Fernando estuvo en análisis conmigo durante algo más de tres años , hasta el año 2016, cuando debió suspender por distintas situaciones vitales complejas: trabajo, pareja, paternidad… el apremio de la vida. Me contactó en varias oportunidades pero sólo en 2021 logró retomar su proceso. En esa ocasión, nos sentamos frente a frente y, luego de ponerme al día sobre su situación de ese momento, me preguntó por su cuaderno.
Acostumbro a tener un cuaderno por paciente, donde registro algunos elementos: la apertura de la sesión, acontecimientos significativos, frases que me llaman la atención, sueños y otros detalles. Le respondí que sí, que lo tenía, y que me ayudaría si él recordaba el color.
La siguiente vez que vino, ya tenía su cuaderno a mano. No volvimos a hablar de él. El cuaderno al igual que antes, permaneció como testigo silencioso y guardián de su historia: algo de lo que Fernando iba depositando en ese espacio protegido que es nuestra consulta. Aunque sabía que no lo había olvidado -habíamos tenido algún contacto durante el tiempo de suspensión-, creo que aún temía que yo no recordara aspectos importantes de su vida. En su fantasía, ese cuaderno me permitiría rescatarlo del olvido.
¿Necesitamos los psicoanalistas registrar las sesiones de nuestros pacientes? En realidad, la actitud psicoanalítica, propuesta por Bion “sin memoria y sin deseo”, nos invita a una escucha en la que se suspende, en lo posible, el pensamiento dirigido, racional o crítico. Intentamos una observación sin influencias de recuerdos o expectativas personales, Nos abrimos, en cambio, a la corriente de pensamientos, imágenes y emociones que las palabras, gestos y silencios del paciente nos provocan.
En ese modo de escucha -que los Botella (2003) han llamado estado de sesión-, diurno/nocturno, emergen espontáneamente asociaciones con relatos, sueños o palabras anteriores, así como sensaciones e imágenes propias, sin necesidad de revisar registros escritos.
En este estado, es como si nuestro aparato psíquico -y también nuestro cuerpo- recibiera las palabras y vivencias del paciente y las inscribiera en un cuaderno inconsciente, siempre disponible para ser usado, consultado, asociado en una nueva sesión. Así, para trabajar analíticamente no parece necesaria la escritura literal.
Hace años vi un documental sobre la vida en el microcosmos que mostraba a las efímeras: seres alados que, como su nombre indica, viven solo unas pocas horas o un día. En ese brevísimo lapso, se dedican a encontrar pareja, copular y depositar sus huevos. Las efímeras no se alimentan: su sistema digestivo está lleno de aire y sus piezas bucales son vestigiales e inutilizables. Ver ese documental me conmovió profundamente. ¡Un solo día de vida! Me dejó reflexionando sobre el misterio que encierra la vida -la nuestra y la que nos rodea-, y me llevó, una vez más, a esa pregunta persistente por el sentido de la vida. En las efímeras, esa tremenda pregunta parece resolverse en un único día.
Al igual que muchos seres humanos, Fernando no quiere que su paso por la vida sea efímero. Al preguntar por su cuaderno -ese que estuvo presente en todas sus sesiones- quizás busca confirmar que su que su paso por mi consulta ha dejado una huella. Y a la vez, abriga la esperanza de que las palabras dichas en ese espacio -palabras que difícilmente se dicen en otro lugar- hayan quedado de algún modo registradas, grabadas.
Sabemos que el psicoanálisis es la cura por la palabra, la palabra que se escucha y la que se dice. Pero también es cierto que las palabras, que no son más que frágiles bocanadas de aire que ocupan fugazmente un lugar en el espacio, están siempre en riesgo de desaparecer, ..se las lleva el viento, dicen..
Los relatos que escuchamos tienen como destino probable el olvido. Y aunque la tradición oral es un valioso patrimonio cultural, es gracias a la escritura que podemos acceder a las grandes ideas de hombres y mujeres que nos precedieron. La acumulación de conocimiento, el desarrollo del saber, la transmisión generacional: todo esto ha sido posible porque algo quedó escrito.
Como dijo Newton, si hemos logrado ver más lejos es porque nos hemos subido sobre hombros de gigantes. Esos hombros metafóricos son, en realidad, los textos que han perdurado y nos han transmitido su legado.
Paradójicamente, pese a su brevísima vida adulta, las efímeras , junto con las libélulas y los “Caballitos del diablo” (orden Odonata), son los insectos alados más antiguos que existen. Se han encontrado fósiles de hace 280 millones de años, una especie que ha resistido casi 300 millones de años, repitiendo su ciclo de vida en la tierra. En contraste, la especie humana comenzó a desarrollar formas primitivas de lenguaje, un protolenguaje, hace apenas 1,7 millones de años, y fue sólo hace unos 100.000 años que los humanos comenzaron a mostrar signos de capacidades simbólicas, como la creación de marcas en objetos y el uso de pigmentos, que podrían ser indicadores del comienzo del desarrollo del lenguaje. Por otra parte, la escritura, como nos cuenta Irene Vallejo (2019), surgió recién entre el 3500 y el 3000 a. C., cuando en la Mesopotamia, “algunos genios sumerios anónimos trazaron sobre el barro los primeros signos que, superando las barreras temporales y espaciales de la voz, lograron dejar una huella duradera del lenguaje”, (p 636). Y aun así, pasaron cinco milenios más para que recién en el siglo XX la escritura se convirtiera en una habilidad accesible para la mayoría.
Mientras las efímeras viven un día, pero llevan cerca de 300 millones de años en la tierra, “la escritura constituye tan solo el último parpadeo de nuestra especie, el latido más reciente de un viejo corazón”, (Vallejo 2019, p 638)
Antes de su fase adulta, las efímeras, como otros insectos, pasan por una larga etapa como ninfas acuáticas, conocidas como náyades. En esa fase pueden vivir meses o incluso años. Cumplen una función vital para el ecosistema: consumen materia orgánica, mantienen la calidad del agua, y su presencia es indicador de un ambiente limpio, no contaminado. Los adultos, aunque viven poco, son fuente de alimento para peces, aves y otros insectos.
Para comprender a las efímeras no basta observarlas cuando alzan el vuelo en los ríos; hay que mirar lo que ocurre antes, observar debajo del agua. El proceso de metamorfosis requiere ese largo tiempo de gestación para que puedan, al fin, emerger como seres alados a la superficie. Del mismo modo, mis cuadernos, llenos de escrituras- muchas ilegibles-, quizás vayan organizando -misteriosamente- recuerdos, ideas, vivencias que, en algún momento, eclosionen en un escrito como este. Algo que se puede compartir. Así también ocurre el proceso psicoanalítico: lo visible, lo que emerge, requiere de largos tiempos de elaboración. Nuestras palabras, como en las metamorfosis, van incubando algo nuevo, algo que no sabemos cómo ocurre, pero que abre caminos y amplía los movimientos psíquicos, dando mayor libertad a la vida, sea esta larga o corta.
La escritura no es necesaria para la cura analítica, pero a diferencia del estado de sesión, nos sitúa en la reflexión y búsqueda activa de relaciones, ideas y palabras que puedan comunicar y compartir lo que pensamos. Leemos lo que otros han escrito, nos leen, y así tejemos un pensamiento colectivo, una humanidad en proceso.
Cuando las efímeras poco a poco empiezan a emerger del agua y emprender el vuelo, son presa fácil de pájaros y peces que se alimentan de ellas. Sin embargo, la naturaleza ha provisto que el proceso ocurra en forma sincronizada en la especie y entonces son cientos y miles de efímeras que emprenden su camino de vida. Muchas son devoradas por peces y pájaros, pero muchas otras logran cumplir su ciclo: aparearse, fecundar y dejar su descendencia. Y así lo han hecho durante casi 300 millones de años.
Me inspiran las efímeras. Me inspira esa naturaleza que contrasta con nuestro individualismo exacerbado y nuestros egos desmesurados. No hay supervivencia posible sin los otros, sin lazos sociales que nos unan, nos sostengan y nos nutran.
Gracias a esos misteriosos procesos de metamorfosis y a la acumulación del saber posible por la escritura, hoy estamos ad portas de lo que se ha llamado la Cuarta Revolución Industrial. Para algunos, el cambio evolutivo más radical que haya atravesado el Homo sapiens.
La nueva revolución tiene a la inteligencia artificial como fuerza motriz, y se caracteriza por la fusión de tecnologías digitales, físicas y biológicas. Esta convergencia generará transformaciones sin precedentes en el cuerpo humano, la vida cotidiana, la producción, la organización social… y en muchas otras dimensiones que aún no alcanzamos a imaginar.
Frente a esta nueva y desconocida realidad de cuerpos con chips implantados en el cerebro, prótesis biónicas controladas por el pensamiento, cuerpos físicos aumentados por capacidades digitales, vuelvo a mirar a las efímeras y deposito, una vez más, mi esperanza y mi confianza en el valor de los lazos humanos.


