NÚMERO 32 | Octubre 2025

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La pulsión, aún | Lujan Iuale

¿De qué hablamos cuando hablamos de pulsión?

Hablar de pulsión es hablar de cuerpo. De superficies. De bordes. De agujeros. Hablar de pulsión es hablar de lo que implica habitar el lenguaje y es hablar de respuesta al trauma de lalengua¹ (1971/2012, p. 22) y al malentendido inaugural que se introduce en el encuentro del viviente con el otro de los primeros cuidados. 

La primera afirmación que tenemos que introducir es la diferencia radical entre instinto y pulsión. Para Freud, la pulsión es un concepto somato-psíquico, motivo por el cual me interesa resaltar este carácter de borde que tiene la pulsión. Además, la pulsión juega un papel central en lo referido al modo en que concebimos los afectos en psicoanálisis. Recordemos que el carácter cuantitativo de la pulsión remitirá al monto de afecto-una cantidad con la que habrá que hacer algo- y el carácter cualitativo de la pulsión le otorgará a los afectos la coloratura particular y distintiva. 

No voy a hacer un recorrido histórico del término, sólo diré que en Freud encontramos un trazado de la pulsión que -al variar en su conceptualización- incidió directamente en la clínica freudiana. No hay conflicto sin pulsión que pugne por satisfacerse, no hay necesidad de defensa si no hay pulsión en juego. El problema del neurótico es un problema que gira en torno a la pulsión. 

Lacan por su parte, le dará una vuelta a la conceptualización de la pulsión a partir de introducir dos elementos: el Otro y el objeto a. Diremos que la pulsión no es sin el Otro; y que es imprescindible considerar 4 formas del objeto a: voz, mirada, pecho y heces. Objetos extraídos del cuerpo que, a partir de la separación, no son ni del sujeto ni del Otro. 

El neurótico supone que ese objeto con el cual puede satisfacerse se encuentra en el Otro. Este artificio permite localizar el objeto fuera de cuerpo, dando lugar al deseo y a la pulsión parcial, al tiempo que el neurótico le dirigirá su demanda al Otro. Recordemos que la demanda está emparentada con la pulsión, en la medida en que la fórmula lacaniana de la pulsión- $ ◇ D- implica justamente la relación de conjunción y disyunción del sujeto con la demanda; y que la pulsión no ha de confundirse con el fantasma. Para favorecer esta distinción Lacan propone otra escritura para el fantasma: $ ◇ a. Vemos que en esta última fórmula se instaura la relación de conjunción y disyunción entre el sujeto dividido y el objeto a

Una satisfacción paradojal

En el Seminario 11 hay una serie de clases agrupadas bajo el subtítulo “Transferencia y pulsión” (Lacan 1964/ 2006). Lacan parte de la transferencia y desemboca en la pulsión, porque el problema radica en que la transferencia deviene, en determinado momento de la cura, la trama de satisfacciones del analizante. Esto implica que la satisfacción se pone en juego en el dispositivo mismo y Lacan se ocupó de señalarlo ya unos años antes en La dirección de la cura y los principios de su poder. (1958/ 1987)

Se pregunta respecto de cómo se obtiene la satisfacción pulsional. Sabemos que la pulsión tiene la particularidad de presentarse como una fuerza constante y refiere que en lo que atañe a la satisfacción hay quienes podrían suponer que la satisfacción de la pulsión sería llegar a la meta. Lacan aclara rápidamente que no se trata de eso, ya que puede haber satisfacción sin alcanzar la meta. Tal es el caso de la sublimación, donde las pulsiones justamente se satisfacen tras el desvío de la meta. Son ejemplos sencillos de sublimación, por ejemplo, el trabajo de elaboración que el artista logra a través de su obra, la investigación científica, y Freud no duda en poner en serie todas aquellas tareas que nos deparan cierta satisfacción en su ejecución.  

El problema es que los neuróticos suelen tener bastante dificultad para sublimar y no tienden a presentarse desde la satisfacción. Vienen -dice Lacan- más bien bastante insatisfechos. Tienen que hacer muchos rodeos para obtener un poco de satisfacción, y hay en todo este trabajo “un penar de más” (Lacan 1964/2001, p.174), que es justamente lo que habilita nuestra intervención. Se constituye así un modo de satisfacción paradojal. Satisfacción que no puede ser reconocida como tal, sino que se presenta bajo la forma del sufrimiento. 

El montaje pulsional y la estructura de borde

Lacan propone que la pulsión se parece a un montaje, el cual hace de soporte a un circuito, donde empuje mediante, se contornea un objeto, se bordea una zona erógena. Si bien la meta es la satisfacción, esta no se obtiene llegando a la meta, sino en el mismo recorrido por ese circuito. El objeto a no es ningún objeto concreto. Se especifica por cavar un hueco, un vacío en torno al cual la pulsión hará su recorrido. 

Otro de los puntos cruciales que no podemos dejar de considerar es que la pulsión se caracteriza por tener estructura de borde. Según la Real Academia Española, borde es una palabra que proviene del francés BORD y alude o hace referencia a un lado de la nave, de allí que se diga abordar un barco. Podríamos decir que “abordar” un barco; “abordar” un tema o “abordar” a un partenaire son acciones que tienen implícitamente estructura de borde. No es lo mismo abordar un barco que tomarlo por asalto.

Luego el diccionario da sus tres acepciones principales:

  1. m. Extremo u orilla de algo. 
  2. m. En una vasija, orilla o labio que tiene alrededor de la boca.
  3. m. Mar. borda (canto superior del costado de un buque).

Lacan – como les anticipé- propone a la pulsión como estructura de borde. Para ello recurre a la topología. En el Seminario 12Problemas cruciales del psicoanálisis– Lacan nos deja una aproximación a la noción de borde cuando afirma que según la topología una superficie se define por un borde. (1965, 16/6/65) Entonces, podemos decir que un borde es lo que define una superficie.  

Podemos agregar que ese borde es el resultado de un corte. En el Seminario 10– dedicado a la angustia- Lacan define al  objeto a como el correlato de un pathos de un corte. (1961-62/2006, p. 232) Hace referencia a los labios y más específicamente a la succión para decir que allí encontramos, de nuevo, el funcionamiento que se nos reveló como esencial en la estructura de la erogeneidad, la función de un borde.(Ibid., p. 251) 

En el Seminario 11 -antes citado- Lacan trae el mito de la laminilla. La laminilla sería el órgano de la libido, si lo hubiese. En verdad no lo hay. La laminilla para Lacan es el puro instinto de vida, eso que ha de perderse en los seres vivientes por estar sometidos a la reproducción sexual. Dice que de eso quedan solo sus representantes: las cuatro formas del objeto a.  Por eso afirmará que es la relación con el Otro lo que hace surgir la laminilla. Esa relación al Otro -además- está signada por el significante. Lacan propone entonces, que la pulsión tiene dos caras: presentifica la sexualidad y la muerte en el inconsciente. Presentificar no significa inscribir, ya que no hay inscripción ni de la una ni de la otra en el inconsciente. 

La libido hace a la investidura de objeto. Lo importante acá es que Lacan propone que la laminilla tiene un borde, y que se inserta en la zona erógena, en uno de los orificios del cuerpo. Propone una vuelta al destacar que esos agujeros del cuerpo responden a una lógica de apertura- cierre, y afirma que están ligados al inconsciente. Estamos en la clase “Del amor a la libido” y vemos como Lacan avanza contra todo dualismo cartesiano, al conectar a las zonas erógenas con el inconsciente. Es el órgano libido, la laminilla, la que liga el inconsciente a las diferentes versiones de la pulsión. Aquí el borde arma una superficie particular que es el de la bolsa agujereada- forma privilegiada de entender el cuerpo pulsional- y el lugar donde esos agujeros hacen de costura entre el inconsciente y la pulsión. 

En Posición del inconsciente (1960/1987) hablará de la zona erógena como un borde cerrado.  Es importante destacar que es por ese borde cerrado que hay constancia de la pulsión. Esto tiene sin dudas consecuencias clínicas puesto que cabe preguntarse qué ocurre a nivel de la pulsión cuando el borde no se constituye como un borde cerrado. Lacan también vuelve a hacer referencia a la laminilla como órgano irreal- que no es lo mismo que imaginario- y dice que está enchufado directamente a lo real. El objeto a, que por una operación de corte, se pierde extrayendo así goce, vaciando al cuerpo de goce, se enchufa a la libido vía la pulsión. La pulsión tiene- dice Lacan- función de borde. Y el borde define la superficie y las superficies son organizadoras de agujeros. 

Entre el ir y el venir: la gramática de la pulsión

Un poco más arriba señalamos que la concepción lacaniana de la pulsión no es sin el Otro. A partir de la estructura de borde se sostiene la circularidad de la pulsión. Lacan va a decir que entre el ir y venir de la pulsión hay una heterogeneidad, una hiancia. No es lo mismo ver que ser visto. Incluso es posible un movimiento más: hacerse ver. Vemos en esa torsión una peculiaridad, el sujeto se vuelve objeto, pero no es meramente el ser visto. Hay en el “hacerse” hacer una especificidad. Esta gramática propia de la pulsión, rompe con la dupla activo-pasivo, puesto que la actividad de la pulsión se concentra en ese “hacerse hacer”. Entonces del ver al hacerse ver, el recorrido de la pulsión vuelve sobre el sujeto. Y no solo eso, sino que hace surgir a la mirada. En el caso de la pulsión invocante, se trata de hacerse oír. Y allí señala una diferencia con el hacerse ver que retorna sobre el sujeto, mientras que el hacerse oír apunta al Otro. Lacan modula las cuatro formas privilegiadas de la pulsión valiéndose de ese artificio gramatical. En el caso de la pulsión oral, se trataría de hacerse chupar y para la pulsión anal se trata de hacerse cagar.   

Del trauma de lalengua y del advenimiento de la pulsión

Hacia el final de su enseñanza, Lacan propone que la pulsión es “el eco en el cuerpo del hecho de que hay un decir.” (1975/76- 2005, p.18) Conviene aclarar que no se trata de “un decir” cualquiera: es el decir de nuestros ascendientes. Lacan introduce la noción de trauma de lalengua como inherente a lo humano, es el trauma por excelencia, el que nos humaniza. Estamos afectados por ese trauma, en la medida en que porta las marcas del modo en que hemos sido hablados por el Otro. Por eso, Lacan dirá que el cuerpo nace malentendido (1980). Nace del malentendido de goce entre dos que no hablan la misma lengua- nuestros padres- ya que en materia de goce cada uno habla su propia lengua.  Esto significa que a nivel del goce no hay complementariedad. Entonces, advenimos como cuerpo a partir del malentendido de goce que habita a quienes nos han engendrado. Engendrar no debe ser entendido aquí solo en términos biológicos, sino que ubicamos allí todo lo que da cuenta de las coordenadas primeras a las que adviene cada niño.  Somos “farfullados” por esos otros de los primeros cuidados. Ese farfullar remite a un hablar peculiar, donde reina justamente el malentendido, puesto que el farfullar implica un hablar rápido, donde no se entiende muy bien qué es lo que el otro dice.  En ese nivel no hay elección posible, es lo que nos fue ofrecido (1968/69- 2008, p. 302). El tiempo de la elección advendrá en el segundo tiempo que permite anudar trauma de lalengua y contingencia traumática. 

Ahora bien, para que haya eco de un decir, para que haya resonancia, es preciso que el cuerpo sea sensible. Lacan afirma que hay resonancia porque el cuerpo se caracteriza por tener agujeros, de allí que sea posible la afectación de los cuerpos. De estos agujeros destaca la oreja, porque no puede taponarse, cerrarse, clausurarse. (Ibid. 1975/76-2005, p. 18)

Ya en el Seminario 16 había destacado el encuentro temprano e inaugural con la voz y la mirada del otro de los primeros cuidados, encuentro que deja trazas² que requieren ser leídas, y en esa misma operación de lectura, borradas. Esa traza borrada da lugar al significante y al objeto a. (1968/69- 2008, p. 285-89) Ambos son condición necesaria para la constitución del montaje pulsional. El significante que se inscribe funda el campo del Otro, campo en el cual el sujeto supondrá al objeto en torno al cual la pulsión hará su recorrido. 

Por otro lado, esa condición inaugural de la constitución subjetiva es solidaria a la instauración del circuito de la demanda. Al llanto del bebé se lo troca por significantes que se vuelven demanda para un otro- que se encuentra en el mejor de los casos- a la espera del llamado. Pulsión y demanda se entrelazan en el origen mismo del nacimiento del sujeto. La demanda- habitualmente caracterizada como demanda de amor- conlleva algo más: una exigencia intrínseca de satisfacción, que no se resuelve recibiendo el objeto que se pide, porque, en definitiva, siempre se trata “de otra cosa”. 

Quien llega a consulta formula de algún modo su demanda, la cual no hay que confundir con el pedido manifiesto. Es preciso escuchar ese primer eco de la pulsión porque de él depende la instauración de la transferencia misma. Cuántos tratamientos se encallan allí, cuántos no llegan a ningún puerto, cuando quien está ahí, para hacer las veces del objeto a, rehúsa escuchar aquello que se vehiculiza en la demanda.  

Lacan –siguiendo a Freud- se ocupó de señalar que es condición del análisis no satisfacer la demanda. Lo cual difiere de no responder a ella. Claro que la respuesta que ha de darse a la demanda no es la de la estafa- que se caracteriza por ofrecer todo tipo de señuelos-. A la demanda se le responde con silencio, presencia e interpretación. (Ibid., 1958/1987)

Silencio que tiene por función el advenimiento de la palabra del analizante, presencia del analista que ha de ser soporte para que el análisis sea posible, e interpretación que irá al corazón mismo del equívoco para propiciar la desalienación a los significantes que sobornan al sujeto. Ese movimiento incide además en la economía de goce, puesto que develada la alienación simbólica lo que adviene es el lugar de objeto que cada uno tiene para el Otro. Por eso, a esas tres respuestas, podríamos añadir, al acto analítico, que de algún modo las engloba.

La transferencia como encrucijada

Entonces, la demanda conduce a las encrucijadas más difíciles de la transferencia, no solo por la puesta en juego de los significantes en los que la satisfacción está retenida, sino porque el objeto es supuesto en el campo del Otro y el neurótico no quiere saber nada de la inconsistencia de ese Otro. Recuerden que Lacan en el Seminario 16 define al neurótico como “aquel al que el saber molesta”. (1968/69-2008, p 317) ¿Por qué? Porque el saber conlleva goce. 

Por la instauración misma del lazo transferencial, somos llamados a ocupar el lugar del Otro de la transferencia y, eso que es condición para nuestra intervención es al mismo tiempo nuestro mayor obstáculo. Puesto que si encarnamos al Otro de la transferencia precipitamos indefectiblemente el acting- out. Y me atrevería a decir que puede llevar también al pasaje al acto de quien está corrido de su lugar. Porque la repetición en su vertiente más cruda, cuando no hay asociación libre sino actuación, nos lleva a tener que maniobrar con la transferencia y sabemos de los efectos que tiene los fracasos de dichas maniobras, cuando el deseo del analista como operador central no adviene a la partida o vacila.  Ningún analista está libre de esos infortunios. No estoy haciendo aquí ninguna referencia a que habría una posición del analista depurada. Por el contrario, quiero resaltar que el analista no “es” en sí mismo, no consiste su ser allí, sino que sólo hace las veces de objeto a, ocupa el lugar de la causa del deseo. Desde ahí ocupará el lugar del semblante, objeto a de ese analizante. Por eso, el analista tiene vedado poner a jugar en la cura su propio partenaire de goce. Lacan señala que si quien tiene a su cargo la dirección de la cura pone en juego su propio objeto de goce, eso deviene una contraindicación para el tratamiento analítico. Recordemos la pregunta que se formula en La dirección de la cura y los principios de su poder al interrogar en qué deviene el análisis cuando se transforma en el lugar de la trama de satisfacciones. Entonces, segundo eco de la pulsión, se trata del momento en que el síntoma autista deviene síntoma analizable. Momento en el que la satisfacción retenida en el síntoma y en la fantasía pasa a investir al analista, dando lugar al surgimiento de un síntoma en transferencia.  Surge allí un nuevo síntoma y la satisfacción se jugará en la cura misma. Por eso, como dijimos antes, aquello que es condición de posibilidad para la intervención es también obstáculo. 

Lacan aportó la noción de goce. Sin embargo, la pulsión sigue siendo un concepto fundamental. Y esto se debe a que transferencia, repetición e inconsciente no podrían anudarse si la pulsión no operara allí como cuarto que anuda. No solo la pulsión incluye al cuerpo, puesto que el goce también atañe al cuerpo; pero la pulsión al localizar el objeto en el campo del Otro, hace del Otro el lugar del sujeto. 

Para finalizar, diré que la pulsión es aquello que del goce pasa necesariamente por el campo del Otro. Y es precisamente por ello, condición de la transferencia. La pulsión, a diferencia del goce, nunca es autista. Y el fin de análisis con la destitución previa del Sujeto supuesto Saber, implica además atravesar esa inconsistencia del Otro de la que nada se quiere saber, para- y aquí encontramos un tercer eco de la pulsión- habitar la pulsión de otro modo. Apuesta a un deseo vivificante que no desconoce las condiciones de la satisfacción. El último eco, tal vez sea el que modifica de un modo radical la relación con el cuerpo y, por ende, con el Otro. 

 

Notas al pie

  1.  lalengua es un neologismo que Lacan introduce en las charlas en Saint Anne y que luego desarrollará en la última parte de su enseñanza. Remite a lalengua materna, al decir del Otro de los primeros cuidados, y juega con la homofonía propia del laleo infantil. Será preciso distinguir lalengua, el lenguaje y el discurso. 
  2.  En la traducción de Rodríguez Ponte se utiliza la palabra traza, mientras que en la edición de Paidós, optaron por el término huella. Consideramos que no debe confundirse con la huella mnémica freudiana, y por tal motivo, optamos por la palabra traza. La traza sería más cercana a los signos de percepción freudiana que a la huella mnémica que funda el inconsciente propiamente dicho. 

Bibliografía

Iuale, L. Comp. Y Autora (2018) Cuerpos afectados. Del trauma de lalengua a las respuestas subjetivas. Buenos Aires: JCV.

Iuale, L. (2019) Versiones del goce del Otro. Buenos Aires: Escabel.

Lacan, J. (1987) La dirección de la cura y los principios de su poder (1958). Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI editores. 

Lacan, J. (1987) Posición del inconsciente (1960). Escritos 2. Buenos Aires: Siglo XXI editores. 

Lacan, J. (2006) El Seminario 10. La angustia. (1961-62) Buenos Aires: Paidós. 

Lacan, J. (2001) El Seminario 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. (1964). Paidós. 

Lacan, J. (2008) El Seminario 16. De un Otro al otro. (1968-69). Paidós.

Lacan, J. (2012) Hablo a las paredes (1971). Paidós. 

Lacan, J. (2005) El Seminario 23. El sinthome. Paidós.

Lacan, J. (S/F) El seminario 12. Problemas cruciales del psicoanálisis. Inédito. 

Lacan, J. (S/F) El Seminario 27. (1980) Inédito.

Acerca del autor

Luján Iuale

Luján Iuale