“¿Cómo fueron trazados los primeros signos capaces de hablar por nosotros en nuestra ausencia?”
“ En el momento de interrogar el origen de la escritura, lo primero que se me escapa es el lugar del que proviene la mía”.
“Aquel que acaba de escribir, ¿puede decir de dónde procede, lo que en la forma de sus letras, sólo le pertenece a él?”
Gerard Pommier²
“Parecen dibujos,
Pero dentro de las letras están las voces.
Cada página es una caja infinita de voces
Mia Couto³
“Me siento heredera de esas mujeres que desde siempre han tejido historias. Escribo para que no se rompa el viejo hilo de voz”
Irene Vallejo⁴
Distintas voces, desde distintas perspectivas, se preguntan por la escritura, su sentido, su origen, su razón de ser, y por la transmisión.
Recuerdo la primera vez que leí a Freud. El análisis profano. Cursaba entonces la materia Antropología de la carrera de Psicología, en la Facultad de Filosofía y Letras. Su manera de escribir tan clara y a la vez profunda, me atrapó. Su diálogo con un supuesto interlocutor profano, me hizo sentir, en tanto lectora, parte de esa conversación. También era a mí a quien le hablaba, a mi curiosidad, a mi intriga y ganas de entender qué era el psicoanálisis. Agradezco su capacidad poética. Nunca mejor dado el Premio Goethe de Literatura.
Sin saberlo entonces, empezaba a descubrir un mundo nuevo a explorar, donde las artes, las ciencias y su accesibilidad a la comunidad se entrelazaron en mí para siempre.
Freud tuvo la capacidad, aún en sus textos más duros, de sumergirnos en sus razonamientos, sus supuestas dudas, como si formáramos parte de su proceso de pensamiento. Se pregunta y, luego, no tiene empacho en decir que la respuesta, que ayer tuvo un sentido, hoy ya no es suficiente. Y que, tal vez, se descubrirá otra en el futuro. Hasta poco tiempo antes de morir siguió pensando y reformulando su teoría.
En la transmisión se trata sobre todo de esto, del efecto de una actitud. Una relación con el saber propio y el del otro. Una intención. Dice Michele Petit (2015) que “la transmisión cultural es una forma de presentar el mundo que otros me pasaron y del que yo me apropié o,(…) el que descubrí, construí, amé”. Y, agrega,” para que escribas tu propia historia entre las líneas leídas” (pp. 21-.25). Como en el análisis, se transmite en el hacer y se confirma en la experiencia el efecto de una transmisión.
Gerard Pommier (1993) al interrogarse sobre el origen de la escritura se remonta a la historia de las grafías y la articulación en tanto conjunción o disyunción entre el escribir y el dibujar. En este sentido expresa:
“El que un niño no pueda escribir antes de cierta edad no se debe a que antes haya sido técnicamente incapaz de hacerlo. En efecto antes de estar en condiciones de formar palabras ya ha llevado a cabo operaciones más complejas que la consistente en hacer corresponder un sonido y un signo. Si no pudo hacerlo hasta entonces es más bien porque su relación con la representación pictórica, su valor psíquico, se lo impedía. Cuando haya recorrido cierto camino con respecto a los dibujos, un niño se pondrá a escribir, mientras que antes, por inteligente que fuese, no podía hacerlo”. (p.11).
“La lengua no se aprende en el sentido usual del término”…”Apoderarse de la lengua es un hecho cultural aunque, por otra parte, cada niño se introduzca en la palabra de acuerdo con su acto de aprehensión propio”. (p.9)
Me resulta muy interesante cotejar estas reflexiones de Pommier con el pensamiento y la experiencia del maestro argentino Luis F. Iglesias quien, en una pequeña escuela rural de la provincia de Buenos Aires, creó una nueva didáctica de la lectoescritura. Él supo entender el valor de los recursos propios de los chicos, como el dibujo, al que llegó a considerar la primera escritura de la infancia.
En su libro “Confieso que he enseñado” nos cuenta cómo surgió en él la “obsesión” por la enseñanza de la lengua escrita”. Habla de su madre, Doña Joaquina, analfabeta, y del abatimiento y la impotencia que vio en ella cuando quería leer las cartas de sus hijos y la furia que le provocaba el no poder comunicarse y expresarse. Nos dice:
“Sería errado suponer que mi objetivo era sólo el surgimiento de la palabra en los trazos de los niños. Había algo más. Y ese plus estaba inevitablemente conectado con las penurias de mi madre. Por eso nunca me detuve solamente en el nacimiento de la palabra escrita sino también en su trascendencia humana como imprescindible vínculo de expresión y comunicación”. (p.37)
Iglesias, en primera instancia, puso el eje en la habilitación de una motivación en sus alumnos, el poder transmitir aquello que era significativo para ellos, relacionado con su entorno, su vida cotidiana, sus sentimientos, sus vivencias y, en segunda instancia, en la destreza de la palabra escrita, la que nunca descuidó.
Habilitó el espacio para que surgiera un “cuaderno de pensamientos propios”, intransferible, donde cada niño volcaba, a su manera y con sus posibilidades, aquellas situaciones e historias de su cotidiano que le provocaban interés. Así surgieron unos cuadernos maravillosos llenos de dibujos entrecruzados con incipientes escrituras convencionales. Leyéndolos y mostrándolos a sus compañeros y maestro (trabajo en grupo, si lo hay) se fueron interesando en aprender a escribir, esforzándose por hacerlo cada vez más ajustadamente, de acuerdo a una convención que los precedía, para poder expresarse de una manera común a todos. Los mismos niños lo fueron guiando en su camino. Algo de este clima educativo se vislumbra en este diálogo:
Alumno: (luego de haber encimado la “rr” en la palabra churrinche): “Señor, discúlpeme que me equivoco en algunas partes”
Maestro Iglesias: “Mi querido Abel, yo te perdono de todo corazón tus equivocaciones. ¡Es tan lindo leer cosas como las tuyas! Escribe, escribe mucho todos los días. Tu maestro” (p.54)
La psicomotricista Leticia González dirá que cada niño cuenta con una lectura del mundo que no solo necesita aprender a escribir, sino que necesita que sea escuchada para ser identificada. Y esto fue lo que hizo Iglesias y lo que hace toda educación que tome en cuenta al sujeto, la persona a quien se dirige, sea niño o adulto.
En su texto “La ética y la educación”, Winnicott (1963) asevera:
Cuando el niño avanza hacia el estado adulto, el acento ya no está en el código moral que nosotros le transmitimos, sino en eso más positivo que es el acervo de los logros culturales del hombre. Y en lugar de educación moral tenemos que darle al niño la oportunidad de ser creador, esa oportunidad que le ofrecen la práctica de las artes y la práctica del vivir a todas las personas que no se limitan a copiar y obedecer, sino que auténticamente progresan hacia una autoexpresión personal (p.136 )
No todas las sociedades tienen escritura. Sin embargo, todas las civilizaciones han dado cuenta de una práctica artística, ya sea el dibujo, la pintura, la escultura, la danza, el canto, incluso en algunas pocas culturas son parte de sus rituales cotidianos. Como le gusta decir a Marta Calvo⁵, se trata del arte como expresión de una cultura. Aspecto que se ha perdido mayormente en la actualidad. Los dibujos en las cavernas, los instrumentos musicales hallados en ellas portan un mensaje que aún se dirige a nosotros ¿Con qué fin? Sólo podemos inferir la intención. Pero al ser trazos que perduran en el tiempo, nos permiten adentrarnos en ese mundo misterioso y desconocido. Hablan en ausencia de sus creadores. El dibujar y el escribir dejan una huella no sólo simbólica. Tienen la potencialidad de perdurar, ser vistos y leídos. Y, por qué no, escuchados.
A modo de conclusión, el maestro rural Luis F. Iglesias, para poder crear una nueva escuela debió hacerlo en los márgenes de la educación oficial, historia que se repite no pocas veces. El psicoanálisis siempre corrió el riesgo de desvirtuarse. En todo caso, que los psicoanalistas no estemos a la altura de mantenerlo vigente. Mientras sepa interpelarse y estar abierto, gozará de buena salud. Para mí hay autores como Winnicott, Bleger, Pichon Rivière y Silvia Bleichmar, entre otros, que dan cuenta de ello.
En la educación, ámbito en el que me muevo hace ya muchos años, las burocracias son de otro orden de complejidad e incidencia. Los apremios sociales exigen otra calidad de respuestas que no siempre llegan. Sin duda, interdisciplinarias.
Hoy en día, que tanto se piensa y repiensa en el aprendizaje de la lectoescritura, qué bueno sería volver a escuchar y leer al maestro Iglesias y a estudiosos actuales, escritores, psicólogos, antropólogos, psicomotricistas, trabajadores sociales, educadores…, que llevan años en la investigación e intervención en territorio, interesándose por la transmisión cultural desde la primera infancia, niñez y adolescencia.
Las letras y las palabras no siempre alcanzan para expresar todo lo que uno tiene para decir. A veces un dibujo nos rescata de esta limitación. Los anotadores plagados de dibujos, al lado del teléfono, daban cuenta de ello. Esta experiencia la he tenido viajando. Me recuerdo en un hotel del Cuzco, escribiendo una carta. No me alcanzó con la palabra escrita para expresar lo que sentía. Necesité dibujar la ventana que tenía frente a mí; luego, la fotografié. Después de muchos años es una imagen, una atmósfera, que me acompaña desde entonces.
El dibujar en un niño no es hacer algo lindo que a algunos les sale bien y a otros no. Es una posibilidad de comunicación consigo mismos y su entorno no siempre registrada, ni suficientemente valorada por los adultos. Quienes muchas veces miran sin mirar lo que los niños hacen y producen espontáneamente, el lenguaje propio de la infancia. He visto abrirse mundos enteros en niños pequeños, con sólo brindarles un espacio donde desplegarlo. Niños de quienes se decía que no sabían dibujar o que no les interesaba hacerlo y que, cuando se les brindaba el tiempo y la ocasión, descubrían, para sorpresa de ellos y su entorno, el placer de esta forma de expresión. Modificando incluso estados de inquietud antes presentes. La expresión bien cuidada se convierte así en el propio lenguaje del niño.
“Los niños saben perfectamente que los unicornios no son reales”, dice Ursula K. Le Guin. “Pero también saben que los libros sobre unicornios, si son buenos, son reales”. (p.15)
El cómo se transmite, el estar convencido de lo que se hace en consonancia con lo que se dice, por qué, para qué y cómo hacemos lo que hacemos hace a la diferencia.
Como dice mi amiga Ana, parafraseando a Gabriela Mistral, la infancia es hoy, no puede esperar.


