NÚMERO 19 | Mayo 2019

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Duelos y aperturas | Stella Maris Grisolía y Raquel Szlajen

Ponencia de la Mesa «Duelos y aperturas» organizada por el Área de Mediana Edad y Adultos Mayores, perteneciente al Ciclo Miércoles en la Escuela, octubre de 2018.

Este año hemos re-visitado el film El invitado de Invierno y la edición que ya habíamos realizado para otra presentación en la Escuela. El tema que esta vez nos convoca es el de “Duelos y aperturas” tanto en la mediana edad como en la adultez mayor y este bello film nos ayudará a bosquejar ideas.

¿Qué entendemos por duelo en estas edades? En todas las edades nos encontramos con duelos, no es privativo de estos períodos. Entre las características de estas edades figuran las pérdidas de seres queridos, de funciones corporales y de la próxima finitud.

Observamos que con la resolución de duelos, quien tuvo objetivos y logros —aunque no alcanzados todos, probablemente— pueden aparecer nuevas sublimaciones, intereses, actividades encontrando que el pasado puede convertirse en pasado y esto da lugar al entusiasmo, a la necesidad de volver a sentir la alegría y el placer.

El trabajo de duelo implica retirar la libido de ese objeto, al decir de Freud, “pieza por pieza”[1], con un gasto de tiempo y energía psíquica, finalizando el duelo en la emergencia de si el objeto es sustituible o insustituible.

Siendo que el duelo es un transitar que impulsa a la búsqueda de una respuesta entre la realidad acerca de que el objeto, organismo libidinalmente investido, no existe más, pero el objeto libidinal sigue estando en el afecto y en el psiquismo, hay un tiempo del duelo que es subjetivo. Este tiempo es el trabajo de subjetivación que hace un sujeto ante la desaparición, la muerte en lo real de un objeto que fue amable para él.

El tiempo y las formas del duelo también fueron variando, desde el ser acompañado públicamente en el dolor por la pérdida a transformarse en una relación absolutamente privada con el muerto.[2]

Freud nos alerta y dice que la noción más cercana que tenemos de la propia muerte es la muerte de un ser querido.

¿Y qué le sucedió al creador del Psicoanálisis con la muerte de seres queridos?

Max Schur en su libro La muerte en la vida de Sigmund Freud y tomado por Ernesto Lansky en su artículo “Cuando Freud trata con la muerte de personas queridas”[3],  describe:

Uno no quiere morir demasiado pronto, ni completamente —decía Freud—. Pero, a riesgo de morir, preferiría una muerte súbita.

  • En 1920 se publica el escrito de Freud Más allá del principio del placer.
  • El 20 de enero muere su amigo Anton von Freund.
  • El 25 de enero llega el telegrama que anunciaba la muerte de Sophie Halberstadt, la hermosa hija de Freud a quien llamaban “criatura primorosa”. Embarazada de su tercer hijo y de casi veintiseis años, dejaba dos niños: Ernest, de 5 años y 9 meses —el inventor del Fort-Da— y Heinz Rudolf, “Heinerle”, de 1 año y 1 mes.
  • En junio de 1923, año en el que había tenido lugar la primera de las treinta y tres operaciones que sufriera Freud a causa de su cáncer, muere su nieto Heinerle a los 4 años de edad por una tuberculosis miliar. 

En agosto de ese año, le escribía a Felix Deutsch:

Una comprensible indiferencia hacia la mayor parte de las trivialidades de la vida me demuestra que la “elaboración del duelo” se está realizando en lo profundo. No se me ocurre ninguna idea nueva y no he escrito ni una sola línea (Freud con 67 años).

 
Según le habría manifestado a Jones “esta pérdida le había afectado de una forma distinta… Había matado algo en él”.

Es verdad que perdí una querida hija de veintisiete años, sin embargo, lo sobrellevé extrañamente bien… pero dos años más tarde traje a Viena al niño más pequeño de esa hija… hacía las veces de todos mis hijos y de los otros nietos. Desde la muerte de Heinerle, ya no quiero conmigo a mis nietos y la vida no me gusta más.

 
Aunque continuó escribiendo.

A veces un niño puede hacer saber de golpe y de una manera clara cómo son algunas cosas y, quizás, Heinerle lo hizo con Freud, en la medida de su muerte, “mató algo en él”.

Dice Allouch: “…Se está de duelo no porque una persona cercana haya muerto, sino porque quien ha muerto se llevó con él en su muerte un pequeño trozo de sí”.[4]

En el duelo hay un reconocimiento y aceptación de la realidad. El objeto amado ya no existe, por lo tanto, al registrar la pérdida se abre la posibilidad de dar comienzo al trabajo de desinvestidura libidinal, cada uno de los recuerdos y las expectativas en que la libido se va anudando al objeto se van clausurando.

Comanda este proceso la realidad, esto no implica que se tramite sin tiempo, gasto de energía, dolor y displacer, pero si el yo se libera y puede investir otros objetos de amor, no será idéntico al objeto perdido, se trata de otro distinto por las marcas que deja la experiencia del duelo.

El trabajo del duelo comienza con una prueba de realidad, pues ese que en vida fue significativo desde el afecto para uno, está ahí inerme, va a haber un viviente enlutado que se va a ocupar, según las creencias, para darle un trato específico al cadáver.

Lo que da cuenta de la presencia de la cultura y las implicaciones sociales, acordando con lo dicho por el psicoanalista Bembribe que “para ser reconocida como tal aún la muerte biológica requiere de una sanción de lo social”.[5]

A partir de que se la reconoce muerta a esa persona, se comienza con las particularidades que nos antecedieron y el recuerdo del difunto pasa de generación en generación.

A la manera de viñetas, tomamos film que nos posibilita realizar varias aproximaciones al tema que estamos tratando.

Nos encontramos con Francis y Elspeth (hija y madre tanto en la ficción como en la vida real). Francis se encuentra “coagulada” en una pérdida que no logra tramitar y su madre corre en su ayuda. ¿Cómo salir del dolor del duelo que cala hondo en las entrañas? Observamos entre ellas: críticas —algunas despiadadas—, juegos, mimos. Una observa que el bastón no está y la otra, que con la cámara obsequiada hacía ya un tiempo sólo se retratan edificios.

Siguiendo la conceptualización de Julio Montero nos define a la mediana edad “como una etapa de la vida en la que cada persona se ve confrontada con un límite. Este límite deviene del reconocimiento de la finitud de la vida individual y consecuentemente de la limitación del tiempo restante por vivir…”.[6]

También nos habla este autor del “trauma por la propia muerte futura al vínculo subjetivo que cada persona mantiene permanentemente con su propia muerte futura”. Nos habla de micro-procesos continuos de elaboración, así como tramitaciones melancólicas cuya fantasía es del tipo del estancamiento; otra maníaca, descripta como de “recuperación del tiempo perdido”.

Aparentemente para Francis el futuro se ha detenido, la casa se presenta como un mausoleo, decorada con retratos de su difunto esposo. Realiza actividades para lograr un mero sustento. Sólo un corte de cabello aparece como un atisbo diferente. Su madre la increpa por ese corte, por dedicarse a otra actividad, por el encierro en el que se encuentra.

Nos formulamos qué lugar ocupan los vínculos en la elaboración de los duelos. También cuándo se terminan los cuidados hacia un hijo. ¿Tendrá que despedirse de la vida dejando encaminada la vida de su hija?

Observamos en la madre momentos de confusión y extravío. También la salud se va perdiendo. ¿Son acaso golpes para que su hija emerja de la reclusión en la que se encuentra?

Spinoza nos habla de que “nadie, hasta ahora, ha determinado lo que puede el cuerpo”. [7] Les comentamos que al inicio el director nos muestra una escena larguísima (que no incluimos) de esta madre caminando, sin bastón, sobre un terreno nevado.

¿Qué se gesta entre ellas, entre idas y vueltas? J. Moreno nos señala: “El arte del psicoanalista consiste, ante todo, en no interferir con las producciones que emergen en el seno del vínculo, dejarlas ser, y que preferentemente en ese vínculo productivo la voz de mando la tenga el paciente”.[8] Aquí el director puso manos a la obra y nos ofrece otras escenas. ¿Nuevos encuentros? La magia del arte. Dale que ayudamos a las presentadoras y agregamos nuevos personajes para que el trabajo les salga lindo… Y, sí, nos muestra un niño (que se había “rateado” del colegio) que comienza a hablar con la madre. Ella se entusiasma y, hete aquí, que también aparece la hija y toma algunas fotos. Ya está, tenemos la versión perfecta. Una hija que recupera la posibilidad de retratar fotos de seres humanos. Ella dice: “Puedo captar todo…”. Por supuesto, siempre hay imprevistos como en la vida y no captó todo: una mascota se escondió de la escena. Todos ríen y, a partir de ese momento, se genera un clima de calidez pese al frío imperante.

Rescatamos otra escena para nuestra edición, donde se las observa a ambas caminando del brazo y con la hija que esboza pequeños proyectos. ¿Elaboración? Aquí nos muestra el director una transformación con Francis empezando a emigrar del lugar oscuro en el que se hallaba y la madre siendo acompañada por su hija en los últimos días de su vida.

Y si volvemos a los teóricos, encontramos que existen vínculos que aumentan nuestra potencia (al decir de Spinoza) y otros que no. Pueden ocurrir diversos acompañamientos, algunos más cercanos a los que el doliente necesita, otros más discordantes, pero es con Otros el recorrido de salida hacia nuevos caminos.

Notas al pie

[1] Freud, S. (1991), Duelo y melancolía. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras Completas: Sigmund Freud (Vol. 14, pp. 235-258). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado (1917 [1915]).

[2] Szlajen, R. (2009). Función de los Ritos Funerarios en el Psiquismo. (Tesis de Maestría). Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados en convenio con la Universidad Nacional de La Matanza, Buenos Aires.

[3] Lansky, E. (Octubre, 1996). Cuando Freud trata con la muerte de personas queridas. Litoral, (22).

[4] Allouch, J. (1996). Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca. Buenos Aires: Edelp.

[5] Bembrive, C. H. (1997). Mujeres trágicas en duelo. Desgrabaciones del Curso de Posgrado Centro de Salud Mental N.°3 Dr. Arturo Ameghino.

[6] Montero,  J. (2009). Acerca de un tipo de trabajo psíquico en la Mediana Edad. En J. Montero, Mediana Edad. Estudios psicoanalíticos. Buenos Aires: Fundación Travesía.

[7] Spinoza, B. (2000). Proposición II: Ni el cuerpo puede determinar al alma a pensar, ni el alma puede determinar al cuerpo al movimiento ni al reposo, ni a otra cosa alguna (si la hay). Escolio. En B. Spinoza, Etica demostrada según el orden geométrico, (p. 129). Madrid: Trotta (Original publicado 1677).

[8] Moreno, J. (2016). Entre la inmanencia y la trascendencia. En J. Moreno, El psicoanálisis interrogado. Buenos Aires: Lugar.

Bibliografía

Allouch, J. (1996). Erótica del duelo en el tiempo de la muerte seca. Buenos Aires: Edelp.

Bembrive, C. H. (1997). Mujeres trágicas en duelo. Desgrabaciones del Curso de Posgrado Centro de Salud Mental N.°3 Dr. Arturo Ameghino.

Freud, S. (1991), Duelo y melancolía. En J. L. Etcheverry (Traduc.), Obras Completas: Sigmund Freud (Vol. 14, pp. 235-258). Buenos Aires: Amorrortu (Trabajo original publicado (1917 [1915]).

Lansky, E. (Octubre, 1996). Cuando Freud trata con la muerte de personas queridas. Litoral, (22).

Montero,  J. (2009). Acerca de un tipo de trabajo psíquico en la Mediana Edad. En J. Montero, Mediana Edad. Estudios psicoanalíticos. Buenos Aires: Fundación Travesía.

Moreno, J. (2016). Entre la inmanencia y la trascendencia. En J. Moreno, El psicoanálisis interrogado. Buenos Aires: Lugar.

Spinoza, B. (2000). Proposición II: Ni el cuerpo puede determinar al alma a pensar, ni el alma puede determinar al cuerpo al movimiento ni al reposo, ni a otra cosa alguna (si la hay). Escolio. En B. Spinoza, Etica demostrada según el orden geométrico, (p. 129). Madrid: Trotta (Original publicado 1677).

Szlajen, R. (2009). Función de los Ritos Funerarios en el Psiquismo. (Tesis de Maestría). Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados en convenio con la Universidad Nacional de La Matanza, Buenos Aires.

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