NÚMERO 17 | Mayo, 2018

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Entrevista a María Eugenia F. Farrés | Ileana Fischer

María Eugenia F. Farrés es una querida colega de la AEAPG que ha realizado su formación de Maestría en nuestra institución y que ha participado y participa muy activamente desde hace muchos años en las tareas de docencia de los Posgrados de Maestría y Especialización en Psicoanálisis, AEAPG en convenio con  la UNLaM, en la Comisión Científica y en la organización del Congreso anual. También ha sido terapeuta y coordinadora en el Centro de Investigación y Orientación Comunitaria Dr. Arnaldo Rascovsky. Con un estilo muy cálido, recorre momentos de su vida enlazados a su formación como analista. Entre ellos, una prolongada estancia en Alemania. En esta entrevista, no sólo recupera los momentos de formación teórica en la AEAPG, sino que destaca la importancia del trabajo con otros como un pilar en su formación.

Ileana Fischer: ¿Cuáles son los aspectos que destacas de tu formación profesional como psicóloga? 

María Eugenia F. Farrés: A la Universidad le agradezco el haberme entusiasmado con el Psicoanálisis. Pese a lo que se puede imaginar, habiendo egresado de una universidad católica, tuve muchos profesores apasionados con la lectura psicoanalítica, rigurosos con su lógica interna y comprometidos con su eficacia terapéutica. Ellos supieron transmitirme su entusiasmo. Nos contaron de otras “orientaciones” en Psicología, pero, a mí por lo menos, me engancharon con la clínica psicoanalítica.

Además la fuerte base filosófica y lógica me abrió la cabeza respecto del “desde dónde y de qué manera” pensamos muchas cosas. Eso va muy en contra del dogmatismo y de la aplicación “mimética” de los conceptos. La lógica y la filosofía te ayudan a interrogarte, a pensar libremente.

Por otro lado, no me puedo olvidar de la importancia del psicodiagnóstico. Por varias razones: saber de técnicas me “dio de comer” todos los primeros años de mi vida profesional.

Pero la otra razón es todavía más pesada. Es una entrada en la clínica bajo la concepción de que hay algo a develar en nuestra conducta. No todo está dado en lo que vemos. Saber de psicodiagnóstico te obliga a buscar la lógica interna de los decires, escritos, dibujos, etcétera, y a contar con que siempre habrá observables de los que no puedas dar cuenta, y eso también es parte del trabajo. Otra cosa es que nunca le tuve miedo a confundir diagnóstico con rótulo.

IF: Hace más de 20 años que sos socia de la AEAPG y participás de muchas actividades de docencia y de gestión. ¿Qué valoras de la pertenencia institucional? ¿Cuáles son las actividades y funciones que realizaste en la AEAPG?

MEFF: Sí, parece mentira, pero hace más de 20 años que estoy vinculada a la Escuela. Me gusta decirle la Escuela porque así la conocí. Hice la formación en Psicoanálisis (que en ese momento eran 4 años) buscando coherencia interna y mucho Freud (cosa que no había encontrado en mi primer posgrado). Me reenganché y la terminé con mi hijo mayor en brazos.

Después, cuando se iniciaron los Posgrados de Maestría y Especialización en Psicoanálisis, decidí cursar las materias que me faltaban para obtener el título de Magister  en Psicoanálisis. Esto lo pude hacer en los tiempos que me dejó la licencia por maternidad de mi segunda hijita.

Circunstancias de la vida me llevaron a Europa por unos años. Pensé que estando allá iba a escribir mi tesis, pero me objetaron el proyecto que todavía me está esperando para que lo reformule. Al regreso, ya con mis tres hijos, pensé a qué lugares de mi vida porteña quería volver y no lo dudé: a la Escuela.

Así fue que, ahora buscando raíces y pertenencia, hablé con Liliana Ríos[1] y me sugirió dar clases e incluirme en el Centro Rascovsky[2] (les cuento que en el momento en que me recibí el Centro se estaba estrenando y para entrar ibas a sorteo).

Si bien Liliana me había “gestionado” un lugarcito para ser ayudante, en mi perspectiva, el Rascovsky era una posibilidad lejana y ya que era por sorteo, pero fue una hermosa sorpresa enterarme que había cambiado la modalidad. Me entrevistaron y entré al Equipo de adolescentes (donde todavía tengo mi corazoncito). Nuevamente la Escuela me albergaba después del desarraigo (ya no teórico, sino literal).

De a poco fui pasando por varios lugares: fui parte de la Secretaría Interinstitucional, integrante de la Comisión Científica (donde sigo trabajando), terapeuta y luego coordinadora del Equipo de Adolescentes del Centro. Participé en varios cursos de Formación Permanente, jornadas, congresos; formé parte del grupo autogestivo “Encuentro con el psicoanálisis contemporáneo” y, desde hace 4 años, coordino (junto con Valeria Mian) la comisión que organiza el Congreso Anual. No me canso de decir que es una tarea ENORME.

Hoy en día es la tarea más grande que estoy llevando a cabo y me permite reunir varias cosas que me gustan: la teoría, la gestión y los amigos. Aprovecho y paso el “chivo”: nuestro Congreso 2018 se titula “Psicoanálisis: entre la urgencia subjetiva y la elaboración” y será 4, 5 y 6 de octubre. Tienen tiempo para presentar trabajos hasta el 13 de julio. ¡¡Escriban que va a estar bueno!!

Paralelamente, fui haciendo carrera docente como ayudante de un montón de analistas valiosos hasta llegar a ser docente titular de los Posgrados en Psicoanálisis. Actualmente soy profesora del módulo de Psicopatología de la materia Clínica y Psicopatología Freudiana I. También dicté con dos amigas varios seminarios virtuales.

Estoy y estuve mucho en gestión. Enrique Ascaso dice —y yo lo comparto— que los psicoanalistas no solemos ser buenos administradores… a mí por suerte me sale. Soy organizada y me gusta el trabajo en equipo.

La institución me dio muchas cosas: amigos, supervisores, formación, alojamiento tanto teórico como afectivo, trabajo; pero sobre todo espacio para compartir la clínica y, a través del intercambio, enriquecimiento teórico.

La formación en la Escuela es claramente permanente y no estoy hablando sólo de cuestiones teóricas. También se aprende a modelar el narcisismo, a trabajar con otros, a acompañar y ser acompañado, a pensar pluralmente.

Y también está el alivio que produce compartir la clínica. Eso fue fundamental en el Centro Rascovsky, entender que convocar a “los demonios del Averno” en transferencia es mucho para uno solo.

IF: Según tu opinión ¿cuáles son los desafíos clínicos que tiene un psicoanalista en la actualidad?

MEFF: Creo que hay más de uno. Algunos de esos desafíos vienen de la lógica social vigente.

La sociedad actual (funcionando fundamentalmente a desmentida) propone narcisismo a ultranza, completud omnipotente y satisfacción irrestricta e inmediata.

En ese sentido, existen múltiples desafíos. Uno de ellos, la demanda de respuestas inmediatas e indoloras. Todos quieren “pasarla bien perpetuamente”. Sin tiempo para el dolor y la reflexión, es difícil que el Psicoanálisis no sea vivido como un lastre. Todos quieren librarse del sufrimiento “en tres maniobras” y eso para nosotros no es posible… en realidad creo que para ninguna psicoterapia.

Hoy en día “se debe” estar bien ya, sin tiempo de elaboración del sufrimiento. Ese suele ser el pedido de los pacientes, pero a veces somos los analistas los que no estamos preparados para alojar el dolor y generamos, sin darnos cuenta, el rechazo de la transferencia…. Somos parte de esta época.

Creo que eso tiene que ver con la omnipotencia del analista (de la que nadie escapa). En el contacto con profesionales de nuestra disciplina no deja de asombrarme como nos olvidamos de la necesidad de analizarnos y supervisar. Es lo que comentaba recién del trabajo en equipo y la pertenencia institucional: no podemos pensar que somos capaces de tolerar solos el fragor de la transferencia y, menos aún, olvidar que la incompletud nos constituye como humanos y su reconocimiento es la marca en el orillo del sujeto analizado. Me aterra pensar que ese “olvido” de la castración que nos habita termine transformándonos en cualquier cosa menos psicoanalistas.

Esa “desaparición de los analistas” detrás del Imposible is nothing me preocupa más que las patologías del acto y las impulsiones. Creo que en esa área la formación de los analistas es fundamental y, sostenerla con sus tres patas, un verdadero desafío clínico

IF: ¿de qué modo te parece que han incidido las redes sociales en los modos de lazo social?

MEF: Algo de esa pregunta creo que la respondimos en el trabajo que escribimos junto con Silvina Ferreira dos Santos y Viviana Veloso, premiado en el Congreso de elSigma.com.

A mi criterio las redes sociales no han modificado necesariamente los modos de investir objetos, al menos aún. Ahí sigo a Freud cuando dice que la descarga mediata sostiene el lazo en lugar de disolverlo y que la satisfacción se consuma primero en la fantasía.

Las redes sociales, a mi entender, por lo menos, son un espacio más donde el lazo tanto puede afianzarse como disolverse y aún crearse (Y si no, pregúntenle a los que se conocieron por Tinder y que hasta tienen hijos, a los amigos de los foros de gamers, etc.).

Pero hay dos cuestiones que para mí sí se encaminan hacia un cambio y que tienen que ver con las redes.

  1. La cuestión de la temporalidad en dos aristas: instantaneidad (entendida como falta de tiempo de espera) y fugacidad (un tema que me desvela especialmente en su vínculo con la inscripción).
  2. El otro tema que estoy explorando ahora en B. C. Han es la crisis de la representación. Han lo toma a nivel socio-político. Ahora que se puede, ya nadie “delega” su voz. Todos tienen algo que decir y como se espera poco, se piensa menos y se “tira cualquier cosa” al espacio de las redes. No nos olvidemos que, ya desde el Proyecto, el pensamiento es descarga motora para Freud…. Y eso que él no vivió las shitstorms.

Esas dos cuestiones que hoy en día performan las subjetividades a través de las redes, a largo plazo creo que cambiarán el mundo.

IF: para finalizar te pedimos que compartas con los lectores una anécdota o recuerdo que haya marcado tu práctica o tu formación como analista.

MEFF: Hace como 15 años trabajaba como psicóloga en el Servicio de Rehabilitación de un hospital general. Estar ahí no era lo que llamaría una tarea grata ni siquiera para “una analista de trinchera”, como me creía.

Desde el consultorio chiquito que nos asignaban, intentaba privilegiar la escucha abstinente, eso que nos define como analistas y nos separa del discurso médico.

Un buen día me presentan a un señor del interior que padecía un tipo de esclerosis muy invalidante que conduce indefectiblemente a la muerte silenciosa y rápida. Lo habían diagnosticado hace ya varios años, de modo que los médicos se asombraban de que aún estuviera vivo y pudiendo hablar.

Se desplazaba en silla de ruedas y, habitualmente, estaba muy triste.

Me pidieron que lo “vea”.

Lo llevé al consultorio y, como analista, “escuché” su dolor, su certeza de la muerte próxima, su llanto irrefrenable durante varios minutos. Sobre el escritorio tenía una caja de pañuelos que le acerqué y no usaba.

Entonces el señor, muy respetuoso, me dijo “Licenciada ¿no me levantaría la mano para que tome un pañuelo y me seque las lágrimas?”. No podía alzar los brazos sin ayuda. El impacto aún me dura.

En ese momento me di cuenta de que ser psicoanalista, más allá de correrse del discurso médico, abstenerse del furor curandis, privilegiar la escucha y otras tantas cosas que todos sabemos, tenía que ver con alojar el sufrimiento. Y para eso es necesario también sonreír, mirar, oler, hacer chistes, ofrecerse entero como soporte de la transferencia, para después escuchar.

Esa historia (¡¡que trascurrió cuando ya tenía más de 10 años de formación!!) me marcó el camino porque agujereó mi narcisismo y me dio mucho trabajo en análisis y supervisión.

Creo haberla contado mil veces en la Escuela: a los amigos, a los colegas alumnos, en el Rascovsky. Compartirla me ayudó a pensarla y a morigerar su impacto. Espero que sirva.

IF: Muchas gracias por esta linda entrevista. Un placer.

Notas al pie

[1] Secretaria de la AEAPG

[2] Centro de Investigación y Orientación Comunitaria Dr. Arnaldo Rascovsky 

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