NÚMERO 12 | Marzo, 2015

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Diversidad parental. El problema de la construcción fálica en el varón en el seno de una familia homoparental | Angélica Casado Sastre

Ponencia de la Mesa «Diversidad parental. Documental “Homo Baby Boom”» organizada por el Área de Niños y Adolescentes, perteneciente al Ciclo «Miércoles en la Escuela», mayo de 2015.

Como repensar las variables en la clínica de niños a la luz de ciertas invariables en la constitución psíquica, en este caso, la construcción fálica en el varón, asumiendo la teorización clásica como punto de articulación para lo nuevo.

Antes de exponer algunos de los aportes de Silvia Bleichmar en Paradojas de la sexualidad masculina me gustaría compartir con ustedes el estímulo que promovió en mí hacer este recorte del tema. Como terapeuta de niños tuve oportunidad de asistir a varoncitos, hijos de familias homoparentales tripartitas.

Los interrogantes que surgieron desde el material clínico eran, entre otros, los relacionados con el proceso de la construcción fálica en el varón en el seno de una familia homoparental y, a partir del mismo, como poner en juego la teoría clásica en una clínica nueva. Silvia Bleichmar dice que «desde el interior de la clínica misma se marcan las insuficiencias de nuestra teoría, ante nuevos modos de ejercicio de la sexualidad, que señalan los límites de una práctica sostenida en enunciados, que ya registran poco alcance para el cercamiento y la transformación de los fenómenos que enfrentamos». Agrega que «el efecto del estallido de las formas clásicas de procreación y crianza en las familias monoparentales y homoparentales permitirán en el futuro analizar las variaciones que este esquema clásico debe sufrir […] pese a saberme atravesada por los modos dominantes de subjetividad de nuestro tiempo, espero poder lograr el mayor despojo posible del esquema para poder trasladarlo, hasta mostrar sus límites, a nuevos dominios». En relación con la sexualidad, aclara que no es un camino lineal que va de la pulsión parcial a la asunción de la identidad, pasando por el estadio fálico, edípico, sin un complejo movimiento de ensamblajes, resignificaciones y articulaciones provenientes de diversos estratos de la vida psíquica, de la cultura, de incidencias de la ideología y de las mociones deseantes… La angustia de castración no es suficiente para analizar a nuestros pacientes. Hoy la ecuación freudiana pene-potencia es reemplazada por dinero-potencia. La integridad que proporciona la fortuna puede ser un articulador narcisista de mayor calibre que la identidad corporal.

En el proceso de construcción fálica en el varón, podríamos pensar que los varones parten de una premisa cultural en la cual se les atribuiría tener el falo, al estar significado anatómicamente como tal, no les faltaría. En el recorrido se tiene que dar cuenta que nadie lo tiene y nadie lo es. Tenerlo y perderlo ya que el pene no es el falo. La idea que el falo no existe y que solamente es una articulación simbólica sería la construcción a la tenemos que llegar todos. Dice Silvia «La presencia de pene real ha operado como un obstáculo epistémico, al llevar a considerar que la sexualidad masculina recorre un camino lineal, en razón de que el niño varón conserva el objeto primario junto con el órgano de origen, en una contigüidad que se muestra hoy poco fecunda».

Las fantasías de masculinización muchas veces se expresan en función de ir en busca de la incorporación de la virilidad a partir de la relación con otro hombre, como fantasías homosexuales en relación con la posición activa o pasiva masculina. Este será un tema a tener en cuenta.

Con respecto a lo inconciente reafirma la autora que el inconciente no es ni volitivo, ni intencional, ni subjetivo. Se regula bajo las leyes del proceso primario. Es por eso que no se puede pensar que el deseo que se expresa de cuenta de una Identidad inconciente que el sujeto de la conciencia desconoce. Lo que emergen son los fantasmas que en el sujeto habitan. Nadie puede ser en el inconciente lo opuesto a aquello que es en la conciencia, en razón de que nadie puede, simplemente, ser en el inconciente. Ninguna fantasía puede ser interpretada como si diera cuenta de otro que no reconocemos ser.

Del mismo modo, no se es «homosexual en el inconciente» ya que el inconciente desconoce la disyunción que llevaría a la diferencia homosexualidad/herterosexualidad.

Para dar cuenta de las paradojas en la sexualidad masculina, hace referencia al caso de un niño de 7 años que consulta por un síntoma que consistía en morderse el cuello de su ropa hasta desgarrarlo, unido a una actitud general pasiva. La constelación edípica en la cual se constituía estaba marcada por la presencia de una madre narcisista con cierta actitud desvalorizante hacia el padre. El padre asumía un lugar secundario ejerciendo sus funciones parentales, facilitando la apropiación de esta madre hacia el hijo. El niño, encapsulado en el interior materno, manifestaba su temor a desprenderse de esta posición inicialmente atribuida, en el intento desesperado por desgarrar, a través de sus vestimentas, el tegumento envolvente que lo contenía y, al mismo tiempo, que lo sometía. En el trascurso del tratamiento, pudo desplegar sus fantasías masculinas agresivas haciendo luchar a unos soldaditos. De repente los soldados empezaron a pincharse los traseros entre sí con sus bayonetas, el niño comenzó a dar gritos en los que se conjugaban placer y dolor. Silvia interpretó al niño según la teoría clásica en relación con sus deseos homosexuales. El niño mientras lloraba le decía: «¡No es eso, no entendés nada!».

La fantasía de penetración entre hombres fácilmente calificable de homosexual parecía estar presente desde lo manifiesto del juego, aun cuando el sentido no era obvio. La autora aclara que no había percibido aquello que estaba más allá de los límites de la teoría que manejaba, que acababa de emerger, de manera paradójica, un deseo de masculinización a través de la incorporación del pene paterno. Este aspecto pudo tener cabida luego del pasaje de pasivo a activo que culminaría con el desprendimiento de la madre propiciando una identificación masculina. La autora señala que al quedarse ella con la idea del pene, desde una perspectiva solo homosexual, no percibía el deseo de masculinización en él implícito, que abría paradójicamente el camino hacia una heterosexualidad posible. El niño lo manifestaba reclamando: «¡¡No entendés nada!!». La intervención había promovido que el niño, al incorporar el pene paterno, ejercía él mismo su sadismo genital en un movimiento que lo arrancaba de la presencia capturante de la madre.

Silvia puntualiza tres tiempos en la constitución sexual masculina:

  1. En el primer tiempo, se instituye la identidad de género, coexiste con los contactos precoces con el cuerpo del padre. Se produce con desconocimiento de su función sexual. No asume carácter genital. No se sostiene en el reconocimiento de la diferencia anatómica, pero implica un posicionamiento en relación con la bipartición en la que el otro significativo determina los rasgos identitarios: «Eres niña o niño». Esto implica vestimenta, juegos, expresar emociones de una u otra manera. Se marca el núcleo del yo y se instalan los atributos de la cultura. Coincide con el polimorfismo perverso y es anterior al reconocimiento de la diferencia anatómica. Es la identificación ofrecida por el otro. Entendiendo la operatoria ejercida por el otro humano, cuando reconoce al niño como idéntico ontológico, le abre la posibilidad de inscribirse en una propuesta identificatoria que lo humaniza. Esta identificación es al yo propio con el del otro, a través del recorrido de un sistema de enunciados que se inscriben en redes libidinales del otro. Las atribuciones de género son entonces efecto de un «significado al sujeto». La identidad ontológica marca el carácter humano del niño a partir de que el otro lo considera parte de su misma especie, esto es un hecho simbólico y no biológico; se articula como identidad sexual, como demuestra la importancia del nombre propio. Este primer tiempo coexiste con el polimorfismo perverso, con la sexualidad llamada pre-genital y, solo a posteriori, será resignificado cuando la diversidad de atributos que pone en juego sea recapturada por la diferencia anatómica. En los primeros tiempos no hay sujeto, lo pasivo no es vivido como la resignificación femenina que le será otorgada a posteriori. Estas inscripciones precoces constituyen la base erógena necesaria sobre la cual se inscribirán los deseos eróticos por el padre, resignificados a posteriori por los fantasmas de masculinización.
  2. El rasgo del segundo tiempo está dado porque en él se establece el descubrimiento de la diferencia anatómica de los sexos. En el varón, el atributo real, bilógico no es suficiente para constituir la masculinidad genital y la potencia fálica general. Es necesario, y aquí radica la cuestión fundamental, que el pene se invista de potencia genital la cual se recibe de otro hombre. A esto se suma la significación que el pene del hijo cobra para la madre. El proceso se desdobla en dos partes: por un lado, recibir a través de un fantasma de incorporación del pene del adulto —estadísticamente el padre— la potencia que confirma la masculinidad, recepción en la que se juega la paradoja: solo se posibilita la instauración de la virilidad a costa de la incorporación del pene paterno, lo cual instaura la angustia homosexual dominante en el hombre. Por otro lado, la búsqueda de indicios en la mirada de la madre en relación con el valor del pene del cual es portador el «infantil sujeto» y de la valoración en la mujer al pene del hombre y de su relación con el del hijo, cuyas variaciones son múltiples y determinan los modos con los cuales se definen los mensajes que circulan en la constitución narcisista de la masculinidad.
  3. Y un tercer tiempo en el cual se definen las llamadas identificaciones secundarias que hacen a las instancias ideales. En el varón no se trata de «ser hombre», sino «qué clase de hombre se deberá ser»; esto se articula en las prohibiciones y mandatos que constituyen la conciencia moral y los ideales.

La manera en que estos tres tiempos previos determinan el modo de asunción de la genitalidad a partir de la llamada metamorfosis de la pubertad no es lineal.

Como en toda génesis, no hay nada prefijado, sino un camino que construimos y que en el momento del ejercicio y la asunción de la elección del objeto de amor genital una complejidad predeterminada se encontrará con algo del orden del acontecimiento, de lo azaroso que coagulará, en cierta dirección, las dominancias posibles.

Las paradojas

Ser como el padre en cuanto sujeto sexuado y, al mismo tiempo, no ser como el padre, en tanto poseedor de la madre.

El enlace de amor con el padre, sin el cual la identificación sería imposible. Y en estas corrientes tiernas y eróticas se revela desde el inicio una cuestión que liga al niño a la homosexualidad.

Bibliografía

Bleichmar, S.: Paradojas de la sexualidad masculina, Buenos Aires, Paidós, 2006.

Acerca del autor

Angélica Casado Sastre

Angélica Casado Sastre

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