NÚMERO 31 | Mayo 2025

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Kuitca 86: habitación de lenguajes | Marita Auruccio y Débora Slonimski

Una visita íntima a la muestra del Malba que recorre los primeros años de Guillermo Kuitca, donde la pintura se vuelve un acto físico, escénico y de memoria.

PERSPECTIVA l

 Superficies de gris carbón, blanco sucio, rojo óxido, burdeos apagado, azul grisáceo, verde oliva oscuro, tierra arcillosa, amarillo gastado. Denso, dramático, espeso, madera pintada, cartón, lápiz, acrílico, carbonilla, teatralidad en el espacio.

La muestra está organizada en tres núcleos que funcionan como estaciones de un trayecto pictórico y vital: Nadie olvida nada, El mar dulce y Siete últimas canciones. 

En cada una, la figura humana se va desdibujando para dar lugar a espacios amplios, atmósferas opacas, algo de residuo.
Las obras están pobladas de camas, gradas, algunas mesas y sillas caídas. Pocas figuras humanas.  Escenas que remiten a Café Müller, teatro danza de Pina Bausch. 

Presencia de cuerpo ausente, latiendo entre los objetos.
Las camas sugieren que alguien se levantó o se acaba de levantar. La cama como puerto de descanso. O puerto vacío. ¿Alguien durmió y no volvió? 

 Del 1 al 30.000. Una obra en la que Kuitca inscribió manualmente los números del 1 al 30,000, aludiendo a la cifra estimada de personas desaparecidas durante la dictadura.

 Me detengo.  No es un gesto ilustrativo, es un acto físico. La pintura como duelo escrito.
Sigo recorriendo, observo la serie El mar dulce, en la cual el artista recrea espacios cinematográficos pertenecientes a El acorazado Potemkin (1925) de Sergei Eisenstein. Escena emblemática, la del cochecito de bebé rodando por las escaleras de Odessa, escena del desamparo y la violencia. Respiro.

D.S

 

PERSPECTIVA ll 

 

La obra de Kuitca me permite mirar algo plano en profundidad, algo que enuncia una fuerza que impacta adentro de mi mundo sensible, me emociona, quedo bastante tiempo bajo la consternación de esa imagen pictórica tan bien lograda como escenarios donde me invitan a pasar, a revivir todo eso que sucedió y que vuelvo a sentir, diría en el cuerpo y con mi cuerpo, a través de mirar la pintura de Kuitca. Tuve que salir algunas veces de la sala tomada por el agobio producido por el conocido Síndrome de Stendhal, que por definición es un trastorno psicosomático que se caracteriza por una reacción física y emocional intensa ante la exposición a obras de arte o lugares de gran belleza; cuyo efecto me produjo cansancio y cierto malestar en el estómago.

Vuelvo a Kuitca, como volviendo a otra época, impactada por su transmisión de los hechos siniestros que nos rodearon históricamente, tal vez de cerca, tal vez de lejos, pero estuvieron ahí, reflejados ahora a través de la sensibilidad del artista.

 

En lo personal, un día empecé a dejarme llevar por la experiencia de manifestarme dentro de distintas áreas del arte como el dibujo, la pintura, la escultura en mosaico y el collage, todo esto para permitirme expresar a través de mis manos y cuerpo eso que mis ojos me permitían reflejar.

 El arte permite en el artista en primer lugar la posibilidad de expresión de eso interno personal y singular que transforma. Ya sea en este caso, en algo matérico y eso una vez plasmado   será compartido para que tantos otros con sus infinitas miradas y en la contemplación finalicen la   obra de arte del artista, como bien decía Duchamp. 

M.A

KUITCA 86

14/3 – 16/06/25

www.malba.org.ar