NÚMERO 12 | Marzo, 2015

VER SUMARIO

Reflexiones sobre el humor | Alfredo Grande

El Doctor Alfredo Grande es docente de la Asociación. En la actualidad está dirigiendo una obra teatro, un grotesco, en la que participan varios miembros de la Asociación. Si bien son psicoanalistas, actúan en la obra relatando con humor situaciones que muestran aspectos de la clínica psicoanalítica actual. En este número, en la sección «Ayer y hoy», está publicada la entrevista que le realizamos a este grupo de teatro, el Colectivo Teatral. Nos pareció interesante que su director nos cuente qué piensa sobre el humor en relación con el psicoanálisis a partir de algunas preguntas que le hicimos llegar y que generosamente nos contestó.

Freud considera al chiste como sucesor del juego infantil, es el antiguo juego con pensamientos y palabras, logra sortear el examen de la crítica y cancela las inhibiciones. ¿Cómo pensás que se articula esta idea con el trabajo clínico?

En Introducción del narcisismo Freud señala que el amor levanta represiones e instaura perversiones.
Parafraseando, digo que el humor hace exactamente lo mismo. Cancela represiones y, donde hubo angustia, risa ha de advenir. Enrique Pichon Rivière decía que el superyó es soluble en alcohol, en la clínica descubrimos que además es soluble en amor. La clínica actual es la clínica del superyó, que Freud anticipara al conceptualizar la «reacción terapéutica negativa». Nada más serio que el humor que nos permite el contacto placentero con el fundante de nuestra subjetividad. Por supuesto que para la cultura, que yo siempre adjetivo como represora, el humor tiene un prestigio menos que, por ejemplo, la filosofía. El humor es para reír, no para pensar. Unir pensamiento, siempre crítico porque si no es dogma, con el humor es reemplazar el mandato represor: «La letra con sangre entra por una moción deseante: “la letra con risa entra…y además se queda”». Un paciente me dijo una vez: «no sé si con usted voy a curarme, pero al menos voy a divertirme». Esa disposición a la diversión (que no es otra cosa que la doble versión) es otra forma de ver las cosas. Es pasar del panóptico superyoico al yo de la tierna mirada. Humor y ternura que tienen un origen en común. Recordemos la risa de un bebé cuando le hacen cosquillas. El humor es una cosquilla al alma. Algo así como una pista de lanzamiento del chiste. El tema del juego infantil es importante. Pero no menos el juego en el adulto. En el año 1983 propuse, y fue aceptado en la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, hacer lo que ahora se llama una performance. Así nació «My Freud’s ladies, protofantasía psicoanalítica musical». Y no fue nada más, pero también nada menos que un hermoso juego colectivo. En dicha Asociación escribí y dirigí 6 espectáculos y, en el año 2014, una obra de teatro: «Divanes de palo». Fue también trabajo clínico. Y tanto en las actrices, en los actores, como en el público, el humor y la risa, como cohesión vincular, llegó para quedarse.

El humor en la sesión, cuando aparece del lado del analista, suele ser un pensamiento espontáneo que sorprende a quien lo enuncia, ¿cómo pensás que se relaciona con las otras herramientas que posee el analista como la interpretación o la construcción?

La atención flotante, bien entendida, empieza por una escucha humorística. O sea, salir de los acordes de la moral superyoica para escuchar la melodía de la ética yoica. Cuando el psicoanalista reprime una ocurrencia, la sombra de la teoría ha caído sobre su yo. Compartir el humor nos habla de un vínculo erótico, una alianza terapéutica deseante. Los pacientes que no se ríen con mis chistes tienen mal pronóstico, al menos conmigo. Interpretar la resistencia es propiciar la emergencia de lo resistido. Y no pocas veces lo resistido es el humor. Un psicoanalista sin humor puede ser solemne, pero es poco serio. Habría que preguntarse por qué no hay más espontaneidad. Lo espontáneo para un sistema (el conciente) es no espontáneo para otro sistema (el inconciente). Recordemos cuando Freud señala: «Placer para un sistema, displacer para otro». El humor supone descarga coartada en su fin. A diferencia del chiste, donde la pulsión se descarga en forma directa, el humor, como la ternura, la descarga está coartada. Si la ternura puede ser anticipatoria de la descarga sexual directa, el humor puede ser anticipatorio de la risa y de la carcajada. En una sesión el chiste puede ser la mejor interpretación. Creo que el psicoterapeuta que reprime su humor y el de su paciente, pierde una herramienta de transformación subjetiva muy valiosa. En términos metapsicológicos: supremacía superyoica. Es claro que el superyó amenaza con la castración que poco tiene de gracioso. Amenaza que es la herencia del Complejo de Edipo en su versión infantil, ilusoria e imposible. Ante la amenaza, no hay risa que valga. Por eso siempre digo que la vida no es bella. Por eso debemos embellecerla y, para eso, el humor es imprescindible.

En el teatro griego, las máscaras de la comedia y de la tragedia siempre van unidas. Freud dice que, desde la perspectiva económica, la ganancia de placer relacionada con el humor proviene del ahorro de energía que se gastaría a través de otro afecto displacentero. ¿Pensás que, cuando aparece el humor en la sesión, se produce solo un efecto catártico o se produce también un efecto elaborativo?

Pienso que las dos máscaras están juntas, pero no unidas. La comedia es la lógica yoica que busca el placer. La tragedia es la lógica superyoica que busca el castigo. Son dos máscaras, pero un solo rostro, el rostro de la pulsión. Recordemos los mecanismos de vuelta contra sí mismo y transformación en lo contrario. En la tragedia, el placer se clona en dolor y la descarga afuera revierte en una descarga dentro. Esa «vuelta contra sí mismo» es letal para la subjetividad. La pulsión exige la descarga inmediata, mediata y, en la actualidad de nuestra cultura, también instantánea. Una máscara es la yoica, donde la realidad es una comedia para emocionarnos y divertirnos. La otra máscara es la superyoica, la trágica, donde todo conflicto se resuelve con la muerte de algún o de varios personajes. La catarsis es sacar lo que sobra. La elaboración es poner lo que falta. En palabras de Freud: por vía di porre y también por vía di levare. Lo elaborativo es aprender a editar en lugar de repetir. No puede haber elaboración sin catarsis. El exceso de carga impide la elaboración, al modo de las neurosis actuales. Esa ganancia de placer es la que el humor permite, es la ganancia del modo yoico (ello-yo) en detrimento del modo superyoico (yo-superyó); reírse de uno mismo tiene el mismo fundante que un insight. Uno de mis aforismos implicados preferidos es: «Soy serio, pero no solemne. Resultante de la contradicción insalvable entre estatura y apellido». En mis unipersonales, cuando empiezo con este aforismo, me siento libre de reírme de casi cualquier cosa, porque empiezo por reírme de mí mismo. Y esto puede pasar en un escenario o en un consultorio. Un paciente me dijo en la admisión: «Por su apellido, no pensé que era bajo». Le contesté: «Mi apellido es grande, no alto». Y acá aparece nuevamente el tema de la espontaneidad. Es necesario que la censura entre el inconciente y el preconciente conciente adquiera cierta porosidad. Si todos los retornos de lo reprimido son deformados, mestizos, como Freud dice, la capacidad de sorprender, de impactar, de movilizar se ve muy reducida. La transferencia hostil y la reacción terapéutica negativa corresponden a lógicas diferentes y excluyentes. Sin embargo, ambas situaciones son intensamente displacenteras. Y pueden resolverse con el humor y con el chiste. Obviamente, también agravarse, pero un psicoterapeuta con experiencia tiene un timing interno. De todos modos, nada peor que el aburrimiento. Siempre me acuerdo del concepto de «núcleo letárgico» que describió Fidias Cesio. Siempre me causó gracia y no sé por qué. Supongo que el letargo es efecto de una fuerza anti-pulsional, pero es lo más opuesto al humor. Voy a insistir que la catarsis es necesaria para que pueda haber elaboración. Lamentablemente, desconocer esto lleva a medicar a los pacientes, o sea, bajarles la ansiedad con psicofármacos. Propiciar catarsis que a su vez propicia la elaboración. Y algo importante: es más fácil hacer llorar que hacer reír. Una escena que nos emociona, nos conmueve, nos hace llorar, la podemos ver infinidad de veces. Siempre lloramos, pero con un chiste es diferente. Nadie se ríe dos veces en el mismo chiste. Por eso el humor y la capacidad de hacer chistes implica máxima creatividad. Muchas personas dicen: «Me olvido los chistes» o, peor aún, «No se contarlos». Están con la onda trágica, aun en su versión atenuada. Obviamente, el superyó puede tener el mandato de reírse. Es la risa forzada de los programas de televisión. «Aplaudan» como dicen los carteles. «Risas». Eso es claramente una estafa. Pero sabemos que el superyó se esconde en el yo. Por eso hay que descubrirlo, decirle «piedra libre» y, para eso, el humor verdadero, el chiste oportuno son absolutamente necesarios. Donde hubo llanto, sonrisa ha de advenir.

Acerca del autor

AGrande

Alfredo Grande

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *