La epocalidad de nuestras ideas
El actual ciclo científico de la escuela se propone, nos propone pensar y debatir tres ejes: el devenir psíquico, lo constitucional y el azar. Y la invitación de este panel invita a ponerlos en relación con las familias.
Años atrás, Julio Moreno escribió un hermoso trabajo, ¿Hay lugar para lo indeterminado en psicoanálisis? Allí, planteaba lo siguiente: “La hipótesis determinista afirma que nada acontece sin razón porque cada efecto tiene una causa que lo antecede y determina -principio de razón suficiente-. La hipótesis realista sostiene que la existencia de los fenómenos es independiente del hecho de ser estos observados y que, además, la observación no altera los hechos observados ni estos la observación.” (Moreno,2000)
Determinismo y razón suficiente, son las condiciones epocales en que Freud inventa el psicoanálisis, resalto “inventa”. Todo conocimiento, todo lo que existe es efecto de un ideal trascendente nacido de las relaciones causales y del realismo. El psicoanálisis no estaba esperando ser descubierto. Tampoco ser inventado. Aunque pese a lo acontecimental de su creación, su lógica conceptual no puede desanclarse de la modernidad.
Contemporáneamente al avance del psicoanálisis, los desarrollos de la física cuántica sacudieron fuertemente la hegemonía del determinismo y de la razón suficiente. Lo cual cómo señala el físico Carlo Rovelli, se expresa en: “la realidad no es lo que parece”.
¿Cómo serían otras condiciones para deconstruir el determinismo, la razón suficiente y el realismo?
Foucault, va a plantear otra episteme. Se trata de algo no considerado previamente: no cabe un campo científico que pueda excluir a las personas. Son las personas quienes establecieron los límites de la razón y la verdad, e históricamente le atribuyeron a esta última, su carácter eterno, necesario, universal y ahistórico. O sea, su condición trascendente.
Esta ineludible participación de las personas viene a enunciar que el desarrollo científico, el pensar, sólo pueden ser producciones epocales, históricas e inmanentes. De este modo, lo político-social, es lo que crea las condiciones para que un discurso produzca efectos de verdad y todo saber, es efecto de consensos entre las personas y de las relaciones de poder puestas en juego.
Actualmente, la mayoría de las disciplinas cuestionan las ideas que eran hegemónicas y centrales de la modernidad para pensar cualquier desarrollo científico serio.
Una buena razón para ello tiene que ver con la imposibilidad de alojar toda “novedad radical” que acontezca, pues ¿cómo cabe allí, donde reinan la causalidad y la razón suficiente?
Volvamos entonces a los ejes citados al inicio: devenir psíquico, lo constitucional, el azar y las familias.
Al plantear devenir psíquico entre lo constitucional y el azar, o familias y devenir psíquico, les confieso que me encuentro ante un problema para hacer un discernimiento, una distinción. No me es posible, pues se trata de un indecidible, es cómo intentar separar y distinguir, el café de la leche que tomo cada mañana.
Entonces, nos invito a preguntarnos las condiciones con las que pensamos, trabajamos y vamos deviniendo analistas.
Descubrir américa. Inventar América
Freud pudo y se atrevió a aventurarse en otro territorio. De pronto, la histeria no era una locura de las mujeres derivada del hecho de tener un útero, sino que se trataba de los modos posibles de expresar lo que lo epocal sancionaba como una in-adecuación.
Hasta ese momento, el criterio psicopatológico que primaba era una ruptura de las relaciones de causa y efecto dadas por una degeneración. O sea, el eje constitucional.
En aquellas clases con Charcot en el hospital de la Salpêtrière, “entre” lo que Charcot exponía, lo que las “histéricas” expresaban y Freud, se crearon las condiciones para que Freud percibiera alguna inconsistencia sobre lo que decía Charcot, lo cual sirvió de piedra basal para inventar el psicoanálisis.
Freud pudo pensar algo diferente respecto a las “histéricas”, se topó con una dislocación. Pudo ver con otros ojos. Una dislocación permite pensar lo inexistente hasta entonces.
No se piensa lo que no se ve.
Construyó así el psicoanálisis, crear lo que no existía hasta ese momento, posicionarse en otro lugar; aunque simultáneamente, pensaba desde el modelo determinista y realista de su época. Lo que podemos llamar devenir psíquico. Le resultaba un imposible salir de la oposición binaria – constitucional/azar-.
Las series complementarias las incluye de algún modo, para sostener por un lado las condiciones causales, pero también para resolver la cuestión del azar.
Freud y el psicoanálisis cabalgaron a dos aguas entre los consensos normatizados del determinismo y la razón, y simultáneamente atreviéndose a con-mover lo pensado hasta entonces.
Es cómo la diferencia entre pensar que América estaba allí y sólo hacía falta descubrirla o que América es inventada al llegar los españoles. Diferencia que a veces, aún hoy, nos resulta difícil poder pensar.
Devenir psíquico. Devenir otro.
Los vínculos, la vincularidad, no fue un tema a considerar durante mucho tiempo por el psicoanálisis. Comienza a introducirse primero con el trabajo grupal, y luego, cuando quienes trabajaban con pacientes esquizofrénicos, consideraron la inclusión de las familias, para lograr cambios y tratamientos más efectivos.
El andamiaje bajo el cual comenzó a forjarse una clínica de los vínculos era el de la modernidad. O sea, el determinismo, el estructuralismo, la causalidad y la linealidad temporal, las lógicas identitarias y binarias, el carácter nuclear de los complejos. La modernidad pensó a la pareja y a la familia con un modelo universal y atemporal, bajo similares condiciones subjetivantes.
Se trataba entonces, de develar las causas inconscientes reprimidas, escindidas, desmentidas, etc., para desmantelar la producción sintomática. Todo ello, de la mano de analistas trabajando desde una posición de abstinencia y neutralidad.
Diversos modos de nombrar el trabajo con parejas, familias y grupos lo ilustran: estructura familiar inconsciente, colusión, pactos y acuerdos, etc.
Durante bastante tiempo, quienes trabajamos con vínculos también sosteníamos estas ideas.
Dichas teorías planteaban las relaciones entre las personas haciendo eje en el devenir psíquico, es decir en la trama de las relaciones entre sujeto-objeto de los miembros de una relación. El otro era un semejante. Se trataba de distinguir las alteridades y las representaciones en juego, de las mutuas proyecciones de la relación.
Pero…en algún momento algo comenzó a hacer ruido.
Para la época en que Moreno escribió el artículo mencionado anteriormente, muchos psicoanalistas tomamos contacto con las ideas de Badiou respecto al acontecimiento.
¿Cómo pensar una novedad radical con una concepción determinista? ¿Cómo podía, cómo puede, aspirarse a neutralidad alguna?
En uno de los múltiples debates de aquella época, Ignacio Lewcowicz hizo una distinción clara para entender y poder pensar que es la idea de Acontecimiento de Badiou. Pensar cambio, planteó, no es una transformación de lo mismo. Cambio es algo otro, algo que no estaba en lo previo.
En un trabajo anterior escribí lo siguiente, que comparto con ustedes hoy aquí. “¿Cómo pensar otras condiciones posibles? ¿Cómo pensar el azar no como serie complementaria sino como inherente al hecho de vivir, de existir? ¿Se puede pensar la caída de la hegemonía patriarcal, el feminismo, los debates sobre identidad de género, los profundos cambios que las tecnologías derraman incesante y vertiginosamente, con un modelo identitario y binario?”
Diana, una madre de 94 años le dice a una hija, Vivi de 63. “Yo sé lo que es bueno para vos porque soy tu madre”. Muy diferente a la fina creatividad de Quino en el siguiente diálogo entre Mafalda y su madre: “Pero… ¿por qué tengo que hacerlo? ¡¡Porque te lo ordeno yo, que soy tu madre!!!¡¡si es cuestión de títulos, yo soy tu hija!!! ¡Y nos graduamos el mismo día! ¿O no?”
La diferencia entre ambas madres y Mafalda refleja lo que significó el cambio de paradigma. La primera situación vincular, está saturada de certezas alrededor de la representación madre-hija y no es hospitalaria para introducir la ajenidad de cada una. Primero hay madre que instituye y da sentido. Cómo así también ocurre en las palabras de la madre de Mafalda.
Los dichos de Mafalda expresan lo que implicó pensar que la subjetivación no se instituye desde un afuera, sino que es una producción vincular. Qué no hay primero pareja, luego familia, luego madre, luego hijo. No se trata de devenir psíquico. Se trata de devenir otro. Otro con otros.
El cambio de paradigma significó conmover y cuestionar conceptos. Autores como Berenstein, Puget, Moreno, Rodulfo entre otros se atrevieron a ello.
Surgieron entonces otras ideas respecto al concepto de pulsión, a la relación entre inconsciente e historia, a la diferencia entre representación y presentación.
Lo vincular invitó a pensar en situación, a pensar sin centro, a pensar sin anticipación posible. También llevó a incluir y visibilizar la incertidumbre del vivir, y por, sobre todo, a pensar que lo vincular es una producción entre dos o más, donde sólo cabe la mutua afectación que la presencia de uno y de otro imponen.
“¡Quiero que diga, nunca habla! ¡No sé qué piensa! dice Jere.
Bueno…te cuento. No entiendo que te fueras a un bar y vuelvas a cualquier hora, intenta acercar Mati.
¡Ah, no, así no se puede! ¡Yo no estoy dispuesto a esto!, grita Jere.”
¡Qué difícil es pensar la descoincidencia! Estar con otro, como el vivir, son experiencias inciertas, inanticipables. Pedir que otro hable, pero diga lo que uno espera, implica pensarlo y tratarlo como un objeto representacional. Inevitablemente producirá sumisión o violencia.
Los desarrollos teóricos vinculares llevaron a distinguir entre el semejante y el otro, entre la representación y la presencia.
El otro y el otro que uno es para el otro, exceden a toda representación. No hay modelos, no caben universales. Inevitablemente dislocaciones, desacoples acontecerán en cada encuentro. Sacude todo posicionamiento narcisista. Las vincularidades son experiencias singulares producidas una y otra vez entre quienes participan de la producción vincular.
Como el dale que jugamos de los niños, no anticipa el jugar y sus afectos. Se trata de lo que se presenta y sus efectos en ese momento, en el presente.
Jere, como Diana, como la madre de Mafalda con sus palabras expresan que el otro tiene que coincidir con lo que esperan. ¿Cómo cabe allí un devenir otro, un cambio si se espera lo pensado de antemano?
“Gabriel está jugando en el jardín con sus compañeritos. De golpe se desvanece, las maestras corren rápidamente en su auxilio, la directora llama a los padres. Asustadas imaginan algo terrible. Al encontrarse con el pediatra, le pregunta, ¿qué pasó Gaby? La calesita daba veltas y veltas…”
Lo cotidiano nos expone a toparnos con situaciones conocidas o no, con elementos dispersos. No todo lo innombrable es por falta de simbolización. A veces simplemente es porque no tiene existencia previa y se trata de algo impensado.
Si lo incluimos, cómo plantea Puget, percibimos la inmensidad de lo ajeno. Cómo el hecho mínimo de preguntar, ¿qué pasó Gaby?
“Entre enojada y apenada, Paula le pide a su madre: no quiero que me sigas preguntando y presionando por la carrera, cursé este tiempo y no me gusto…ya está.
Pero… ¡es la tercera carrera que empezás y dejás!, ¡¿cuantas más?! le responde su madre.
¡Nunca confían en mí!, insiste Paula. No me gusta estudiar las carreras que a ustedes les gustaría que yo elija. Quiero probar otras e ir viendo que me pasa, que me gusta. ¡No soy intelectual como ustedes!”
¿Qué se juega entre el cursé este tiempo, no me gustó, el no soy intelectual como ustedes de Paula, y el empezás y dejás y cuántas más de la madre?
¿Puede Paula explorar y elegir más allá de los ideales y la representación que sus padres imaginan? ¿Pueden los padres aventurarse a territorios inciertos?
¿Se trata de poner en el centro que Paula es adoptada, marca de origen, y entonces todo desvío de los deseos y ambiciones parentales visibilizan la impropiedad respecto al ser hija de ellos? Idea determinista e identitaria.
¿O se trata de considerar, qué lógica se pone en juego en las diversas modalidades de la vincularidad familiar? Soportar que el otro es otro y que no hay lazo de sangre alguno que pueda convertir al otro en “mi semejante”.
El otro, es invariablemente un ajeno. Su ajenidad es aquello que excede a toda representación posible, a todo objeto proyectado. Su presencia no tiene representación posible. Sólo le cabe presentarse, al igual que su ausencia.
La representación se construye alrededor de representaciones existentes.
Pensar desde una perspectiva la vincular, implica entonces que las condiciones del vivir sólo pueden ser azarosas, ya que toda marca, huella de origen, asientan sin fijeza alguna en los modos de producción vincular, que son cambiantes, discontinuos y en permanente devenir.
Estar con otro es un trabajo emocional particularmente arduo, decía Berenstein. Planteando una diferencia teórica respecto al vínculo y a la pulsión. “La presentación de lo inaccesible es el motor del vínculo y aquí se postula una diferencia importante con respecto a la idea de que el vínculo se despliega con el cumplimiento de lo representado.” Quizás hallemos allí la diferencia sustancial entre “vínculo” y “pulsión” aunque después se piense que pueda recubrirse y engañosamente usarse a la segunda como determinante del primero. (Berenstein, 2004)
La presentación hace tope a la representación. Nos obliga, como estamos haciendo por ejemplo hoy aquí, a hacer lugar a lo que se presenta y eso produce un pensar.
14 de mayo 2025