“El exceso del aumento de rendimiento provoca el infarto del alma”
(Byung-Chul Han, La sociedad del cansancio, p.65)
¿Qué es lo vertiginoso?
En 1894 Freud describe al vértigo como una de las manifestaciones posibles de la angustia y es por esto que en esta presentación lo vertiginoso de los tiempos girará más en torno a esta cuestión que a la idea de la velocidad que caracteriza nuestra contemporaneidad. Por ello hablar de la experiencia del psicoanálisis en tiempos vertiginosos es hablar, a mi gusto, de la experiencia del análisis en relación a la angustia.
Algunas notas sobre los tiempos contemporáneos
Algunos pensadores contemporáneos sostienen que vivimos en una sociedad del rendimiento (Han 2022) cuyos sujetos están convocados a rendir. Una sociedad donde la lógica de la positividad del “we can do it” como imperativo provoca por agotamiento un enfermar característico de nuestro tiempo como son las depresiones y toda la gama de perturbaciones del estado del ánimo caracterizadas por el repliegue, aburrimiento, cansancio e inhibiciones. Es frecuente escuchar en consultas el extremo cansancio y desfallecimiento del deseo en los pacientes quienes agotados por perseguir el rendimiento y gestionar el tiempo se repliegan en solitarias existencias en silencio, en sus cuartos durmiendo largas horas, sumergidos en las ofertas del mercado a las que se puede acceder mediante los aparatos de consumo o gadgets (Lacan, 1974) o embriagándose con alguna sustancia que permita construir un limbo fugaz.
Dado que presentaré una viñeta del tratamiento de una adolescente quisiera mencionar que no sólo han aumentado presentaciones del lado del desborde del acto sino también otras más inhibidas en los que nos encontramos con adolescentes que no hablan o hablan poco no como efecto de la resistencia sino como efecto del vacío y de labilidad en el lazo con la palabra. Tienen dificultades para describir emociones y recurrentemente dicen “no sé”, “no puedo”. Es característica la ausencia de pregunta y conflicto ante el estado de ánimo. Entiendo que como analistas somos invitados a tomar cada vez más los indicios del sujeto que se presentan en los silencios, pausas, lenguaje no verbal y tono afectivo.
¿Cómo construir lazo con el otro? ¿Cuál es el estatuto de la palabra para los adolescentes de hoy?
Las subjetividades de nuestro tiempo se enraizan en la cultura del exceso, el aflojamiento en relación a la ley, la hiperestimulación, hipercomunicación, hiperdesarrollo, e hiperconsumo. El empuje a la búsqueda del éxito narcisista y satisfacción inmediata toman forma en un tiempo que impone el “ahora” en un fluir sin pausa (Fischer, 2020) donde todo está dispuesto para que se cree la ilusión de un goce ininterrumpido.
Desde hace años y conforme a los discursos de época se ha instalado en la cultura una tendencia a la desestimación, repudio y negación de todo afecto que distraiga de la felicidad y el éxito y para ello se han creado ofertas varias con las que se intentan taponar los agujeros de la insistencia de lo real.
¿Cómo pensar el tiempo y el espacio del análisis insertado en esta realidad que nos contiene por momentos, nos expulsa en otros y nos atraviesa a todos? ¿Cómo operar como analistas para producir la experiencia de la palabra y de la narración como historización más allá del storytelling de la estrategia de marketing?
En este contexto de hipermodernidad (Lipovetsky, 2004), negación del dolor (Han, 2020), búsqueda de placer inmediato, incremento de la relevancia de la imagen, la caída de metagarantes sociales (Jaroslavsky, 2020), el resquebrajamiento de un sentido de futuro como promesa de cumplimiento de anhelos; el psicoanálisis tiene una oferta subjetivante para hacer: “Vamos, diga cualquier cosa que será maravilloso” (Lacan, p.55). La experiencia del análisis se caracteriza por su relación singular con la palabra como revelación del inconsciente. Y para ello es necesario poner en pausa la prisa.
El psicoanálisis invita a la palabra y así abre el camino al deseo restituyéndole al sujeto la posibilidad del encuentro con su verdad. El psicoanálisis no le ofrecerá un tip o un objeto para taponar la angustia sino que se dejará guiar por ella porque como tenemos por sabido la angustia es el afecto que no engaña.
Algunas notas sobre el tiempo y el psicoanálisis
Podemos rastrear a lo largo de la historia del psicoanálisis diversas maneras en las que la categoría de tiempo es aludida. Freud hizo su aparición en el pensamiento de su época subvirtiendo el modo de pensar al cuerpo de la histeria y así antepuso la escucha a la observación. Inventó una nueva lógica de la causalidad que conocemos como el “retroactivamente” y se alejó del pensamiento lineal para dar paso a lo complejo de las series complementarias.
Freud introdujo al tiempo desde el inicio de su obra. En la Carta 52 (1896) describió las retranscripciones y reordenamientos de las huellas mnémicas ocurridas “de tiempo en tiempo” (p.274). En Sobre iniciación del tratamiento (1913) nos habló del ensayo previo (p. 126) que se corresponde al período de prueba en el análisis, el eje del tiempo para pensar las sesiones y los tiempos necesarios de montaje de la transferencia. En otro lugar nos refirió que hay un tiempo de repetir, otro de recordar y uno de reelaborar. En diversos lugares ubicó el tiempo de sorpresa de la irrupción de un lapsus y de otras delicias de la Psicopatología cotidiana.
La categoría de tiempo se entreteje en cada conceptualización del psicoanálisis. La sexualidad en dos tiempos, el apremio de la vida, el detenimiento del discurso como efecto de la resistencia de la represión, la idea de actualización en la transferencia, lo constante del empuje de la pulsión, el fort-da, la atemporalidad de los procesos inconscientes, los tiempos de la represión, el tiempo de sorpresa del trauma, el análisis terminable e interminable, etc… ¿Se les ocurre algo más? Podríamos seguir ¿verdad? El tiempo y sus dimensiones atraviesan desde el inicio la obra freudiana y la de sus sucesores.
Si articulamos tiempo, experiencia y tarea analítica podríamos decir que el análisis como experiencia en transferencia es una manera que tiene el sujeto de temporalizar: repetir, recordar y reelaborar. Dice Freud (p.18) que el paciente se ve obligado fundado en la compulsión a la repetición “a repetir el material reprimido como experiencia contemporánea en lugar de, cómo lo preferiría el médico, recordarlo como perteneciendo al pasado” . Entonces un psicoanálisis fundado en la convicción del inconsciente permite “darle temporalidad, es decir, redefinir un pasado y un presente” (Etchegoyen, 1986, p. 107). La compulsión a repetir como concepto central teorizado por Freud nos muestra una tendencia a la atemporalización de las experiencias subjetivas en tanto ellas perviven en lo inconsciente y desde allí empujan a la actualización. Esta idea de una temporalidad atemporal propia del inconsciente diferenciada de la lógica del tiempo de la conciencia es lo que le ha permitido a Freud hacer accesible el conocimiento de diversas producciones subjetivas.
Sobre la experiencia del análisis: Gabriela
“El analista sostiene como presencia- cubierta imaginaria de un pedazo de real – la exposición del lugar que retiene al sujeto, para lograr con sus intervenciones, el cambio de un destino por un estilo”
(“Las intervenciones del analista”, Vegh, I.)
Un análisis inicia al decir de Freud como un proceso que sigue “su propio camino, sin dejarse marcar una dirección, ni mucho menos la sucesión de los puntos que ha de ir atacando” aunque sí tiene una direccionalidad. El tiempo del análisis es también un tiempo de descuento: Descontarse del otro que goza. Ingresar al trabajo del análisis también es iniciar un trabajo de duelo en el sentido de la confrontación a la experiencia de la inscripción de la falta: no todo. El análisis es un ejercicio fundado en la palabra en la que el sujeto se historiza retroactivamente.
Justo en el horario acordado ingresó a mi whatsapp un mensaje que decía: “Estoy abajo”. Así anunció Gabriela de 21 años su llegada al consultorio. Decidí responder con un “voy” y me dispuse a ir a su encuentro. En el ingreso al edificio de mi consultorio encontré a una adolescente que esperaba perfectamente erguida, abrazada a su bolso y mirando fijamente a través del vidrio de la puerta hacia el ascensor. Noté un gesto de cierto desconcierto cuando vio que aparecí por otro lugar dado que utilicé las escaleras. Abrí la puerta, la invité a pasar y le pregunté si estaba de acuerdo en utilizar ese medio para llegar al consultorio (el consultorio está en un segundo piso). Al llegar arriba esperó silenciosa a que le indique al abrir la puerta: “adelante”. Una vez dentro y mirando hacia abajo se detuvo y nuevamente le dije que el consultorio era el que estaba al final del pasillo. Con algunas vacilaciones se sentó en el sofá. Con breves frases introduje mi invitación a que ella pudiese desplegar el o los motivos por los cuales había decidido contactar a una analista.
Gabriela inició su relato diciendo: “te aviso que yo no hablo, no me gusta, no me sale”. Luego dijo que realizó otros tratamientos y que siempre le decían que hable porque si no hablaba no se la iba a poder ayudar. En el último la analista le dijo que si no iba a hablar no tenía sentido que siga yendo y dió por finalizado el tratamiento. Con un poco de acompañamiento va describiendo escuetamente una descripción formal de su composición familiar y sus múltiples actividades. Enuncia que lo que la trae a consulta es que no se siente muy bien respecto de la “presión” por hacer “cosas”.
En entrevistas posteriores se reitera el estilo silencioso, se la observa tensa, despliega poco con sus palabras. Ya lo había advertido. Sólo algunas pinceladas sobre escasos temas. Se va instalando sutilmente una queja: estar cansada. Las entrevistas se organizan en lapsos de palabra y silencio, de mirada y gesto. Dice que todo la cansa, que no tiene ganas de nada, que quiere dormir todo el día pero que aunque duerme igual está cansada y que no tiene tiempo para hacer lo que tiene que hacer.
La experiencia de un análisis se inscribe en la discontinuidad, en intervalos, puntos suspensivos, en cortes, en aperturas, en avances y estancamientos.
La función de las primeras entrevistas se orienta a construir una demanda de análisis que podríamos describir como una demanda de saber supuesto que puede formalizarse en una pregunta: ¿Cuál es tu propia parte en el desorden del que te quejas? Para construir ese camino e ir armando el tejido de la transferencia en este tiempo inaugural, como campo en el que se librará la batalla, Freud nos enseña que “uno le hace hablar al paciente y no le comunica más esclarecimientos que los indispensables para que prosiga su relato” (1913, p.126)
Gabriela tiene dos trabajos, estudia en la facultad y realiza tres actividades deportivas. Las entrevistas continúan en el mismo clima de densidad. El “estoy cansada” y “tengo que hacerlo” aparecen con más insistencia y sin cuestionamientos. No elige desplegar parte de este malestar. Me pregunto teniendo en cuenta lo que refiere de sus tratamientos anteriores ¿El hablar se ha convertido también en una demanda que “tiene que hacer”? ¿Será que acá puede rehusarse? No lo sé. Estamos en los inicios. Ya veremos. ¿Cuál es la lógica de sus silencios? ¿Y la de su cansancio? ¿Será que viene a sesión a hacer tiempo de no hacer?
Una de las apuestas que se juega en la escucha analítica y las intervenciones es promover la producción de sujeto en aquel que nos consulta. El sujeto puede asomarse de diversos modos. Uno de ellos podría ser hacer silencio, decir poco. Me pregunto si Gabriela propone una estrategia dialógica singular: se hace preguntar, se hace esperar, hace que el otro acompañe estas reglas del juego. Cuida su palabra. Muestra su silencio. Una de las primeras enunciaciones fundantes del yo es el no. El no afirma al yo. El no es Yo como límite al modo de una inhibición de la demanda del Otro. En el Seminario 10 Lacan (2013) afirma que “Estar inhibido es un síntoma metido en el museo” (2008, p 18 La angustia. Paidós. Argentina) y con ello se presenta esta doble condición: el sujeto exhibe su inhibición, la da a ver pero de un modo silencioso implicando al cuerpo.
En una ocasión, luego de decir que al finalizar la sesión se iría a su casa a dormir porque estaba cansada y que luego cocinaría unas galletitas para la merienda, le pregunté si le gustaba cocinar. Levantó la mirada, abrió sus ojos y sonriente dijo: “Si me encanta”. Lo que quedaba de sesión transitó sobre su gusto por la cocina, recetas y su disfrute respecto de ello. Su cuerpo dejó de estar erguido y adquirió cierta flexibilidad, el bolso se hizo a un costado y una mirada vivaz y sostenida acompañó sus decires menos esquivos.
Silvia Saraceno Fasce (2023) nos dice: “paciente y analista organizan cada vez su mutua experiencia de interacción, poniendo énfasis en la bidireccionalidad de dos subjetividades respetuosas de la especificidad que emerge de cada encuentro; siendo ambas determinantes para la co-construcción de un campo de trabajo analítico” (p.105)
Volvamos a Gabriela. Al tiempo “estar cansada” se articula como un deseo de desaparecer: “todos los días igual. Me levanto con esfuerzo. No quiero más. Quiero desaparecer”. A veces el silencio y el anhelo de desaparecer son la forma que cobra el modo de restarse de un otro que aplasta plantea Gabriela Insúa (2022). El dormir comenzó a insinuarse como modo de pausa /inhibición a la demanda de lo que “tiene que hacer”. En una ocasión al “estar cansada” se le articula un “no quiero más” que la sorprende con la emergencia de una conmovedora angustia que acompaña junto a una mirada de terror que me dirige. Ante un gesto de mi parte que anticipa una intervención me detiene diciendo: “no voy a hablar más.” Percibo su terror ante ese encuentro y solo digo: “Está bien. Estoy acá”. Finaliza la sesión y la invito a que concurra nuevamente esa semana. Dice que no puede porque tiene que concurrir a la universidad y hacer otras cosas. Le digo que si le parece le reservo un horario y que no es necesario que me confirme en este momento que se lo guardaré por si cambia de opinión sobre la hora. Llegado el día propuesto y una hora antes del encuentro recibo un mensaje que dice: lo estuve pensando y si está el horario para que vaya entonces voy. Le respondo que el horario estaba reservado para ella y que la espero.
Saraceno Fasce se refiere a la disponibilidad del analista (2023, p. 105) como aquella que se plasma en diferentes funciones con la plasticidad de moverse entre diversas posiciones instrumentales.
Voy ocupando diversos lugares en el campo analítico. A veces silenciosa, otras más activa y a veces he pronunciado algo que podría pensarse bajo la definición de chiste.
Un psicoanálisis requiere de tiempo. Tiempo de detenerse, de pausa, de sostener el agujero que se presenta ante la emergencia de la angustia y de cuidar la palabra. La trayectoria de un análisis es vertiginosa en tanto el vértigo sea una de las dimensiones que mencionamos en las que asoma la angustia. Lo vertiginoso del análisis es poner en suspenso las respuestas del otro, la búsqueda permanente de su reconocimiento y habilitar un tiempo para tomar la palabra en nombre propio. En este sentido ese tiempo está orientado en relación a un movimiento en la posición. Abrir a la dimensión de la angustia como aquel afecto que atraviesa el análisis es lo que permite ubicarlo en tanto experiencia. La experiencia del análisis conduce al encuentro del sujeto con su verdad. Encuentro que viene de la mano del vivenciar. Ya nos enseñó Freud (1915) respeto del tiempo de la intervención del analista que “El tener-oído y el tener-vivenciado son, por su naturaleza psicológica, dos cosas por entero diversas” (p.172). Tener en cuenta los tiempos de la intervención es ubicar que la experiencia del análisis está estructurada en torno a diversos ejes de lo temporal.
En tiempos de hipermodernidad en los que se promueve el “5 claves para detectar a un toxi”, “no te detengas hasta que estés orgulloso”, “fluir es aceptar lo que nos está sucediendo en la vida” y “quierete y suelta a quien te soltó”, en tiempos de demanda voraz de rendimiento en un análisis hacemos tiempo, construimos tiempo, damos lugar a la pérdida, al silencio. En tiempos de negación del dolor y de invisibilización del sujeto ofertamos un espacio para que el derecho a ser escuchado se ponga en acto y de ese modo se restituya la dimensión del sujeto.
Quién inicia un análisis requerirá poner pausa a la prisa, soportar el tiempo errático del análisis sostenido en su pregunta y así ir disolviendo la cronología de la memoria. Historizar no es hacer memoria en la vía del recuento de hechos sino que es producir simbolizaciones que permiten resignificar y reinscribir al sufrimiento en el discurso del sujeto procurando de ese modo convertir la pura repetición atemporal del inconsciente en un recordar provisto de alguna novedad en tanto encuentro inaugural con alguna verdad que lo representa.
Laura Restrepo en su novela Demasiados Héroes dice “Necesitaba ponerle por fin palabras a esta historia hasta ahora marcada por el silencio. Siempre había sabido que tarde o temprano tendría que darse la tarea, no quedaba más remedio, porque pasado que no ha sido amasado con palabras no es memoria, es acechanza. El problema había sido cómo contarlo, y ahora creía descubrirlo: íntimo y simple, como una conversación a puerta cerrada (…)” (p.234).
También en el análisis con Gabriela será necesario apostar a encontrar los diversos tiempos de contarlo para des-contarlo.
Entonces justo en el horario acordado ingresó a mi whatsapp un mensaje que decía: “Estoy abajo”. Así se anunció Gabriela. Respondí: “voy”. Ya no encontré a una adolescente que esperaba perfectamente erguida, abrazada a su bolso y mirando fijamente. Abrí la puerta. Ingresamos al consultorio. Se sentó. Me miró y …
Continuará…