NÚMERO 32 | Octubre 2025

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El paciente-escritor / O paciente -escritor | Paula Signorelli¹ ² ³

Trabajo presentado en el XIII Congreso de FLAPPSIP "Eros, alteridad y creatividaden tiempos de asombro. El Pulso actual del psicoanálisis", octubre de 2025, Lima, Perú, por una colega brasilera.  El artículo investiga los vínculos entre el psicoanálisis y la literatura, desde sus gestos inaugurales hasta sus repercusiones en lo contemporáneo. Desde muy pronto, la escritura se ha mostrado más que un registro: se ha vuelto un método, invención y otra vía de elaboración subjetiva. Los relatos oníricos se acercaron a la ficción, y el "relato del analizado" trajo a la escena la voz de aquel que escribe su propio análisis. En ese horizonte, Georges Perec surge como paradigma del paciente-escritor: en La escena de una estratagema, su escritura reescribe la ausencia y el trauma, vacilando entre el silencio y la memoria, y transformando lo indecible en narrativa literaria. O artigo investiga os vínculos entre psicanálise e literatura, desde seus gestos inaugurais até suas repercussões no contemporâneo. Desde cedo, a escrita mostrou-se mais que registro: tornou-se método, invenção e uma outra via elaboração subjetiva. Os relatos clínicos se aproximaram da ficção, e o relato do analisando” trouxe à cena a voz daquele que escreve sua própria análise. Nesse horizonte, Georges Perec surge como paradigma do paciente-escritor: em A cena de um estratagema, sua escrita reinscreve ausência e trauma, vacilando entre silêncio e memória, e transformando o indizível em narrativa literária.

(En español)

En El delirio y los sueños en la Gradiva, Freud (1907/2015) afirma que los escritores ocupan un lugar singular en el conocimiento del alma, saben “cosas del cielo y de la tierra” que la filosofía no se atrevió a soñar, y que la ciencia permanece incapaz de nombrar. Reconoce, no sin cierto deslumbramiento, que la literatura traspasó esas fronteras a través del lenguaje, creando imágenes y narrativas capaces de dar forma al deseo, la fantasía y el trauma, aquello que su teoría apenas comenzaba a nombrar y elaborar.

Para él, tanto los sueños como las creaciones literarias constituyen una vía para la expresión indirecta de deseos y conflictos inconscientes⁴, haciendo posibles formas de simbolización que no siempre encuentran lugar en el discurso del sujeto.  Al explorar metáforas, ambigüedades y tensiones estructurales, la literatura funciona como un verdadero laboratorio del lenguaje, un espacio en el que tanto el escritor como su lector pueden experimentar, imaginar, sentir y reflexionar sobre aquello que se dice.

Desde sus orígenes, el psicoanálisis se inventa en una interlocución con diferentes tradiciones literarias que le proporcionan imágenes, tramas y recursos del lenguaje⁵. La invención, en este sentido, no es sólo creación, sino también descubrimiento: encontrar en el territorio de la literatura aquello que no tenía nombre e inscribir en el campo psicoanalítico aquello que ya latía en la poesía, en la ficción, en la fabulación. Fantasía, deseo e inconsciente son palabras que, antes de convertirse en conceptos psicoanalíticos, ya habitaban la literatura y fueron reinscritas en el campo del psicoanálisis, sin perder la resonancia literaria que les dio origen.

En Freud, la literatura se insinúa en múltiples registros, como un hilo que atraviesa y entreteje diversas experiencias: en el estilo, que confiere a su escritura y a la construcción de sus casos clínicos una cadencia narrativa literaria; en la invención de su método, que encuentra en la libertad creadora de los poetas la matriz de la asociación libre⁶; y en la formulación de conceptos, muchos de ellos recogidos en los márgenes de la poesía y la ficción. El psicoanálisis nace, así, como una escritura en travesía.

En el presente, los acercamientos entre la literatura y el psicoanálisis siguen actualizándose, atestiguando la fuerza de su incidencia en el campo analítico. Este movimiento se produce en un contexto en el que el psicoanálisis, más allá de su espacio estrictamente clínico e institucional, también ha adquirido mayor presencia en el discurso social y cultural. La popularización de términos como inconsciente, pulsión, fantasía o trauma revela no solo la difusión de las ideas freudianas, sino también su inserción en el imaginario colectivo, en diálogo con la literatura, el cine, la filosofía y las artes. Lejos de cualquier intento de sistematización, se trata aquí de seguir algunos gestos de esta interlocución, concebidos como movimientos que se cruzan, se superponen y resuenan entre sí.

Un primer gesto se remonta a la forma en que Freud recurrió a la literatura desde los inicios del psicoanálisis: fuera para apoyar la formulación de conceptos o para encontrar imágenes capaces de dar cuerpo a lo que aún no tenía nombre. Este gesto inaugural sigue reverberando en el campo psicoanalítico, donde la literatura, así como otros lenguajes artísticos⁷, constituyen un material privilegiado para pensar las formas de construcción del lenguaje en su relación con la experiencia humana, ya sea descriptiva o subjetiva, poética o ficcional. Además, cabe recordar que en las últimas décadas, el campo literario ha ampliado el horizonte epistémico que contempla, en el sentido de reparar exclusiones históricas. Al incorporar perspectivas procedentes de las experiencias negras, indígenas, feministas y decoloniales, estas obras señalan una apertura del campo de las artes a otras formas de conocimiento, interpelando el discurso psicoanalítico y exigiendo de él nuevas lecturas ante los debates contemporáneos sobre raza, género y colonialidad⁸.

Si en ese primer movimiento la literatura nutría e instigaba al psicoanálisis, hay también un segundo gesto, que nos reconduce a su invención: más específicamente a la constitución de la escritura freudiana, que ya se insinuaba no sólo como lugar de formulación conceptual, sino también como espacio de elaboración subjetiva de quien escribe. Este gesto puede ser considerado constitutivo del método psicoanalítico, ya que hace resonar en la palabra escrita la propia experiencia clínica. En este sentido, la obra inaugural del psicoanálisis, La interpretación de los sueños (1900), ampliamente considerada como su autoanálisis, se revela como una experiencia histórica fundamental del acercamiento del psicoanálisis al lenguaje literario.

Freud compuso dicho libro como quien escribe literatura, imprimiendo un estilo narrativo singular al elaborar la trama conceptual a partir de sus propias vivencias. Al afirmar que el sueño sería la “vía real” de acceso al inconsciente, transformó sus experiencias oníricas en un verdadero laboratorio del lenguaje, haciendo de la escritura su método. A partir de entonces, al distanciarse de la narrativa médica de su época, centrada en la descripción de la enfermedad, el discurso freudiano pasó a orientarse hacia el sujeto y los impasses que lo atraviesan. Como observa Birman (2019, p. 183), a partir de esa obra, las narrativas clínicas de Freud comenzaron a leerse más como novelas que como monografías científicas — hecho reiterado por el propio autor cuando, en 1905, publicó su primer caso clínico, Fragmentos de un análisis de un caso de histeria, que se conocería como el Caso Dora.

Los relatos clínicos de Freud pasaron a organizarse mediante la narración de los acontecimientos y los síntomas de sus pacientes, articulados a la elucidación de la trama fantasmática que los estructuraba, abarcando tanto progresos como impasses y límites de la técnica psicoanalítica. En este recorrido, llegó a bautizar algunos de sus casos con los fantasmas de sus analizados — El hombre de las ratas y El hombre de los lobos —, convirtiendo experiencias singulares en registros de carácter literario sobre las construcciones psíquicas y ficticias de los sujetos analizados (BIRMAN, 2019, p. 121). La escritura freudiana se reveló, así, como un punto de encuentro entre la narración y la interpretación, dimensión constitutiva de la experiencia analítica, fundada en la relación del analizado con su universo fantasmático, lo que evidencia la proximidad entre el discurso clínico y la expresión literaria (BIRMAN, 2019, p. 183).

En la tradición psicoanalítica, los relatos de casos recibieron distintas denominaciones. Freud hablaba de historia clínica o fragmentos del análisis, subrayando tanto la herencia médica cuanto el carácter parcial de lo que se escribe; posteriormente, la noción de narrativa clínica pasó a acentuar la dimensión construida del caso, mientras que expresiones como viñeta o presentación de caso se hicieron habituales en contextos de enseñanza y supervisión. Autores contemporáneos añadieron términos como escritura clínica o construcción de caso, que resaltan el lugar del analista y la impronta de su subjetividad en la elaboración del relato.

En esta misma línea, y en sintonía con la mayor presencia del psicoanálisis en el imaginario cultural, la literatura, al dar forma a la experiencia subjetiva y a los límites de la simbolización, resuena también como una vía complementaria de elaboración. Se afirma como campo autónomo de producción subjetiva y como destino pulsional, en la acepción freudiana de la sublimación como modo de satisfacción pulsional en dirección a creaciones culturales (FREUD, 1905/2016; 1915/2010), permitiendo al sujeto-autor reencontrar y elaborar su historia, sus dilemas y su deseo. No es casualidad que formas literarias como la autoficción, que en las últimas décadas han vuelto a ocupar un lugar destacado⁹, ejemplifiquen este movimiento en el que la vida y la escritura se entrelazan como ejercicio de elaboración. En este sentido, el psicoanálisis y la literatura se aproximan no porque coincidan, sino porque comparten el gesto de transformar la experiencia en narrativa. Desde esta perspectiva, se inscriben varias tradiciones, como la literatura de duelo, la literatura testimonial y también los ensayos biográficos y las autoficciones.

Si, por una parte, la escritura freudiana inauguró una forma de narrarse a partir del análisis y, por la otra, la autoficción dio forma literaria al entrelazamiento de la vida y la ficción, existe aún otro gesto, menos conocido: el relato del analizado¹⁰. Se trata de textos en los que el propio sujeto escribe en primera persona el recorrido de su análisis, no para demostrar teorías o enseñar técnicas, sino para elaborar su experiencia singular. En estos relatos, la palabra se inscribe en la tensión entre memoria, invención y deseo, dejando entrever algo del proceso analítico que difícilmente se alcanza por otros medios — un campo aún poco explorado, pero que puede revelar mucho sobre las formas de narrar y de narrarse en análisis¹¹.

A diferencia del caso clínico tradicional, que organiza la experiencia a partir de la escucha y la escritura del analista, el relato del analizando parte de otra posición de enunciación: la de aquel que busca inscribir el recorrido y los restos de su propio análisis, desde el encuentro con el analista hasta la vivencia del dispositivo en la posición de quien se acostaba en el diván. Mientras el relato clínico supone recortes e interpretaciones del material, orientados a elucidar movimientos transferenciales o a sustentar formulaciones conceptuales, el relato del analizando ofrece al psicoanálisis una vía singular de reflexión sobre sus límites y posibilidades. Desde esta perspectiva, el análisis se revela desde dentro, permitiendo vislumbrar la experiencia subjetiva del tiempo, el espacio, los rituales y los silencios que configuran la escena analítica.

Un ejemplo paradigmático de este tipo de escritura es La scène de lestratagème, del francés Georges Perec¹². Escritor de profesión, Perec aborda con rara sensibilidad su experiencia de análisis en el consultorio de Jean-Bertrand Pontalis. Su escritura vacila entre el deseo de traducir el proceso en su concretitud y la conciencia de que siempre queda algo indecible. Por eso, se fija inicialmente en el espacio del consultorio, en el tiempo de las sesiones, en los silencios, gestos y rituales que estructuraban el discurso, como si en ellos pudiera vislumbrar lo indecible que se escapa. 

La trayectoria de Perec, marcada por el trauma de la Shoah y la pérdida prematura de sus padres, permea toda su producción literaria. Nacido en 1936, en una familia judía polaca, Perec elaboró en sus escritos el duelo y la ausencia que marcaron su historia personal. Como miembro de OuLiPo, grupo dedicado a reinventar la literatura mediante restricciones formales, desarrolló un modo singular de creación, indisociable de su experiencia de pérdida y memoria. Un ejemplo célebre es La Disparition (La desaparición), novela en la que toda la trama ficticia se construye prescindiendo del uso de la vocal “e”, obra que Pontalis interpretó como una alusión a la madre y al padre desaparecidos (La letra “e” es la vocal principal de la lengua francesa, así como la única presente en las palabras mère y père, “madre” y “padre”, respectivamente), al silencio de la historia y al trauma indescifrable que resiste a la representación plena. A partir de este gesto, se puede pensar en la escritura como un acto de llenar los vacíos de la memoria, dar forma al vacío y transfigurar lo irrepresentable en invención literaria. 

Tras un intento de suicidio, Perec buscó el análisis con Pontalis y, al final del proceso, se sintió «asaltado» por el deseo de escribir sobre la experiencia. El proceso de escritura se prolongó durante meses, entre borradores inacabados que parecían resonar las sesiones amorfas de la clínica. Perec comparaba el techo blanco y enmohecido del consultorio con la hoja en blanco a la espera de palabras que llenaran el vacío sin diluir la verdad de la experiencia. Se cuestionaba a sí mismo sobre el sentido y el destino de ese escrito —dudas que ilustran la dificultad de trasladar la experiencia subjetiva del análisis al lenguaje. Ante la imposibilidad de hablar de sí mismo sin reservas, de pensar su historia sin resistirse a los afectos, de experimentar la irracionalidad de sus sueños, el paciente, descrito por su analista como un “incansable investigador de los vestigios de la ausencia”, parecía presagiar que escribir era también su síntoma -nombrado por él, de manera aguda, como “estratagema”.

            En el texto, Perec afirma haber contado innumerables veces sus mismas historias, haciendo malabares verbales, agotando una por una todas las combinaciones posibles, creyendo que algún día podría llegar a la imagen que estaba buscando. Durante su análisis, temió perder la memoria, comenzó a anotar obsesivamente todo lo que hacía, archivaba y catalogaba objetos que comprobaban su existencia, componiendo así una especie de diario invertido, hecho no de confidencias íntimas, sino de registros objetivos de su existencia. Ese fue el ritmo del análisis: lento, repetitivo, hecho de rastros y acumulaciones.

            Para contar el desenlace de su análisis, Perec evoca el instante en que las barreras que lo resguardaban se derrumbaron: la escritura como caparazón, los recuerdos endurecidos y las racionalizaciones protectoras se deshicieron, abriendo una grieta por donde algo hasta entonces indecible pudo emerger. No era un contenido para ser relatado, sino una experiencia que se grabó como una marca y se perpetuó en su escritura. Este acontecimiento, repentino y sorprendente, hizo posible que, por primera vez, sus palabras se encontraran con él mismo y también con su analista.

            Esta dificultad para trasponer a la escritura la experiencia del análisis toca aspectos comunes a muchas vivencias clínicas: los tiempos muertos, las palabras vacías, las sesiones amorfas, los movimientos repentinos que desafían la linealidad. Frente a la catástrofe psíquica, podemos pensar que el dilema vivido por Perec entre el decir y el escribir revela la tensión inherente tanto al proceso analítico como a la creación literaria, mostrando cómo ambos lidian con la fragilidad y la resistencia del sujeto frente al deseo y al inconsciente.

            El texto de Perec es paradigmático para una discusión sobre los límites del lenguaje en los procesos de elaboración, ya sea por el análisis o por la escritura, justamente porque parte de alguien cuyo oficio era la escritura, es decir, un sujeto acostumbrado a manejar y controlar las palabras. En el análisis, esta familiaridad se convierte en un obstáculo: el deseo de dominar el proceso a través del discurso no produce nada, y recién cuando las defensas se disuelven irrumpe la experiencia y la palabra encuentra su verdadero efecto.

            Lo que se evidencia es que la escritura, cuando es atravesada por una experiencia de análisis, no se limita a registrar una experiencia ya vivida, sino que, aunque sea a posteriori, puede convertirse en parte del propio proceso de elaboración, ofreciendo al psicoanálisis una vía suplementaria para pensar los impasses del sujeto ante lo indecible. Deja de ser accesorio de la experiencia analítica para convertirse en una forma de prolongar su incesante búsqueda de sentido, de reescribir sus vacíos. Una vía diferente, no menos inventiva ni menos transformadora.

(En portugués)

Em O Delírio e os sonhos na Gradiva, Freud (1907/2015) afirma que os escritores ocupam um lugar singular no conhecimento da alma, sabemcoisas do céu e da terra” que a filosofia não ousou sonhar, e que a ciência permanece incapaz de nomear. Reconhece, não sem certo deslumbramento, que a literatura atravessou essas fronteiras por meio da linguagem, criando imagens e narrativas capazes de dar forma ao desejo, à fantasia e ao trauma, aquilo que sua teoria apenas começava a nomear e elaborar.
Para ele, tanto os sonhos quanto as criações literárias constituem uma via para a expressão indireta dos desejos e conflitos inconscientes, viabilizando formas de simbolização que nem sempre encontram lugar na fala do sujeito. Ao explorar metáforas, ambiguidades e tensões estruturais, a literatura funciona como um verdadeiro laboratório da linguagem, espaço em que tanto o escritor quanto seu leitor podem experimentar, imaginar, sentir e refletir sobre aquilo que se diz e também sobre o que permanece não dito.

Desde sua origem, a psicanálise se inventa numa interlocução com diferentes tradições literárias que lhe fornecem imagens, enredos e recursos de linguagem. A invenção, nesse sentido, não é apenas criação, mas também descoberta: encontrar no território da literatura aquilo que não tinha nome e inscrever no campo psicanalítico aquilo que já pulsava na poesia, na ficção, na fabulação. Fantasia, desejo e inconsciente são palavras que, antes de se tornarem conceitos psicanalíticos, já habitavam a literatura e foram reinscritas no campo da psicanálise, sem perder a ressonância literária que lhes deu origem.

Em Freud, a literatura se insinua em múltiplos registros, como um fio que atravessa e costura experiências diversas: no estilo, que confere à sua escrita e à construção de seus casos clínicos uma cadência narrativa literária; na invenção de seu método, que encontra na liberdade criadora dos poetas a matriz da associação livre; e na formulação de conceitos, muitos deles recolhidos nas margens da poesia e da ficção.  A psicanálise nasce, assim, como uma escrita em travessia.

No presente, as aproximações entre literatura e psicanálise seguem se reatualizando, atestando a força de sua incidência no campo analítico. Esse movimento ocorre num contexto em que a psicanálise, para além de seu espaço estritamente clínico e institucional, também se tornou mais presente no discurso social e cultural. A popularização de termos como inconsciente, pulsão, fantasia ou trauma atesta não apenas a difusão das ideias freudianas, mas também sua inserção no imaginário coletivo, em diálogo com a literatura, o cinema, a filosofia e as artes. Longe de qualquer tentativa de sistematização, trata-se aqui de seguir alguns gestos dessa interlocução, concebidos como movimentos que se cruzam, se sobrepõem e ressoam entre si.

Um primeiro gesto remonta o modo como Freud recorreu à literatura desde os primórdios da psicanálise: ora para apoiar a formulação de conceitos, ora para encontrar imagens capazes de dar corpo ao que ainda não tinha nome. Esse gesto inaugural continua a reverberar no campo psicanalítico, onde a literatura, assim como outras linguagens artísticas, constituem um material privilegiado para pensar as formas de construção da linguagem em sua relação com a experiência humana, seja ela descritiva ou subjetiva, poética ou ficcional. Além disso, vale lembrar que nas últimas décadas, o campo literário tem ampliado o horizonte epistêmico que contempla, no sentido de reparar exclusões históricas. Ao incorporar perspectivas oriundas das experiências negras, indígenas, feministas e decoloniais, essas obras sinalizam uma abertura do campo das artes para outras formas de conhecimento, interpelando o discurso psicanalítico e exigindo dele novas leituras diante dos debates contemporâneos sobre raça, gênero e colonialidade.

Se nesse primeiro movimento a literatura nutria e instigava a psicanálise, há também um segundo gesto, que nos reconduz à sua invenção: mais especificamente à constituição da escrita freudiana, que já se insinuava não apenas como lugar de formulação conceitual, mas também como espaço de elaboração subjetiva daquele que escreve. Esse gesto pode ser considerado constitutivo do método psicanalítico, pois faz ressoar na palavra escrita a própria experiência clínica. Nesse sentido, a obra inaugural da psicanálise, A Interpretação dos Sonhos (1900), amplamente tomada como sua autoanálise, revela-se como uma experiência histórica fundamental da aproximação da psicanálise com a linguagem literária.

Freud compôs esse livro como quem escreve literatura, imprimindo um estilo narrativo singular ao elaborar a trama conceitual a partir de suas próprias vivências. Ao afirmar que o sonho seria a via real” de acesso ao inconsciente, transformou suas experiências oníricas em um verdadeiro laboratório de linguagem, fazendo da escrita o seu método. A partir de então, ao se distanciar da narrativa médica de sua época, centrada na descrição da enfermidade, o discurso freudiano passou a voltar-se para o sujeito e para os impasses que o atravessam. Como observa Birman (2019, p. 183), a partir dessa obra as narrativas clínicas de Freud passaram a ser lidas mais como romances do que como monografias científicas — fato reiterado pelo próprio autor quando, em 1905, publicou seu primeiro caso clínico, Fragmentos da análise de um caso de histeria, que ficaria conhecido como o Caso Dora.

Os relatos clínicos de Freud passaram a organizar-se pela narração dos acontecimentos e dos sintomas de seus pacientes, articulados à elucidação da trama fantasmática que os estruturava, abarcando tanto progressos quanto impasses e limites da técnica psicanalítica. Nesse percurso, ele chegou a batizar alguns de seus casos com os fantasmas de seus analisantes — O Homem dos Ratos e O Homem dos Lobos —, convertendo experiências singulares em registros de caráter literário sobre as construções psíquicas e ficcionais dos sujeitos analisados (BIRMAN, 2019, p. 121). A escrita freudiana revelou-se, assim, como ponto de encontro entre narração e interpretação, dimensão constitutiva da experiência analítica, fundada na relação do analisando com seu universo fantasmático, o que evidencia a proximidade entre discurso clínico e expressão literária (BIRMAN, 2019, p. 183).

Na tradição psicanalítica, os relatos de casos receberam diferentes denominações. Freud falava em história clínica ou em fragmentos da análise, sublinhando tanto a herança médica quanto o caráter parcial do que se escreve; mais tarde, a noção de narrativa clínica passou a acentuar a dimensão construída do caso, enquanto expressões como vinheta ou apresentação de caso se tornaram correntes em contextos de ensino e supervisão. Autores contemporâneos acrescentaram ainda termos como escrita clínica ou construção de caso, que ressaltam o lugar do analista e a marca de sua subjetividade na elaboração do relato.

Neste mesmo caminho, e em sintonia com a presença ampliada da psicanálise no imaginário cultural, a literatura, ao dar forma à experiência subjetiva e aos limites da simbolização, ressoa também como via suplementar de elaboração. Afirma-se como campo autônomo de produção subjetiva e como destino pulsional, na acepção freudiana da sublimação como modo de satisfação pulsional em direção a criações culturais (FREUD, 1905/2016; 1915/2010), permitindo ao sujeito-autor reencontrar e elaborar sua história, seus impasses e seu desejo. Não por acaso, formas literárias como a autoficção, que nas últimas décadas voltaram a ocupar lugar de destaque, exemplificam esse movimento em que vida e escrita se entrelaçam como exercício de elaboração. Neste sentido, psicanálise e literatura se aproximam não por coincidirem, mas por compartilharem o gesto de transformar a experiência em narrativa. Sob essa perspectiva, inscrevem-se tradições diversas, como a literatura do luto, a literatura do testemunho e ainda ensaios biográficos e autoficções.

Se, por um lado, a escrita freudiana inaugurou um modo de narrar-se a partir da análise, e, por outro, a autoficção deu forma literária ao entrelaçamento de vida e da ficção, há ainda um outro gesto, menos conhecido: o relato do analisando. Trata-se de textos em que o próprio sujeito escreve em primeira pessoa o percurso de sua análise, não para comprovar teorias ou ensinar técnicas, mas para elaborar sua experiência singular. Nesses relatos, a palavra se inscreve na tensão entre memória, invenção e desejo, deixando entrever algo do processo analítico que dificilmente se alcança por outros meios — um campo ainda pouco explorado, mas que pode revelar muito sobre os modos de narrar e de se narrar em análise.

Diferentemente do caso clínico tradicional, que organiza a experiência a partir da escuta e da escrita do analista, o relato do analisando parte de outra posição de enunciação: a daquele que procura inscrever o percurso e os restos de sua própria análise, desde o encontro com o analista até a vivência do dispositivo na posição de quem se deitava no divã. Enquanto o relato clínico supõe recortes e interpretação do material, orientados a elucidar movimentos transferenciais ou a sustentar formulações conceituais, o relato do analisando oferece à psicanálise uma via singular de reflexão sobre seus limites e possibilidades. Nessa perspectiva, a análise se revela a partir de dentro, permitindo vislumbrar a experiência subjetiva do tempo, do espaço, dos rituais e dos silêncios que configuram a cena analítica.

Um exemplo paradigmático desse tipo de escrita é A Cena de um Estratagema, do francês Georges Perec. Escritor por ofício, Perec aborda com rara sensibilidade sua experiência de análise no consultório de Jean-Bertrand Pontalis. Sua escrita vacila entre a vontade de traduzir o processo em sua concretude e a consciência de que sempre resta um indizível. Por isso, fixa-se inicialmente no espaço do consultório, no tempo das sessões, nos silêncios, gestos e rituais que estruturavam a fala, como se neles pudesse entrever o indizível que escapa. 

A trajetória de Perec, marcada pelo trauma da Shoah e pela perda precoce dos pais, permeia toda a sua produção literária. Nascido em 1936, numa família judaica polonesa, Perec elaborou em seus escritos o luto e a ausência que marcaram sua história pessoal. Como integrante do OuLiPo, grupo dedicado a reinventar a literatura por meio de restrições formais, desenvolveu um modo singular de criação, indissociável de sua experiência de perda e de memória. Um exemplo célebre é La Disparition (O desaparecimento), romance em que toda a trama ficcional se constrói prescindindo do uso da vogal e” — obra que Pontalis leu como alusão à mãe e ao pai desaparecidos (a letra e” é a principal vogal da língua francesa, assim como a única presente nas palavras mère e père, mãe” e pai”, respectivamente) ao silêncio da história e ao trauma indecifrável que resiste à representação plena. A partir desse gesto, pode-se pensar a escrita como um ato de preencher lacunas da memória, dar forma ao vazio e transfigurar o irrepresentável em invenção literária.

Após uma tentativa de suicídio, Perec buscou análise com Pontalis e, ao final do processo, sentiu-se assaltado” pelo desejo de escrever sobre a experiência. O percurso dessa escrita se prolongou por meses, entre rascunhos inacabados que pareciam ecoar as sessões amorfas da clínica. Perec comparava o teto branco e mofado do consultório à folha em branco na espera de palavras que preenchessem o vazio sem diluir a verdade da experiência. Questionava a si próprio sobre o sentido e o destino daquela escrita — dúvidas que ilustram a dificuldade de transpor a experiência subjetiva da análise para a linguagem. Diante da impossibilidade de falar de si sem reservas, de pensar sua história sem resistir aos afetos, de experimentar a irracionalidade de seus sonhos, o paciente, dito por seu analista como um incansável pesquisador dos vestígios da ausência”, parecia pressentir que escrever era também o seu sintoma – nomeado por ele, de maneira arguta, como “estratagema”.

No texto Perec afirma ter contado inúmeras vezes suas mesmas histórias, fazia malabarismos verbais, esgotando uma por uma todas as possíveis combinações, acreditando que pudesse algum dia chegar à imagem que estava procurando. No decorrer de sua análise temeu perder a memória, passou a anotar obsessivamente tudo o que fazia, arquivava e catalogava objetos que comprovavam sua existência, compondo assim uma espécie de diário invertido, feito não de confidências íntimas, mas de registros objetivos de sua existência. Esse foi o ritmo da análise: lento, repetitivo, feito de rastros e acúmulos.

Para contar sobre o desfecho de sua análise, Perec evoca o instante em que as barreiras que o resguardavam desabaram: a escrita como carapaça, as memórias endurecidas e as racionalizações protetoras se desfizeram, abrindo uma fenda por onde algo até então indizível pôde emergir. Não era um conteúdo a ser relatado, mas uma experiência que se gravou como marca e se perpetuou em sua escrita. Esse acontecimento, súbito e surpreendente, tornou possível que, pela primeira vez, suas palavras encontrassem a si mesmo, e também a seu analista.

Essa dificuldade em transpor para a escrita a experiência da análise toca aspectos comuns a muitas vivências clínicas: os tempos mortos, as palavras vazias, as sessões amorfas, os movimentos repentinos que desafiam a linearidade. Diante da catástrofe psíquica, podemos pensar que o dilema vivido por Perec entre o dizer e o escrever revela a tensão inerente tanto ao processo analítico quanto à criação literária, mostrando como ambos lidam com a fragilidade e a resistência do sujeito diante do desejo e do inconsciente.

O texto de Perec é paradigmático para uma discussão sobre os limites da linguagem nos processos de elaboração, seja pela análise ou pela escrita, justamente porque parte de alguém cujo ofício era a escrita, ou seja, um sujeito habituado a manejar e controlar as palavras. Na análise, essa familiaridade converte-se em obstáculo: o desejo de dominar o processo pela via do discurso nada produz, e é apenas quando as defesas se desfazem que a experiência irrompe e a palavra encontra seu verdadeiro efeito.

O que se evidencia é que uma escrita sobre a própria analise, não se limita a registrar uma experiência já vivida, mas, ainda que a posteriori, pode se tornar parte do próprio processo de elaboração, oferecendo à psicanálise uma via suplementar para pensar os impasses do sujeito diante do indizível. Deixa de ser acessório da experiência analítica para tornar-se um modo de prolongar sua busca incessante de sentido, de reinscrever seus vazios. Uma outra via — não menos inventiva, nem menos transformadora.

Notas al pie

  1. email. paulasig@gmail.com/ cel. +55 11 981361384
  2. Instituto Sedes Sapientiae/ Instituto Gerar – São Paulo – Brasil
  3. Tradução para o espanhol: Celina Lagrutta
  4.  En un texto escrito al año siguiente, El creador literario y el fantaseo (1908), Freud nos presenta una teoría general sobre la creación literaria, articulándola con el jugar infantil y la producción del sueño diurno (el ensueño): «El escritor hace lo mismo que el niño cuando juega. Crea un mundo de fantasía que se toma muy en serio, es decir, en el que invierte una gran cantidad de emoción, mientras mantiene una separación nítida entre el mismo y la realidad». (FREUD, 1908, p. 327, traducción libre).
  5. Sobre el reconocimiento, aunque tardío, de la deuda de Freud con la literatura, así como sobre las relaciones entre el discurso psicoanalítico y el discurso literario, véase: BIRMAN, Joel. Cartografias do avesso.“A escrita e os destinos da psicanálise”, p. 113-157
  6.  Freud concibió el método psicoanalítico inspirándose en un modelo estético de creación — un manual literario sobre la composición poética — que fue transpuesto al dispositivo analítico. Cf. Ibidem, p. 251.
  7. Entre las interlocuciones del psicoanálisis con las artes, vale la pena recordar el estudio de Freud sobre Leonardo da Vinci, en el que reconoce en el paso de lo artístico a lo científico un paradigma de creación y conocimiento (FREUD, 1910/2013). Posteriormente, el propio campo psicoanalítico pasó a reconocer en el cine otra fuente privilegiada de diálogo, explorando el inconsciente, el sueño, la repetición, lo inquietante y otros aspectos de la subjetividad.
  8.  Obras recientes como Um defeito de cor, de Ana Maria Gonçalves, A queda do céu, de Davi Kopenawa y Bruce Albert, Torto Arado, de Itamar Vieira Junior, y las narrativas de Conceição Evaristo en Ponciá Vicêncio y Olhos d’água figuran entre aquellas que se han destacado en los últimos años por reescribir experiencias de trauma, memoria y resistencia en nuevos modos de subjetivación, un movimiento que viene interpelando al psicoanálisis a revisar conceptos, reformular lecturas y reconocer las transformaciones culturales y sociales de nuevas epistemes reflejadas en la literatura contemporánea.
  9.  Sólo por citar algunos ejemplos recientes que sitúan al lector, me refiero a títulos que tuvieron gran repercusión, como Mi lucha, de Karl Ove Knausgård, El acontecimiento y Los años, de Annie Ernaux, El fin de Eddy, de Édouard Louis, La resistencia, de Julián Fuks, El padre de la niña muerta, de Tiago Ferro, y Recovecos de la memoria, de Conceição Evaristo.
  10.  El llamado “relato del analizado” tiene precedentes en la tradición lacaniana, especialmente en la Escuela Freudiana de París, donde se concibió como un dispositivo de transmisión distinto del caso clínico elaborado por el analista. Esa práctica, dirigida particularmente a una comunidad psicoanalítica, pone en evidencia cómo la escritura o la palabra pueden convertirse en un vehículo de elaboración y transmisión. (LACAN, 2003).
  11.  Cabe mencionar también la reciente publicación de Análise (Zahar, 2025), de Vera Iaconelli, un ensayo memorialístico en el que la escritora-psicoanalista entrelaza episodios de su historia personal, a menudo revisitados en los análisis a los que se sometió. Con cierto toque de ficción, incorpora situaciones vividas en el presente — como un diario íntimo escrito en paralelo al libro — y articula reflexiones teórico-clínicas derivadas de sus propias elaboraciones psicoanalíticas sobre la narrativa. Se trata de una perspectiva singular, en la que una analista experimentada revisita sus experiencias de análisis y las elaboraciones que quedaron de ellas, ahora desde la posición de analizada, narrándolas en un registro literario.
  12. PEREC, Georges. La scène de l’estratagème. Cause Commune, Paris, n. 9, p. 5-14, 1977. En 1977, Perec fue invitado a escribir sobre la estratagema en la revista Cause Commune, vinculada al Partido Comunista en París. Aunque confesó haber sido “asaltado por el deseo de hablar, o más precisamente, de escribir sobre lo que había sucedido” justo después del final del análisis, fue recién ante esta invitación, con “contornos imprecisos y oblicuos”, que finalmente logró dar forma a la escritura sobre su experiencia analítica.

Bibliografía

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Perec, G. (1969). La disparition. Gallimard.

Perec, G. (2005). A cena de um estratagema (A. C. Carvalho & F. R. Belo, Trads.). Psychê, 9(15), 13–21. Recuperado em 31 de agosto de 2025, de https://pepsic.bvsalud.org/scielo.php?script=sci_arttext&pid=S1415-11382005000100002 (Trabalho original publicado em 1977 na revista Cause Commune [Les lieux dune ruse”], 1, 77–88, col. 10–18, n. 1143)

Pontalis, J.-B. (1991). A força de atração (L. Magalhães, Trad.). Jorge Zahar.

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Paula Signorelli

Paula Signorelli