NÚMERO 32 | Octubre 2025

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Palabra por palabra: escribir para transmitir | Andrea Burcaizea

La autora, integrante de la Secretaría Científica, invita a pensar la escritura como acto íntimo y, a la vez, como gesto de transmisión. Entre lo personal y lo compartido, el texto muestra cómo la soledad del escritor puede transformarse en puente hacia los lectores. En este recorrido, la Secretaría Científica se ofrece como retransmisora, acompañando a los autores en la circulación de sus palabras.

El acto de escribir puede abordarse con nerviosismo, entusiasmo, esperanza y hasta desesperación (cuando intuyes que no podrás poner por escrito todo lo que tienes en la cabeza y el corazón). Se puede encarar la página en blanco apretando los puños y entornando los ojos… Todo es lícito mientras no se tome a la ligera. Repito: no hay que abordar la página en blanco a la ligera.

Stephen King

La Dra. Alicia Zorrilla, académica de número de la Academia Argentina de Letras, dice en uno de sus textos que el epígrafe es, generalmente, una cita de autor reconocido y que resume el contenido de la obra en la cual se lo está citando.

Si bien Zorrilla lo define como un resumen, en mi caso el epígrafe que elegí más que condensar este escrito, lo ilustra, lo adjetiva.

Cuando leí el libro Mientras escribo de Stephen King esa fue una de las primeras frases que subrayé. Al recordarla –como me pasa habitualmente, quizás a ustedes también– no pude evocar las palabras textuales. Más bien tuve el recuerdo casi vago de haberlas leído, pero sobre todo la sensación precisa que me habían provocado: identificación. 

Algo similar describe Alejandra Pizarnik en sus Diarios: lo que le ocurre al leer a Proust, sus angustias, “(…) no nacen al contacto de las líneas, sino que se limitan a asentir familiarmente y a reconocerlas como cosas ya experimentadas” (2024, p. 78).

“Nerviosismo, entusiasmo, esperanza y hasta desesperación”: todas emociones que me atraviesan cada vez que me siento a escribir. Una vez que logro reponerme, la tarea termina –aunque en realidad nunca termina– en estos párrafos que comparto con ustedes.

King se pregunta acerca del porqué tantas ganas de escribir sobre el acto de escribir. A él sin duda lo motivan la experiencia, el oficio, la publicación de un nuevo libro, hasta la insistencia de haber tenido que responder a ello en cientos de entrevistas. Pero a nosotros, los analistas, nos mueve algo distinto: la invitación a pensar y comunicar, la oportunidad de dar forma a aquello que habitualmente permanece en la intimidad. 

En mi caso, lo que primero me impulsa es que me lo pidan, porque es como un sueño infantil hecho realidad —alguien me invita a decir y me promete escuchar. 

A la vez, se vuelve un gran desafío y, al mismo tiempo, un motivo de temor: me siento pequeña. Las palabras se amontonan, se atropellan y se atascan en el teclado, mientras mi cabeza —¡ay, mi cabeza!— necesita dejarse enloquecer un poco, desconectarse de lo cotidiano. Mis dedos, guiados por el proceso secundario, intentan ordenar lo que surge caóticamente del proceso primario: imágenes, olores, sonidos y sensaciones que brotan sin control racional.

Entonces doy vueltas, muchísimas vueltas. Me preparo un té, apilo libros al lado de mi notebook, busco frases que me inspiran y que me hubiera gustado haber escrito yo misma. Todas esas líneas ajenas circulan en mi cabeza. 

Es tan extraña la inspiración. 

Monto un escenario que debe cumplir ciertas condiciones: un pequeño ritual. Y cuando King habla sobre eso, lo describe de manera simple:

“El espacio puede ser modesto (…), y en realidad solo requiere una cosa: una puerta que estés dispuesto a cerrar”. 

La puerta te aísla del resto del mundo…. ¿Verdad que al escribir quieres tener el mundo bien lejos? Claro que sí. 

Escribir es crearse un mundo propio” (2016, pp. 171-172). 

Ese acto de aislarse para crear me recordó inmediatamente el libro de Virginia Woolf titulado Un cuarto propio. Y también rememoré el XIV Congreso en la Escuela (2022), en la mesa Flappsip. Allí, la Mag. Laura Soria Torres, psicoanalista peruana, leyó un texto suyo que se llamaba La habitación psicoanalítica jugando con el título del libro de Woolf. En él describe con detalle aquellos aspectos del antes, durante y después de la sesión, y cómo eso otorgaba una tonalidad anímica particular al encuentro: que invite, pero no sugiera; disponible, pero sin invadir.

Para mí, escribir es privado, íntimo, autoerótico, confesional, biográfico; a veces incluso desgarrador, como una descarga. 

Acuerdo con King cuando dice que escribir, en el fondo, es una manera de soñar.

El lugar que destinamos a escribir debe ser tan íntimo como el dormitorio, porque allí también se siembran visiones.

Escribir y dormir se parecen en que aprendemos a estar físicamente quietos al mismo tiempo que animamos al cerebro a desconectar del pensamiento racional diurno, rutinario.

Pero no es igual que hablar. Al escribir, las letras se ordenan una al lado de otra, uniformadas. Misma tipografía, mismo tamaño. Se agrupan en oraciones, luego en párrafos. Los párrafos se alejan un poquito unos de otros, pero no tanto como para desconocerse entre sí. Al hablar, en cambio, las sílabas se cargan de tono: la voz sube y baja, arma melodía, y así percibimos preguntas, órdenes, emociones. Todas esas cualidades nos ayudan a diferenciar lo que decimos del cómo lo decimos. El enunciado de la enunciación. Los sentimientos de quien habla se cuelan en las inflexiones de la voz y quien oye los percibe.

Como bien señala Samuel Gili Gaya en Nuestra lengua materna: al hablar cantamos (1973, p. 40). Escribimos con la puerta cerrada, hablamos con la puerta abierta. 

Al pensar las diferencias entre escribir y hablar, me surgió pensar en el otro tema de la revista de este año: la transmisión. ¿Qué pasa cuando transmitimos?

Hace poco vi un video en el que una chica enumeraba algunas de las muchas maneras de decir “mariposa” según los distintos idiomas; y contaba que poco tiempo atrás se había enterado de que, en Hausa, lengua franca del África Occidental, se dice: “malam bu´de littafi” y que traducido de manera fiel al español querría decir —poéticamente— algo así como: “maestro abre el libro para nosotros”… El acto de transmitir figurado como el movimiento de las alas de una mariposa. ¿No es hermoso? ¿No sería aún más hermoso que fuera literalmente cierto? Pensemos que sí.

¿Qué transmitimos? Transmitimos conocimiento, saberes, lo aprendido, lo leído, lo investigado. Lo tantas veces estudiado y tantas otras releído con el deseo de hallar, entre líneas, nuevos decires. Transmitimos también aquello que no sabemos, que ignoramos y que desde ese desconocimiento deseamos aprender compartiendo. Planteamos preguntas, rehuimos las certezas. Confesamos nuestras faltas, el anhelo de cuestionar a quienes hemos estudiado. Transmitimos nuestro quehacer clínico, nuestros errores y nuestros aciertos. La frustración que provoca el paciente que no avanza, la alegría del cambio logrado. 

En el transmitir nos sostenemos: nos obligamos a apurar el paso, a pensar, a despabilarnos del tedio de la tarea solitaria. Nos empujamos, nos lucimos, nos endulzamos mutuamente los oídos, nos dejamos confrontar.

El Diccionario de la Real Academia Española define transmitir como el hecho de hacer llegar a alguien mensajes o noticias.

Transmitimos entonces las palabras de Freud: sus descubrimientos, sus invenciones, sus “novelas”. Transmitimos su técnica, su modo de abordaje, su manera de “escuchar las palabras a espaldas de ellas mismas, y de recogerlas sin aparentar escucharlas o definirlas” al decir de Elisabeth Roudinesco (2015).

Y junto a las palabras de Freud, las de tantos otros autores, poetas y escritores de distintas disciplinas que “abren su libro para nosotros”.

Escribamos, entonces. Publiquemos. Publicar es otra forma de transmisión: un gesto de confianza, un ofrecimiento al mundo. Que circule lo que suele quedarse en silencio, que encuentre lectores y se multiplique. 

La Secretaría Científica busca sumar una nueva pieza a esta trama común del decir, oficiando de puente entre el autor y sus futuros lectores.

Bibliografía

Gili Gaya, S. (1973), Nuestra Lengua Materna. Instituto de Cultura Puertorriqueña.

King, S. (2016), Mientras escribo. Penguin Random House Grupo Editorial S.A.

Pizarnik, A. (2024), Diarios. Penguin Random House Grupo Editorial S.A.

Roudinesco, E. (2015), Freud en su tiempo y en el nuestro. Debate.

Torres, L.S. (2022, septiembre). “La habitación psicoanalítica”. Ponencia presentada en el XIV Congreso de la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, Psicoanálisis en diálogo, Buenos Aires, Argentina.

Acerca del autor

Andrea Burcaizea

Andrea Burcaizea