NÚMERO 10 | Marzo, 2014

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Ayer y Hoy

El masoquismo y el arte. El castigo de Marsias | Carlos F. Weisse

Que en el mito Marsias desafiara a Apolo sólo es signo de su hibris (desmesura), pero nos parece claro que esta desmesura, por la disparidad de fuerza que representa, es una manera de buscar su ruina, su desgracia a manos del dios. Ahora bien ¿por qué Apolo, que podría elegir el castigo que más le placiera, eligió el desollamiento? Si bien es evidente que ésta es una pregunta retórica, pues el mito es un relato que sólo presenta, a la manera del fantasma, una cierta relación estructural, la tomaremos como válida.

Es la misma pregunta que suscitaría una conducta como la de litigar desde el lugar de modesto ciudadano al dueño del lugar cuyo juez está, completamente y sin duda, de su parte. Pues los jueces de este desafío de Marsias a Apolo eran las musas, es decir, sus subordinadas en tanto Apolo era musageta, es decir, jefe de las Musas.

Esta desmesura, tema frecuente en la tragedia griega, coloca a los humanos y a los dioses subordinados en las manos del Otro, cuyo poder es arrasador. Lo que es lo mismo que decir que queda en el lugar de objeto, resto caído del Otro. Esto equivale a plantear el masoquismo como posición frente a este Otro, pero no el masoquismo como síntoma, no en la dirección del masoquismo perverso sino como designio de un destino prefijado, es decir, el masoquismo primario en el que, al decir de Freud, todo humano se encuentra inmerso en su origen.

Este destino es personificado por las Moiras o Anagké (su equivalente romano son las Parcas, personificación del Fatum). Hijas de Nix, la Noche, diosa que concebía por sí sola (Teogonía de Hesíodo). Ellas son: Cloto, Láquesis y Átropos, “la que hila”, “la que asigna el destino” y “la inflexible”. Su misión en el horizonte mitológico griego es la de asignar el destino a los seres que nacen, deparándoles suertes y desgracias. Velan porque el destino de cada cual se cumpla, incluyendo el de los propios dioses. Asisten al nacimiento de cada ser, hilan su destino y predicen su futuro. Se las representaba como tres mujeres de aspecto severo: Cloto, con una rueca; Laquesis, con una pluma o un mundo y Átropos, con una balanza.

El destino de desmesura está en el lugar del fantasma como respuesta al Deseo del Otro, el otro quiere mi cuerpo, el otro quiere mi piel. La piel es lo que se puede marcar, lo que hace las veces de una superficie a ser inscripta; Apolo entonces va a escribir en la piel de Marsias su castigo por desafiarlo, lo va a escribir con letras de sangre o mejor dicho con una sola letra que es el corte de la separación entre su carne y su piel. Pero la piel queda entonces como un saco vacío. Tenemos entonces, por un lado, un cuerpo anónimo, sin piel; Por otro, un saco vacío, de piel, separado de ese cuerpo y, por fin, un palimpsesto, una serie de inscripciones que implica potencialmente la historia inscripta en esa piel.

Hasta aquí una historia, un texto, el mito. Tiene resonancias de una música delicada en contraste con la música del desenfreno, del enfrentamiento de lo apolíneo y lo dionisíaco, del culto solar versus el culto agrícola o de la tierra y el cielo. Del cambio de la piel de la tierra producida por la estación solar. Esta historia mítica recreada en la pintura, entre otros, por Jusepe de Ribera (il spagnoletto) logra, a nuestro modo de ver, su máxima expresión. Llama la atención la casi repetición del mismo cuadro en dos versiones. En estas obras Apolo ata a Marsias a un árbol y emprende la tarea de desollarlo comenzando por las piernas que son en realidad una condensación de piernas humanas y patas de macho cabrío. Esta tarea la lleva a cabo con sus propias manos mientras el sátiro aúlla de dolor, la flauta —en realidad un aulos— pero en la pintura una flauta de Pan, está colgada del mismo árbol. Mientras que el instrumento musical que corresponde a Apolo es en uno un violín y en otro una flauta traversa. Habitantes del bosque observan y se lamentan por lo conmovedor de la escena. El contraste es manifiesto entre el dolor de Marsias y la impavidez de Apolo, así como el refinamiento del instrumento de éste y la tosquedad de la flauta del sátiro.

Apolo y Marsias | Jusepe de Ribera

Apolo y Marsias | Jusepe de Ribera

 

El ritual de Xipe Tótec

Ahora bien, estamos hablando del mito en su dimensión imaginaria y simbólica, pero ahora recurriremos a la etnología para introducir la dimensión real del desollamiento. Nos referimos al rito de la separación de la piel del cuerpo de los humanos en al antiguo ritual azteca dedicado al mito de Xipe Tótec. Esta deidad significaba la parte masculina del universo, la región de la juventud y de la aurora, del maíz tierno, la abundancia, la riqueza y el amor. Representaba la fertilidad y los sacrificios. Patrono de los orfebres, su nombre significa Nuestro Señor, el Desollado, y se debe a que se quitó la piel para alimentar a la humanidad, símbolo de la semilla de maíz que pierde la capa externa antes de la germinación. Los sacrificados a su culto eran despellejados vivos. Era representado como una persona adulta y robusta de piel dorada o de obsidiana, con un tocado, una copa en la mano derecha y un escudo en la otra y viste la piel de los sacrificados (al igual que sus sacerdotes).

Anualmente, los esclavos eran seleccionados para sacrificarlos a Xipe Tótec. Estos esclavos eran despellejados cuidadosamente para producir una piel casi entera que entonces era usada por los sacerdotes durante los rituales de la fertilidad que siguieron el sacrificio. Se han encontrado las pinturas y varias figuras de arcilla que ilustran el método de despellejado y el aspecto de los sacerdotes usando estas pieles.

Como símbolo de la nueva vegetación Xipe Tótec usaba la piel de una víctima humana. Ésta representaba la “nueva piel” que cubría la tierra en la primavera. Sus estatuas y máscaras de piedra siempre lo muestran usando piel recién desollada .Durante el segundo mes ritual del año azteca, “Desolladero de Hombres”, los sacerdotes sacrificaban víctimas humanas extirpando sus corazones. Desollaban los cuerpos y se ponían las pieles, las cuales eran pintadas de amarillo y llamadas (“vestiduras doradas”).Otras víctimas eran atadas a un marco y se les daba muerte con flechas; se creía que la sangre que brotaba de sus cuerpos simbolizaba las fértiles lluvias de la primavera. Un himno se cantaba en honor de Xipe Tótec que se llamaba “Bebedor Nocturno” porque las buenas lluvias caían durante la noche. Le agradecían por traer a la Serpiente Emplumada, símbolo de abundancia y para prevenir la sequía.

Otra manifestación ritual muy común era el auto sacrificio que se celebraba en la intimidad como un acto personal de comunicación con los dioses, y su costumbre estaba generalizada entre toda la población. Se llevaba a cabo perforándose ciertas partes del cuerpo como los lóbulos de las orejas, los labios, la lengua, el pecho, las pantorrillas, etcétera, con navajillas de obsidiana, puntas de maguey o punzones de hueso que eran encajados —una vez ensangrentados— en unas bolas de heno, todo lo cual era guardado en cajas ceremoniales como una ofrenda al dios. Vemos aquí el desollamiento real, en tanto sacrificio, y el sangrado como auto sacrificio que, salvando las distancias entre las distintas culturas, coinciden en el desollamiento como tributo a un dios y, en tanto posición masoquista, la repetición del lugar de objeto con respecto al Otro.

Este sacrificio da cuenta de la existencia del dios en tanto y en cuanto se corresponde con la estructura de este masoquismo primordial del goce. Lo cual implica la génesis del sujeto como resto del Otro y la puesta en escena del fantasma masoquista. En dicho fantasma el sujeto encarna ese resto como una nada o un desecho. Así el sujeto adopta analógicamente la posición de desecho y se aproxima al goce por la vía del plus de gozar.

Escultura que porta piel de mono representando a Xipe Tótec

 

Los sacrificados a Xipe Tótec eran desollados y luego sus pieles servían como vestimentas a los sacerdotes o a otros hombres que bailaban en las ceremonias. La identificación al desollado en tanto viste su piel es evidente, y la repetición del ritual tanto de los sacrificados como del auto sacrificio implica la aproximación al límite de la muerte sin alcanzarla.Esta excitación, de la que dan testimonio las crónicas de la misma manera que los cuadros citados de Jusepe de Ribera, podemos caracterizarla con Lacan como goce de lo real.

El desollamiento entonces es un rasgo unario, lo que lleva a un sufrimiento bien real en esa división del sujeto que implica separar la carne de la piel. La piel analógicamente equivaldría a la materialización del objeto a (lo que haría las veces de un fetiche). Esto es válido como presentación de lo real con referencia a la estructura, pues de lo que se trata es de un sacrificio que lleva efectivamente a la muerte. Con respecto al masoquismo primordial también se convierte en un observable a través del mito mostrándose con claridad en el auto sacrificio.

Pero lo que es significativo en el ritual es que se extraen órganos que además de reales son significantes, no se busca la muerte en tanto asesinato sino la ofrenda de la piel (también el corazón y la sangre). Las ecuaciones piel = follaje, sangre = lluvia, corazón = fuerza vital, hace de los sacrificadores sólo instrumentos de los dioses oscuros.

No se simboliza entonces la muerte (tarea imposible en tanto real) sino que lo que se ofrece es un objeto analógico al dios para que sea devuelto en forma de follaje, lluvia, fuerza vital. Así, de lo que se trata en estos sacrificios no es la muerte biológica (que hoy se llamaría daño colateral), sino la segunda muerte, es decir, la pérdida producida en la búsqueda repetida e interminable del rasgo unario, la inscripción de la piel como marca simbólica (el desollado), la piel con un alto valor simbólico de intercambio, valor devenido de su desollamiento mismo.

Conclusiones

El masoquismo es entonces la manera en que lo real entra en lo humano; para que los dioses sean reales debe haber un sacrificio y una reducción a la posición de objeto. Dicho de otra manera, es una invención que intenta aparejar dos órdenes distintos sin lograrlo nunca. La muerte no se manifiesta sino a través de lo perdido en la repetición de la marca inaugural. El masoquista asumiría esa pérdida a través del sacrificio escenificado. El sacrificador hace que otro la asuma para recuperarla a un cierto nivel de objeto desecho en la muerte real. El auto sacrificante asume el sacrificio real por sí mismo, para así excluir a todo sujeto en favor de una represión constitutiva, es decir, convertirse en un objeto lo más acabadamente posible. Se demuestra así que hay una imposibilidad estructural del sujeto de captarse en el enunciado, sólo lo puede hacer identificándose con un objeto y esta identificación muestra en sí misma el masoquismo primordial, la posición primigenia del hombre en su entrada al mundo.

El masoquista se identifica con el objeto a como rechazado, es decir, asume la posición de objeto en el sentido extremo del término, en tanto efecto de caída o desecho y asume su propia división subjetiva y la del Otro. Sin embargo, la sumisión al Otro, rasgo básico del masoquismo, ostenta un carácter de simulacro gracias al margen instaurado por el lenguaje y es aquí que encontraremos la diferencia entre la posición masoquista y la del sacrificio del otro. Dicho de otro modo, el masoquista juega a que el Otro lo puede matar, manejar a su antojo, convertirlo en un perro o en una basura como simulacro de la desaparición o de la muerte, pero al mismo tiempo dando a entender que es un juego, una escena teatral de la cual extrae algún goce. Pero cuando se sacrifica al otro realmente en el rito sangriento, su identificación como objeto es equivalente a un instrumento del Otro que se abate sobre la víctima, la muerte allí es real y se desplaza al otro semejante.

El masoquista establece un contrato en el que hace constar el límite del suplicio mientras que el sacrificado carece de esa posibilidad ¿cuál es entonces la diferencia de ambos? El sacrificado pertenece a la dimensión de lo real, es un objeto a ser matado por mandato de la trama simbólico imaginaria del Otro social. En el masoquismo, en cambio, pertenece a una dimensión Imaginaria del objeto caído del Otro Simbólico mediatizada por lo real.

La muerte en el sacrificio es real en una escena imaginaria organizada simbólicamente, y en el masoquismo es un sacrificio imaginario, en una escena real también organizada simbólicamente. El sacrificado sufre la ley del Otro cuyo deseo lo reduce a un objeto absoluto, el masoquista hace de la ley del Otro su propio deseo transformándose en objeto del Otro. La gran división entonces está entre lo imaginario y lo real en relación a lo simbólico.

La nada a la que es condenado el sacrificado pasa en el masoquista al “no ser” del fantasma que accede entonces constitutivamente al discurso, lo que es una exclusión de la vida en el sacrificado es una exclusión estructural en el masoquista, no se puede acceder al discurso del Otro sin el soporte del “no ser” origen de la simbolización.

Sin embargo entre esta nada y el “no ser” no hay continuidad, pues un corte separa ambos registros.

La nada, la muerte pertenece al registro de lo real, allí la piel desollada es un resto absoluto. En cambio el “no ser” se puede representar a partir del fantasma masoquista cuya negación primordial implica el surgimiento de lo simbólico. Hay así una exclusión representada en el fantasma y un rechazo primordial e irrepresentable operado por una negación primordial. Con lo cual, el instinto de muerte freudiano se plantea como una nadificación simbólica propia del fantasma muy diferente de la muerte real del sacrificado. Existe, por lo tanto, un vínculo estrecho entre el fantasma masoquista y la constitución del sujeto.

Esa nada en tanto “no ser” toca la necesidad de todo sujeto de interponer una máscara para protegerse de lo real, la auto calificación de nada y la necesidad de ser algo aunque se sea resto. Así, ese “no ser” se transforma en vacío alojado en el Otro simbólico que señala —en ese Otro— un punto de real. Lo que dicho de otra forma es hacer existir al dios. El masoquista toma a su cargo ese vacío en el Otro con su propio cuerpo, pagando un precio por la falta de ese Otro. Así, el tema del castigo de Marsias es la presentación del fantasma masoquista en el campo escópico de una manera ejemplar.

En el auto sacrificio la inscripción es en el propio cuerpo, asumiendo lo real de la letra en la piel como intersección entre lo simbólico y lo real haciendo existir al dios en lo imaginario, la marca en la piel es el testimonio de la existencia del dios. Entonces la aparición del dios, su epifanía, es la piel desollada en la pintura de Marsias y Apolo, la piel marcada en el auto sacrificio del acólito conservando su vida y la piel desollada en tanto traje real del dios en la muerte del sacrificado. La relación entre el masoquismo y la piel es estrecha en tanto es la parte del cuerpo en la que se puede ver como inscripción de un testimonio la marca del amo sobre el objeto que hace las veces de pergamino, antigua piel de escritura y sostén de las marcas.

Acerca del autor

Carlos Federico Weisse

Carlos Federico Weisse

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