NÚMERO 32 | Octubre 2025

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Una suerte de pequeño ensayo sobre escribir y el psicoanálisis | Lourdes Burgauer

“El acto de escribir es un viaje a lo desconocido. Voy adonde puedo.” 

Marguerite Duras 

Que se nos sea concedida la posibilidad de escribir es, en principio, una suerte y también un  privilegio. Es infinita la secuencia de acontecimientos que tuvieron que ocurrir para que podamos hacerlo. Cuántas pruebas e intentos en arena, árboles, piedra, hierbas acuáticas, arcilla, tuvieron que suceder como ensayo a lo que hoy llamamos escritura. Y cuánto más, para que ese uso especial y espacial de las palabras sea tomado como destino para nombrar más allá de lo meramente transaccional. Para decir algo más. 

Aun así, a pesar de todo esfuerzo filo-ontogenético, histórico, cultural, social y singular, en la actualidad hay millones a quienes se les niega el derecho de aprender a hacerlo, o bien a realizarlo en libertad. Por eso, poder escribir también es un privilegio. 

La escritura nos regala la posibilidad extraordinaria de hacer algo diferente con nuestras percepciones, es decir, elaborarlas. Nos permite movernos a otro lugar que el de la automatización y la mirada precarizada hacia el mundo y su experiencia, modalidades tan intensamente gatilladas por los dispositivos de poder de la época. En nuestro caso, como psicoanalistas escribir acerca de nuestra práctica se convierte en oportunidad de prolongar la escucha y de expandir al máximo nuestra vocación singularizante, que es radicalmente opuesta y resiste al “proyecto financiero” de los discursos dominantes de individualismo homogeneizado. 

La invitación continua de la Escuela a que escribamos, como ejercicio reflexivo e historizante, como insistencia para armar lazo con el otro y hasta como proceso lúdico, es preciosa y fundamental para hacer el psicoanálisis y necesaria para nuestra formación. 

En primer lugar, porque nos re-convoca a la tarea de registrar dedicadamente lo percibido en la clínica y sus espacios concomitantes, y a luego ejercitar la diferencia entre aquello que quiero reflejar y lo que elijo acotar en el proceso de escritura. En efecto, lo valiosísimo de aquel intento es que entre ambas opciones, indefectiblemente, existe por lo menos una interrogación; y tanto la práctica de la escritura, como la del psicoanálisis son indisociables de la pregunta y del suspenso así como también de la letra y la puntuación. El acto de la escritura nos abre al ejercicio de la pregunta y a dar tiempo a cualquier propósito de respuesta. Quien escribe jamás sabe a dónde llegará anticipadamente, tal cual la experiencia analítica. 

En segundo lugar, porque la acción de escribir con intención creativa, y/o de decir algo, supone necesariamente un corrimiento del yo. En este tipo de relación con el lenguaje siempre hay algo que nos-escribe, que nos precede confusamente y a la vez nos produce diferentes cada vez. Algo que habla más allá de nuestra mismidad y que pone en juego el deseo del que sólo podemos saber entrelíneas. Las palabras, en y a pesar de su articulación, siempre quedan marcadas por lo escurridizo del deseo porque es quien les provee de su fuerza y movimiento… Me perdí ¿estaba hablando de la escritura o de un análisis? 

En tercer lugar, porque invariablemente cuando se escribe, se escribe para alguien, y algo se transfiere en aquel acto de resonancia infinita que produce la palabra re-dimensionada materialmente. Se les brinda la posibilidad a las palabras de ser otras, y otras, y otras. 

En su obra Así pasen cinco años (1931), Federico García Lorca nos aviva con una pequeña frase “Vamos a no llegar, pero vamos a ir”. Algo sucede cuando escribimos y es que aquello que fue recortado en el proceso de elaboración, luego se desfigura convirtiéndose en una máquina multiplicadora, en una ampliación de afectos, de lo pensable, de asociaciones. Se muda a permanente devenir y producción de memoria.  Así, escribir es un llamado, una llave, una apuesta a futuro, un riesgo. Tal vez, no tan distinto a lo que le proponemos a los pacientes que acuden a un análisis cuando, desde una posición ética sostenida en la escucha del inconciente, los invitamos a ir. 

Cuando en la Escuela sus docentes nos convocan al ejercicio de la escritura, a compartir nuestras palabras y experiencias, a leernos y pensarnos colectivamente durante las clases, yo, a veces nos imagino ensayando trazos en la arena o pintando símbolos sobre la roca. Compartiendo el fuego y creando formas llenas de luces y sombras. Aquel gesto se abre como una alternativa a la idea de que ya todo está previamente formulado. Recuerdo entonces a Borges, cuando en La biblioteca de Babel enuncia: “La certidumbre de que todo está escrito nos anula o nos afantasma.” ¿Será lo que hacen también un intento de arrancarnos la certeza de que todo está dicho para abrir el juego al instante de lo por-decir?. 

Acerca del autor

Lourdes Bourges

Lourdes Burgauer