NÚMERO 27 | Mayo 2023

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Comunidad: territorio del analista | Iliana Giménez

Trabajo presentado en la mesa titulada «Comunidad: territorio del psicoanálisis» en septiembre de 2022, en el Ciclo «Miércoles en la Escuela». La autora reflexiona acerca de su trabajo como psicoanalista de niños en un hospital público de la Ciudad de Buenos Aires.

Este texto surgió a raíz de una invitación de la Secretaría Científica de la AEAPG a participar en una mesa titulada «Comunidad: territorio del psicoanálisis». La propuesta me impulsó a reflexionar sobre mi carrera como psicoanalista de niños dentro de un hospital público de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.

A lo largo de estos años en los que tanto el hospital, los chicos que asistían y los profesionales de las distintas áreas nos fuimos transformando, fui parte de una experiencia rica y compleja de la que resultaría imposible desimplicarse personalmente.

Este trabajo pretende dar cuenta de dicha experiencia. Agradezco a los chicos que pasaron por la institución, por todo lo que me enseñaron, y a la AEAPG por el espacio para ponerlo en común con mis colegas.

Hay otra clínica, que es la de todos los días y no se explica —jamás lo hizo, ninguna lo hace— por los parámetros propios ni por propias experiencias.

«Usted no entiende doctora. Usted no sabe lo que es la villa».

Es verdad que nunca me sentí ajena ni me asustó la diferencia. Nunca tuve miedo. Con el hospital siempre tuve una vehemencia y una pertenencia.

La responsabilidad desborda el consultorio de tres metros cuadrados y amplía mi área de influencia a la sala de espera, a los pasillos, a las escuelas o a los juzgados. Por eso, las filas de espera o los niños sacudidos por sus padres podían aparecer dentro del consultorio.

A veces, algunos de ellos van a tratamiento: los padres acariciaban a una adolescente que lloraba sin parar porque no se quería/podía vacunar. «No se dio la de los 11». Ya tenía 14. Entra al consultorio: «No me di la de los 11». Prolijamente freudiana pregunto: «¿Qué pasó a los 11?». Fue así que comenzó su tratamiento

Hace años, en los noventa, diseñé una ficha para la admisión. Empieza con el nombre del niño, edad, escuela; nombre de la madre, edad, ocupación; nombre del padre, edad, ocupación.

Todos los chicos que recibo son de las escuelas asignadas al área del hospital base. Era la villa de Juanito Laguna, la villa del pintor Berni. Era, porque no es más como él la pintó, por la cantidad de gente que la habita ahora y por el espacio geográfico que se ha ampliado debido a que fueron surgiendo distintos barrios. 

En la inauguración de un centro de salud (me parece que fue durante el gobierno de Aníbal Ibarra, antes de la tragedia de Cromañón), tuve que hablar y dije que sin una política de inmigración que atendiera la realidad, íbamos a quedarnos sin poder dar respuestas en menos tiempo del que nos imaginábamos.

Cuento brevemente cómo fueron variando los distintos ítems. Al principio, el renglón de ocupación del padre era, prácticamente, en su totalidad, «desocupado».  Después, empezó a no completarse ese ítem con el nombre del padre por estar ausente o porque era desconocido por el niño. A su vez, todas las mamás consignaban ser «amas de casa». Los hermanos, de tener distintos apellidos (distintos padres), después, solo tenían el apellido materno. La relación entre estos cambios y la administración de los distintos planes de trabajo era evidente. 

La concepción de la familia cambió para muchos grupos sociales de manera esencial. Cambió, o siempre fue otra, y uno no lo sabía. Además, el casillero de «dirección» pasó a ser un número de manzana y un número de casa. Son familias de CABA, no hablo de una lejanía. El aumento de la pobreza se escribe cada semana.

Hay una clínica que fue cambiando y que, con el tiempo, convoca, a mi criterio, a los actores del psicoanálisis, de la filosofía y de otras muchas disciplinas.

Es cierta clínica con niños. En especial la clínica del abuso sexual infantil. No puedo hablar desde movimientos o grupos dedicados a esta temática. Quiero decir, que no empecé estudiando esta problemática para después dedicarme a eso. Se me apareció con una frecuencia alarmante, indeseable.

Mi experiencia resulta de mi trabajo en un hospital público, y con esto no digo que sólo suceda en el hospital, digo que es la experiencia que me tocó y tiene que ver con la clínica hospitalaria.

Siempre fue una práctica de extremos y de extremos impredecibles que llevan de forma indefectible al cuestionamiento de las condiciones de posibilidad y, lamentablemente, de la efectividad de nuestra disciplina.

En el abuso sexual infantil, el daño es inconmensurable. Afecta el lenguaje, la constitución psíquica, las relaciones interpersonales, el orden social y de generaciones, y las funciones vitales. Afecta lo esencial del ser humano. 

Una imagen me asistió siempre: Dolto[1] en el refugio de su casa con sus hijos, hablando del bombardeo mientras esperaban que terminara; y Winnicott con sus hogares de huérfanos de la guerra y su clínica indeclinable. En este estado de cosas estamos acá nomás, todos los días.

La clínica hospitalaria nos hace pensar en una miseria comparable a un horror como de guerra y nos despierta. Después de una admisión, no hace falta leer el diario. Conocemos el estado de las cosas no dichas por los medios y la vacuidad de las discusiones políticas. Hay que leerlo para saber de qué no se habla, qué se olvida y qué se abandona: la infancia.

Es la bruta clínica, la clínica de los brutos, de los embrutecidos, pero no embrutecedora. La indiferencia es embrutecedora. Nosotros, los analistas, solo podemos refinar el oído, la observación y la herramienta. Valentía y sutileza. 

Es una clínica que sólo puede ejercerse al abrigo de clínicos como Dolto, Winnicott, y también Ferenczi. Al amparo del método freudiano. Esto es para uno mismo en el momento previo a definir el dispositivo clínico.

En la práctica, tenemos que hablar con la trabajadora social, con la abogada del hospital, la Defensoría, con la prosecretaria del Juzgado. Tenemos que declarar con tres jueces, el fiscal y el acusado; hacer informes. Y no cejar, no sucumbir y no ser indiferente. Justito ahí, siento que me tengo que poner a trabajar.

La clínica de la que hablamos nos pone fuera de parámetros. La función del padre está aniquilada. La prohibición del incesto no existe. Por lo tanto, las construcciones psicoanalíticas vuelven a encontrar un más allá, como en la guerra, donde los parámetros del pensamiento se corren y se posicionan de modo cotidiano eternamente en lo traumático, en un mundo sin articulación al orden fálico, sin amor de madre que protege, sin función paterna que regula el intercambio.

Y eso es para siempre. Por ello, no tiene que pasar. Reclama una política de derechos sobre la que se habla, pero no se hace nada. De ahí que no tiene que ver con el psicoanálisis. Los psicoanalistas aparecemos después para escuchar el daño que ya está hecho. Es necesario que alguien se ocupe de verdad para no tener que llegar a este estado de vulneración de un modo tan habitual.

Lacan en el Libro 4 de El Seminario dice:

Pasearse no es una mala forma de saber dónde está uno en un espacio dado. Pero en lo que a mí se refiere, se trata de enseñarles a imaginar la topografía de un campo fuera de los itinerarios ya recorridos. Puede volver uno sin darse cuenta al punto de partida. […]Se trata de que puedan ver determinadas conexiones y de hacerles percibir al mismo tiempo todos los elementos del plano general, de forma que no se vean reducidos a lo que llamaré, intencionadamente, el ceremonial de los itinerarios establecidos[2].

El trabajo en territorio hace ver los elementos del plano general y nos eyecta efectivamente de los itinerarios establecidos.

A veces, hago paseos por otras disciplinas, doy vueltas para volver a casa. Tardo mucho en llegar. Además, cuando puedo andar por otros lados, la acuciante burocracia, que desgasta toda innovación y creatividad, queda reducida a nada porque se toma dimensión verdadera de lo importante.

Cuando pienso en el hospital… se presenta Francis Bacon. Nunca me gustó mucho, deformado, hostil, no armónico, en fin, brutal. Resignada, salgo a pasear con él. En una entrevista, revela que, cuando empieza a trabajar, lo hace sobre «un accidente», sobre algo involuntario que se le presenta y considera que, en el momento que pinta, manipula en torno a algo que, fundamentalmente, el azar ha sido capaz de darle. No siente que dependa de él. 

«En cuanto a mí siento que todo lo que me gustó, aunque sea poco era el resultado de un accidente sobre el que fui capaz de trabajar. Porque este accidente me había dado una visión vacilante de un hecho que yo intentaba captar»[3]. No se resiste. Me lleva a pasear. Es afable, accesible. Artista.

A partir de unas manchas involuntarias en la tela, al inicio del trabajo, se le presenta lo que él llama «una especie diagrama».

Y uno ve en el interior de ese diagrama que aparecen posibilidades de diferentes clases de hechos. Es una cuestión difícil, me expreso mal… [¡dice él!] Pero fíjese, por ejemplo, si usted piensa en un retrato, quizás, en cierto momento, puso la boca en alguna parte, pero de repente ve a través de ese diagrama que la boca podría ir de un extremo a otro del rostro. Y en cierto modo, en un retrato a uno le gustaría poder hacer de la apariencia un Sahara, hacerlo tan semejante que parezca contener las distancias del Sahara[4].

En el hospital, el espacio de trabajo se ha expandido como un Sahara infinito. El pintor querría que la captación de su objeto fuera de la dimensión del desierto[5]. El analista en hospital transita un territorio real de la extensión del Sahara. Infinito. Cambiante, tremendamente cambiante tanto con relación al espacio como con el tiempo.

No se trata de contenerlo como lo pretende el artista, pero sí de captar algo de nuestro objeto, el sujeto:

—Doctora, usted no tiene ni idea de lo que es vivir en la villa.

—No. Tiene razón. Usted siga hablando que por ahí entiendo algo[6].

El hospital nos recuerda, claramente, a cada momento, que uno nunca sabe nada del mundo del otro. Despierta de la ilusión del sobreentendido. Despierta.

Cuando esa extensión se transita, se presentan acontecimientos nuevos y querríamos captar algo de eso. En el hospital, el entorno no es ajeno. Es nuestro objeto de trabajo y requiere de la creación de nuevos dispositivos. Trato de armar un diagrama que me permita trabajar y desde el que «aparecen posibilidades de diferentes clases de hechos». Situaciones nuevas y también nuevas posibilidades de intervención.

La boca de mi retrato no va tan ajustadamente en el lugar que pensaba. Los principios psicoanalíticos del encuadre y la interpretación se han corrido de lugar. Y creo que sí, también, se han expandido. Ya no estamos ceñidos a la palabra, a la asociación libre. Pasamos del impacto de la realidad a una sensación de potencia muy particular porque el radio de acción se ha ensanchado. Permiso. Soy analista. Vengo a trabajar.

Aparecen los hechos que también son nuestro objeto, nuestra responsabilidad. En una oportunidad, derivaron a la admisión dieciséis niños de primer grado porque se portaban tan mal que la maestra no podía enseñar. ¿De dónde iba a sacar yo dieciséis turnos? Además, ¿qué quiere decir esto? ¿Dónde está esta maestra? Y, después, mejor, ¿en qué estado está la maestra?

Fui al colegio. Uno lo cuenta rápido, pero hay que hacer muchas cosas hasta llegar al grado: el foco en el objeto. Dieciséis niños con problemas de conducta. Una maestra sin palabras. Voy a darle la palabra.

Por lo tanto, las posibilidades de intervención son nuevas. Como las trae el azar no son voluntarias, están llenas de oportunidades. Trabajé seis meses en esa escuela, una vez por semana. Los niños pasaron de agredirse física y verbalmente a inventar un juego reglado en el que participaban todos los que habían venido conmigo.

Cuando llegué al grado, el primer día pregunté: «¿Quién se porta mal?». ¡Levantaron la mano casi todos! Después de contarles «Los caballeros de la Mesa Redonda», la lealtad, la fuerza del conjunto, me los lleve a todos a una sala de juegos. El relato de mitos es estructurante. Los cuentos de hadas impactan en el Edipo, dice Dolto, los mitos en la estructura[7]. Lacan, por su parte, nos enseña que en los mitos «se trata de los temas de la vida y de la muerte, la existencia y la no existencia, muy especialmente el nacimiento, es decir, la aparición de lo que todavía no existe»[8]. Proveen «…la noción de una identidad profunda, siempre inaprehensible entre, por una parte, su poder de manejar el significante o de ser manejado por él …»[9].

Para plantear una solución, hay que poder tener un problema. Enunciado, planteo y solución. Creo que es la primera parte del trabajo: delimitar el campo. No sé qué terminología usar. Problematizar la situación. Elegir una situación de todas las que se nos presentan, y plantear un problema que nos pide una solución. No naturalizar, no ser cómplice del desarreglo. Plantear un diagrama a partir de las manchas que aparecen caóticamente.

Se me ocurre que otra manera de decirlo sería que se trata de volver experiencia lo que se está tolerando.

Por más que pasen muchas cosas, no es un trabajo al bulto. Todo lo contrario, es un trabajo de recorte y diferenciación. No dejar correr la palabra como si no se escuchara. Puntuar. Durante un tiempo, dediqué los viernes a la sala de espera. Cada tanto, todavía lo hago. El encuadre se produce. Es parte del trabajo. Preparamos un diagrama que nos permita intervenir.

«Y uno ve en el interior de ese diagrama que aparecen posibilidades de diferentes clases de hechos». Intentamos conectar, siguiendo, ayudados por Bacon con el grito, no con el horror. Cincelar los hechos hasta encontrar la palabra. 

Uno de los chicos aguantaba que los demás lo tocaran y me decían el nombre. Me lo mostraban: «Él es Fermín». Le pregunté si le gustaba que lo tocaran. Dijo que no. Y, entonces, le pregunté por qué los dejaba. No contestó. Habían matado al papá de un tiro en la villa. Creo que era eso lo que me mostraban. El grito, no el horror.

La alusión frecuente de la función del tercero caracteriza el trabajo del analista en territorio extendido. No es de extrañar. Si se nos presentan hechos, acciones es evidente que la función de articulación a la ley se hará presente a cada paso.

Varones de séptimo grado se tiraban arriba de unas nenas para darles besos. Los padres de los varones miraban orgullosos. Les pregunté a los niños si les habían enseñado que ellos tenían que tener el consentimiento de las nenas para compartir ese juego. Miro a los padres. Nada. Hubo derivaciones a partir del señalamiento. Aumenté las condiciones del encuadre y el grupo tuvo continuidad.

Cualquier investigación comprende un espacio de trabajo y unas variables que lo condicionen. Esas variables fijas permiten la observación de distintos fenómenos. Accionar sobre la realidad, indefectiblemente nos lleva a la interdisciplina. Compartir el trabajo con otros es siempre una experiencia nueva. Nosotros no somos los mismos cada vez, los demás tampoco.

No son las mismas las instituciones que, con el correr de los años, cambian sus protocolos, procedimientos y estilos. Desde el antiguo Consejo del Menor con sus visitas de los trabajadores sociales a los domicilios, pasando por la creación de las defensorías frente al desborde de los Juzgados hasta la creación de la Guardia de Abogados han sucedido muchas transformaciones.

De nuevo, cada caso es el encuentro con un acontecimiento nuevo y una convocatoria a extremar recursos.

Un hecho absolutamente interdisciplinario, a mi criterio, fue la acción conjunta con otras profesionales que en verdad no vi nunca.  Sucedió en torno a un caso de abuso en el que el menor, con el tiempo, quedó gravemente enfermo. Trabajé con una pediatra del Hospital Gutiérrez y una infectóloga.

El abuso produjo lesiones infecciosas con graves consecuencias. En el inicio del tratamiento —previo a la enfermedad física— el niño se encontraba en un estado de mucha confusión y solo dibujaba un nene caminando por una loma. Antes de irse, hacía corazones enormes para regalarme. Presentaba una llamativa incapacidad para jugar o para organizar alguna escena con los juguetes de la caja.

Mi hipótesis es que, a la vuelta de la internación, la enfermedad permitió ubicar una marca en el cuerpo que se manifestó claramente en el juego; una herida que posibilitó —y diría que desencadenó, nunca lo había visto tan claro— la elaboración del trauma tal como lo plantea Freud en «Más allá del Principio del placer».

Es paradojal y bastante insoportable. Una enfermedad venérea o similar no puede pensarse en un niño con ningún efecto positivo, pero Freud se presenta desde la clínica convalidando sus enunciados. La enfermedad además funciona efectivamente como denuncia la que, junto con la internación, detienen el estímulo traumático. A partir de allí, pudo iniciarse la elaboración.

Las escenas armadas durante las sesiones fueron conmovedoras. Además de la evidencia de la lesión en el cuerpo, girones de frases ajenas y obscenas eran repetidas por el niño.

Mientras tuve que declarar, vi el horror en la cara del acusado cuando yo leía de la historia clínica los girones de esas frases que, en realidad, habían sido dichas por él, originalmente, y que mi paciente desplegaba a través del juego en la doble dimensión de denuncia y elaboración. Este ejemplo demuestra, nuevamente, lo necesario que es el psicoanálisis una vez que se ensancha el suelo que habita.

Ya, en 1910, en «Las perspectivas futuras de la terapia psicoanalítica»[10], Freud se preguntaba por el efecto universal de nuestro trabajo. Planteaba que los beneficios alcanzados por la terapia psicoanalítica deberían también llegar a «la masa». Sin embargo, sabemos que los intereses políticos y personales han derribado esta aspiración desde siempre. Freud sobreestimó lo que llamó «la autoridad social» que esperaba que se le otorgara al psicoanálisis[11]. Pensó que, a través de ella, el psicoanálisis sería razón suficiente para cumplir con esta eficacia «de masa».

La autoridad del psicoanálisis siempre será resistida por definición, como le sucede a toda disciplina que dice una verdad, es eficaz y necesita de la libertad de pensamiento y también de acción, por lo menos, en el marco hospitalario. Nadie, muy pocos, toleran ver que se altera el orden instituido, menos aún, cuando afecta los intereses personales.

Por otro lado, desde «Recuerdo, repetición y elaboración», Freud nos enseña que contamos con la repetición del recuerdo en el nivel de la acción. «No lo reproduce como recuerdo, sino como acción …»[12]. La presencia de pares potencia la escucha y la observación de esta particular manera de recordar y permite diagnósticos e indicaciones en un hic et nunc privilegiado.

Los dispositivos grupales o los dispositivos de juego han demostrado ser un lugar para recibir/albergar la angustia de cada uno al abrigo de los cuidados del encuadre analítico y una fuente de diferenciación y de indicaciones terapéuticas más precisas. Los analistas estamos llamados a intervenir desde nuestra expertiz, marco teórico y herramientas técnicas. Nuestro trabajo tiene que tener efectos, al menos para lograr una indicación o intervención terapéutica eficaz.

Nos proponemos que todo dispositivo atienda a un sentido de la oportunidad considerando la privacidad de cada uno frente al otro —básico secreto profesional—. Contra el avasallamiento actual de lo público sobre lo privado en nuestras vidas, propongo un cuidadoso desvelo por la privacidad y el pudor como valores en la infancia (y en general).

Freud nos advierte sobre la necesidad de que el paciente tome coraje para ponerse en contacto con su sufrimiento: le damos tiempo jugando. En los casos graves, la infancia es un momento muy particular para tomar este contacto. El menor debe tolerar ver a los responsables de su cuidado en extrema equivocación, enfermedad, delito, destructividad y, aun, malicia.

Quiero decirles que no todo es tan descorazonador. Muchas son las familias que se quieren y protegen, muchos son los tratamientos en los que se superan dificultades. El tope es la pobreza, que pone límite a las posibilidades y un techo nítido al desarrollo tanto psíquico como físico.

Conocemos con Freud que la repetición se desencadena no sólo sobre la persona del analista, sino «también sobre todos los otros ámbitos de la situación presente». Ya, desde aquí, consideramos habilitada la posibilidad del espacio de juego como un dispositivo controlado, francamente analítico, que aplica todos los preceptos de nuestra disciplina.

Por supuesto, habrá miramientos sobre el encuadre. No sólo miramientos. Es la pieza fundamental. El dispositivo creado no debe ser confundido jamás con un espacio de recreación o de descanso o sólo de observación sin tomar cartas en el asunto. El analista, en territorio, las toma, las juega y se abstiene. Da tiempo a la palabra transcurriendo en una trama sutil entre la acción, la espera y la intervención.

Quién sino nosotros, los analistas, tomaremos a nuestro cargo el cuidado de la infancia y la palabra.

Notas al pie

[1] Dolto, F. La causa de los niños, Buenos Aires, Paidós, 1996.

[2] Lacan, J. El seminario. Libro 4, La relación de objeto, Buenos Aires, Paidós, 1995, p. 249.

[3]David Sylvester. Entrevista a Francis Bacon. El Arte de lo Imposible. En: https://docplayer.es/191595675-Entrevista-con-francis-bacon-ensayo-arte-pdf-descargar-leer.html Pág. 261. Recuperado en agosto 2022.

[4] Ibid, p. 262-263.

[5]En verdad, el artista no busca reproducir un objeto sino “hacer visible lo invisible” (Klee). Lo que busca es dar presencia a las fuerzas que impactan en el sujeto y que no pueden verse. Sobre todo en Bacon, según Deleuze.

[6]Eso fue en una guardia en el centro de Salud cuando se empezaban a armar los barrios que ahora están consolidados en el 2001.

[7] Dolto. La causa de los niños, op. cit.

[8] Lacan, J El Seminario. Libro 4, op. cit., p. 254

[9] Ibid, p. 254.

[10] Freud, S. Buenos Aires, Amorrortu, 2004, volumen XI.

[11] Ibid, p. 142.

[12] Freud, S. Recuerdo Repetición y elaboración. 1914. AE XII; Pág. 152

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Iliana Giménez

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