NÚMERO 31 | Mayo 2025

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Escribir para recordar | Abel Zanotto

Partiendo de los significados que aportan los diccionarios y a partir de un recorrido histórico desde la unificación de los reinos italianos en el siglo XIX hasta la actualidad, Abel se pregunta por la trama que surge del entrecruzamiento de estos dos actos humanos y vinculares: la escritura y la transmisión.

Las reflexiones siguientes tienen la particularidad de poseer los meta mensajes y , en esta oportunidad, se manifiestan sobre el escribir acerca de la escritura y transmitir, al mismo tiempo, lo escrito. 

¿Quién no oyó, alguna vez, la recomendación de “escribilo para no olvidarlo”. Podríamos pensarlo como una paráfrasis del artículo freudiano “Recordar, repetir y reelaborar” de 1914 o como el vago reproche de “no entiendo muy bien lo que me enviaste” seguido de: “¿Me lo podrías transmitir mejor?”. “Escritura y transmisión”, entonces, se entrecruzan en una trama diríamos indispensable pues siempre hablamos o escribimos algo para comunicar ese algo a alguien; y se erigen como poderosos recursos que estructuran la vincularidad humana.  

En relación con la etimología del término escribir, (Corominas, 1976: p.246) señala que es un vocablo divulgado a partir del 1140, y que deriva del latín scríbëre con numerosas derivaciones: escribiente, escrito, escritorio, escritura, escribanía, circunscripto, describir, prescribir, suscripción… 

En el frecuentado sitio de Wikipedia se señala que la “escritura es un sistema de representación gráfica de un idioma por medio de signos trazados o grabados sobre un soporte” y se agrega que “la escritura es un modo gráfico específicamente humano de conservar y transmitir información” mediante representaciones codificadas sistemáticamente y en secuencias regularmente dispuestas categorizadas en “logogramas” que, en líneas generales, representan conceptos y “grafemas” que expresan sonidos o grupos de sonidos.

  No fue posible encontrar la etimología del vocablo transmisión. La “Enciclopedia Salvat” (T. 12; 1978: p 3196) nos dice que es “acción y efecto de transmitir” y se detallan algunos usos científicos: en Física, por ejemplo, es “propagación del calor”; en Medicina,  “transferencia o contagio de las enfermedades, comunicación de los caracteres hereditarios a la descendencia, conductividad nerviosa” y en Psicologìa, “telepatía”. Por su parte, transmitir habla de “trasladar, transferir” y en Derecho: “enajenar, ceder o dejar a otro un derecho u otra cosa”.

La búsqueda en Wikipedia se refiere, en general, a medios de transmisión definidos como “las vías por las cuales se transportan los datos” y, que según las necesidades o no de utilizar un soporte físico, se clasifican en “guiados” o “alámbricos” y en “no guiados” o “inalámbricos”. Además, se indica que en los actuales momentos tecnológicos se utilizan ondas electromagnéticas o pulsos con iguales fines. 

¿Conjunción o disyunción? 

 El conectivo “y” en la locución “Escritura y transmisión” revelaría la asociación entre un acto solitario, casi inmóvil como es el “escribir” y un compartir, una acción vincular en movimiento entre dos personas que se revela en la “transmisión”. El prefijo “trans” comunica algo de un acto que trasciende la individualidad y que asocia, en principio, a dos actores (por ejemplo, quien escribe y quien lee) que se definen a sí mismos como “emisor” y “receptor” y que cobran sentido en una relación dialéctica.Así como en una psicoanalítica cobran sentido y se definen mutuamente el “analizante” y el “analista” mediados por discursos verbales y paraverbales. 

 En este sentido, en las primeras líneas de la definición del sitio Wikipedia ya nos enfrentamos a una serie de fenómenos intrínsecamente unidos: por un lado, se define a la escritura como un recurso gráfico para conservar la memoria humana; y por otro, como la materialización de los vínculos humanos a través de la transmisión.

  Si bien dentro de la escala zoológica se encuentran “sofisticados” lenguajes en el acercamiento animal – ecosistemas  (pueden nombrarse el de los gibones en el sudeste asiático y el de las abejas), la escritura y la consiguiente lectura de lo escrito suponen  una transmisión implícita entre los hombres; un fenómeno que puede pensarse como  la materialización humana mediante complejos procesos neuronales precisamente de actos humanos vinculares que permiten, mediante significativos e indispensables procesos de  abstracción, superar la transmisión lineal de los lenguajes animales, restringidos, por ejemplo, a  la presencia del enemigo y el peligro del fuego y la ubicación de los reservorios alimenticios.

En definitiva: la escritura y la transmisión como actos humanos superan el “aquí y el ahora” y permiten, entre un mosaico de invalorables posibilidades, recordar trayectorias pasadas e imaginar trayectorias futuras. La familiaridad de estas acciones -para quienes pueden ejercerlas- neutralizan “costosos” procedimientos que facilitan la vida cotidiana; pero la carencia en el dominio de estas acciones -basta pensar en las enormes limitaciones psicosociales de las personas analfabetas o semianalfabetas- es una puerta cerrada, un dique al acceso de amplios y profundos espacios fácticos y simbólicos en un mundo cada vez más codificado y, por lo tanto, más problematizado. 

En su columna de la publicación digital “Cenital” (23/03/25); escrita por las vías tradicionales pero transmitida por los canales digitales que, si bien tienen su “antigüedad” no dejan de sorprendernos sobre todo a quienes integramos la categoría de “migrantes digitales” el escritor y ensayista argentino Marín Kohan nos interpela con la pregunta de qué miramos que, muchas veces cargada de pasividad, se enfrenta al qué hacemos aunque, desde su posición, “mirar” también es “hacer”.

Detengámonos brevemente en esta afirmación: la comunicación no verbal que es captada principalmente por el sentido de la visión es en la vida cotidiana en general y también en el marco de las sesiones analíticas una fuente pletórica de significados. Espacios simbólicos, en definitiva, donde lo verbal y lo no verbal se nutren y potencian mutuamente en una acción sinérgica de apertura y ampliaciones. 

Un colega comentaba que un analizante aportaba en muchas sesiones algunos textos breves de su autoría en los que manifestaba sus deseos de interrumpir la psicoterapia …  aunque nunca faltaba a sesión y en ocasiones insistía en este deseo, “apoltronándose” en el asiento del consultorio. Esta disociación entre lo hablado y lo escrito y lo no verbal y lo gestual comunicaba un relato pleno de significaciones manifiestas y encubiertas y desplegadas en el campo transferencial. No siempre lo escrito coincide puntualmente con lo transmitido o interpretado desde otros registros.

Escribir: un viaje en el tiempo

Como en algún momento sostuvo el semiólogo francés Barthes la escritura (agreguemos la trasmisión) es un fenómeno que involucra al cuerpo, la historia, la tradición y el sentido social. En esta enumeración se despliega, una vez más, una trama en la que cuando se escribe siempre está, encubierta o manifiestamente, la intención de transmitir un mensaje… aun en los monólogos íntimos. En ellos, se produce la curiosa paradoja de que cuando una persona habla consigo misma se dirige a sí misma invocando la segunda persona del singular: “me hablo a mí pero como si hablara o me hablara otra persona”. Una conjunción entre “yo” y “tú”. 

Continúa Barthes: la escritura está impregnada de huellas corporales que no son simples registros mecánicos y automáticos sino que funcionan como vértices en los que se intersectan pulsiones demoradas y que pueden interferir entre sí.

  Además, la escritura se inscribe en una historia pues siempre se escribe según los dictados epocales pensemos en las palabras “de moda” y en la rápida caducidad y en la casi imposible decodificación de las mismas según los ritmos generacionales y en el sentido social pues los textos de cualquier tipo se escriben y se inscriben en contextos que brindan más de un sentido.

 Basta pensar en la referencia lacaniana de 1952 a la “subjetividad de la época” y a la expresión de que “los textos se escriben en con-textos” para reforzar la expresión “decodificaciones aberrantes” detallada por Umberto Eco cuando los códigos utilizados para emitir un mensaje y también para descifrarlos desestiman la trama señalada entre “texto” y “con-texto”.  

Abundan los ejemplos de las “decodificaciones aberrantes”: podrían presentarse, una vez más, las interpretaciones al conocido acto del etólogo Lorenz caminando detrás de una tapia mirando para el suelo y hablando en voz alta. De un lado del muro, se podía entender la conducta de Lorenz como un acto alucinatorio en tanto estaba hablando solo y mirando el piso. Del otro lado del muro -o sea donde estaba el etólogo- variaba absolutamente la decodificación: Lorenz “hablaba” con unos animalitos de los que estaba investigando los “lenguajes” utilizados y las conductas consecuentes, y que lo rodeaban en su marcha. 

O sea, cualquier texto se produce y se transmite según contextos relativamente homogéneos. Sería imposible enumerar las restricciones ambientales y sociopolíticas que enmarcan a escrituras y transmisiones. Detengámonos en otros dos ejemplos históricos. La unificación de los reinos italianos fundamentalmente en el siglo XIX a través de las instituciones republicanas se estructuraba, en parte, con el imperativo de formalizar un lenguaje nacional superador de los dialectos regionales. 

Y en una de las entregas de la novela “Las amigas” de la novelista italiana Elena Ferrante, se describen los conflictos generacionales entre las personas mayores aferradas al dialecto napolitano y las generaciones más jóvenes en contacto con el idioma italiano que trataba de ser común a toda la península. Cuando se instalan los primeros televisores en la comunidad barrial, sucede un fenómeno muy significativo entre lo que se dice y cómo se lo dice: los programas estaban realizados en la ciudad capital y los parlamentos escritos y hablados en italiano eran inaccesibles para los sectores tradicionales dialectales de las periferias.

  Los hijos jóvenes, familiarizados con el idioma nacional en los ámbitos escolares, actuaban como “traductores” o “iniciadores” según las conceptualizaciones y terminologías utilizadas por psicoanalistas argentinos. El proceso re-identificatorio adolescente empujaba a esos adolescentes a erigirse como agentes de cambio y figuras esenciales en las reescrituras y retransmisiones del pasaje de lo viejo a lo nuevo; de lo consagrado a lo novedoso; en definitiva, de lo estable a lo disruptivo. 

En esos  hogares napolitanos se producía inicialmente un “cisma” generacional entre las generaciones mayores y las generaciones juveniles, proceso que se fue intensificando a medida que se generalizaron  las escrituras y transmisiones digitales que fueron quedando en “poder” de los más jóvenes a tal punto que, según algunos cientistas sociales -lxs antropólogxs Le Breton y Mead y el historiador Toynbee, por ejemplo- es la primera vez en la historia de la humanidad en  que las generaciones mayores aprenden de las más jóvenes: o sea, actos de escritura y de transmisión signados por lo etario y las culturas y subculturas respectivas con un giro disruptivo, parafraseando a Lacan, de  ubicar  en las generaciones juveniles el actual “sujeto supuesto saber”.  

Lo escrito… escrito está

La tensión entre “culturas letradas” y “culturas iletradas” que se asocian al progreso sostenido de la técnica y la cultura en los registros materiales para la transmisión de los conocimientos, se expresa de una manera más “liviana” en la oposición entre las expresiones “lo escrito, escrito está” y “a las palabras se las lleva el viento”. 

Apelando a la imaginación sociológica, podría sostenerse que mientras la escritura convencional y la transmisión por vías y recursos “tradicionales” estarían asociadas a los paradigmas baumanianos de la “modernidad sólida” en tanto los escritos convencionales pues permanecen, hay registros de los mismos, resisten el paso del tiempo y se los puede “visitar” y “revisitar”, los mensajes orales tradicionales se “evaporan” con el transcurrir del tiempo. 

La modernidad “líquida” que caracteriza a las realidades y vincularidades actuales en muchas sociedades -en especial las occidentales- también impone sus improntas de fugacidad e instantaneidad; de su vértigo y el movimiento constante: las palabras no registradas o, mejor dicho, en su momento “esculpidas” en la piedra y después escritas en el papel danzan un ballet de permanencia y fuga; de constancia y desapariciones; en definitiva, de ausencias y presencias. 

En este sentido, las preguntas y las respuestas que acompañan muchos momentos de la vida cotidiana -por ejemplo, “¿dónde lo leí?”, “¿dónde lo escribí?” – revelan un momento inicial de desconcierto e inquietud en la búsqueda de esa fuente momentáneamente “fugada” de nuestra memoria y un alivio posterior cuando encontramos lo que buscábamos.

En cambio, podríamos pensar a las preguntas “¿dónde lo escuché?” o “¿quién me lo dijo” como más inquietantes en tanto las fuentes tal vez se dispersaron y anularon. Podríamos pensar, también en este sentido, que “googlear” algo en los actuales momentos de las civilizaciones contemporáneas funciona como un reaseguro a nuestra búsqueda, como una “memoria externa”, como un “disco rígido” que atesora lo que buscábamos y que se nos ofrece en milésimas de segundos…

Escribir y transmitir el psicoanálisis

Ordenar una biblioteca; reacomodar libros y otros escritos; cambiar la disposición de algunos testimonios puede ser una tarea tediosa pero también fascinante… e histórica. Siempre nos encontramos con un ejemplar que hace mucho tiempo buscábamos y no sabíamos dónde estaba; nos sorprendemos porque de tal autor o de tal autora, en la desprolijidad reinante, tenemos más obras que las imaginadas… Y así casi ad infinitum.

Las obras referidas a temas más específicos y asociadas a determinada profesión y/u ocupación suelen correr mejor suerte pues, en general, están más ordenadas -los textos de Freud todos juntos; los de Winnicott en un espacio determinado… al lado de las obras de Lacan que están en el estante superior de los destinados a la “Escuela inglesa” ubicados a la izquierda de autores argentinos y latinoamericanos especializados en los ítems teóricos y clínicos que son de nuestro interés  permanente- pues es asiduo y frecuente  el contacto con las ideas escritas en su momento y transmitidas tradicionalmente en el formato de libros y más actualmente como documentos y sitios en internet que nos ilusionan con la sensación de tener casi todo el conocimiento de casi todo el mundo a un simple clic de nuestra mano.

Pero allá abajo, en un estante casi olvidado, se descubren biblioratos con contenidos casi arqueológicos; las “actas” de las reuniones de los grupos de estudio de determinado autor, en general Freud, allá por los 70 y principios de los 80. 

Los grupos de estudios psicoanalíticos eran, como es fácil recordar, redes de estudiantes o profesionales flamantes o especialistas con mayor o menor experiencia reunidas alrededor de un/a coordinador/a que guiaba la lectura de los textos clásicos. Esos y otros textos escritos eran y son el resultado del interés de los diferentes autores de dejar un registro, una huella de lo que entienden pueden ser aportes para el avance del psicoanálisis. Una urdimbre entre ideas que al presentarse por escrito se representan como determinadas transmisiones relativamente objetivas y decididamente subjetivas porque la lectura y el estudio de cualquier texto -aun los referidos a las “ciencias duras”- siempre son atravesados por la subjetividad de los emisores y de los receptores.

Las “actas” ya nombradas de esas reuniones eran el comienzo de un ritual académico:  un participante era el encargado de registrar lo trabajado en la reunión presente y el redactor del acta que iniciaría la reunión siguiente. Había tantas copias como integrantes y en general eran redactadas sin mayores precisiones gramaticales porque no interesaba sino que prevalecía la espontaneidad de lo escrito y transmitido por un autor. Una recreación democrática no anárquica.
Pero esas “actas” podían y pueden ser entendidas como señales de actos sociopolíticos que trascendían lo académico. La enseñanza del psicoanálisis no tenía reconocimiento oficial en las instituciones educativas atravesadas, como cualquier institución, por los vaivenes políticos regidos, en aquellos tiempos, por la alternancia entre democracias débiles y vigiladas y dictaduras vigilantes.

El psicoanálisis era “incómodo” por sus propuestas teóricas y sus implicancias clínicas. Desalojado de las aulas -aunque estaba en programas de estudio y se desplegaba figuradamente en muchas clases- fue alojado en los ya nombrados “grupos de estudio” que funcionaban como instituciones “no formales privadas” que cumplían varios objetivos aparte del estrictamente científico.

Podríamos pensar a esos colectivos como materialización de las denominadas “alianzas ofensivas” teorizadas por Käes en tanto agrupaban a estudiantes de psicología avanzados, a egresados flamantes o con cierta antigüedad que buscaban acceder a los escritos freudianos “retraducidos” por los coordinadores.

La identidad de los integrantes estructurada alrededor de los significantes “psicoanálisis” y “psicólogos” se erigían como verdaderos pactos ofensivos pero también defensivos frente al poder médico y al de algunas pocas instituciones formales que eran los “propietarios” de la disciplina, de su transmisión y de las habilitaciones académicas para el ejercicio profesional.

La paulatina recuperación de la vida democrática en nuestro país oficializa y habilita al título de “psicólogo” para la atención terapéutica en justa y demorada equiparación con el médico expresada en la Ley 23277/1985¹.

Pero hasta que se llegó a esa instancia, era posible comprobar un movimiento intrínseco al corazón del psicoanálisis como fue la irrupción del paradigma lacaniano en el Río de la Plata. A comienzos de los 80 -aunque siempre es difícil por no decir imposible señalar una fecha de iniciación evidente y rastreable con claridad- comienza a divulgarse la teoría lacaniana, entre otros ámbitos, en la por entonces todavía “Carrera de Psicología” de la Universidad de Buenos Aires. 

El acercamiento y la posterior transmisión de la obra lacaniana por aquellos tiempos estuvo en manos de intelectuales de otras disciplinas más allá de la psicología y la medicina. Sciarreta y Masotta, por citar a dos pioneros indiscutidos, provenían del campo de la filosofía y de la literatura lo cual habilita, en la práctica, al ejercicio del psicoanálisis a analistas provenientes de otros campos del saber. El fenómeno se intensifica y, a su manera, “legaliza” algunos ejemplos previos no pertenecientes al campo lacaniano.

Es sabido que M. Klein era docente y que, entre nosotros y por citar unos pocos nombres, Arminda Aberastury estaba doctorada en Ciencias de la Educación; D. Maldavsky estaba doctorado en Letras, León Ostrov era filósofo,  profesor titular de las asignaturas “Psicoanálisis I y II” en la UBA y pertenecía a  la APA antes de la reglamentación restrictiva de ingresos a no-médicos. Las habilitaciones oficiales “estallaron” y debieron convivir con las habilitaciones “informales”. La escritura y la transmisión del psicoanálisis se expandió libre y velozmente. Las diferencias y los poderes que eran “propiedad” de ciertas élites institucionales se cuestionaron, y dieron lugar a una “explosión” democrática que legalizó y amplió el “inventario” de quién estaba “autorizado” a escribir psicoanálisis y a transmitirlo. Y “the last but  least”… a ejercerlo en plenitud de derecho.

Pero es necesario detenernos en los comienzos de la irrupción lacaniana. Es sabido que Lacan excepcionalmente escribía y que la “escritura / transmisión” de su paradigma era la transmisión oral. Los grupos iniciales de estudio de su obra giraban alrededor de fotocopias muchas de ellas con traducción libre, antojadiza y, a veces, poco rigurosa.

Asistimos, así, a un pasaje de lo oral a lo escrito y de lo escrito a lo transmitido con vaivenes, avances y retrocesos en una teoría, como la freudiana y otras psicoanalíticas, que en su extensión y complejidad circulan por “rutas rectas” para encontrarse, de pronto, con “curvas, descensos y ascensos y caminos bloqueados”. 

Esta metáfora vial expresa parte de las facilitaciones e inconvenientes que supone la transmisión de una escritura manifiestamente compleja como es la referida al corpus psicoanalítico.  La letra escrita es un testimonio que resiste el paso del tiempo y que presenta la paradoja de ser “propiedad” de quien la escribe pero también de quien la transmite y de quien la recibe.

En este sentido podrían mencionarse dos verdaderos acontecimientos relacionados con la transmisión del psicoanálisis y las escrituras / reescrituras del mismo. En relación a Freud, los textos traducidos por López Ballesteros eran indispensables en el acercamiento al corpus freudiano y su transmisión en español.

Pero hacia finales de la década del 70 del siglo pasado, irrumpen y disrumpen en el marcado editorial y académico los textos traducidos por Etcheverry que iluminan ese corpus freudiano y guían, de ahí en más, su transmisión y las escrituras personales y grupales apoyadas en él.

Casi paralelamente comienzan a editarse las enseñanzas lacanianas que desplazan a los recursos anteriores ya nombrados -las célebres fotocopias, por ejemplo- y que sistematizan el pensamiento lacaniano brindando, entre otras muchas posibilidades, un acercamiento más ordenado y sistemático a sus escritos.

Así, se produce una reacción sinérgica de transmisiones y retransmisiones que, al modo de las lógicas ecuacionales, iluminan con “nuevos” enfoques los escritos y los discursos “tradicionales” al punto tal que la comparación de estas entregas novedosas producían la paradoja de percibir como extraños aquellos escritos   no sistematizados o “anárquicos” que resultaban cotidianamente familiares. 

Reflexión final: el psicoanálisis, como otros textos, no es una escritura sagrada y dogmática. Su riqueza casi infinita radica, en parte, en los fenómenos hermenéuticos de acercamiento a sus escritos específicos; proceso que puede respetar la escritura, pero también cuestionarla. Y este vaivén inacabado liga, de manera indisoluble a través de la conjunción “y”, que escribir y transmitir son dos actos auto referenciales pero también vinculares pues  uno existe porque existe el otro. –

Notas al pie

 1. Se recomienda el artículo “La Asociación, ayer y hoy” de Adriana Cabuli en la revista “Psicoanálisis ayer y hoy”. 2012. Bs.As. Argentina

Acerca del autor

Abel Zanotto

Abel Zanotto