NÚMERO 31 | Mayo 2025

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Lo que vimos. El río, la infancia y el teatro como espejo: un viaje por la obra de las hermanas Marull | Debora Slonimski

Las obras de teatro recomendadas de la Revista nº 31

María y Paula Marull han construido, con sensibilidad y humor, un territorio teatral que nos invita a detenernos y escuchar lo que el río tiene para decirnos. Sus obras —La Pilarcita, Yo no duermo la siesta y Lo que el río hace— despliegan un universo íntimo y profundamente argentino, donde los pueblos del litoral, con sus creencias, silencios, carnavales y ríos, nos devuelven una mirada poética pero nunca idealizada sobre la vida y sus contradicciones.

La identidad, el desarraigo, la infancia y el encuentro con lo distinto son temas que atraviesan su dramaturgia. Pero lo que más conmueve —y quizás interpela— es cómo esos temas aparecen tejidos en escenas mínimas, cargadas de detalles, que aluden a experiencias compartidas por todos: una despedida, un reencuentro, un gesto de ternura inesperado.

Lo que el río hace es quizás la obra más madura del trío que conforman las hermanas Marull como dramaturgas, directoras y actrices, junto a Mariano Saborido, cuya actuación se vuelve un eje clave del relato. En ella, Amelia regresa al pueblo tras la muerte de su padre, y el río —como presencia física, simbólica y emocional— va invadiendo su interior. El río no sólo transforma a los personajes, también transforma al espectador. Poco a poco, la lógica de lo porteño (el estrés, el cinismo, la desconfianza) se va diluyendo en la cadencia de otro tiempo: el tiempo del agua, de la memoria, de lo ancestral.

La música, en este caso compuesta por Antonio Tarragó Ros, enriquece ese universo, sumando matices que refuerzan la dimensión emocional de la obra. El paisaje sonoro se convierte en un personaje más.

En Yo no duermo la siesta, las Marull retoman el tema de la infancia, pero esta vez lo hacen desde la magia y el juego. La puesta en escena, los detalles cotidianos y la construcción de vínculos cargados de ternura arman una atmósfera íntima y encantadora. La música ocupa un lugar central: no solo funciona como refugio para la protagonista, sino que también sostiene el cuidado y el amor que ella entrega a esos personajes tan particulares. En la escena final juega un rol protagónico, invitando al público a compartir la fantasía y su magia. A partir de allí, el espectador deja de ser testigo para convertirse en parte del acontecimiento teatral.

La Pilarcita, por su parte, nos sitúa en una festividad popular del norte argentino, donde se entrelazan el deseo, la superstición, las heridas del pasado y los encuentros fortuitos. Allí también se tensionan dos mundos: el de los “porteños” —con sus prejuicios, su necesidad de control— y el de los habitantes del pueblo, con sus códigos y su tiempo otro. Pero las Marull no romantizan. No hay buenos ni malos. Hay personas intentando sanar, aferrarse a algo, aunque sea a una estampita.

El río, la música, el carnaval, la fe popular y la infancia como territorio de sentido son elementos recurrentes en estas tres obras que, lejos de agotarse en lo costumbrista, invitan a pensar en lo universal de lo local. 

Las obras de las hermanas Marull siguen en cartel en el Teatro Astros. Quizás lo mejor que podemos hacer —además de leer sobre ellas— sea ir a verlas. Y dejar que el río haga lo suyo.

 

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Débora Slonimski

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