NÚMERO 31 | Mayo 2025

VER SUMARIO

La cocina psíquica de la escritura | Diego Zevallos Luna

El autor trabaja distintas líneas que conectan al lector con una viñeta clínica y con el acto de la escritura como pieza fundamental en la elaboración de lo pulsional.

“Si no canto lo que siento, me voy a morir por dentro…”

(Barro Tal vez- Luis Alberto Spinetta)

“Sacar lo que se puede afuera
para que adentro nazcan cosas nuevas.”

(Soy pan, soy paz, soy más- Piero)

Si tuviéramos la oportunidad de tener al cantautor argentino Luis Alberto Spinetta al frente, y le pidiésemos permiso para parafrasear su canción “Barro tal vez”, podríamos proponer el siguiente cambio: “Si no escribo lo que siento, me voy a morir por dentro…”.

¿A cuántos de nuestros pacientes los salvó la escritura en un momento donde la angustia los arrasaba? Inclusive podríamos preguntarnos: ¿a cuántos de nosotros nos salvó la escritura en un momento difícil? ¿De qué nos salva? ¿Qué encontramos en ella? ¿Tiene que ser una escritura formal que anuncie cierta pericia literaria? Son algunas preguntas que pretendo desarrollar en las siguientes líneas.

Mario, 36 años.

Mario se va de vacaciones a España en un momento de su análisis donde traía a sesión muchas peleas con su pareja por una cuestión de celos. Mario desconfiaba de ella, él tenía un profundo temor a que ella lo engañara. Este sentimiento escalaba cuando tomaba alcohol o fumaba marihuana. Era consciente de ello, sin embargo, no estaba pudiendo encontrar otra “solución” en los momentos en que estas imágenes de posibles infidelidades arrasaban con su tranquilidad. Decidimos no interrumpir el tratamiento durante su viaje, y en una de esas sesiones me cuenta que una noche mientras se encontraba paseando se sintió invadido por ideas de que su pareja lo podía estar engañando. Fue a un bar dispuesto a tomar alcohol, aún a sabiendas de que ello magnificaría las ideas de infidelidad. Se sentó en la barra, y cuando se dispuso a pedir la primera cerveza, pensó: “No necesito tomar, lo que necesito es hablar”. Sacó su celular del bolsillo, y empezó a escribir cómo se sentía, a describir las imágenes que veía en su cabeza, qué temía, e inclusive, qué creería que yo le podía decir en sesión para contenerlo.

Mario realiza un movimiento diferente al usual: embriagarse y fumar marihuana. Esta vez logra, de modo bastante eficiente, habilitarle un recorrido más largo a la pulsión, recorrido que, claro está, ya no lo tramita vía acto, sino más bien, vía palabra. Él, en un momento de angustia pura, intenta ligar las palabras al afecto a través de una narrativa más ordenada. Pone un freno a ese arrasamiento para que aparezca la palabra, su palabra. 

En sesión explica cómo la idea de escribir, en ese momento de angustia, lo hizo pensar en el material que después podía traer a sesión. Contó que una vez que empezó a escribir pudo sentir que por fin hacía algo con sus afectos y no solo taparlos como lo hacía con la bebida. Y es que, en definitiva, esta práctica suele ser común en algunos pacientes que sienten que ‘no llegan hasta la siguiente sesión’ sin un espacio donde depositar lo que les pasa en una narrativa que, más o menos, les brinde cierto sentido a su padecer. En pocas palabras, podemos decir que Mario pudo salir- un poco- de aquel bucle de pensamientos en el que se encontraba, un bucle que coagula afectos y sentidos, y con algunos movimientos en la temporalidad logró no solo imaginar la potencialidad de la escritura como vehículo que ubica orden en el caos, sino, además, pudo imaginarse en otro momento, en el que estaría trabajando en su análisis los temas previamente desarrollados en su episodio de angustia. Mario puso un coto al oleaje de pensamientos torturantes para visualizarse saliendo de ellos mediante su palabra escrita. Inclusive, se habilitó un nuevo pensamiento: ¿Qué me diría mi analista en estos momentos? Reflejando, más o menos, una nueva vía por la que intentaba autogestionarse cierta contención en un momento difícil.

Pero ¿qué pasa internamente para que una persona pueda lograr cierto cambio en su posición subjetiva de manera de, por ejemplo, salir del lugar de sufrimiento, y así comenzar a construir algo diferente con lo que le pasa? ¿Qué se cocina por dentro? Podemos mirarlo desde distintas aristas, pero una de ellas, es que observamos que aquellos pacientes que apuestan por la palabra escrita presentan, en ese momento, un predominio del proceso secundario por sobre el primario, aquél donde impera solo la descarga pulsional que desorganiza al sujeto, en el caso de Mario el abuso de alcohol y la marihuana. Es, pues, esa apuesta por la palabra la que configura un nuevo modo de vincularse con la pulsión, y una nueva manera de fortalecer su propia subjetividad a través de una mayor agencia yoica. Mario se adueña de su palabra, construye narrativa, y comienza a cualificar su angustia en otros espacios por fuera de su análisis. A partir de los desarrollos de Aulagnier, 1984, citada por Hornstein (2007, p.32), podemos empezar a vislumbrar a ese yo historiador que articula procesos psíquicos tanto para construir su propia historia de vida, como para narrarla. En ese sentido, Mario escribe y acomoda piezas de su historia personal, luego la narra en sesión.

Resulta valioso, además, tener en cuenta los desarrollos de Bó (2010) respecto de cómo a través de la mediación del lenguaje se generan nuevas vías la producción simbólica, hitos que facilitan ligar la angustia a nuevas representaciones que diluyan, en cierta medida, su efecto nocivo para el psiquismo. Escribir en un momento de angustia es como tener mucha, muchísima, hambre y empezar a cocinar. Es, antes que nada, habitar el interior de la cocina, y empezar la tarea de buscar aquellos ingredientes con los que contamos para intentar frenar el hambre. Cuando uno tiene excesiva hambre solo piensa en que el platillo de comida se encuentre listo ya mismo, no más tarde, no en la noche, ya mismo. Es difícil esperar. Justo como con la angustia, al sujeto le urge que esa situación se resuelva inmediatamente. En ambos casos es preciso tolerar que el hambre tomará un tiempo en irse; es necesario iniciar la búsqueda del “qué tengo en casa para preparar la comida” o, su equivalente, qué palabras, sensaciones, afectos o recuerdos tengo para cocinar mi escrito. Ello implica buscar, elegir, priorizar y empezar a cocinar. Quizá al principio uno no sabe bien qué rumbo exacto tomará ese platillo, e irá afinando sobre la marcha, pero el simple hecho de saber que ya se empezó la tarea, puede aquietar un poco el hambre. Esa promesa de ‘ya se está cocinando algo’ es aliviadora en sí misma. El hambre puede llegar a ser, luego de un tiempo, algo muy inquietante, así como la angustia, pero tanto preparar un plato de comida, así como escribir un texto sobre el sentir propio, pueden resultar buenas vías para tramitar aquello que se vive como desbordante, ¿será acaso que el psiquismo cocina historias como medio de elaboración? 

Entonces, sigamos con la pregunta eje: ¿de qué nos podría salvar la escritura? Ciertamente, la escritura puede salvar de muchas cosas, pero, para efectos de este texto ponderamos una: la angustia. Esa que desborda y arrasa con todo a su paso. A mi entender, la escritura puede, en determinados casos, ‘salvar’ de no caer preso de esa prisión que se percibe como aquella de la que es imposible escapar. Así, pues, en términos de los Botella (1977), puede favorecer una figurabilidad cómplice como para disminuir la presión desorganizadora de la pulsión, la cual no solo pone en jaque la estabilidad del sujeto, sino también lo conduce muchas veces al sufrimiento. Esto no quiere decir que escribiendo se resuelve la angustia, no, pero sí quiere decir que, en el caso de nuestros pacientes que se encuentran atravesando momentos de mucho dolor o de mucha angustia pueden hallar en la escritura cierta regulación. 

¿Y es necesaria cierta pericia literaria para que tenga esa cualidad, digamos, ‘salvadora’?  Considero que no, la clínica es muy generosa al permitirnos ver cómo muchos de nuestros pacientes calman un poco sus episodios de angustia cuando escriben, como si algo de lo que no estaba siendo puesto en palabras pudiera, gracias a la escritura, comenzar a ordenarse y, por ende, digerirse psíquicamente. Digamos que el psiquismo encuentra en la escritura una suerte de receta digerible, que no requerirá, a posteriori, de “antiácidos” para su adecuado procesamiento.

Pero ¿son todos esos pacientes renombrados escritores y famosos literatos o lingüistas? Seguramente no. Son personas que se valen de su palabra, motorizada por el reconocimiento de algo que falta y vehiculizada por su deseo, que buscan cocinar algo nuevo: una receta “más digerible”, acorde a su singularidad. El psiquismo no busca pericia literaria, no. Lo que realmente busca es la palabra, busca verbalizar afectos y que aquello que se muestra como motor de angustia pueda ser nominado y ubicado desde el lenguaje. No en vano si analizamos qué nos quiere decir la noción de “talking cure”, veremos que talking justamente refiere a lenguaje, sí, pero lenguaje también refiere a palabra, y la palabra no solo tiene potencial terapéutico desde lo expresado oralmente, sino también desde lo escrito, eso que muchas veces nace en la intimidad de uno frente a la hoja en blanco, y se responde con “qué necesito depositar en estas notas”.

Esto no quiere decir que necesariamente todos los pacientes tendrían que empezar la práctica de escribir como requisito indispensable de cambio psíquico, pero sí pone en evidencia que escribiendo podrán cocinar nuevas cosas y probar nuevas recetas para nutrirse a sí mismos. También quiere decir que, a corto plazo, les genera mucho beneficio el darse cuenta de que se hallan trabajando en sus afectos, en eso que se va ordenando cuando pasa al plano de lenguaje, lo cual nos permite ver que la riqueza de este movimiento psíquico radica en encontrar nuevas vías para la tramitación de lo que desborda en el aparato psíquico, y que requiere de nuevas representaciones. Digamos, un nuevo menú.

Hoy en día nos consultan personas desbordadas de angustia. Consultan porque sufren, porque sienten que sus afectos se desparraman, o que no pueden dejar de repetir aquello que, con cierta lucidez, ubican que los daña. Identifican, a veces, el lugar y peso de los ideales de época, y muchos otros motivos de consulta más, sin embargo, resulta necesario prestar atención a aquellos movimientos con los que lidian con su angustia. Son sus recursos, reflejan su capacidad de adaptación y es, a mi modo de entender la clínica, una gran oportunidad para que los analistas les podamos devolver eso. 

Es decir, si detectamos que un paciente recurre a la escritura como medio de tramitación o, inclusive, como pieza importante para la elaboración, es necesario que, en transferencia, señalemos eso como recurso, de ese modo el paciente en cuestión podrá consolidar esas acciones de modo más consciente, activándolas, en la medida de sus posibilidades, cuando le sea posible. Puede ser muy fructífero para un paciente que su analista reconozca esa práctica como un recurso, y que también puedan ver juntos cómo está logrando encontrar otras vías de tramitación por fuera del sufrimiento. Caso contrario, y retomando el inicio de este trabajo con el parafraseo de Luis Alberto Spinetta y su tema “Barro tal vez”, el paciente podría estar dejando de tener en cuenta este recurso y su notable impacto en su salud, justamente porque, a veces, la sensación es de “Si no escribo lo que siento, me voy a morir por dentro”. Quizá recurriendo ahora a Piero en su canción “Soy pan, soy paz, soy más”, podríamos mirar a la escritura como una de las variadas formas en las que se puede “sacar lo que se puede afuera para que adentro nazcan cosas nuevas”.

Bibliografía

Bó,T.(2010). Actualización en psicoanálisis de niños. Buenos Aires: Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados.

Botella, C.y Botella,S. (1997). Más allá de la representación. Valencia: Editorial Promolibro.

Hornstein, L. (2007). La subjetividad y lo histórico social: hoy y ayer, Piera Aulagnier”. En L. Hornstein (Comp.). Proyecto terapéutico. Editorial Paidós. 

Piero (1981). Soy pan, soy paz, soy más. En Calor humano. Buenas Ondas Discos.

Spinetta, L. A. (1982). Barro tal vez. En Kamikaze. BMG.

Acerca del autor

Diego Zevallos Luna

Diego Zevallos Luna