NÚMERO 29 | Mayo 2024

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“La enseñanza del psicoanálisis: legado y filiación” | Norberto Lloves

Trabajo presentado en la mesa de miércoles de ciclo científico, titulada «La enseñanza del psicoanálisis: legado y filiación» en noviembre de 2023. El autor propone un diálogo entre los conceptos de legado y filiación, no es uno sin el otro. No es suficiente en la transmisión el rol del maestro sino una posición activa por parte del aprendiz, que incluya una impronta propia. Ilustra con una anécdota de sus inicios profesionales y su descubrimiento de este otro saber, del saber inconciente.

¿Qué es ese algo que el análisis nos enseña que le es propio, o lo más propio, propio  verdaderamente, verdaderamente lo más, o más verdaderamente?” Lacan, (1957) 

En el título se articulan varios conceptos: enseñanza, legado y filiación.  La definición de “legado” remite a aquello que se transmite a los herederos. Algo que se presume va a constituir una suerte de filiación. Pero, tal como recuerda Freud en su cita de Goethe: “Lo que has heredado de tus padres, adquiérelo para poseerlo” (1913), se precisa de un trabajo de apropiación para constituir un heredero. “El psicoanálisis no se transmite por fidelidad al padre”3, dice Nasio. De ahí que el trabajo de aprendizaje implica incluir alguna impronta propia para configurar un discípulo. No es mera repetición erudita.  Ya que así como la sola presencia del progenitor no garantiza un hijo, así como la patria no  asegura un ciudadano, tampoco un maestro con su saber alcanza para generar un discípulo.  Entiendo que el legado y su filiación, en el terreno de la enseñanza, no son el uno sin el  otro. Que son conceptos solidarios, en permanente intercambio. 

Se parte de la creación de un lazo significativo que logre que la palabra del maestro toque, ingrese, vibre e interrogue de algún modo a quien está como aprendiz. Pero no se trata de un vector unidireccional de alguien activo, dueño del saber, a alguien receptivo que es escrito como “tabula rasa”. Un legado se convertirá en enseñanza sólo si construye una experiencia que circule entre los protagonistas logrando transmisión y pertenencia. Sólo así  ese saber no terminará en letra muerta repetida. Para este proceso es imprescindible el  concepto de transferencia. Transferencia de trabajo como soporte del deseo, expresión de la  creación de un supuesto saber que circule, se moldee y se interrogue. (Volveré sobre esto) 

El legado transforma al receptor creando filiación cuando este metaboliza lo recibido, logra  interesarlo y lo mastica, lo digiere, manteniéndolo vivo, en movimiento y dispuesto a  revisión continua. Por eso la formación es continua. Porque cambian los contextos clínicos e históricos-sociales, en los cuales operan sus conceptos. 

Es que la enseñanza del psicoanálisis también llevará las marcas de su época, dialogará con sus discursos y presentaciones y tratará de articularla con ellos sin perder su especificidad, procurando por una apropiación creativa de lo recibido. Creatividad regulada, ante los riesgos del desvío conceptual de los fundamentos. Un riesgo presente en la transmisión del  psicoanálisis por las resistencias a sus fundamentos; resistencias que acechan en silencio.  

Sobre procesos de legado, filiación y desafiliación en Psicoanálisis  

Freud, en 1914, en tiempos en que dos de sus discípulos predilectos, Adler y Jung, cuestionan que la raíz de los problemas psíquicos sea de naturaleza sexual, escribe un texto donde reafirma las hipótesis fundamentales del psicoanálisis, qué pertenece a su órbita y qué no. En ese acto deshereda a sus discípulos. Se autoriza a semejante tarea al asumir la paternidad del movimiento psicoanalítico: “… nadie puede saber mejor que yo lo que el psicoanálisis es, en qué se distingue de otros modos de explorar la vida anímica, qué debe correr bajo su nombre y qué sería mejor llamar de otra manera”4.  

Con semejante atribución del fundador, ¿qué lugar queda para la creatividad? Para nuestro alivio, luego de esta declaración de principios, Freud menciona a los maestros de quienes aprendió el por qué la sexualidad está en la base del padecer psíquico: Breuer, Charcot y Chrobak. Los coloca en ese lugar a partir de tres situaciones clínicas donde los destacados profesionales, con tono burlón, sarcástico, atribuían los síntomas de sus pacientes a la insatisfacción sexual. Una verdadera herejía para la medicina de la época. Sin embargo, Freud rescata un saber que no proviene de un proceso de enseñanza formal. De un chiste, un sarcasmo, una ocurrencia, desde las hiancias del conocimiento es donde encuentra un saber no sabido: “… me habían transmitido una intelección que, en todo rigor, ellos mismos no poseían. (…) En mí, en cambio, esas comunicaciones que recibí sin comprender quedaron dormidas durante años, hasta que un día despertaron como un conocimiento en apariencia original.”5 

¿Qué nos enseña esa particular forma de transmisión?  

El lugar del inconciente operando en la creación de sus fundamentos y en su transmisión.  Que su captación y posibilidad de internalización responde a vías que exceden los modelos  teóricos que se encuentran en la biblioteca. Claro que hay conceptos que organizan el  material a transmitir, que lo apuntalan y le dan coherencia y consistencia para operar con  ellos:pulsión, transferencia, repetición, inconciente, resistencia, entre otros.  

Pero con su experiencia de aprendizaje, Freud nos sumerge en un modo peculiar de  transmisión, una creación por añadidura, donde también se juegan raíces ignotas,  inconcientes, que determinan modos de escuchar las palabras, rearmar relatos,construir  teoría y podríamos agregar, de leer los textos, interpretarlos y recrearlos, como resultado de  la transmisión por quien ha encarnado un vínculo transferencial de trabajo.  

Por eso infiero que Breuer, Charcot y Chrobak, aún sin saberlo también, tuvieron ese lugar  libidinal en su discípulo Freud, como portadores de una verdad que pasó a través de ellos.  Como a tantos nos ha ocurrido con quienes oficiaron de verdaderos maestros… 

Sobre la historia de una filiación 

Como toda historia, cuenta un cuento que, como todo cuento, tiene algo de autobiográfico.  Había una vez un joven médico que, cursando la residencia de psiquiatría, se encontró con  dos modelos de tratar el sufrimiento psíquico. Por un lado, los docentes que describían  meticulosamente los fenómenos sintomáticos, definiendo cuadros clínicos, diferenciando lo  normal de lo patológico, y poniendo el acento en la fenomenología, su clasificación y su  terapéutica. La evolución del cuadro estaba supeditada a la eficacia de la  psicofarmacología, el trabajo con la familia y los cuidados en la prevención de recaídas.  Se trataba de un saber instituido de aplicación universal y resultado esperable. Saber que no  precisaba más implicación para el médico que el ansia de conocer los cuadros patológicos y  las indicaciones terapéuticas definidas según protocolos, con una epistemología racional. 

El objetivo de esta terapéutica era el de acotar el síntoma, expresión de lo que falla, para  dirigir un tratamiento según ideales prescriptos de curación. Sobre la causa del  padecimiento, era cuestión de situar la etiología orgánica, genética o accidental.  Por otro lado, este joven se fue encontrando con otros maestros, los psicoanalistas. Estos,  ante las mismas manifestaciones clínicas, ponían el acento en la palabra del paciente, que  adquiría valor de una verdad a develar y era, a su vez, la brújula sobre la fuente del  sufrimiento. Causaba sorpresa en el aprendiz que, desde esta perspectiva, los síntomas se  transformaban en una producción psíquica y también en un recurso, más que en una falla.  El pasaje de la mera observación y descripción a la escucha atenta, y su traducción en  palabras, producía una lectura clínica de lo singular, del caso por caso, donde lo normal y lo  patológico adquirían otro estatuto. Sus fronteras eran poco definidas. Podía ser un delirio,  un sueño, un síntoma o cualquier manifestación clínica, y se ponía el acento en la presencia  de un cierto “saber inconciente”, casi inefable o místico para ese joven médico; saber  inconciente que aparecía en escena como un actor fundamental para la dirección de la cura.  El sentido común era secundario, el llamado “criterio de realidad” desfallecía. En cambio  aparecía otra lógica de entendimiento y abordaje del sufrimiento psíquico. Lógica que  producía curiosidad, en cuanto se sentía implicado, tocado en su propia intimidad por las  lecturas psicoanalíticas. Una vez decidido a transitar por este camino terapéutico, se  encontró con algunos obstáculos. No alcanzaba con estudiar con rigurosidad a Freud y sus  discípulos. No había protocolos de tratamiento de aplicación universal, sólo una regla para  el análisis: el dispositivo analítico, asociación libre y atención flotante y la confianza en la  palabra. Era una propuesta diferente a la anamnesis psiquiátrica. Se trataba de analizar el  relato del paciente y acceder, o mejor dicho, interpretar o construir el escurridizo “saber  inconciente” como fuente de las manifestaciones clínicas. Pronto descubrió que también  necesitaba aprehender otros resbaladizos conceptos fundamentales. La llamada  metapsicología psicoanalítica.  

Pero no alcanzaba su estudio. Ese aprendizaje precisaba un análisis personal. Era tiempo de buscar un analista. Porque su propia historia de vida, sus pasiones, fantasías, prejuicios e ideales eran tomados en cuenta para el trabajo clínico. Podían ser motor u obstáculo. No  había asepsia posible. Para elegir un analista recorrió varios consultorios hasta que algo  indefinido, íntimo, desconocido, lo decidió a quedarse. Quizás por alguna intervención o algún gesto, se encontró con ese supuesto saber que hizo posible que se instale un inicio de transferencia que abrió el camino de su análisis personal. 

La otra decisión fue buscar quien lo acompañe a entender y pensar la clínica: un supervisor.  Allí también se trataba de un supuesto saber dado por la experiencia clínica y un recorrido  teórico. Luego de varios intentos, con diferentes estilos y teorías, llegó a una supervisora  donde se armó transferencia de trabajo. Se sintió cómodo y siguió por años, construyendo a  través de esa experiencia su propio estilo de analista. 

Pero si bien es cierto que al saber inconciente no se llega sólo por la erudición, era requisito  fundamental conocer los instrumentos teóricos necesarios para precipitar dicho encuentro.  Por eso, la otra decisión fue apostar a la formación. Quería entender qué resortes producían  las manifestaciones clínicas. Con qué herramientas podía contar para dirigir un tratamiento.  Así buscó quienes le puedan transmitir ese conocimiento. En ese tránsito, se encontró con  la Escuela, con su diversidad teórica y la hospitalidad en el intercambio. Había que estudiar  conceptos, trabajarlos y debatirlos con otros. No se trataba sólo de acumular información y  aplicarla. Aprender psicoanálisis implicaba un compromiso personal. Su asimilación  también tropezaba constantemente con resistencias interiores que sólo podían despejarse,  algo que no siempre resultaba sencillo, en el análisis personal. 

El trípode estaba en camino. El análisis personal, la supervisión clínica y la formación  teórica, agregando una cuarta pata: el intercambio con otros, en el debate y la escritura.  En este derrotero, el joven encontró que la posibilidad de aprehender la lógica del  psicoanálisis tenía en su centro la instalación de la transferencia. Que no hay transmisión  posible sin transferencia con su analista, con su supervisor, con los docentes y colegas con  quienes iba leyendo, debatiendo e interrogando los textos.  

También entendió que la formación es continua, que la ruta la hará como Sísifo, levantando  la piedra tantas veces como se caiga, pues siempre se caerá…  

Para terminar, unas palabras sobre la ética de la transmisión 

¿Qué se enseña con el psicoanálisis? 

En principio, ahora desde mi lugar de docente, intento transmitir una lógica de funcionamiento psíquico; es decir, una metapsicología que oriente para la lectura y tratamiento del malestar de quien consulta por un análisis. El pienso como una teoría que toma al sufrimiento psíquico como la manifestación consciente que, al modo de la  figurabilidad onírica, expresa procesos inconscientes en conflicto insistiendo por su realización. El sueño es el modelo. Donde en cada escena hay en juego otra escena 6, enhebradas por el deseo que realiza historias de vida, a veces son sueños, otras pesadillas.  Que el psicoanálisis trabaja en transferencia, como escenario para investigar y tratar las fuentes del malestar, donde las instancias despliegan en acto sus conflictos de intereses 7, y que el trabajo de análisis implica procesos de duelo, de desprendimiento y sustitución.  

Con un marco teórico, una lectura clínica y un dispositivo de tratamiento, apuesto a poder  transmitir sobre ese saber inconciente, apuntando a un pensamiento creativo, ya que no se  trata de un conocimiento intangible o absoluto, eso sólo generaría sometimiento; se  trata de un saber en falta, en revisión continua, con partícipes de la experiencia de  transmisión que se implican como sujetos del inconciente: donde “…el amor a la verdad  significa que no se puede dejar de decir lo que se ignora, y esta indiscreción es la exigencia  primaria de la transmisión.”8 

Por eso, a diferencia de la instrucción de cualquier ciencia, el psicoanálisis precisa de  docentes involucrados con el saber que se transmite. Donde sus recortes de textos y sus  ejemplos clínicos, transportarán acentos, olvidos y lapsus, algo de su propia psicopatología  de la vida cotidiana, indicios del valor atribuido a la palabra como transporte de una verdad,  y su recorrido teórico y clínico, con el aporte fundamental del propio análisis, en cuanto le  ha generado la convicción en la existencia del inconciente9.  

Camino que se espera despierte, en quien se ubique como aprendiz, alguna cuota de  curiosidad, y hasta cierto grado de incertidumbre en cuanto a la veracidad del saber  propuesto. Porque insisto, no es un dogma lo que transmite; al texto, y al maestro, se lo  debate, se lo discute, se lo interroga, procurando, con el apuntalamiento en conceptos  fundamentales, por una producción viva del conocimiento.  

Dice Enrique Loffreda: “No sólo la clínica psicoanalítica se funda en una ética que la hace  posible; también la enseñanza del psicoanálisis requiere de una posición clara con respecto  a los principios que rigen su transmisión”10¿De qué ética se trata?  

El concepto articulador de ambas prácticas, la clínica y la docencia del psicoanálisis, es la  transferencia. Es decir, la presencia de un vínculo con quien se le atribuya un supuesto  saber, y en ambos, desde el inicio de su constitución, lleva la marca de su futura caída.  Por eso, la enseñanza que se produce por transmisión, en transferencia, abre la posibilidad  de un legado con una singular filiación, única para cada aprendiz, que con el tiempo se  desprenderá de sus maestros, sin por eso dejar de reconocer sus orígenes.  Y si hablamos de transferencia, hablamos de una producción del inconciente, como el  síntoma. 

En esta línea recordé una propuesta de una docente de la casa, Cynthia Chantrill, quien  recomienda leer los textos psicoanalíticos como si se estuviera haciendo un ejercicio  clínico: al modo del dispositivo analítico con un analizante, propone leerlos de corrido,  yendo y viniendo por ellos con una suerte de atención flotante, dejándose tomar por sus  opacidades, seguir sus intersticios, desmenuzarlos e interrogarlos, hasta que algún sentido  precipite. Sentido que será efecto de un saber construido una y otra vez en ese intercambio  con el otro que representa el texto, listo para ser nuevamente interrogado y, si es preciso,  volver a sustituirlo por un nuevo sentido. 

Muchas gracias 

Norberto Lloves  

Notas al pie

1. Lacan J. (1957). “El psicoanálisis y su enseñanza”(p. 422). Escritos I. Buenos Aires. Siglo XXI.

2. https://dle.rae.es/legado  

3.Nasio, D. (1980). El inconciente es un nudo entre analista y paciente. (p. 23). Buenos Aires. Ed. Nueva Visión. 

4.Freud, S. (1914). Contribución a la Historia del movimiento psicoanalítico. (p. 7). Obras Completas.  Amorrortu.

5.Ibid. (P. 12-13)

6.López de Gomara, D. (2023). En la libertad de sus ojos. (P. 26). Ed. Mardulce.  

7.Freud, S. (1916-17). 27 Conferencia de introducción al psicoanálisis: La transferencia. (p. 394). Obras  Completas. Amorrortu.

8.Imbriano A.(2010). La Odisea del Siglo XXI. (p. 172). Ed. Letra Viva.

9.Freud, S. (1937). Análisis terminable e interminable. (p. 250). Obras Completas. Amorrortu.

10. Loffreda, E. (1999). Ética y psicoanálisis. por el trayecto del deseo. (p. 126). Buenos Aires. Lugar Editorial. 

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