NÚMERO 29 | Mayo 2024

VER SUMARIO

De la Intimidad | Gastón T. Melo-Medina

En el siguiente artículo el autor nos propone pensar la intimidad como una variable en el vínculo, como un acto de comunicación, como potencia humana, como la intimidad relacional y la intimidad como identidad. Así como también transitar, además de un enriquecimiento de citas bibliográficas, un recorrido inagotable sobre las distintas derivas conceptuales de la intimidad desde la filosofía, lo social y a lo largo de los diferentes momentos de la historia.

Abordar la idea de intimidad es desplegar una inagotable constelación de connotaciones en diversos contextos: diálogo intrapsíquico, construcción de comunidad, derecho de las personas, acoplamiento erótico, complicidad funcional. Acoger algunas y provocar otras es el reto de esta reflexión. 

De la aparente contradicción entre lo reservado y lo compartido deriva un sentido de la intimidad como potencial para dar a conocer. El rabino Isaac Luria (circa 1550) en su cavilación para construir una relación íntima con un discípulo dilecto y transmitirle -generosamente- su conocimiento, convida un camino paradigmático. Aquella transmisión de saberes estaría determinada por las experiencias de adquisición imposibles por cierto de repetir. La solución epifánica, o cabalística si se prefiere, viene acompañada de la necesidad de confiar y liberar para que el aprendiz construya con su propio devenir, ese conocimiento. El tzimzum de la creación, la necesidad de la mitigación de la luz para alcanzar la iluminación, el negar para provocar, la emancipación y en todo caso la apuesta por una respuesta en un des-tiempo. El trabajo artístico de Anselm Kieffer, cuyas reflexiones nos llevaron a conocer a Luria, constituye un ejemplo extraordinario de esta búsqueda desde el encuentro. Intimidad como inteligencia del vínculo. 

Hoy que la inteligencia artificial parece avanzar en la cotidianidad de toda experiencia, desde la Internet de las cosas, (de casi todas las cosas), hasta los textos literarios, científicos, o poéticos basados en algoritmos creativos sofisticados y eficaces, lo específicamente humano se excita y busca oportunidades para expresarse y con-vivir con una alteridad que le reconozca y le porque para conocerla y donde se anime una densidad de comparticiones tal que haga desvanecer las revueltas individualidades. Es una constante (k) de la sociedad contemporánea, que la experiencia humana pendule entre lo personal y lo colectivo, la toma de distancia y el establecimiento de acuerdos de con-vivencia, de acercamiento. La lucha con y el reconocimiento de, la fuerza del colectivo y la debilidad en ocasiones o la imposición de lo individual son el reflejo material de esa foucaultsiana actitud. Las leyes, convenios, contratos, acuerdos y reglamentos expresados en legislaciones y sanciones son la base de la vida socializada (fría) y sin embargo son poco menos que nada frente a la mar de convenios, pactos y acuerdos no firmados y rara vez expresados que sin embargo rigen con mayor fuerza la conducta de las personas que buscan encontrarse en el caos de una existencia fragmentada. Esa relación no normada teje el acto “gratuito” es decir que no espera respuesta. La intimidad como negentropía, como logaritmo de la improbabilidad y acto de comunicación. 

La carta de Paul Valèry para André Gide, (1894) invita a cogitarla, « J’ai agît toujours pour me rendre un individu potentiel, c’est à dire que j’ai préféré une vie stratégique à une tactique »1. La primera premisa contiene la conciencia de un poder-poder, el tener a la disposición sin disponer, el segundo por el contrario toma la acción como sinónimo de existencia fáctica. Cuál de las dos actitudes interiorizada conduce a la intimidad. Se tendería de modo natural a descartar la segunda, quizá porque la conducta puede presentarse como respuesta pavloviana, en ocasiones grupal ante un predicado o estímulo y llevando a concluir y materializar un acto demostrativo perceptible pero no necesariamente consciente, no hay intimidad sino intimidación, condicionamiento, provocación. El fenómeno humano sin embargo como lo sugiere Henri Laborit ya desde la década de los 70, es aquel que permite posponer voluntariamente la respuesta a un estímulo. Inhibir la acción. La humana, insiste es la única especie conocida que lo hace; Intimidad como potencia. 

De forma relacional y psicosocial la intimidad se evidencia en y asocia con, vínculos sociales elementales como la pareja, la familia, los amigos, los grupos de interés compartido forjados en la desinhibición y la ingenuidad, en otras ocasiones puede tratarse de un vínculo basado en el interés pecuniario o político, también en el reconocimiento de la propia condición de otredad. Así, la piedra angular en la construcción de la vida social es una expresión afirmativa y voluntarista frente a la intimidación, una Intimidad enunciativa estoica. 

La tendencia a la binarización dicotómica es una muleta del racionalismo, pero no debe descartarse como estribo de reflexión. Así, cabe pensar en la forma que se divide hoy aquello que antes llamábamos sociedad y por la que se podía optar y que hoy se resuelve como sistema social irrenunciable; la posibilidad de vivir en libertad no es fácil en un contexto en que tenemos el demiurgo de la ideología, ese sistema de ideas que opaca la pequeña energía desplegada por individualismos frágiles. Piénsese en el efecto de la sociedad liquida de Bauman que convierte todo en un fluido pasajero que debilita o banaliza el vínculo o en las esferas de Peter Sloterdijk, que reflejan universos diletantes, auto contemplativos o parciales. En estos casos puede considerarse que la Intimidad aparece, ante la imposibilidad de un acto total como un do it before it is taxed or against the law2, una transgresión tolerada y una suerte de voluntarismo intersticial. 

Los espacios semánticos en los contínuums riqueza/pobreza, izquierda/derecha, liberalismo/socialismo o en el potencial literario de acepciones bipolares como apocalípticos e integrados, cronópios o famas, resultan insuficientes para contener y expresar la muchas veces contradictoria intimidad de sus actores. Si pensamos en cambio, un sistema social basado en el reconocimiento de sus identidades, -y en el que coexisten vínculos fuertes y débiles (strong y weak ties como las define Ithiel de Sola Pool, 1983) altas y bajas identidades,- podríamos entonces considerar que algunas de esas identidades las constituyen aquellas comunidades que suelen expresarse y vivir desde su simple y habitual expresión en primera del plural: NOSOTROS. Acostumbrados a fuerza de individualismos civilizatorios, habiendo escogido un personaje, convertidos en personas, es decir en actores con espacios de expresión bien definidos, con reglas de respeto y consideraciones psicosociales que blindan las esferas personales de todo acontecimiento que pueda molestar ese ámbito de la seguridad garantizada por el Estado, se deviene individuo, ciudadano y entonces de algún modo se diluye la colectividad que aparece como ambientación pasiva de las acciones performativas individuales (décor). Las identidades fuertes en cambio, agregan a sus integrantes como complexión de un totius holísticamente incluyente. La comunidad existe desde una liturgia que mantiene al conjunto, ensamblando a sus integrantes con funciones diversas pero complementarias, (no in-dividuos) construye una secuencia dramática en que se reconoce e in-corpora (acuerpa) toda ex- peri- entia: (lo externo en torno a la entidad). El acercamiento aparece entonces como función de este constructo en que todos reconocen y aprecian su función específica. Intimidad como identidad. 

Esas mismas comunidades muchas veces minusvaluadas y juzgadas desde el ángulo de la vertiginosa e indolente civilización (invisibilización) representan hoy, -así por lo menos nos lo parece- verdaderos cotos de humanidad y referentes de una vida asociada a lo discernido y procesado por sentidos formados a una percepción de la realidad a través de umbrales diferenciales psicofísicos compartidos; una vida determinada por acuerdos de supervivencia, una cosmogonía orientadora de la liturgia de vida y la animación de intereses funcionales. Lo perceptible está en un entorno donde los objetos todos, constituyen formas de vida en que es difícil separar lo humano de lo natural. Arthaud, en su Viaje a la Tarahumara, (1936) lo expresa así: La nature s’ordonne et dirige la naissance des formes qu’elle retire du chaos. Se trata de una comunión colectiva con la naturaleza. La Sierra esta sembrada, dice Arthaud, de signos, signos perfectamente conscientes inteligentes y concertados. Intimidad como armonía. 

La intimidad, finalmente, -recogiendo la reflexión sartreana sobre las erlebnisse (experiencias vitales) en La trascendence de l’ego, (1936) es aquello vivenciado y que impregna (preña) deja huella y trasciende todos los sentidos, una æstheia detonadora de ex – sistencia. Aprender a mirarse en la mirada del otro para, -como lo propone Louis Massignon (1995) en sus escritos sobre la filosofía del islam-, alcanzar una suerte de empatía que parta de la percepción de sí mismo desde la alteridad, lo que faculta La construcción de una intimidad como compasión. 

Notas al pie

1 Actúo siempre para rendir cuenta de un individuo en potencia, es decir, alguien que prefiere una vida táctica a una vida estratégica..

2 Hazlo antes que debas por ello pagar impuestos o contravenga la legislación La nature s’ordonne et dirige la naissance des formes qu’elle retire du chaos. La naturaleza se organiza y orienta el surgimiento de formas que sabe retirar del caos..

Bibliografía

Artaud, Antonin. (1971). Les Tarahumaras. Collection idées. Ed. nrf Gallimard. Cita tomada de la página 44

Berne-Joffroy (1944). Présence de Valéry. Collection “témoignages”. Bruxelles, Raoul Henry éditeur. Cita tomada de la página 93

Acerca del autor

Gastón Tadeo Melo Medina

Gastón Tadeo Melo Medina