Los significantes “intimidad” y “extimidad” despliegan una tensión que tiende a neutralizarse en ciertos espacios artísticos y en el contexto de los tratamientos psicoanalíticos. En esos ámbitos, quien escribe, pinta, esculpe, filma o simplemente habla, revela y devela aspectos en general ocultos de la propia intimidad: fuera del dominio del yo parlante, los discursos sobre la vida cotidiana adquieren en los ámbitos mencionados (debe señalarse también la pregnante presencia de las redes sociales como recursos o plataformas para hablar de sí mismos) una dimensión donde lo “privado” y lo “público” han perdido sus límites relativamente precisos.
Podríamos pensar el fenómeno citado con una metáfora del hábitat cotidiano: los muros de la modernidad que separaban y ocultaban espacios – y que se expresaban, por ejemplo, en la expresión “de puertas para adentro” o en el refrán “los trapitos sucios se lavan en casa”- han sido reemplazados por paredes de vidrio donde indistintamente podemos mirar desde el interior hacia el exterior y desde el exterior hacia el interior.
Sin embargo, en la novela “La vida brillante” del argentino Rabanal se menciona otra posibilidad menos explorada. El autor menciona que todos protagonizamos una vida privada y una vida pública (aunque con la expresión actual de los límites difusos) pero también una “vida secreta”.
Una vida que no se exhibe en las redes sociales y que cuestiona el imperativo superyoico actual de mostrar todo sobre nosotros; una vida “secreta” que sólo nosotros conocemos y que tal vez nunca se mencione en ninguna actividad humana (sea una charla confidencial entre amigos o en el espacio liberador de una sesión psicoanalítico) y que, como también se expresa en el saber popular, “lo llevaremos a la tumba”.
Hablar de sí, entonces, se ha constituido en una orden más allá de los estilos. Con relación a las manifestaciones artísticas, proliferan relatos literarios autobiográficos y autoficcionales; documentales, películas, “reality shows” y “biopics”, por citar unos pocos ejemplos donde el “yo” y también “el nosotros que me rodea y al que
pertenezco” deben ser exhibidos permanentemente. Una condición casi existencial y que define una manera de habitar el mundo: como decía un zócalo en un canal privado de televisión “si no aparecés, no existís”.
La intimidad de los relatos
Según la “Enciclopedia Salvat” (1978: 1823) el vocablo “íntima” es “acción y efecto de intimar”; éste último, significa “declarar, notificar, hacer saber una cosa, especialmente con autoridad o fuerza para que sea obedecido” y también “introducirse un cuerpo por las porosidades o espacios huecos del otro” e “introducirse en el afecto o ánimo de uno”. Por último, “íntimo/a” se refiere a la “amistad íntima” y “parte personalísima, comúnmente reservada, de los asuntos, designios y afecciones de uno o de una familia”. En el habla popular de hace un tiempo, se pronunciaba la expresión “partes íntimas” para referirse a los genitales humanos.
En definitiva, nos estamos refiriendo a un espacio que “me pertenece” y que suele ser “defendido a capa y espada”: un analizante que había vivido durante mucho tiempo en una comunidad pequeña en la que “no había secretos porque todos sabíamos todo de todos”, reaccionaba, en ocasiones y según su expresión, como los “bichos bolitas” que suelen encapsularse en una esfera hermética e inviolable ante el mínimo estímulo.
Esta intimidad que se despliega en los discursos psicoanalíticos también es protegida: en nuestro país existe una serie de disposiciones legales que deben tenerse en cuenta cuando los analistas deseamos compartir las experiencias de los analizantes en encuentros profesionales: es como una divisoria de aguas donde lo expresado en un contexto no se puede transcribir y repetir “libremente” en otros.
Si bien se tiende a categorizar a la auto biografía y a la auto ficción como manifestaciones diferenciadas, en realidad nos encontramos con relatos donde estos géneros se confunden: un solapamiento enriquecedor pues permite flexibilizar las fronteras e incluir relatos desplegados en las sesiones psicoanalíticas que parten de una invitación del analista al analizante: “Hable, lo escucho”. Un espacio privilegiado donde discurso y escucha se entraman en una sintaxis gramatical única.
Es que, cuando la intimidad toma “estado público” se crea una suerte de “complicidad” entre quien relata y quien escucha u observa o lee. Ese acto único del habla puede resonar entre los protagonistas vinculares porque esa compleja trama intersubjetiva permite establecer un puente (Urresti, 2008) entre las tendencias sociales y las marcas autobiográficas. Como sostiene el filósofo y sociólogo francés contemporáneo Eribon es como si “la genealogía individual fuese inseparable de una arqueología o topología sociales que cada uno lleva dentro de sí”.
La epistemología del “caso por caso” que es el andamiaje conceptual y metodológico del psicoanálisis está asociado a las huellas epocales o históricas que permiten, por presencia o ausencia, procesos de múltiples identificaciones; esa sensación que, en muchas oportunidades, un otro externo a mí “habla de mí” o “habla por mí” Un reconocimiento no isomórfico que, sin embargo, resuena en nuestro interior. En otras palabras: es como si esta “intimidad ajena” fuera, en parte, también “nuestra”.
En “Regreso a Reims” (Eribon, 2015) se presenta un formidable relato autobiográfico sobre la intimidad de un niño y adolescente habitante de un suburbio de una ciudad de Francia y de esa persona ya adulta habitando en París con nuevas experiencias vitales. El regreso a su lugar natal ante la enfermedad terminal de su padre y después de haber estado en la capital durante años sin el mínimo contacto con su familia, produce una disrupción intensa y perturbadora en su subjetividad cotidiana.
En las primeras páginas Eribon revela casi como en una confesión sacramental que volver al medio donde vivió y del que salió es “un regreso sobre sí mismo y un regreso a sí mismo”. Y revela, tal vez desafiando la afirmación mencionada sobre los ocultamientos no revelados de las vidas secretas, que “mi padre murió y me di cuenta de que nada nos unía y nada nos reunía”.
En unas líneas más adelante dice: “Cuando veo las fotos de los últimos días de mi padre me cuesta hacer coincidir la foto de ese cuerpo debilitado con el hombre que vociferaba por cualquier cosa, que era estúpido y que tanto desprecio me había inspirado”. Y agrega: “Un ex tirano venido a menos, inofensivo y sin fuerzas. Yo no podía odiar esa ruina. Lo que yo odiaba no era esa ruina”.
Un aire a “Carta al padre” de Kafka (1919) quien revela en un escrito que fue destinado a su padre pero que su madre nunca le mostró y que fue publicado a la muerte del autor de “Metamorfosis”, los tormentos físicos y psíquicos, el desamor, la “frialdad” afectiva que tramaba la relación entre ese hijo abusado y su padre abusivo.
Un acercamiento a “El hijo judío” (2018) del argentino Daniel Guebel en el que narra, en un clima irrespirable, los castigos corporales indecibles que le propinaba su padre; la complicidad de su madre; los terrores de su infancia… Una autobiografía novelada en la que abre la puerta de un hogar del gran Buenos Aires y muestra el horror íntimo y silenciado de “puertas para afuera” pero sufrido indeciblemente de “puertas para adentro”.
Afirmaciones iniciales en la actividad de “Psicoanalistas dialogando con las artes”.
En el encuentro sobre autobiografía y auto ficción realizado en octubre 2023 transcribimos unas líneas del colega Actis Caporale en un trabajo que presentó en el Congreso de la AEAPG de 2022: “Percibo cierta belleza en aquellos relatos en lo que el diálogo analítico constituye un nuevo sentido, abre una nueva configuración que reordena el mundo interno y surge así un placer novedoso”.
En ese aporte también se menciona las reflexiones de Kristeva quien, en 1967, propuso el término “intertextualidad” para señalar que todo texto surge como un mosaico de citas. Hay una relación de reciprocidad y dependencia, continúa Kristeva, entre diferentes y textos y autores de modo que “varios textos sirven de base para uno nuevo y así sucesivamente”.
En otras palabras y, apoyándonos en las afirmaciones de Kristeva, el arte es una producción en tanto el “texto” sería el resultado de la productividad. Como sujetos participamos del lenguaje mediante el habla. Recurrimos a la estructura anónima de la lengua y producimos una transformación, una producción que expresamos en un discurso en el que comunicamos algo al otro. Un revelar y develar la intimidad, como sostuvimos párrafos anteriores, mediante esa lengua común a todos que se convierte en el vehículo que posibilita un mensaje único.
Este concepto de “producción” nos lleva a otros interrogantes sobre qué une al psicoanálisis y a la literatura. En 2011, Kristeva señala que el psicoanálisis y la literatura participan de la misma dinámica psíquica que consiste en barrer las palabras cansadas y aburridas, contar un nuevo aliento, cambiar el modo de hablarse a sí mismo y de nombrar las cosas y ligarse a los otros.
O sea, un acto de renovación que también encontramos en una sesión analítica. La experiencia transmitida en un momento no será igual a esa misma experiencia transmitida en otro momento. El discurso del analizante y la escucha del analista soplarán un nuevo aliento a esa experiencia. Y el discurso literario del escritor supondrá un nuevo aliento sobre su propia experiencia y el acercamiento del lector a ese texto también le brindará un nuevo aliento. Un aire renovado y renovador. El psicoanalista uruguayo Viñar sostuvo: “El autor es ajeno al destino de su creación. Es un tercero, distinto y distante el que le asigna su valor y trascendencia”. Una intimidad revelada y visitada.
De auto ficciones y autobiografías
Al concepto original de Kristeva sobre la “intertextualidad” podemos añadir el término “literacura” aportado por la especialista española Pérez Arias y que, según su opinión, puede ser aplicable a la obra de Kristeva. En términos de Pérez Arias, “la literacura reordena lo vivido”. En este sentido, el escritor Dorfman y con relación a su obra “Allende y el suicidio” (2023) dijo: “Siempre supe que el arte de escribir era terapéutico”.
En 1977 el escritor francés Serge Duobrovsky publicaba su novela “Hijo” y acuñaba el término “auto ficción” para definir a su libro con la figura semántica de un oxímoron: “ficción de acontecimientos estrictamente reales”. Como señaló la artista francesa S Calle: “mi arte es una ficción real, no es mi vida, pero tampoco es mentira”.
Nacía un subgénero literario que en algunas clasificaciones se confunde con la “autobiografía” aunque podríamos sostener que, mientras en la auto ficción (como veremos unas líneas más adelante) el lector se identifica con el narrador, pero preguntándose si los hechos que se relatan y los nombres del resto de personajes de las historias son verdaderos o ficticios, en las autobiografías existe casi una “garantía” de lo que el autor relata ocurrió verdaderamente. De todas maneras, la intimidad se hace presente en cualquiera de los dos géneros.
Veamos algunas referencias a escritores contemporáneos. En las novelas “Almuerzo desnudo” y “Sobredosis”, el norteamericano W Burroughs enfrenta al lector a la duda intensa de si las experiencias del yonqui heroinómano son del propio Burroughs o de un personaje inventado; en “Escucha mi voz”, la escritora italiana Susanna Tamaro nos conduce a esa frontera incierta de si lo que leemos son sus propias experiencias personales y familiares o ficcionales.
Por último, el joven escritor cordobés Federico Falco narra las vicisitudes de un adolescente temprano y de un adulto joven en “Cielos de Córdoba” y “Los llanos”. La pequeña localidad de provincia y la capital mediterránea son los escenarios en los que el protagonista/autor o el autor/protagonista nos transmite sus experiencias personales y vinculares y sus búsquedas de la identidad de género. Algunos ejemplos que despliegan confesiones íntimas vehiculizadas por el arte; como si se necesitara un “pasaporte” (en este caso las opciones sublimadas en lo artístico) para trasponer las fronteras cada vez más diluidas de lo íntimo-privado a lo público.
El yo hablante – el yo expuesto – el yo escritural
El autor teatral catalán Sergio Blanco afirma que toda escritura auto ficcional (y autobiográfica, podemos agregar) puede incluirse en las diferentes “escrituras del yo” pues se trata de un yo, un texto hablado por la primera persona que comunica algo de su intimidad en un proceso de “producción” y no de “re-producción”. Según Blanco, partimos de una experiencia personal que puede ser un dolor profundo o una felicidad completa, pero vamos más allá de nosotros mismos para poder ir hacia otro. Una invitación tácita de ingresar y compartir nuestro mundo íntimo.
Como sostiene Josiowicz (2010) y en relación específica a las narraciones literarias, hay una confluencia entre el “espacio íntimo y más personal de un escritor y el ámbito público de la escritura”. Desde el psicoanálisis se puede sostener que cada encuentro con un estímulo externo (en este caso, una narración literaria) se despliega desde la expresión de las series complementarias personales y reflexionadas por Freud, pero en combinación -continúa Josiowicz- con “una mirada de género sobre la constitución del yo, toda vez que las voces identitarias de género (sexual) de clase y de raza generan entonaciones específicas de la voz y tejen la trama de su acceso a la letra”.
Según este aporte, se está frente a un “yo escritural” hiperbolizado en la escritora Clarice Lispector quien “busca su remedio en la escritura, en la exhibición del dolor-de-ser-fragmento, (otra asociación con el significante “literacura” ya mencionado), ser el nombre leído y el cuerpo de lo visto, la palabra pública”. Una expresión casi infinita de la necesidad de Lispector de exponer “su intimidad en pleno espacio público exhibiéndose a sí misma como un ítem en el mercado masivo de las comunicaciones”.
Este juego entre el yo y la alteridad recorre la historia artística de Occidente a través de dos principios originarios: el socrático y el de San Pablo. Casi 400 años AC, Sócrates enuncia su célebre frase “Conócete a ti mismo” y en el año 60 de nuestra era San Pablo subraya que ese acercamiento al yo es una tarea harto compleja. Decía San Pablo: “No hay más judío ni griego ni hombre ni mujer ni esclavo ni hombre libre”.
Un adelantado preanuncio del sujeto moderno al que habrá que explorar pues se está frente a entidades equívocas y ambiguas que desafían a la interrogación y nos reconducen al concepto de “producción” kristeviano.
En este sentido, continúa el catalán Blanco, nos encontramos frente a una amplia avenida de intelectuales del siglo pasado que refuerzan “la inconsistencia narrativa del yo para dar rienda suelta a la auto ficción (y a las autobiografías) como formas de relatarnos”.
O sea: un obstáculo a las pretensiones de la objetividad y fidelidad reproductivas y reproductoras del relato. Blanco subraya el aporte freudiano de poner en duda “la sinceridad, la objetividad y la lucidez en todo intento de hablar de uno mismo” y podríamos agregar la neutralización de los sistemas de causalidad: la temporalidad respetuosa del pasado, presente y futuro. La línea estructural que define los relatos de “auto ficción” y algunos “autobiográficos” puede ser inconexa y desordenada; fragmentada y en permanente reordenamiento pues la ley rectora es neutralizar los sistemas tradicionales de causalidad que imponían una intriga lógica y una temporalidad cronológica. Casi como una metáfora del inconsciente.
Aquí es posible establecer otro puente con el psicoanálisis. Los analistas nos enfrentamos a diario con el relato de un analizante que contiene elementos de una sesión de mucho tiempo atrás; elementos que pueden ser transcriptos casi literalmente o que, al revés de las “capas de una cebolla”, pueden ir agregando dato tras dato de manera que aquel episodio inaugural puede ser totalmente diferente al actual. O también en sentido inverso: al ir “pelando la cebolla cáscara tras cáscara” se ilumine un episodio personal escondido en el relato de la intimidad de ese analizante.
Vergüenza sexual / vergüenza social
“Durante este período de latencia total o meramente parcial (sostiene Freud, 1905: 161) se edifican los poderes anímicos que más tarde se presentarán como inhibiciones en el camino de la pulsión sexual y angostarán su curso a la manera de unos diques (el asco, el sentimiento de vergüenza, los reclamos ideales en lo estético y en lo moral)” que se asocian con imperativos culturales.
Y agrega que también con predisposiciones –“obra de la educación”, señala Freud- pero que también debe considerarse que “este desarrollo es de condicionamiento orgánico, fijado hereditariamente”. Podríamos hipotetizar que esta construcción freudiana permitiría pensar las manifestaciones orgánicas del asco y la vergüenza: gestos que delatan nuestro desagrado frente a determinados estímulos; apartarnos de eso displacentero; rubor encendido que hablarían de haber sido “pescados in fraganti”; sudor frío y transpiración “injustificada” …
En “La clínica de la segunda tópica freudiana: los diques pulsionales” (Laznik y Kligman, 2012: 2) enfatizan lo sostenido por Freud en tanto subrayan y refuerzan que esos diques tienen la “particular función de barrera frente a la pulsión sexual”. La intimidad, entonces, encontrará “aliados” o “enemigos” en su afán de exteriorizarse.
En 2000, Eribon publica “Identidades. Reflexiones sobre la cuestión homosexual”. Se trata de un ensayo en el que teoriza sobre las problemáticas de cuestiones gay desde sus experiencias previas a su mudanza a París y después viviendo en la capital francesa: la frecuentación a espacios habilitados por y para la comunidad; ecosistemas intra e intersubjetivos donde convive con sus pares: una intimidad revelada pero espacialmente delimitada que se revela al “gran público” con la publicación de esta obra.
En la obra posterior (2015) ya mencionada, Eribon amplía algunos aspectos callados anteriormente. Comenta que la “vergüenza sexual” que puede sentir alguien que revela públicamente su identidad y preferencias sexuales en él fue relativamente “insignificante”. A pesar de las resistencias, críticas y cuestionamientos que podría recibir del “lector medio” no se amedrentó en desplegar su intimidad secreta a su familia, sobre todo a que su padre se enterara de que su hijo era el “puto” (sic) tan denostado genéricamente.
Eribon subraya en diferentes partes de esta obra la homofobia de su padre y los comentarios mordaces e irónicos de su madre hacia “ésos”, como solía denominarlos. Pero esta “vergüenza sexual” que condena y condenaba al ostracismo a tantas y tantos homosexuales quienes reprimen y reprimían “confesar” sus intimidades no fue un obstáculo insalvable para “hablar de lo que no se podía hablar”.
Paradójicamente, su padre celebra la aparición del libro porque le permitía jactarse de tener un hijo “intelectual” en un ambiente proletario y marcado por las desigualdades económicas y culturales. “Yo no sabía casi nada de mi padre, escribe Eribon. Y me sorprendió (cuando se enteró) que se puso a llorar al verme en la tele”.
El hecho de que el hijo Didier se consolidara en el “mercado masivo de las comunicaciones” como mencionamos anteriormente; que fuera un intelectual reconocido a partir de la “confesión” pública de la homosexualidad y que apareciera en programas televisivos que su familia nunca hubiera consumido de no estar él presente o que hablara en reportajes escritos que los suyos jamás hubieran leído de no protagonizar él esa entrevista; el orgullo, en definitiva, de la familia por un hijo “famoso” a pesar de manifestar una intimidad incómoda e inentendible para el ecosistema familiar, neutralizaba la “vergüenza sexual“ de los suyos por su vida.
Sin embargo, Eribon señala que la “vergüenza social” fue mucho más vergonzosa, profunda y rebelde que la “vergüenza sexual”. En un artículo periodístico argentino (“Página 12”, 2015) se rescata un episodio mencionado en “Regreso…”. Viviendo ya en París y siendo graduado universitario se cruza con su abuelo que se ganaba la vida limpiando vidrios. Eribon teme que alguien del ambiente parisino que frecuenta lo vea con ese anciano y le preguntara con quién estaba hablando.
“Hoy tengo mucha vergüenza -sostiene Eribon- de haber tenido vergüenza en ese momento” para agregar que la intención de escribir sobre la “brutalidad de esa escena” era mostrar “la violencia de las relaciones de clase que estructura la vida que vivimos” pues “la pertenencia de clase duele en el cuerpo”: una expresión poética de las afirmaciones freudianas ya señaladas sobre las disposiciones hereditarias.
Eribon entiende que se puede ser, según sus palabras, un “tránsfuga del género” pero que también mediante una serie de recursos aprendidos se puede ser “tránsfuga de clase” y escapar, mediante estos camuflajes identificatorios exogámicos, al “lugar de origen y al entorno social”.
Pero en esa intimidad no revelada, la persona sufre por no poder decir algo, aunque sea, sobre sus orígenes: padre proletario; madre gitana; abuela “colaboracionista” de los nazis en Francia, hermanos que se emplearon apenas terminaron su educación primaria. Eribon, el primer profesional de la familia se pregunta “cómo arreglarnos con los horrores de antaño… cuando no podemos escapar al hecho de que estamos inscriptos, a nuestro pesar y a pesar de todo, en una genealogía”.
Las burlas de la madre ante las adquisiciones intelectuales de él; la “indiferencia” del padre y hermanos hacia sus logros, fueron encapsulando su intimidad. Como los “bichos bolita” nombrados párrafos atrás, el autor se vio “obligado” a “exorcizar todo lo que me ataba al mundo familiar. O hacerlo invisible”.
Como señalamos, algunos textos auto ficcionales y autobiográficos coinciden con los relatos de las sesiones psicoanalíticas en que se ve alterada la cronología clásica. Eribon alterna sus referencias a la familia (en un párrafo cita a Bourdieu quien señaló que “la familia no es un elemento estable sino un conjunto de estrategias”) con sus vicisitudes de un adolescente de familia obrera enamorado secretamente del hijo de un profesor suyo. Un doble resguardo de una intimidad doble (como veremos más adelante, la coexistencia con estos sistemas tan disímiles -lo familiar y barrial y lo exogámico y céntrico-) también fue una situación vivida por Ernaux, autora de la que se hablará más adelante.
La compleja cuestión del reservorio identificatorio exogámico que se le ofrece al adolescente es narrada así en diferentes párrafos: “Él tenía un lindo nombre y yo, uno común… y eso simbolizaba la distancia social entre ambos”; “antes de confesarle a él que estaba enamorado debía confesármelo a mí” (en términos actuales del habla popular, una doble “salida del closet”); “me fascinaba y aspiraba a parecerme a él”; cuando se encontraba con él “hablaba de cine y de libros aunque nunca había visto esas películas ni leído esos libros”.
Es como si un personaje “ficticio” se hubiera apoderado de la persona. Sostiene el nombrado escritor Dorfman en relación con el profundo diálogo entablado entre él y los protagonistas de sus historias: “Puedo oír ahora mismo ese personaje que he inventado y que parece tan real como Yo”.
Y continúa Eribon: “empecé a imitar su letra”, “me inventé una cultura al tiempo que inventé una personalidad y un personaje” y “hacía mías sus opiniones”. En palabras de Bourdieu que Eribon cita nuevamente: se trata de “una democratización falsa… la estructura se mantiene (sólo) hay una traslación de esa estructura”.
En definitiva: “soy el producto de la infancia, el hijo de la vergüenza”. Y agrega: “tenía que exorcizar todo lo que me ataba a mi mundo familiar. O hacerlo invisible” y que “fue un trabajo de hormiga que me llevó años”. Una “confesión” desgarradora de su más absoluta intimidad: “Yo me elegía a mí”.
Annie Ernaux. La etnógrafa de su propia vida.
En “Regreso…” el autor remarca, en determinados párrafos, su profundo respeto y admiración hacia Annie Ernaux de quien dice que, con su obra, “La memoria se deshumilla”.
Francia tiene el récord de dieciséis Premio Nobel en Literatura. Pero una única mujer: Annie Ernaux, ganadora en 2022 a los 82 años de edad. La literatura de Ernaux escapa a los convencionalismos académicos pues abandonó tempranamente la ficción “clásica” y se animó a una errancia por los bordes literarios porque su subjetividad íntima siempre se desplegó en los bordes vinculares y vecinales.
Gran parte de su producción se aloja y viaja en los espacios infantiles, en su pequeña familia, en el vecindario, en la comunidad educativa, en la ciudad donde cursa sus estudios secundarios y en el suburbio en el que actualmente vive. Resonancias íntimas admiradas por Eribon.
Como una errancia adolescente en la transición existencial que es la adolescencia (tan presente en sus escritos) la producción literaria de Ernaux se enmarca en las transiciones entre géneros literarios tal vez porque, como Eribon, siempre habitó los espacios transicionales y experimentando, como en la metáfora de Camus, una “extranjería” permanente, un exilio íntimo y silenciado entre los espacios reales y “grises” de sus existencias y los “dorados” espacios idealizados adonde les hubiera gustado vivir.
Y esta “extranjería” les permitió a ambos autores desoír el superyó académico y del mercado para aventurarse en terrenos propios. Es como si los dos hubieran dicho “escribo lo que quiero y como quiero”. Un aventurarse a abrir los “diques de contención” y exponer, con la máxima expresión posible, sus intimidades en relatos científicos o literarios.
Ernaux nació en Lillebonne y pasó su infancia y adolescencia en Yvetot, un pequeño pueblo francés de Normandía. Durante años la familia convivió con el secreto de la muerte de la hermana mayor de Annie quien creció como su hubiera sido única hija. Sus padres tenían un pequeño almacén-bar (Eribon se pregunta en la universidad cuántas casas de familia habrá tenido que limpiar su madre para costear los estudios universitarios de él y Ernaux cuántas papas habrá pelado y servido su madre para brindarle la educación que pudieron costear) que con el paso del tiempo fue quedando sin poder satisfacer nuevos consumos.
Los supermercados que lentamente aparecen en las provincias francesas van desplazando a los pequeños comercios paternales. Y, en esos movimientos, también se van desplazando maneras de habitar el mundo.
El almacén propiedad de sus padres -el pasaje parental de ser obrero a pequeño comerciante está novelado en “El lugar” de 1983- es el lugar físico y también simbólico pues se va tejiendo una trama intra, inter y trans-subjetiva donde confluye el ama de casa del vecindario y el hijo que va a comprar algo a último momento. Es la compra fiada y la libreta donde se van anotando los gastos. Es el lugar donde la intimidad se muestra: las mujeres hablan de los trabajos de los maridos y de algunas desgracias conyugales y de las escolaridades de los hijos.
El supermercado es algo más que la expresión de una nueva manera de vender y comprar. Es un lugar en general anónimo y neutral donde no hay espacio para las “confesiones” íntimas. Hay que entrar y salir. En él se venden productos sofisticados en sofisticados envases, tarjetas de crédito, cajeros automáticos, un crisol de etnias por los pasillos. Las máquinas se interponen en los espacios de las confidencialidades íntimas y opacan los acercamientos humanos del cara a cara. Una metáfora de una civilización occidental globalizada y que neutraliza pero también enfatiza las diferencias y las barreras.
La intimidad novelada
En su novela “La vergüenza”, Ernaux nos transmite las rígidas pautas de los ciclos vitales de las familias en ciertos contextos que son, en definitiva, la revelación de rígidas pautas conductuales que van indicando, a cualquier edad, qué está prescripto y qué está proscripto. Qué se puede hacer y qué no se puede hacer. Y qué se puede contar y qué no se puede contar. Una estructura comunitaria que orienta las acciones del vivir cotidiano e imprime un sello al que es difícil cuestionar. Una suerte de intimidad reglamentada…
“La vida, escribe Ernaux, se escalona en edad de hacer la primera comunión y recibir un reloj; hacerse la primera permanente las chicas y tener su primer traje los chicos; tener la regla y el derecho a llevar medias; edad de beber vino en las comidas familiares; de tener derecho a fumar un cigarrillo y de quedarse cuando se cuentan historias picantes; de trabajar y de ir al baile; de hacer el servicio militar; de ver películas ligeras; edad de casarse y de tener niños; de vestirse de negro; de dejar de trabajar, de morir”. Ernaux concluye así: “No se piensa en ello; se hace”.
Pero aun en las vidas “programadas” destellan los acontecimientos. Esos hechos que, al decir de Blanco, se asocian con “un dolor profundo o una felicidad suprema”. En la vida de Ernaux (con algunas similitudes con la existencia de Eribon más allá de las cuestiones de género) la felicidad (pero también la incomodidad y la acentuación de la sensación de “extranjería” que ya fue nombrada) queda asociada a ser la primera adolescente de su familia y del vecindario en concurrir a un colegio secundario privado donde estudian la hija del farmacéutico y del médico del pueblo y que va produciendo profundos cambios en su reordenamiento identificatorio (Cao, 2023 y Kancyper, 2008) en las intersecciones de los espacios endogámicos y exogámicos; después, en ser la primera estudiante universitaria en su grupo familiar y en ese vecindario. Así como Eribon se mudó a una ciudad vecina a Reims para su licenciatura en filosofía, Ernaux se trasladó a Rouen para estudiar literatura moderna. Ya graduada, comenzó a ejercer como profesora.
En ese nuevo destino se produce el acontecimiento de tener su primer novio (de un contexto cultural diferente al de su origen) y un embarazo no deseado. “El acontecimiento” es la descarnada e íntima novela en la que relata cuando, en 1993, “descubre” que está embarazada. Con la convicción profunda de que no desea tenerlo, se arriesga a un aborto clandestino en una sociedad que, en aquel entonces, penalizaba el aborto con prisión y multa. Está sola y desamparada y vive con verdadero espanto la visita a la comadrona; el aborto en sí; los días posteriores y la visita a un médico que cuestionó y condenó su decisión.
Dice: “Esta exploración se inscribirá en la trama de un relato. Trataré de sumergirme en cada imagen hasta tener la sensación física de ‘unirme a ella’; hasta que surjan las palabras de las que pueda decir: ‘eso es’. Trataré de volver a escuchar cada una de las frases, indelebles en mí, cuyo sentido debió de resultarme entonces tan insoportable o, por el contrario, tan consolador y que cuando me acuerdo de ellas hoy, me invade el malestar o la dulzura”. En este sentido, el citado autor Dorfman dijo: “Al aventurarme en el sfumato de mi pasado obtuve algo de paz, tal vez un simulacro de paz”.
Retomemos en los tramos finales de estas reflexiones el ya nombrado término “literacura”. En un reportaje, Ernaux sostuvo que con sus escritos intentaba sanar su propia locura, su dolor y el de una sociedad solitaria, la muerte de su madre, la ausencia del amor y de la pasión. Y en su novela “Perderse” editada en 2021 y en la que narra en forma de diario íntimo su relación secreta con un diplomático ruso, escribe: “Confieso que la escritura ha servido para llenar el vacío y poder soportar el recuerdo del ’58, el aborto, el amor de los padres. Y todo lo que ha sido una historia de carne y de amor”.
En la novela “No he salido de noche” (2017) encontramos estas íntimas líneas iniciales: “Mi madre sufrió la enfermedad de Alzheimer a principios de los años 80. Siempre que volvía de mis visitas, necesitaba escribir sobre ella, sobre su cuerpo, sus palabras, el lugar donde se encontraba”. Y agrega: “había dejado de ser la mujer que había conocido, que velaba por mi vida y, sin embargo, bajo ese rostro inhumano, por su voz, sus gestos, su risa, era mi madre más que nunca”. Como afirmó Dorfman: “El trabajo de estrujar algo del sentido del caos que saturaba el mundo”.
Los relatos heroicos, lentamente, fueron conviviendo con relatos del sí mismo. Intimos. Mínimos. Despojados. El yo que solía asomarse tímidamente en las grandes narraciones épicas de la humanidad irrumpió gritando: “Aquí estoy, escúchenme”. Lipovetsky habla del “proceso de personalización” como un fundamento básico de las sociedades occidentales actuales.
El riesgo es que estos relatos personalizados y de la cultura del sí mismo, según Blanco, han sido absorbidos por las economías de mercado y las grandes y globalizadas narraciones mediáticas. De aquel Narciso que se miraba en las tranquilas aguas del estanque, estamos en presencia de un Narciso autosuficiente e hiperconectado a través de las redes sociales. A principios de 2023, Elizabeth Roudinesco señalaba: “Estamos ante una sociedad dominada por el narcisismo. El ‘sí mismo’ ha devenido el objetivo de la vida”.