NÚMERO 32 | Octubre 2025

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Escritura y psicoanálisis, un lazo inquebrantable | Valeria Mian¹

La autora se interroga sobre el lazo que une a la escritura con el psicoanálisis, sobre su transmisión y realiza un recorrido sobre el lugar que tuvo la escritura para el padre del psicoanálisis. Sus interlocutores y sus influencias. ¿En qué momento escriben los psicoanalistas y qué destino tiene dicha producción? 

La escritura es originariamente el lenguaje del ausente 

(S. Freud, 1930)

Jugando con las palabras

Había una vez un niño de casi 4 años que migró de su casa natal, en un pequeño pueblo, hacia una capital imperial. Pocos juguetes y muchos libros, así comenzó a perfilarse su nuevo hogar. Un padre que valoraba extremadamente las escrituras y una madre que gestó un claustro propicio para el potencial genio de su hijo. Así fueron los primeros años de Sigmund Freud. Nos dirá más tarde: “todo niño que juega se comporta como un poeta, pues se crea un mundo propio o, mejor dicho, inserta las cosas de su mundo en un nuevo orden que le agrada” (Freud, 1908, p.127). Jugar con libros fue el preludio, crear un nuevo orden científico, el corolario.

A partir de estos tres hitos, que marcaron los inicios de la vida del creador del Psicoanálisis, resulta lícito preguntarnos si existe un lazo inquebrantable entre la escritura y nuestra disciplina. De confirmarse, resulta inevitable interrogarnos por qué esa unión no sería doblegada o debilitada, y qué lugar ocupa la escritura en la transmisión del Psicoanálisis. 

Hay plena constancia en sus biografías de que el niño Sigmund, Sigi por esos tiempos, jugó con libros desde edad muy temprana. Sus recuerdos remiten a láminas vistas y textos leídos, una y otra vez. Precozmente inició su educación media y precozmente también entró en la universidad. Según él mismo cuenta, incluso la elección de la Medicina por sobre el Derecho fue a partir de una lectura: un escrito que le atribuye a Goethe. 

El estudio fue su salsa, lectura y escritura una realidad cotidiana desde muy temprano. Así es que desde el nacimiento del psicoanálisis, Freud halló en la escritura un modo de ser. El joven adulto conquistador hizo uso de esta herramienta netamente humana para darse a conocer y expandir su territorio. En hojas de gran tamaño la escritura gótica, angular y confusa, proliferaba en tinta negra. Abreviaturas, notas al margen en lápiz, tachaduras en azul y rojo. Borradores que eran reescritos y luego escritos en limpio. Una especie de fort-da de pluma y papel, angustia y creación, nominación de lo ausente. Sublimación, destino de pulsión que busca llenar la ausencia yendo al encuentro de un otro, espectador, lector, partícipe necesario de la obra. Así Freud (1908, p.135), nuestro héroe paradigmático, nos recuerda que “el goce genuino de la obra poética proviene de la liberación de tensiones en el interior de nuestra alma”. Poesía, teoría, clínica, promotoras de ganancia de placer.

Conforme los años pasaban y el movimiento psicoanalítico se consolidaba, llegaba la hora de asegurar y resguardar el legado. Escrito. En 1918 se funda la Verlag, Editorial Psicoanalítica Internacional que permanecerá funcionando durante veinte años. Aquí la escritura se topa con la censura, pero ese es tema para otro artículo. 

Produciendo texto

La gestación del psicoanálisis no puede ser concebida sino como creación de un escritor. Un adolescente curioso, que aprendía español carteándose con su amigo; Cipión y Berganza hablaban así con franqueza de sus asuntos más íntimos. Un joven médico que, mientras investigaba, escribía. Monografías, informes, reseñas, traducciones. La vida transcurría y el psicoanálisis nacía. Freud escribía. A través de su correspondencia podemos imaginar su vida cotidiana. Relatos apasionados de su viaje a París en las cartas a Martha. El comando de la vida familiar de un padre presente y tierno en las que enviaba a sus hijos. Sus descubrimientos sobre la nueva psicología en el extenso epistolario a Fliess. El crecimiento del movimiento psicoanalítico en el intercambio con sus discípulos. Romain Rolland y Albert Einstein, cartas particularmente reconocidas por su interés teórico. 

Y de la mano de la escritura nos llegan los Apuntes originales sobre el caso del Hombre de las Ratas, testimonio vivo de sus notas trasnochadas sobre los tratamientos. Nos llegan los sueños, jeroglíficos que supo escribir pero también leer e interpretar. La simiente de la supervisión, espacio indispensable en nuestra formación, es la historia de la fobia del pequeño Hans escrita por su padre a Herr Professor. Las batallas por la identidad del psicoanálisis también tuvieron campo en la escritura; Jung y Adler como principales contendientes, y un juez imparcial imaginado para alegar en favor de los legos. Poco a poco el neurólogo dio paso al narrador, y éste al psicoanalista, en sus propias palabras: “No he sido psicoterapeuta siempre, sino que me he educado, como otros neuropatólogos, en diagnósticos locales y electroprognosis, y por eso a mí mismo me resulta singular que los historiales clínicos por mí escritos se lean como unas novelas breves, y de ellos esté ausente, por así decir, el sello de seriedad que lleva estampado lo científico” (Freud, 1893-95, p.174). Seriedad y ciencia retomaron la senda en la escritura del primer psicoanalista.  

Actas de las reuniones de los miércoles vieneses, esos hombres y mujeres que se convirtieron en caja de resonancia para las ideas del genio solitario que procuraba salir del ostracismo. Publicaciones en revistas de divulgación y en enciclopedias, la tarea de dar a conocer el Psicoanálisis nunca se detuvo; su último trabajo, el Esquema inacabado, lo evidencia. Trabajos en colaboración con Breuer y otros. Conferencias, escritos en los que casi lo escuchamos hablar. Textos redactados en otros idiomas para ediciones extranjeras. Una vez más, expansión del territorio para el psicoanálisis: traducciones, prólogos a libros de otros autores, obituarios. Luego vinieron los escritos inconclusos y los póstumos. Hacerse conocer, hacerse escuchar y leer. Prolijo y ordenado, casi siempre disconforme con su producción. Nuestro conquistador no cejaba en la tarea que nos trajo hasta aquí. Obra ¿completa?    

¿Cuándo escribimos los psicoanalistas? Al atravesar nuestra formación somos evaluados a partir de producciones escritas. Algunos tomando notas sobre pacientes, otros reconstruyendo sesiones. Para recordar datos destacados, para supervisar el material. Escribimos para participar en paneles, ordenando ideas para enunciarlas con claridad. Producimos escritos para ser publicados en revistas y libros. Escribimos con otros y en solitario. 

Sabemos que Freud se carteaba con pacientes e incluso les pedía que escribieran en la consulta aquello que no podían decir. Nos cuenta, por ejemplo, que para Dora “la escritura cobraba importancia como el único medio por el cual podía tratar con el ausente” señor K. (Freud, 1905, p.36). Parafraseando el epígrafe, entonces, la escritura es también el lenguaje para el ausente. Aún hoy el texto se hace presente. Ya sea en sesión, cuando un paciente nos lee intercambios que “requieren” literalidad, o cuando nos llegan mensajes en cualquier momento plagados de angustia ¿por fuera del encuadre? La transferencia no escapa a las tecnologías actuales, un nuevo escenario para alojarla tal vez.

En otro orden de cosas, deslices en la escritura, omisiones al escribir y hasta el olvido de la firma “pueden expresar un peligroso sentido secreto” (Freud, 1901, p.125). Sólo aquel que podía transcribir de memoria la página entera leída en un libro o una conferencia completa después de escucharla, quien podía dar un examen repitiendo textual lo que había repasado apenas una vez, era capaz de descubrir los procesos anímicos ocultos detrás de la fallida escritura. Constelaciones más o menos próximas a una cierta “normalidad” que asaltan la acción de escribir. 

Entonces, ¿por qué escribimos los psicoanalistas? Hay algo en el Psicoanálisis como creación de un escritor que nos empuja necesariamente a escribir. Entre disciplina científica y arte, nuestro trabajo se construye y se sostiene en la palabra. Desde el impulso heredado a extender horizontes hasta la necesidad de dar a conocer lo que nuestro quehacer tiene para aportar, tenemos una imperiosa propensión a escribir. 

Leyendo las letras

Si Borges se enorgullecía más por sus páginas leídas que por las escritas, podemos hallar una fórmula allí que nos oriente en esta búsqueda. Las páginas leídas por Freud nos siguen interpelando y formando como analistas. Edipo Rey y Hamlet, imprescindibles. Gradiva, fantasías y Pompeya, inconsciente y arqueología. Leonardo y su recuerdo publicado. Schreber, sus memorias entrecruzadas con informes médicos de sus tratamientos. Goethe, recuerdo de infancia, poesía y mucho más. Una neurosis demoníaca leída a través de un diario íntimo escrito en tinta y sangre. 

Encontramos asimismo grandes reseñas bibliográficas en los escritos freudianos, especialmente en aquellos en que lo vemos sumergirse en aguas nuevas. Los estudiadores de los sueños, investigaciones sobre otras culturas y religiones, ensayos sobre la vida en sociedad, son algunas de las exploraciones que vemos reflejadas en su obra.  

Los psicoanalistas leemos a Freud… ¿Qué leemos cuando leemos a Freud? ¿Lo leemos despojados de otras lecturas de Freud? ¿Lo leemos en los tomos verdes de Amorrortu, traducido del inglés Strachey, o del alemán, en otra edición o en otro idioma? ¿Lo leemos ubicando la distancia témporo-espacial que nos separa de él, impuesta por la realidad material? Leemos, a través de él, sus lecturas y, a partir de él, lo leemos con otras lecturas nuestras. Y escribimos. Retomamos sus palabras, las citamos, las cuestionamos, las alimentamos. 

Como señala el mismo Freud (1920, p.260), muchas veces el lector que hay en nosotros traiciona al escritor que nos habita poniendo “en descubierto esa cuota de criptomnesia que en tantos casos es lícito suponer detrás de una aparente originalidad”. Memoria oculta, secreta, olvidada, reprimida en pos de la creatividad. Recuerdos escondidos de lecturas que borramos para seguir escribiendo.

¿Cuán fiel puede ser una lectura de Freud? Si la escritura es un producto de la sublimación, más científico o más literario, que se completa en el encuentro con el lector, la subjetividad del escritor y la del lector entran en danza. Lo singular del escritor se encuentra con la singularidad del lector. El segundo sabe de la marca que deja en él el autor, pero el primero rara vez se anoticia de la huella que imprimió. La letra escrita por Freud no es la misma que leemos, aunque el desafío permanente que tenemos es que no sea tan desigual.

Cada autor con su estilo escribe y cada lector, desde su subjetividad, lee apropiándose de lo heredado. Cada uno en su tiempo, el contexto forma parte del estilo del escritor y de la interpretación del lector. Leemos y traducimos a nuestro lenguaje propio, lengua que trae su historia y nos pone en relación con la obra. 

Escribiendo historia y porvenir

Transmisión, en su etimología, nos habla de enviar algo de un lado a otro, pero a través de o más allá de alguna cosa. Movimiento. De un lugar a otro. Pasando a través de algo otro. Contrariamente al enseñar, que en su origen nos remite a indicar una dirección a seguir, movimiento lineal y verticalizado; la transmisión apela a  la implicación de dos, al menos, donde aquello que se traspasa lleva inherente su asimilación y transformación. Horizontalizando.

Así pues, escribimos también para transmitir. Relatos de la clínica que nos muestran en ese encuentro único, trabajando. Textos académicos, una especie de traducción a un lenguaje más técnico, que tenemos en común, de una experiencia singular contada por un analista. Referimos fuentes bibliográficas que delatan nuestros recorridos. Investigamos para redactar tesis, artículos, libros, subrogados de aquella curiosidad sexual infantil. En distintas medidas, la rigurosa argumentación y el enigma literario conviven en las producciones teóricas. Seguimos escribiendo.

La materialización de las ideas que propicia la escritura la convierte en testimonio vivo e infinito. A propósito de la redacción del historial de Dora, Freud le confesaba a Fliess el 25 de enero de 1901: “es lo más sutil que he escrito hasta ahora, y provocará un horror aún más tremendo que el habitual. Uno cumple con su deber, sin embargo, y lo que escribe no es para el presente fugaz”. Escritores y lectores somos testigos del devenir del Psicoanálisis, el hilo de su historia se teje entre un pasado que sentó las bases, un presente inmediato tangible y un futuro que nos invita a ser parte del porvenir.

El escritor se sumerge en una búsqueda, más calma o más vertiginosa. Procura nominar el trauma, el peligro fundante de la angustia, lo silenciado, lo ajeno, lo irrepresentable, lo desligado, lo inconsciente. Busca llenar un vacío, busca sortear obstáculos, busca nuevas soluciones o nuevos interrogantes. Imprime memoria, evoca y recupera. Hace presencia de lo ausente. Y elabora, da ese gran salto fuera de la rueda de la repetición que le posibilita seguir andando en otro lugar.

Escribir para transmitir, leer para heredar. Y viceversa. El encanto de la transmisión reside precisamente en que somos eslabones de una cadena de psicoanalistas. A través de las generaciones con la escritura vencemos al tiempo y al espacio, somos arrojados al futuro y a otras tierras. Aun en las regiones de otras disciplinas podemos hallar aguas para llenar las lagunas que Freud nos legó, tal y como él lo presagió.  

Escribimos para armar lazos, para vincularnos, para encontrar afinidades y aprender de las discrepancias. Al fin de cuentas hallamos entre escritura y psicoanálisis un lazo inquebrantable, ligadura que le dio origen y lo mantiene vivo. Porque así Freud lo gestó y así lo seguimos transmitiendo.

Retomemos el epígrafe. Si “la escritura es originariamente el lenguaje del ausente” (Freud, 1929), el silencio funda la palabra tanto como la palabra misma. Adquirimos la voz propia a partir de una sustracción, de una pérdida. Subjetividades duelantes en danza para ser escritas y leídas. Escritura y transmisión, acciones que al menos envuelven a dos. Intercambio. Dinámica esencial que cimenta al Psicoanálisis.

Notas al pie

  1.  Licenciada en Psicología. Psicoanalista. Socia Activa de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados (AEAPG). Integrante de la Comisión Científica de la AEAPG. Excoordinadora de la Comisión Organizadora del Congreso AEAPG. Docente titular de Maestría y Especialización en Psicoanálisis, AEAPG en convenio con UNLaM. Autora y coautora de libros, revistas, participaciones en jornadas y congresos.

Bibliografía

Breuer, J. & Freud, S. (1893-95). Estudios sobre la histeria. En Sigmund Freud. Obras completas, Vol. 2, pp. 27-309. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Freud, S. (1901). Psicopatología de la vida cotidiana. Obras completas, Vol. 6, pp. 9-270. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Freud, S. (1905). Fragmento de análisis de un caso de histeria.. Obras completas, Vol. 7, pp. 7-107. Buenos Aires: Amorrortu Editores.

Freud, S. (1908). El creador literario y el fantaseo. Obras completas, Vol. 9, pp. 127-135. Amorrortu Editores.

Freud, S. (1920). Para la prehistoria de la técnica analítica. Obras completas, Vol. 18, pp. 257-260. Amorrortu Editores.

Freud, S. (1930). El malestar en la cultura. Obras completas, Vol. 21, pp. 65-140. Amorrortu Editores.

Freud, S. (1994). Cartas a Wilhelm Fliess. 1887-1904. Amorrortu Editores. 

Acerca del autor

Valeria Mian

Valeria Mian