Freud construye el concepto de cultura, desde el punto de vista psicoanalítico, como una polaridad entre sociedad e individuo. La cultura es aquello que ordena renunciar a todo lo que al humano le implica búsqueda de satisfacciones pulsionales sexuales —salvo dentro de las normas culturales— y, sobre todo, las agresivas —el placer de la crueldad y de hacer sufrir al otro—.
“El precio del progreso cultural debe pagarse con el déficit de felicidad provocado por la elevación del sentimiento de culpa”[1]. Esto es producto de la interiorización de la pulsión agresiva que genera la conciencia de culpa que no es en el fondo más que una variedad tópica de la angustia mediada por una de las instancias psíquicas: el superyó. Se relaciona con el sentimiento inconsciente de culpa y con la necesidad de castigo, y que produce el malestar en la cultura.
¿Por qué entonces la necesidad de la cultura?
Esta palabra designa la suma de operaciones y normas que distancian nuestra vida de la de nuestros antepasados animales y que sirven a dos fines: la protección del ser humano frente a la naturaleza y la regulación de los vínculos recíprocos entre los hombres[2].
Son culturales todas las actividades y valores que son útiles para el ser humano en tanto ponen la tierra a su servicio, lo protegen de la violencia de las fuerzas naturales y regulan la violencia con los otros.
El «Malestar de la cultura» fue escrito en 1930, en plena época de capitalismo industrial, época que Foucault denomina “Sociedad disciplinaria” que es una forma de ejercicio del poder que tiene por objeto los cuerpos y por objetivo su normalización. Aunque no se puede dejar de lado el uso discursivo del concepto de disciplina que ilumina las relaciones entre saber y poder.
La disciplina como técnica política se elaboró a partir del momento en que el ejercicio monárquico del poder se volvió demasiado costoso y poco eficaz; este poder disciplinario comienza a generalizarse en los siglos xvii y xviii que generó una serie constituida por la función sujeto, la singularidad somática, es decir, el cuerpo individual, la vigilancia perpetua, el mecanismo de castigo específico y la separación normal-anormal, o sea, lo que ajusta la singularidad somática a un poder político. En la disciplina se cruzan las normas de ejercicio sobre los individuos y las normas de regulación de la población. La disciplina para el individuo y el Biopoder para la población.
Esta situación supone el desarrollo de la técnica, el capitalismo industrial, el surgimiento de la ciencia y la creación de las universidades; el estado intervendrá para disciplinar el conocimiento, es decir, para normalizar los saberes y eliminar los saberes inútiles. El objetivo es producir cuerpos útiles y dóciles, por lo tanto, aumentar la fuerza económica del cuerpo mismo, al mismo tiempo que se reduce su fuerza política. Además, la sociedad disciplinaria es generadora de individualidad. Hay un ordenamiento de los cuerpos en el espacio de dispositivos de encierro. En 1978, Foucault va a plantear una sociedad pos disciplinar.
Neoliberalismo o la sociedad pos disciplinar
En la década del 70, se produce un cambio de paradigma, un cambio de una sociedad a otra caracterizada, según Byung-Chul Han, por la sensación de libertad que se ubica en el tránsito de una forma de vida a otra hasta que se devela como una forma oculta de coacción, una nueva sumisión.
Hoy creemos que no somos un sujeto sometido, sino un proyecto libre que constantemente se replantea y se reinventa. Este tránsito del sujeto al proyecto va acompañado de la sensación de libertad. Pues bien el propio proyecto se muestra como una figura de coacción, incluso como una forma eficiente de subjetivación y de sometimiento.[3]
El yo como proyecto cree haberse liberado de la coacciones externas, pero no alcanza a comprender la forma de una coacción al rendimiento y la optimización; la aparente libertad da lugar a coacciones que se ubican en el “poder hacer más” a diferencia del disciplinario “deber”. El deber es limitado, mientras que el “poder hacer” es ilimitado. Nos encontramos con una cultura que genera una paradoja, la astucia de la libertad aparente que lleva a la autoexplotación de sí mismo en aras de un rendimiento que, en tanto no tiene límites, lleva a la depresión; el superyó ya no es un cultivo del deber, sino de la infinita ambición del rendimiento y del éxito, generando la figura del empresario de sí mismo. Es decir, el sujeto que se cree libre es en realidad un esclavo. Sin amo explícito, se explota a sí mismo como esclavo.
El sujeto neoliberal no puede establecer con los otros relaciones que sean libres de cualquier finalidad, entre empresarios sólo existe la amistad que sirva a intereses económicos lo que en realidad conduce al aislamiento total. El neoliberalismo es un sistema sumamente inteligente para explotar la libertad, la emoción, el juego y la comunicación. No explota a alguien contra su voluntad, es mucho más eficiente explotar la libertad que genera el mayor rendimiento. La libertad individual, del sujeto aislado de los otros, es una trampa del capital. Cada uno se considera un capital que se comunica con otro capital. Se comunica a través de la competencia; mientras se compite libremente, el capital aumenta.
Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace a sí mismo responsable y se avergüenza, se dirige entonces la agresividad contra uno mismo y esta autoagresividad convierte al sujeto en depresivo. Ya no trabajamos para nuestras necesidades, sino para el capital; es el capital que crea las necesidades que percibimos como propias en una forma de subjetivación. Se erige en una nueva forma de trascendencia, en un nuevo amo. Este nuevo amo coincide con el superyó que ordena gozar. Si en la sociedad de la disciplina la pulsión sexual estaba controlada sobre los cuerpos, igual que la pulsión agresiva, en la sociedad neoliberal las pulsiones se liberan porque trabajan para el capital. Entran en el mercado para generar ganancias.
La red digital se celebró al principio como un medio de libertad ilimitada; esta euforia inicial se muestra hoy como una ilusión, la libertad y la comunicación ilimitada se convierten en control y vigilancia total. Es un panóptico global que vigila y explota lo social de forma despiadada. Cuando apenas acabamos de liberarnos del panóptico disciplinario, caemos de lleno en el panóptico digital mucho más eficiente.
Los residentes del panóptico digital se comunican intensamente y se desnudan por su propia voluntad. La sociedad del control digital hace un uso intensivo de la libertad. Así, la entrega de datos no sucede por coacción, sino por una necesidad interna de aparecer. La transparencia se convierte de esta manera en un dispositivo neoliberal. En el modo actual de producción inmaterial, más información y comunicación significan más productividad, aceleración y crecimiento. Hoy la vigilancia tiene lugar sin necesidad de vigilancia.
El neoliberalismo convierte al ciudadano en un consumidor, la actividad del ciudadano da paso a la pasividad del consumidor, de la misma manera que reacciona pasivamente frente a la política. La sociedad de la transparencia, que está poblada de espectadores y consumidores, funda una democracia de espectadores. Subimos a la red todo tipo de datos e informaciones sin saber quién, ni que, ni cuando, ni en qué lugar se sabe de nosotros.
El Big Data (el panóptico digital) es un dispositivo psicopolítico muy eficiente que permite adquirir un conocimiento integral de cada sujeto, lo cual se traduce en una dominación que permite intervenir en la psique y condicionarla, además, hacer pronósticos sobre el comportamiento humano. Cada persona es mensurable, controlable, cuantificable. Es una técnica de dominación y un aparato de subjetivación. La dominación aumenta su eficacia al delegar a cada uno su vigilancia.
Cuanto mayor es el poder, más silenciosamente actúa. Por supuesto, puede manifestarse como violencia o represión, pero no descansa en ella. No se opone necesariamente a la libertad, sino que hace uso de ella. Solo en su forma negativa se manifiesta como violencia negadora que quiebra la voluntad y niega la libertad. Hoy, cada vez más, el poder adquiere una forma permisiva, depone su negatividad y se ofrece como libertad. En el neoliberalismo, el sujeto sometido ni siquiera es consciente de su sometimiento, el entramado de dominación le queda totalmente oculto, de ahí que presuma de ser libre.
En lugar de hacer a los hombres sumisos, los hace dependientes. Dirige su voluntad a su favor, es más afirmativo que negador. No se enfrenta con el sujeto, le da facilidades. No impone ningún silencio, al contrario, exige compartir, participar, comunicar nuestros deseos, contar nuestra vida. Escapa a toda visibilidad en tanto poder. El botón de “me gusta” es su signo. Por lo tanto no necesita operar ninguna resistencia, su dominación no ejerce ninguna violencia, simplemente sucede.
Los síntomas —inhibiciones, temores, angustias, obsesiones— tienen que ser eliminados terapéuticamente (a través de terapias cognitivas, de autoayuda o medicamentosas) para incrementar el rendimiento. Así, el síntoma se opone a la dominación total y actúa en rechazo a la lógica del mercado.
En el capitalismo financiero actual se explota la psiquis hasta llegar al agotamiento, de allí la depresión y el síndrome de agotamiento laboral. La curación, promovida por la literatura de autoayuda y las otras técnicas nombradas, es en términos de adaptación al imperativo del rendimiento. La optimización personal se muestra como autoexplotación.
Por este motivo la ideología neoliberal presenta una nueva forma de subjetivación. El trabajo sin fin sobre el sí mismo implica la nueva forma de dominación. Se trata de eliminar los pensamientos negativos en una lucha interior en la que el superyó está del lado de la positividad, sobre un yo que se permite la negatividad. Curiosamente esa positividad está del lado de la pulsión de muerte.
Los datos son un medio transparente, todo se convierte en datos e información; cuando hay suficientes, la teoría sobra. Es el tiempo del saber movido por ellos, pero sin sentido. El sentido radica en una narración y, en el Big Data, no hay narración sino adición, los datos colman el vacío de sentido. La creencia en la mensurabilidad y cuantificabilidad de la vida domina toda la era digital, todo se registra de un modo automático.
Estamos atrapados en una memoria total de tipo digital. El Big Data no olvida nada, es probable que haga legible aquellos deseos de los que no somos conscientes lo que hace posible ser explotados psicopolíticamente, interviniendo en lo más oculto de nuestra psiquis.
El neoliberalismo instala la precariedad laboral, Serge Paugam[4], que estudia el empleo, la pobreza y la desigualdad plantea la transformación subjetiva, por ejemplo, cómo los ricos piensan a los pobres. “Hay una neutralización de la compasión para poder vivir en la opulencia al lado de los pobres”. Desde el punto de vista psicoanalítico, existe un mecanismo de proyección de lo malo, lo inferior, lo feo, lo sucio y lo enfermo de sí mismo sobre los pobres que los releva de tener que hacer algo por ellos: “son personas enéticamente inferiores”, “que no se esfuerzan lo suficiente”, se quedan en la pobreza porque no hacen el suficiente esfuerzo para salir.
El remedio: la meritocracia, los ricos logran hacerlo y por eso ameritan su riqueza. Esta ideología sostiene: “Se puede dejar de ser pobre si uno es responsable y se esfuerza, entonces saldrá de la pobreza”. Esto se desarrolla sobre el fondo del capitalismo financiero que va delimitando lugares exclusivos, tecnologías sofisticadas que van creando una segregación urbana creciente.
Esta superioridad, en términos de modos de vida, es una ideología que se transmite a sus descendientes. Se intenta que sus hijos no se reúnan con los pobres, crean para ellos lugares exclusivos, escuelas, clubes, countries que alimentan el rechazo y la repulsión física. Esto se va naturalizando progresivamente, incluso en las capas medias de la población. Las nuevas tecnologías provocan un debilitamiento de lo colectivo que es lo único que puede equilibrar este estado de cosas, es decir, las luchas sociales organizadas por lo colectivo.
En esta fragilización que estamos describiendo, las mujeres llevan la peor parte. Al trabajo precario debe sumarse el trabajo no remunerado de las tareas de la casa; además tienen dificultades en cuidar a sus hijos en horas de trabajo. Aun, al compartir las tareas domésticas, hay desigualdad
Resumiendo, si tuviéramos que puntuar las figuras contemporáneas del sometimiento nos referiríamos a:
1) El sometimiento propio de la subjetividad neoliberal, el emprendedor, el empresario de sí mismo, la subjetividad empresarial que —como ya dijimos— oculta hábilmente el sometimiento (en realidad un autosometimiento) en una figura de libertad y libre elección.
2) Cuando, a pesar de todo, se objeta el sistema a través de colectivos que se movilizan (maestros, sindicatos, pueblos originarios, marchas de cesanteados) aparece la represión intensa que se monta como un espectáculo, a repetir en los medios de información masiva y que sirve como una pedagogía del terror para mostrar lo que les puede ocurrir a los que se atrevan.
3) El ataque a la industria, como modo perimido de producción, según el neoliberalismo, y la precarización laboral de los trabajadores a quienes se desprecia (la grasa militante), pues no siguen los modos de producción de la cuarta revolución industrial comenzada recientemente con el uso de inteligencia artificial y los algoritmos para procesarla.
4) El sometimiento de las mujeres en el mundo laboral. Los femicidios.
5) La represión militarizada y fachistoide, Trump, Bolsonaro, Piñera, el golpe de Bolivia.
6) La segregación racista del pobre, del mestizo, de los pueblos originarios, del inmigrante refugiado.
7) La creación de empleos precarizados con aplicaciones donde los trabajadores carecen de derechos. Por ejemplo, las aplicaciones de delivery: Globo, Rapi, etc.
Nunca como hoy el psicoanálisis se revela como tan necesario, es de los pocos saberes que puede llegar a poner en crisis a la construcción subjetiva del neoliberalismo. Permite neutralizar su psicopolítica que transforma la relación de sujeto con un superyó que ordena gozar con el sistema y la expresión de la pulsión ahora convertida en negocio de reproducción del capital. No es extraño que sea una época de extrema crítica al descubrimiento de Freud desde una ciencia articulada a los negocios y una terapéutica oficial basada en la adaptación.
Comentarios