en estos tiempos.

Así que otro saludo a la mesa y gracias por vuestras opiniones y por vuestro trabajo.

Ezequiel Jaroslavsky

Como he sido nominado, quiero agradecer muy especialmente los comentarios en nombre de las personas que trabajan para la revista Psicoanálisis ayer y hoy. Agradezco profundamente los elogios de Alicia Levin, como los de Perla Albaya. Me parece importante porque creo que el trabajo es de todos, no únicamente el mío, sino de los miembros de la Comisión de la revista y al mismo tiempo el trabajo de mis colegas de la mesa: Susana Sternbach y Nora Rabinovich,  así como la coordinación y el apoyo que ha tenido para mí la licenciada Mabel Rosenvald.

Pero yendo un poco a ciertas inquietudes acerca de lo que Alicia planteaba, podría decir que me defino más como mi tendencia a pensar en una psique o un sujeto en construcción.

¿Por qué? Porque pienso que no se puede trabajar analíticamente, si no hay un aparato psíquico en el paciente que le permite pensar. Esto me parece elemental, por eso me interesaron los aportes de Bion acerca de los procesos de pensamiento, como así también los de Piera Aulagnier.

Entonces, en ese sentido, me parece interesante la manera de pensar el yo que nos plantea Piera Aulagnier (que no es el yo de Hartman), que implica un yo identificante, un yo proyecto, un yo que es reflexivo (o sea que puede pensar acerca de sí mismo). Sin dejar de tomar en cuenta los aportes de Donald Winnicott, otros autores mencionan el sentimiento de sí, que al desarrollarse nos dan la posibilidad de emerger la singularidad del sujeto.

Pero la precondición para que pueda emerger la singularidad del sujeto es que las personas puedan pensar y salirse del pasaje al acto. Sigmund Freud bien nos enseñó en el "Proyecto de psicología" que el desarrollo psíquico humano consiste en evolucionar desde los procesos de descarga hacia los procesos del pensamiento.

Considero que un sujeto a construir requiere de la subjetividad del analista tanto afectivo como efectiva.

El analista deja de ser un objeto, mero espejo, reflejo del paciente o simple depositario de sus proyecciones como mencionaba Meltzer, sino que es una persona que interactúa, y la función analítica no es simplemente develar, sino también fundante. El analista es una persona que está presente con todo su ser y su cuerpo en el vínculo.

Considero también que hay límites en la cura individual y tendríamos que pensar en otros dispositivos (vinculares) que pueden ser complementarios de la tarea analítica cuando éstos se vuelven necesarios. En cuanto al paciente mencionado por mí anteriormente, en el cual la incidencia transgeneracional fue importante, le he sugerido que la terapia familiar es necesaria para él y su familia.

Una cuestión importante con respecto al yo es la problemática del apuntalamiento psíquico. No se puede pedir a una persona en medio de un ataque de pánico, o en un momento de crisis de angustia y miedo al derrumbe, que piense, primero tenemos que dar continencia a su psique. Entonces, la función continente que tan bien nos planteó tanto Donald Winnicott como Didier Anzieu (la envoltura pélica, la envoltura sonora, el handling y holding) adquieren prevalencia para posibilitar a posteriori el proceso de subjetivación.

Con respecto a lo expuesto por Nora Rabinovich, acuerdo con la doble dependencia del sujeto al lenguaje y al sujeto pulsión. Sólo agregaría que tendríamos que incluir el aparato psíquico grupal familiar, las incidencias  transgeneracionales y las alianzas inconscientes familiares. Estos desarrollos son posteriores a Jaques Lacan, y son los de Piera Aulagnier, René Kaës y André Ruffiot. Me parece que el desarrollo científico se produce en el incremento de la posibilidad de intercambio entre colegas y en tomar en cuenta el aporte desde otras perspectivas. 

Nora Rabinovich:

Yo agradezco la invitación a esta mesa que surgió también en función de mi pertenencia a la Comisión de Publicaciones, de las publicaciones que salen en papel, y para mi es un gusto compartir este espacio.

Pensaba que hay similitudes y también diferencias en los planteos de los colegas, y eso es bueno.

Por ejemplo, las exposiciones de los compañeros me llevan a explicitar que la posibilidad más clásica de operar en un análisis es la de poner palabras, un trabajo de traducción del inconsciente, si pudiésemos llamarlo así, pero no debemos ignorar momentos de cierre del inconsciente que se producen a lo largo de un proceso de análisis, o incluso que no permiten un inicio de análisis. La viñeta que traía Susana es muy gráfica.

La paciente decía: "Me manda el dermatólogo, tengo asma, lo demás todo bien".

Frente a un paciente que se presenta con esta modalidad, tratamos de operar para que un análisis sea posible, para que exista la posibilidad de asociar libremente y operar a través de la interpretación.

Si alguien se presenta desde lo que le da consistencia yoica, identidad, tenemos que ver cómo afectamos eso para crear las condiciones de un análisis.

La otra cuestión en que yo diferenciaría mi postura de la de mis compañeros de mesa es en relación con que pienso que no se trata de dos sujetos, el analista y el paciente. El analista puede intervenir de distintas formas y ser muy contienente, pero no se trata de una intervención disparada por la subjetividad del analista, ya que la posición del analista es muy particular porque es atinente a su ética.

Con relación al peso de las generaciones anteriores, podría pensarlo más desde el punto de vista de cómo cada quien ha atravesado la cadena edípica. Cómo ha podido afectar a ese sujeto hijo los edipos de padres y abuelos, por ejemplo, la consistencia y las fallas de lo que Lacan conceptualiza como el signignificante del Nombre del Padre, y que puede tener incidencia en las dificultades simbolizantes del hijo.

Susana Sternbach:

A mí me parece que tenemos una coincidencia de base entre los tres en cuanto a considerar la subjetivación como objetivo...

Nora Rabinovich:

Como posibilidad de inicio.

Susana Sternbach:

Como posibilidad de inicio en el caso tuyo, pero en todo caso los tres hablaríamos de subjetivación, y luego hay algunas disidencias que tienen que ver con diferentes apoyaturas teóricas que a lo mejor en parte ni siquiera son disidencias, sino apoyaturas teóricas en sistemas conceptuales diversos, entonces desde la lógica de cada uno se puede decir otra cosa. Pero respecto a lo que vos decías, Nora, bueno, lo que decía Perla en cuanto al objetivo terapéutico, yo no pensaría en un objetivo terapéutico como dije acá, como punto de arribo generalizable, pensaría que no es un ejercicio intelectual el que hacemos sino que, en realidad, quien consulta, consulta por algún dolor, por algún sufrimiento y que freudianamente hay un objetivo en cuanto a que esto sea terapéutico. Después se puede pensar si es por añadidura o no.

La otra cuestión: no se trata de dos sujetos, efectivamente no hay una simetría, el analista no acude con su propio deseo o con, peor, su propio goce al encuentro analítico, evidentemente, pero me parece que es importante no perder de vista la singularidad de cada encuentro. No es lo mismo analizarse con un analista que con otro, porque hay algo de la singularidad del analista que es relativo a sus apoyaturas teóricas, el recorrido del propio análisis, las experiencias de vida, el modo de pensar, el modo de implicarse en el encuentro con cada paciente. Hay una diferencia, una discusión que yo tengo con colegas, y es la siguiente: yo pienso que en cuanto a las organizaciones fronterizas, la intervención y la tarea es analítica, no considero que el analista esté en espera de poder iniciar un análisis. Sí acuerdo con que habría un trayecto para poder lograr lo que vos llamás la apertura del inconsciente, por supuesto, pero considero que hoy día el trabajo con este tipo de patologías de la acción es absolutamente analítico, siempre y cuando asiente en alguna conceptualización basada en el psicoanálisis. En este sentido, autores como André Green o el mismo Freud, por ejemplo, en aquello que refiere a la pulsión, a la satisfacción pulsional, nos dan herramientas para poder pensar psicoanalíticamente este tipo de situaciones. Piera Aulagnier y sus conceptualizaciones acerca del pictograma y el proceso originario  me resultan de gran utilidad para el abordaje de estas problemáticas ligadas a lo grave. Mientras se trabaje con la resistencia y la transferencia y con un determinado posicionamiento del analista, me parece que la tarea analítica no sólo es posible sino que es necesaria. De no ser así, hoy día trabajaríamos apenas con los pacientes neuróticos, que como dice el mismo Green no son mayoría. Creo que tenemos la responsabilidad también de poder avanzar conceptualmente para hacer lugar y para tomar la riqueza del psicoanálisis y hacerlo seguir trabajando como teoría, para poder abordar problemáticas como la de esta paciente que vino con la cuestión de la psoriasis y que a dos años de ese momento se está haciendo preguntas, está trayendo sueños y no tiene más psoriasis, digo, podría volver a tener, sabemos que esto no es ni tan rápido ni tan fácil ni tan lineal. En suma, considero que se trata de una tarea clínica compleja que incluye, incluso con un mismo paciente, la escucha y la intervención relativa tanto a los  momentos de acción como a los momentos de retorno de lo reprimido.

Joaquín Hernández Moronta:

Gracias, los felicito, la verdad es que me han hecho pensar mucho. Quiero hacerle una pregunta a Ezequiel, porque, si mal no entendí, cerró su exposición hablando del aparato psíquico de la pareja.

Ezequiel Jaroslavsky:

Aparato psíquico familiar o aparato psíquico vincular.

Joaquín Hernández Moronta:

Aparato psíquico familiar, bueno, esto me hace recordar un refrán español que dice que los que duermen en el mismo colchón, del mismo carácter son. Yo estaba pensando si se puede pensar en un aparato psíquico de pareja o en un aparato psíquico familiar, si eso se puede pensar como uno único o un tercero. Con respecto a la palabra sujeto, a mi me gusta mucho la etimología, creo que es importante desde el punto de vista que definió Nora- Lógicamente desde la gramática, sujeto es aquel que se refiere, aquel que ejecuta la acción del verbo y el verbo significa palabra en latín; o sea, es el que dice la palabra, esto en gramática. Si mal no entiendo, según la teoría lacaniana el sujeto es un sujeto sujetado, o sea sujetado y se supone que a un otro. La palabra subjetividad tiene su origen también en el latín, es un compuesto de sub y ejectun, y significa de alguna manera ser lanzado al otro desde abajo, es decir, estar en relación con un otro, o hacia un otro, o sobre otro o sometido a otro o con otro. Yo creo que esto es importante tenerlo en cuenta para poder definir estas palabras en el psicoanálisis. Esto me hace pensar en la teoría de la entropía en física como ese intercambio permanente que hay de organización y desorganización de la energía. Para que un aparato psíquico funcione verdaderamente y haya un sujeto, creo que tiene que haber pensamiento, tiene que haber un pensador que piense pensamientos, es la única manera de que alguien se pueda constituir como sujeto y tener conciencia de si mismo, de su propio ser. De otra manera a qué se le puede llamar sujeto, esto es un poco sobre lo que me hicieron reflexionar.

Ezequiel Jaroslavsky:

Bueno, si, aparato psíquico familiar, aparato psíquico de pareja, aparato psíquico vincular en general, o sea todo vínculo humano presenta un aparato psíquico intersubjetivo, no solamente intrasubjetivo. Voy a tratar de ser breve, por ejemplo, en D. Winnicott tiene que ver con la ensoñación de la madre, que sueña al bebé, se conforma un onirismo común entre bebé y la madre. André Ruffiot plantea que en el comienzo de la fundación de la vida psíquica lo que primero hay es un aparato onírico, una colusión onírica entre la madre y el bebé, la madre sueña y el bebé sueña simultáneamente. Diversos autores lo han planteado de una manera similar, como W. Bion, José Bleger, René Kaës, entre otros. Éstas son las bases del aparato psíquico familiar, que se produce por la interfantasmatización, o sea la interrelación fantasmática inconsciente entre los sujetos participantes del vínculo. Esta interfantasmatización está al servicio del placer de los yoes de los sujetos que integran el vínculo, que permite ser también el lugar del apuntalamiento psíquico de los yoes respectivos de sus integrantes. En el caso de la hija de mi paciente, que se cortaba la piel, ella no podía por déficit de su aparato psíquico simbolizar sus angustias. El aparato psíquico familiar le proporciona, a través de situaciones placenteras familiares, el apuntalamiento psíquico que el yo necesita para poder desarrollar intrapsíquicamente los procesos del pensar y,  por ende, simbolizar.

Me parece que el vínculo analítico es intersubjetivo, no existe un analista espejo, desplegándose en la relación analítica, un aparato psíquico vincular (analista/paciente) de características oniroides. Por eso son importantes las ensoñaciones del analista y su contratransferencia, para poder entender lo que le pasa al paciente.

Nora Rabinovich:

Quería puntualizar algunas cosas. En relación con lo que traía Susana, nos consultan pacientes psicosomáticos, impulsivos, etc., y tratamos de operar para que sea posible su entrada en análisis.

Intentamos que aparezca aquello que implique un enigma, una pregunta que mueva el proceso de análisis.

Recordaba que, cuando Dora se queja con Freud de "las cosas que le pasan", él trata de implicarla, demostrarle lo vinculada que está con eso que le pasa, abriendo una dimensión de interrogación sobre sus motivaciones más profundas.

Alguien puede pedir una consulta para quejarse de algo, para culpar a otros de lo que le pasa, porque lo manda Fulano, porque lo mandan los padres, pero si hay un analista en frente está la posibilidad de que esa consulta pueda resultar en un análisis.

Otra cuestión, en relación con lo que planteaba Ezequiel. Yo diría que en la obra lacaniana, y retomando el pensamiento freudiano, el inconsciente es individual, absolutamente individual. Puede haber palabras clave del decir familia,r pero para cada miembro del grupo familiar esas palabras pueden tener un valor absolutamente diferente.  

Mabel Rosenvald:

Gracias a todos.

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[1] Introducción a la lectura de la obra de René Kaës,  Marcos Bernard, pág 127, publicación de la Asociación Argentina de Psicología y Psicoterapia de Grupo, 1997, Buenos Aires.

 

* Mesa redonda realizada en la sede de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados el 1º de noviembre de 2006.

 

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