Formarse en la Escuela de Psicoterapia para Graduados implica comprometerse a escribir mes a mes. Escribir sobre lo visto en clase, sobre los textos presentados en cada materia, sobre la propia clínica. Encontrarse con una hoja en blanco y apalabrar aquello que vivenciamos en el consultorio. Articular el saber previo con nuevos significados. Escribir bajo estos parámetros entrecruza dos vías, la de la clínica y la académica
Hace poco en una charla de pasillo con unos compañeros, uno comenta sobre la función que cuentan actualmente los celulares de poder escribir aquello que le es dictado, es decir pasar de la palabra hablada a la palabra escrita. Desconociendo esa función, me pregunto que acontecerá en esa manera de escribir, distinta a la tradicional caracterizada por el encuentro con un papel. ¿Será una escritura menos censurada? ¿Cómo se apalabra a puño y letra aquello que circula libre en el discurso? ¿Qué función cumple el escribir?
La escritura deja huellas, articula una trama, ordena y construye, permite dar a conocer puertas afuera aquello que sucede puertas adentro operando como un puente entre uno y los otros.
Pienso en el trabajo llevado a cabo en un análisis, en la regla fundamental del psicoanálisis por parte del paciente, la asociación libre, que invita a hablar sin censura ni restricciones, y la atención parejamente flotante por parte del analista. Pienso en aquello que acontece en ese encuentro, en el lugar que ocupa la palabra y lo que queda por fuera de la misma. En las líneas que se trazan, que operan luego del encuentro tanto en el paciente como en el analista.
Recuerdo que en el colegio primario se llevaban a cabo exposiciones a las cuales llamaban clases abiertas, las mismas consistían en invitar a las familias una mañana al grado y compartir aquello que venía siendo trabajado a lo largo del año. Contemplando que el encuentro contaba de una o dos horas, por tema de logística, los docentes debían realizar un recorte. Eran días especiales, todos estaban inquietos por la presencia de otros ajenos al aula, expectantes por querer mostrar todo lo trabajado, divertidos por ese espacio lúdico distinto a lo cotidiano, y un poco frustrados porque siempre algo quedaba por fuera.
Escribir sobre psicoanálisis como alumna se asemeja bastante a ese recuerdo de la infancia. Se convierte en un puente entre aquello que acontece dentro del consultorio y el afuera. Implica un recorte. Poner en palabras aquello que sucede más allá de las mismas. Dar a conocer lo trabajado. Dejar entrar a otros a la propia clínica. Un quehacer sublimatorio, creativo y social. Una fotografía de un caso clínico.
¿Qué implica compartir la clínica? ¿Cómo escuchar a otros profesionales sobre su labor? ¿Qué se produce en ese intercambio?
Quien produce habilita la entrada a un espacio de intimidad, donde no solo da a conocer su quehacer profesional, sino también la propia subjetividad. Quien escucha aloja y sostiene. Es un encuentro entre analistas.
Freud (1900) en su texto “Sobre la psicología de los procesos oníricos”, utiliza el concepto de cámara fotográfica como una metáfora para explicar el funcionamiento del polo perceptivo. En el momento de la obra en el cual se encontraba busca dar cuenta de las localidades psíquicas donde se produce uno de los estadios previos a la imagen explicando la complejidad de la operación psíquica descomponiéndola, al encontrarme con esa analogía en clase, me surgió el siguiente interrogatorio, ¿es posible pensar las fotos como analogías de las huellas mnémicas?
Sin embargo, luego abandoné la siguiente hipótesis, ya que con el conocimiento de la obra completa es poco precisa la tarea de encasillar la complejidad de las huellas mnémicas a una foto. De todos modos, me invitó a pensar en la fotografía como una producción subjetiva. El fotógrafo al exponer sus fotos da a conocer el vínculo con la escena, que de ello tiene que ver con él, los distintos ángulos desde los cuales se posicionó, aquello que logró capturar y aquello que quedo por fuera. Escribir y compartirlo resulta bastante similar.
Por lo tanto, retomando los interrogantes iniciales escribir es un acto subjetivo que implica una producción propia que la tecnología no puede equiparar. Que el dispositivo móvil logre poner por escrito aquello que es apalabrado, no es escribir. Escribir sobre un caso clínico implica expresar con las propias palabras aquello que es vivenciado por uno como analista en el encuentro con el paciente, donde siempre algo de lo propio se revela. Escribir permite transformar lo complejo y angustiante de nuestra labor, en algo útil y bello. Escribir sobre psicoanálisis en la escuela, a mi parecer traza puentes entre analistas.