Creo que el amor es el combustible que necesitamos para continuar viviendo. Algún día ese amor puede terminar. O puede no significar nada. Pero incluso si el amor se desvanece, incluso si no es correspondido, todavía es posible mantener el recuerdo de haber amado a alguien, o de haberte enamorado de alguien. Y esa es una valiosa fuente de calor.
Haruki Murakami.
Algunos comienzos
Hace poco nos tropezamos con un libro de una escritora muy joven, Aura García Junco, titulado: El día que aprendí que no sé amar. En el mismo va relatando diversas maneras de vincularse, proponiendo al lector/a salir de la idea de monogamia como única alternativa posible, entre otras cuestiones.
A nosotras, desde nuestro lugar de terapeutas de pareja, y partiendo de la escucha clínica (que de ninguna manera pretende ser representativa de la población general) nos parece que, si bien van surgiendo otros modos de vincularse y hacer pareja, se escuchan preponderantemente discursos conservadores que sostienen aún dicotomías: solo-a/ en pareja (y en cada uno de estos extremos aparecen sufrimientos.)
En un artículo trabajamos la idea de “abrir la pareja”, como forma de no pedir “todo” a este vínculo, tomar conciencia de la sobreexigencia que éste porta. Lo que nos convocó a ello fue la escucha clínica acerca del sufrimiento que les atraviesa a sus miembros, transmitiendo una sensación de abatimiento y desgaste en todos los espacios que habitan, principalmente por las expectativas que no se cumplen en la pareja, y que las personas depositan sólo en ese vínculo.
La globalización de los procesos de subjetivación – que incluyen la economía, la política, la cultura – destituyen las condiciones de existencia anteriores, que sustentaban las bases culturales e ideológicas que convertían al amor romántico en algo posible y deseable. Al decir de Pablo Farneda (2024)⁴: “la pareja ha muerto”.
Desde Platón hasta el cine, la literatura, la música, el amor ha sido representado como un vínculo perfecto, una unión de almas gemelas. Sin embargo, esta idea de amor absoluto nos aleja de la realidad: amar implica aceptar la imperfección del otro, no idealizar hasta convertirlo en algo inalcanzable. Entonces, abrir la pareja refiere que ese vínculo no está para satisfacerlo todo…
Sin embargo, parece que algo “falta” cuando las personas no están en pareja. Como si el resto de los vínculos y proyectos no fueran lo suficientemente nutritivos.
Por ello la escucha en la clínica también presta atención al sufrimiento por “estar solo/a”. Cuando se interroga a qué se refieren con esta expresión, contestan: “bueno, a estar sin pareja”. (Nótese la oposición solo-a/en pareja que se expresa sin dudar) Inferimos así que habría un “plus” que se busca en la pareja.
Por ello, seguimos intercambiando con mucha vitalidad, caminando por los bordes y con temor, al salirnos de la pregunta de qué se espera de una pareja (pregunta que conlleva una clínica al modo de lecho de procusto) para poder trabajar lo qué hacen juntos, qué hace una pareja, y traemos algo de nuestra clínica para ponerlo a circular.
S: “yo busco una relación, no un momento. Mi soledad es que a lo mejor llega la noche y tengo ganas de hablar con alguien, de compartir…”
Nos preguntamos: ¿qué quiere compartir? ¿Por qué la noche le significa una soledad irreductible que le hace necesitar un otro que le escuche? ¿Es que ese otro brinda un plus, que no se logra en otros vínculos? ¿Acaso persiste la ilusión de un proyecto vital que asegure una estabilidad y protección ante un futuro incierto?
El vínculo es una paradoja y las paradojas no son resolubles, son una encrucijada. ¿Por qué muchas personas continúan en la búsqueda de una pareja? ¿Por qué se busca desesperadamente a alguien que encarne una garantía que autorice a vivir de acuerdo a las pautas sociales esperables? ¿Será que se busca esa compañía para lo cotidiano o tal vez esa ilusión de “para toda la vida”? ¿Se ha convertido la pareja en un producto más que ofrece el mercado? Bauman(s/f) dice al respecto que hoy las parejas se eligen como si fuera un producto, donde si no se cumple con las expectativas, se cambia y se descarta. Todo debe ser rápido y sin esfuerzo. Entonces, ¿hay tiempo para construir el vínculo de pareja?
¿Qué es lo que se busca, qué se idealiza? Aún lo vemos con personas vinculadas con múltiples pertenencias, con grupos de referencia y amistad nutritivos, pero con la sensación de que algo falta. Compartir…ser mirado, pensado por otro, ¿por qué se busca en la pareja?
¿Será necesario un mayor recorrido para cambiar al vínculo de pareja como proyecto de vida único? ¿cómo sería no estar en pareja, qué otros vínculos entran en potencia con esta elección? Parece que resulta complicado todavía abrirnos a otras formas de construir proyectos vitales. Aunque existen alternativas como la soltería o las relaciones no monogámicas, estas no suelen aparecer con tanta aceptación, aún se mantienen en los márgenes, pues son pasibles de punición. ¿Hay que inventar nuevas palabras que habiliten configuraciones y luego den lugar a nuevas representaciones? ¿Es posible construir un vínculo que no tenga el aspecto (in)soportable?
La complejidad de vincularse
https://www.instagram.com/p/DFvWvaYSasJ/?igsh=M295N3lhNWJwNTRp
Como ya insinuamos, estamos atravesando una crisis epocal con complejos modos de vinculación, donde predomina por un lado el no implicarse emocionalmente o bien taponar cuanta falta esté desbordando en un modo pegoteado y sin fisuras. Las redes exacerban estos funcionamientos, pero eso tampoco es vincularse afectivamente. Vincularse afectivamente implica un hacer con otro/s, construir un lugar (espacio-tiempo) y trabajar las diferencias. Con esto nos referimos también al vínculo afectivo-corpo-emocional con otras especies, con otros modos de existencia que dan valor a la nuestra.
https://open.spotify.com/track/392VHJineEtk9CkPqFqBwH?si=8jPXM1R6RZCK4enDL1CdGg o en https://youtu.be/behMMLAgkSk?si=wWXeuqlX3kNKwiUc
Creemos que “si la potencia de crear un vínculo, donde el otro es alojado en su alteridad, y, si es que realmente este lazo está atravesado por la hospitalidad, por la fragilidad de lo finito, sin regirse por una certeza de ser correspondido incondicionalmente, y más aún, tolerando la frustración a las expectativas, entonces sí, creemos que existen como vínculo de amor”⁵.
Insistimos en lo vincular como una manera de transitar los sufrimientos, de con-vivir con otros en la configuración que pueda darse, en armar acuerdos con la promesa de revisarlos, bascularlos, cambiarlos.
¿Qué sufrimientos devienen y se escuchan cuando se está en pareja?
Hay algo de cobardía en persistir años en el dolor. Hay también algo de hidalguía, en perseverar en el amor. Hay algo de falta de sentido en lo no correspondido, pero también hay algo de valiente, en la búsqueda del sueño que no se siente ni se da por vencido… de @hombrequeescribe
Pensamos con una viñeta:
J: para mi esta buenísimo salvo cuando discutimos. El punto es este, ahí no nos encontramos. Termino agachando la cabeza y ¿qué más tengo que dejar? Ella se siente sola y me hace mal, pero yo doy todo y no alcanza y no lo puedo revertir.
A: me pone triste, siento que soy sapo de otro pozo. Lo que llama reclamo para mi es forma de ser, no me gusta que me diga que reclamo, yo solo expreso lo que siento y puede o no coincidir con lo que el otro piensa. ¿Yo digo o coincidimos o no. Pongo todo de mí. Yo quiero estar tranquila y sentirlo realmente.
J: para A estar juntos es estar los dos solos
A: Cuando él está en grupo se entrega al grupo y yo me tengo que acomodar.
El desacuerdo remite a la imposibilidad de tolerar que el otro diga, sienta y piense algo diferente porque se tiene la convicción de que ello no debiera suceder.
El que puede y el que no puede, ¿cómo queda configurado? ¿Cómo se arma el entre?, cada uno ocupa un lugar rígido, gestan un vínculo complementario, donde intentan sostener la falta del otro. Subyace una ilusión de completud y transparencia, anhelo de funcionar dualmente, que obstruye el trabajo vincular generando sufrimiento por no poder procesar las diferencias.
De esta manera el otro siempre es el que tiene el déficit, ¿de cuánto el otro no se da cuenta? ¿Qué es lo que el otro no mira? Quizás J y A tendrán que mirarse a sí mismos, descubrir sus carencias sin esperar que el otro pueda cubrirlas, revitalizando el lugar del vínculo como nueva posibilidad de sentirse acogidos en él. ¿A partir de esto sería factible que el vínculo facilite duelar las pérdidas? Duelos de cada uno y de la pareja, arduo trabajo del entre en el proceso analítico.
El hospedar parte también del trabajo analítico, como acción, como una invitación a ofrecerse juntos, es ya una intervención en sí misma. Y por lo mismo se da una “interrupción” al modo en que esta pareja venía pensando sus desacuerdos. Están hablando de la otredad, de la angustia que se produce, el desconcierto que se abre cuando se dan cuenta de sus diferencias.
A modo de catástrofe, se plantea la “no comprensión” como si eso llegara junto con una alianza o un deseo de estar juntos. El desafío como analistas es ofrecer un dispositivo novedoso. No basta con pensar solamente en modelos familiares vividos ni en el porqué de la incomprensión; invita a un trabajo de vincularse. De mirarse en lo actual, sin esperar que se adivinen sus demandas.
¿Podremos partir de la premisa de que no sabemos cómo amar? ¿O será que no hay “un modo”? ¿Quizás un aprendizaje en el devenir de la existencia, que se construye con cada vínculo y en cada momento socio- histórico?
Y no podemos dejar de preguntarnos también: ¿acaso hay amores que no se pierden? ¿Qué hubo entre esos dos, que a lo largo de los años llegaron a viejos y continuaron?
¿Qué acuerdos se tramitaron para insistir y subsistir en el vínculo, que lugar se le hizo a la ajenidad del otro que se impone día a día con la presencia; acaso amar, es aceptar todo? ¿Qué cosas quedan por dentro y qué afuera, para que el vínculo sea posible a través de la erosión del tiempo?
Como aquellos ancianos que merendaban en una terraza con amigos; ella pide permiso, se levanta y se aleja. Se la ve pequeña, insegura, con paso lento, vacilante. Los comensales quedaron absortos, mirándola, y el marido dijo, como hablando para sí mismo, ¿”no es ella hermosa”?⁶.
¿Qué hay pues entre esos que no se pierden? Dejamos planteados estos interrogantes, que seguramente nos llevarán a posteriores desarrollos.
Las dicotomías también en la sexualidad
“¿Tú sabes cuánto dinero me deberías si yo fuera puta? (Brigitte Schwaiger. ¿Porque el agua del mar es salada?)
En lo que refiere a la sexualidad también se presentan dicotomías. Por un lado, la idea de vivir una sexualidad “libre y sin compromiso” que se ofrece a través de las apps por ejemplo y sus variantes, y, por otro lado, la sexualidad y sus diversas formas en el marco de la pareja estable monogámica.
Muchas veces escuchamos que los vínculos estables y duraderos generan en algunas personas la sensación de estancamiento y dependencia, de pérdida de libertad que se vive de manera aplastante. La sexualidad no queda exenta de esa vivencia y aparece en la clínica, aún antes de que se instale un vínculo de confianza e intimidad para trabajarlo. Aparece una necesidad de resolverlo inmediatamente.
Algunos roles parecen rígidos o estereotipados y no solo en parejas heterosexuales: los varones reclaman por la falta de frecuencia, atribuyendo a veces esto a sospechas de infidelidad… “¿tenés a otro y por eso no querés estar conmigo?”. Inclusive sosteniendo el reduccionismo de que la sexualidad es solamente el acto sexual: por supuesto la penetración y el orgasmo. Las mujeres por su parte, explicándose frente a estas demandas, sin poder explicitar acerca de su deseo.
Algunas viñetas nos acercan para poder bordear este aspecto.
– M: ¡Cada muerte de obispo! (se ríe)
– E: Yo diría que, como una, o dos veces al mes ¿más o menos?
– M: Sí y tiene que haber mucha onda… No somos una pareja que… estemos muy… ¿cómo decir? ¡no somos una pareja fogosa! A ver… si existe la posibilidad y están las dos partes de acuerdo, y hay una química, y se puede, ¡se puede!
– E: Es como si lo viéramos secundario
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Ella: Me cuesta tener intimidad. Yo no puedo tener un orgasmo. No sé por qué me pasal: Te abrazo y me rechazás. Cuando vos querés, me buscás y yo tengo que estar. Yo a veces estoy cansado y digo que sí igual, si no, tengo que esperar un mes más.
Ella: Yo a veces le digo que sí para que no se enoje. Me dice que se va a ir con otra y me empiezo a desesperar, y lo busco todos los días, aunque no tenga ganas. Yo no es que tenga otro y por eso no tengo intimidad, y no sé cómo hacérselo entender.
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Ella: Hace varios días que no tenemos relaciones sexuales y él empieza a engranar: “¿por qué no me buscás? ¿estás con otro?”, me dice. ¿Por qué te parece que yo estaría con otro?
El: Porque me lo demuestra su frialdad. Me enojó que me rechazara. Me gusta sentirme deseado.
Ella: Yo no soy muy expresiva con él. Me cuesta besarlo porque ya te toca el culo o la teta. Si le doy un beso ya tiene que terminar en sexo. Y el sexo no es solo lo genital.
El: tenemos sexo solo cuando ella quiere.
Ella: No es cuando yo tenga ganas, sino encontrarnos nosotros, sentir que estamos conectados…
Esto nos hizo pensar en los lugares establecidos que históricamente han circulado, donde el amor romántico se vendió como destino, como universal, a amar de una manera. Para amar pareciera que hay un guion: debe ser cis⁷-heterosexual, el deseo femenino es controlado, reprimido, él elige, ella espera ser elegida, el produce, ella cuida. Esto puede percibirse en distintos dispositivos de subjetivación por los que somos atravesados y sostienen estructuras mucho más complejas⁸. Por ejemplo, las mujeres: las que no tienen ganas de tener sexo nunca, pero si tienen ganas y disfrutan de la sexualidad son las “putas”. Por su lado los varones, “los que siempre están dispuestos”, los boy scouts siempre listos. “Yo siempre tengo ganas” dicen algunos. ¿Hay otras fuentes de satisfacción habilitadas para los varones?
Esos lugares históricos se siguen repitiendo en la actualidad con diferente ropaje. La demanda de varones hacia mujeres que esperan ser satisfechos por ellas, y el sexo genital como la única forma de acceder a lo placentero. El sexo que pasa a ser una obligación para las mujeres en el marco de la pareja monogámic), si es que quieren que sus parejas no se enojen.
¿Qué lugar tiene la mujer para desear cuando el sexo se exige de esta manera? ¿Y qué lugar tiene el varón para desear cuando debe ocupar un lugar ya determinado? ¿Será que hay que trabajar para salir de estas repeticiones, y así dar lugar a la sexualidad que se pueda crear en un “entre”, de manera singular y en cada pareja?
Desde la mirada psicoanalítica la sexualidad se significa con un sentido amplio, que excede el funcionamiento genital adulto. Entendida de esta forma la sexualidad está presente en todas las expresiones de la vida de la pareja, sublimadas y no sublimadas. Al respecto Alarcón de Soler (2008) describe como evidencia de esta presencia: “en la comida que la pareja comparte, en el silencio glacial con que se ignoran” (p.48) Hablamos de sexualidad y hablamos de encuentro y desencuentro en el vínculo.
Uno de los factores fundantes, fundamentales y específicos del vínculo de pareja es el erotismo. Es importante destacar la diferencia entre necesidad y deseo, pues entre ellos hay un espacio de espera, entre lo deseado y lo esperado, donde cada uno se ubica de un modo distinto frente a la sexualidad. Es el punto de partida para el encuentro con otro, donde se pone en escena ese erotismo que amalgama los vínculos amorosos. Ese anudamiento entre pulsión, deseo y amor, es donde la pareja podrá desplegar un nuevo entramado en el que algo escrito desde el origen va a ser posible de ser re-escrito en una nueva historia, al abrir un nuevo espacio y tiempo a otro.
Frente a estos sufrimientos que aparecen en lo que refiere a la sexualidad de las parejas monogámicas, la idea de sexualidad libre se presenta como la posibilidad de renovación constante y un campo a experimentar sin riesgos ni compromisos, a recuperar la libertad perdida en una pareja estable.
No olvidamos que el deseo sexual atraviesa a lo largo de la vida de la pareja diversas vicisitudes, discontinuidad con mayor o menor coincidencia, puede desaparecer o inhibirse en forma temporal o definitiva, en uno o en ambos integrantes del vínculo. También como propone Spivacow (2012) la satisfacción del propio deseo no se limita a una sola persona; inevitablemente, con el tiempo, surge una intensa atracción hacia alguien más. Así es que separación-unión, encuentro-desencuentro, pérdida-recuperación remiten a que no es posible una unidad u homologación de quienes conforman la pareja, hay sujetos divididos, enlazados, articulados de manera deseante pero no amalgamados.
Saliendo de las dicotomías….
Entonces, escuchamos que frente a los diversos sufrimientos aparecen idealizaciones: por un lado, estar solo sería “la fórmula” para no sufrir; y, por otro lado, para quienes no están en una relación de pareja, aparece esta posibilidad como lo que vendría a acotar el malestar.
Quizás tenemos que trabajar esas creencias de que habría “un” modo de no sufrir, que no se trata de ángeles o demonios. Ni “solo/a”, ni “en pareja” son recetas ni garantías. Que el vínculo que se pueda construir tendrá que ver con cómo se juegan las fantasías, cómo se tramitan las diferencias, el ser, el tener, lo femenino, lo masculino, las creencias, los estereotipos; todo eso que se conjuga en el encuentro y desencuentro con el otro. También la decepción y otra vez el trabajo psíquico de metabolización entre la presencia y la representación.
Este trabajo también debe hacerse en el entramado de teorías y prácticas que dan marco a maneras de leer la realidad. Creemos que no existe y “el psicoanálisis”, hay que inventarlo siempre, hay que crearlo para que no se congele en un dogma, es una labor diaria de enfrentarnos con el dolor psíquico a través de los lazos afectivos y afectados entre colegas donde hay espacios de tensión e interrogación. El trabajo terapéutico vincular convoca a una ardua tarea, una de ellas es reflexionar sobre los vínculos, entre y con ellos, es decir sobre sus condiciones de producción, su devenir histórico, y los distintos modos en que se configuran.
Desde la perspectiva de la complejidad, se evidencian las variaciones del dispositivo terapéutico: éste rechina de manera incesante, especialmente al abordar los vínculos en las diferentes configuraciones vinculares. Los modelos tradicionales se ven fragilizados por las exigencias de época y hacen de la construcción de parejas, familias y otras instituciones un desafío constante.
Justamente el psicoanálisis revisitado y repensado complejiza los modos de comprensión del fenómeno humano, al situarlo en los anudamientos de tres dimensiones: sujeto – vínculo – cultura. Estas tres dimensiones se entretejen a manera de una red, indisociables, emergiendo a veces en simultaneidad. Implica una aproximación a la constitución subjetiva donde se reúnen diversas lógicas: lo corporal, el mundo psíquico, la pertenencia a una pareja, a una familia, a diversos agrupamientos, a una sociedad y a una cultura de época.
Nuestra tarea desde el psicoanálisis, con una perspectiva vincular, es contener y transformar las experiencias singulares de sufrimiento y dolor o más, que contengan una entidad traumática, para evitar la expulsión, pues todo lo expulsado nos empobrece. Creemos así que enriquecemos su capital emocional y el nuestro, tan afectados en el vínculo terapéutico como el/los pacientes que acuden. Apropiarse de lo que se siente para cambiar y justamente fortalecer los lazos amorosos y sociales. Y seguir animándonos a escuchar desde los bordes aquello que no encuentra un lugar para ser definido.