NÚMERO 26 | Octubre 2022

VER SUMARIO

Para pensar el nosotros | Sebastián Plut

El doctor Sebastián Plut, coordinador del Grupo de Investigación en Psicoanálisis y Política de la AEAPG, presenta un artículo que nos invita a reflexionar sobre el «nosotros» en nuestra disciplina, revisa el lazo social, el colectivo pensado desde una mirada interesante y bien articulada. Nos brinda sólidos elementos para hacerlo.

Introducción

El inventario de categorías que utilizamos en el Grupo de Investigación en Psicoanálisis y Política[1] para designar (o aproximarnos a) nuestro objeto de estudio[2] es heterogéneo: masa, colectivo, lazo social, realidad, comunidad, sociedad, intersubjetividad, pueblo, Estado, etc. No menos diversa es la serie que Freud (1921) propuso para describir sobre qué trabaja la Psicología social: «Trata del individuo como miembro de un linaje, de un pueblo, de una casta, de un estamento, de una institución, o como integrante de una multitud organizada en forma de masa durante cierto lapso y para un determinado fin».

Comprender con profundidad qué significa, como dice Freud, ser miembro de, nos plantea un conjunto de enigmas a los psicoanalistas, al menos si pretendemos aportar alguna respuesta desde nuestra disciplina.

Desde luego, no se trata de hallar una fórmula abarcativa, una respuesta única y, de hecho, los términos incluidos en la cita de Freud, así como la breve lista que planteamos al inicio, no comprenden un fenómeno único. Más aún, stricto sensu, no designan necesariamente lo mismo y, mientras algunos de ellos son conceptos abstractos, otros tienen un carácter más empírico. Incluso, ni siquiera hay un consenso general sobre cómo definirlos y/o sobre su lugar en la teoría psicoanalítica.

Sin embargo, en una reciente conferencia, Miguel Tollo[3] propuso un camino promisorio al plantear la pertinencia de una metapsicología del nosotros [4]. En efecto, desde Freud en adelante, se puso el acento inicialmente en la teoría del yo y, luego, en el examen de las posiciones que el otro puede ocupar para dicho yo (modelo, objeto, rival, ayudante o doble). Hubo también, sin duda, diversas y fecundas propuestas para pensar la grupalidad y la vida institucional y, de hecho, la hipótesis freudiana (Freud, 1921) sobre la identificación por comunidad apunta en esa misma dirección. No obstante, la sugerencia de investigar la constitución psíquica del nosotros parece abrir otras perspectivas, insinúa renovadas respuestas y, sobre todo, permite construir interrogantes más precisos. Es posible, entonces, que dicha categoría (nosotros) admita unificar diversos términos sin por ello suponer que los múltiples conceptos y fenómenos así reunidos queden homogeneizados.

Nosotros: ¿contingencia o necesariedad?

Dice Rodulfo (2005) en el capítulo «Un nuevo acto psíquico: la inscripción o la escritura del nosotros en la adolescencia»:

Además del reconocimiento de sí mismo, uno de los trabajos de la adolescencia es escribir intrapsíquicamente la categoría de nosotros… En el nosotros hay una dimensión del ser con, del ser reconociendo la alteridad del otro; me puedo diferenciar del otro sin necesidad de oponerme a él, es una diferencia no oposicional.

Hay tres cuestiones que deseo destacar de la cita: en primer lugar, que la constitución psíquica del nosotros se desarrolla a partir de la adolescencia. Asimismo, al aludir a la dimensión del «ser con», la hipótesis del autor no se limita al vínculo con el otro, sino a un proceso, creo, más global. De hecho, vínculos con los otros preexisten a la adolescencia. Conjeturo que aquel proceso es de la índole de una identificación. Por último, si se trata de un nuevo acto psíquico, tal como señaló Freud para referirse a la constitución del narcisismo, debemos suponer que su desarrollo no es contingente, sino necesario. Es decir, no depende del vivenciar accidental, sino de las propias lógicas de constitución del aparato psíquico. Sin embargo, dicha necesariedad no significa que el nosotros se desarrolle de igual manera en todos los sujetos, y en ese proceso ya sí tiene eficacia la contingencia del vivenciar singular.

De todo ello se derivan, cuanto menos, dos líneas de trabajo: por un lado, reunir de un modo más o menos acotado el conjunto de conceptos psicoanalíticos que fundan la categoría nosotros. Por otro lado, y sin pretensiones de exhaustividad, describir algunas de los desenlaces diferenciales (variaciones singulares o grupales) que puede presentar dicha categoría. Si se quiere, la primera línea se inscribe en la metapsicología y la segunda resulta propicia para lo que podríamos denominar una clínica de lo social.

Algunos conceptos para pensar el nosotros

El ideal del yo, de gran relevancia en los lazos comunitarios, habilita funciones de suma importancia: establecer proyectos significativos, elaborar desilusiones y proveer sentido a los vínculos fraternos. El desarrollo de los ideales sigue un camino crecientemente abarcativo cuando libido y autoconservación «gestan la contribución del erotismo a la amistad, la camaradería, el sentido comunitario y el amor universal por la humanidad» (Freud, 1911). Es decir, los ideales se tornan progresivamente más abstractos e impersonales y, en consecuencia, más inaccesibles a la identificación en términos de la ilusión de omnipotencia. Tales transformaciones del ideal son el resultado psíquico que muda las decepciones en conquistas psíquicas. En rigor, el desistimiento de la ilusión de omnipotencia responde a decepciones, a una imposibilidad y a que ya no resulta necesaria. Son tres modos complementarios de pensar dicha caída, tres modos de figurarnos la complejización anímica. Recordemos que la omnipotencia luego es trasladada al superyó-ideal del yo: «La meta de todo querer alcanzar del yo: la reconciliación de sus múltiples vasallajes» (Freud, 1923), instancia en que la realidad y la pulsión coinciden. El complemento (y consecuencia) de aquella complejización es la generación proyectiva de un exterior, lo social, en el que el yo se inserta. Como indicó Freud (1921) la pulsión social inviste diversas representaciones-grupo en las que el yo encuentra, primero, el grupo de pares y, luego, espacios laborales, por ejemplo. Las nuevas constelaciones psíquicas sustraen al adolescente de un contexto para incluirlo en otros menos íntimos, más abarcativos, tal como se desprende de la cita de Freud (de la amistad a la humanidad).

En suma, la hipótesis general es que aquellas representaciones-grupo incluyen no solo a los nexos familiares directos, sino a comunidades cada vez más amplias. Al respecto, Maldavsky afirma que:

… cada individuo se inserta en los distintos ámbitos a partir de sus representaciones-grupo específicas, se da un lugar y se lo otorga a quienes lo rodean. La representación-grupo depende del vínculo que cada yo tiene con un modelo o ideal. Cada quien da por supuesto que los demás integrantes, como el yo propio, remiten a un ideal, y este es un criterio que permite el posicionamiento recíproco. (1993)

En tanto las representaciones-grupo derivan del ideal del yo, es posible realizar dos distinciones: una de ellas, según sea el contenido o valor del ideal y la otra, según sea su forma, es decir, su grado de abstracción y abarcatividad. En cuanto al contenido, Maldavsky propone siete tipos de ideales: ganancia, verdad, amor, justicia, orden, dignidad y belleza[5]. En cuanto al aspecto formal, diferenció cinco tipos de ideales: totémico, mítico, religioso, de las cosmovisiones y científico-ético (Maldavsky, 1991, 1993).

Todo esto, desde luego, requiere de mayores precisiones que ahora no podemos exponer; no obstante, los párrafos precedentes ofrecen un panorama de la complejidad en juego, de algunos de los conceptos que subyacen al nosotros y una vista inicial de la diversidad de alternativas. A modo de ejemplo, puedo señalar que aquel en quien prevalezca el ideal totémico tendrá como horizonte sólo a su grupo familiar, mientras que si el ideal es el de las cosmovisiones, ya alcanza a la humanidad. Asimismo, habrá múltiples diferencias si el valor que se persigue es la ganancia, por ejemplo, o la dignidad, entre otros.

En suma, los conceptos implicados permiten pensar la dimensión del nosotros en virtud de: a) el grado de abarcatividad del grupo, b) el ideal que orienta las decisiones, c) las posiciones del yo y de los otros y d) la renuncia —o no— a la ilusión de omnipotencia narcisista.

Anotaciones preliminares sobre desenlaces posibles

Lo que aquí podemos enunciar tiene un carácter menos sistemático que lo expuesto en el apartado previo. Por un lado, pues se trata de un campo en estudio, es decir, del que solo tenemos por ahora algunas noticias provisorias. Por otro, porque no es posible reseñar todos los desenlaces que hallaremos en los hechos. Pese a las mencionadas limitaciones, intentemos esbozar un panorama que haga las veces de punto de partida para ulteriores reflexiones:

a) Si, como dice Freud (1921), el sentimiento comunitario resulta de la transformación de la hostilidad, y el ideal del yo deriva de una trasposición de la omnipotencia narcisista, ello da cuenta de la fragilidad constitutiva del nosotros. En efecto, hostilidad y omnipotencia narcisista son el telón de fondo que siempre acecha en las configuraciones grupales;

b) Dado que ningún sujeto es una unidad, sino una composición heterogénea, se sigue que en cada quien el nosotros se presenta como diversidad, es decir, pueden coexistir diversos tipos de ideales en cada sujeto. Alguno de tales ideales puede ser hegemónico, de manera duradera o transitoria, así como, por razones singulares y/o contextuales, puede entrar en conflicto con otros tipos de ideales propios y ajenos, o también pueden ocurrir regresiones formales, etc.

c) La construcción del nosotros simultáneamente supone la configuración de un ellos. Desde luego, esta afirmación es genérica y se singulariza de modos variables. Tales modos incluyen una diversidad de opciones que resultarán de la forma y el contenido del ideal, los mecanismos de producción de la exterioridad[6] y, en consecuencia, de los tipos de nexos que se establecen entre ambas zonas (intercambio, alianza y cooperación, confrontación, aniquilación, colonización, etc.);

d) Podemos preguntarnos qué sucede en el sujeto en que resulta dominante una posición individualista/egoísta. Una alternativa, entonces, es que en este caso el nosotros no conquiste una espacialidad que vaya más allá del grupo inmediato, la familia o, quizá, el barrio. No obstante, puede ocurrir que, en el plano más amplio de lo social, sí se desarrolle en él la proyección de un ellos en ausencia de un nosotros Así, de hecho, podemos comprender el cuento «Casa tomada» de Cortázar en el que dos hermanos se sienten amenazados constantemente por «ellos»;

e) La situación precedente, pues, opera con una lógica inversa. En efecto, en lugar de una ligazón social por vía libidinal (amor) que constituye el nosotros y del cual decanta, luego, la producción de un ellos (hostilidad), ocurre otro proceso: primero se configura por hostilidad un ellos que solo precariamente da lugar a un nosotros o, más bien, a una suma efímera de individuos;

f) En otra ocasión (Plut, 2018) examiné cómo la retórica antipolítica neoliberal/racista suele apelar al término todos para la estigmatización. Vale mencionar un puñado de ejemplos. Se suele descalificar el uso del «todos y todas» así como se denostó el programa que hace años se denominó «Fútbol para todos». Asimismo, fue conocida la expresión de Macri cuando con desprecio preguntó: «¿Qué es esto de universidades por todos lados?». Agreguemos frases como «hay que matarlos a todos», «se robaron todo», «que se vayan todos», «vienen por todo». El todo/s, entonces, como nombre de la configuración colectiva ellos, cumple diversas funciones: estigmatizar a un grupo, crear un pensamiento desconectado de los hechos concretos y, especialmente, instalar negativamente el concepto mismo de todos;

g) El número, sin duda, tiene alguna relevancia (Ulloa aludió a la «numerosidad social»). En efecto, si lo que aquí nos interesa es la construcción psíquica de lo colectivo es evidente que no se trata de la familia o de un grupo que contenga unos pocos sujetos. Sin embargo, el número es una condición necesaria, pero no suficiente. Conviene decirlo del siguiente modo: toda masa de personas no posee siempre la misma estructura. El mismo Freud lo planteó al acuñar el sintagma masa de a dos;

h) ¿Qué es, pues, una masa de a dos? Cuando se jerarquizan los abusos de poder, los discursos falsos, la manipulación emocional o el afán de ganancia, no predominan los lazos fraternos ni los rivales. Tales son las masas de a dos en las que el yo solo se rodea de dobles idénticos y se opone a dobles hostiles. En ese marco se comprende que para Freud «el vínculo hipnótico es una formación de masa de dos». Una masa de dos supone una lógica narcisista cuyos integrantes son idénticos entre sí al modo de los granos de arena de una playa. A su vez, el estado hipnótico se caracteriza por la percepción sin conciencia. Las masas, pues, no son todas iguales y no siempre se dan en ellas las condiciones que las igualan a la hipnosis. Freud mismo dice que esto ocurre en las masas menos sofisticadas. Las masas de a dos, entonces, no incluyen las posiciones de rival y objeto, sino sólo las del modelo, doble y ayudante. Esto es, los vínculos únicamente consideran al otro ya sea como idéntico del sujeto, o bien, como instrumento que luego se desecha. Tales posiciones son las que se desarrollan tanto en el propio grupo como las que se suponen en los grupos ajenos. Dicho de otro modo, la masa de a dos excluye la identificación recíproca, el consiguiente espíritu comunitario y la solidaridad con los semejantes[7];

i) Si en la masa de dos prevalece la lógica narcisista, he planteado que hay una alternativa aún más regresiva a la que denominé autoerotismo neoliberal (Plut, 2022). Es frecuente describir la época en que vivimos como una cultura del narcisismo (por el valor que tiene la imagen, tener seguidores, etc.). Sin embargo, hay una situación social más compleja, que la regresión no sea hacia el narcisismo, sino hacia el autoerotismo en que el otro ni siquiera es un espejo.

La lógica autoerótica es aquella que le permite al bebé alucinar un pecho, alucinar que se alimenta, mientras que en los hechos no está comiendo nada. El bebé succiona su propio dedo y cree que le están dando de comer. Claro que esa creencia es funcional si dura un rato, si no se perpetúa. En cambio, si se transforma en duradera, el sujeto queda apresado en una paradoja enloquecedora, consistente en el esfuerzo por creer algo que no es. Por eso los adultos, para graficar que no nos dejamos engañar, decimos: «yo no me chupo el dedo». La situación autoerótica actual describe bien que cada sujeto se basta a sí mismo, que cada sujeto se autoconvence de que lo que piensa es idéntico a la realidad. Estamos en un período caracterizado por la lógica alucinatoria, un estado de situación en que se alimenta y explota la combinación entre odio y pánico, en que un número creciente de sujetos busca creer en una ficción sin advertir que, progresivamente, lo gana la inanición. De hecho, en ello anida, actualmente, el odio: en la exacerbación de un ideal autoerótico en que la fragmentación que todo lo desconstituye avanza. El narcisismo, pues, es solo una apariencia en esos casos, una moral que se pretende narcisista, pero que solo es autoerótica; una moral que nos ilusiona con gozar narcisísticamente del consumo de productos que nos den prestigio y estatus, aunque finalmente no solo no alcanzamos a consumir tales productos, sino que uno mismo es el producto consumido, uno se autofagocita en su autoerotismo.

Comentarios finales

Hay una idea que frecuentemente se me presenta: más allá de la mayor o menor riqueza expresiva que podamos encontrar al leer a distintos autores, más allá de la diversidad de perspectivas y problemas que cada cual aborda, suelo pensar que, al fin y al cabo, los temas que subyacen en cada escritura son muy pocos. Entre ellos, el amor y la violencia. Quizá, el tema que aquí tratamos, el nosotros, también sea uno de esos asuntos que invariablemente sea estructural a cada texto, ensayístico o literario. Tal vez podamos decirlo de otro modo: toda escritura nace del propósito de comprender el conjunto de los pronombres personales y de los nexos entre ellos.

Así, entiendo, por ejemplo, la impresión que Alejo Carpentier (1946) relata sobre su experiencia de indagación del folclore: «Se verificó —dice— un cierto proceso de intermigración de ritmos y tradiciones orales». Acaso, y en otra dimensión de lo que ha sido capaz el ser humano, también se comprueba cuando Primo Levi, en varias de sus obras, se anima a describir cómo, en el centro mismo del infierno de los Lager nazis, había una zona gris, una zona en la que no era tan simple decir, distinguir, «ellos y nosotros». No resultará difícil hallar la relación con la reflexión de Rozitchner (1967) cuando examina la superposición no sin conflicto entre dos de sus identidades, de sus pertenencias, aquella dada por su condición de origen, ser judío, y la construida como revolucionario. Y agreguemos solo una referencia más, vayamos hasta los años en que Colón llegó a este continente. Tzvetan Todorov (1987) dice: «Quiero hablar del descubrimiento que el yo hace del otro». Y páginas después agrega: «Colón ha descubierto América, pero no a los americanos. Toda la historia del descubrimiento de América lleva la marca de esta ambigüedad: la alteridad humana se revela y se niega a la vez».

En suma, la relación del yo con los restantes pronombres personales no es sino la historia singular y colectiva de la relación con lo vivido como ajeno. Paradójicamente, lo más ajeno a la subjetividad no es sino la pulsión de muerte que se encuentra en el seno de lo vivo. Por ello, la pregunta freudiana que subyace al nosotros puede formularse así: ¿Cuáles son los esfuerzos singulares y vinculares para tramitar la pulsión de muerte? Es decir, cuál es la relación entre la producción anímica de lo diferente y la ligadura de la pulsión de muerte. Lo absolutamente diferente de Eros, insisto, es la pulsión de muerte y, en consecuencia, nuestro vínculo con lo diferente y la construcción del nosotros estarán determinados por el modo en que cada quien le dé cabida dentro de sí a su propia pulsión de muerte. Ese extraño para el yo, ese otro al que se desea aniquilar o expulsar, es aquel en el que el yo se reencuentra con lo propio no representable, con la propia pulsión de muerte.

Notas al pie

[1] El grupo está integrado por Alberto Amil, Roxana Castro Wojda, Silvia Livorsi, Gustavo Pérez Adad, Sebastián Plut, Gabriela Rena y Liliana Serur.

[2] Delimitar el objeto de estudio desde el punto de vista epistemológico requiere de mayores precisiones, de modo que aquí lo planteamos de un modo genérico.

[3] «Sufrimiento subjetivo y dolor país», conferencia dictada en el Colegio de Psicoanalistas, 18 de agosto de 2022.

[4] Entre los autores que Tollo menciona, subraya un texto de R. Rodulfo (2005).

[5] Hay todo un debate acerca de si la libertad es, o no, un ideal. No podré desarrollarlo aquí, pero vale recordar que Freud sostuvo que no lo es, mientras que afirmó que sí lo es la justicia. Puede verse en mi libro (Plut, 2020) un desarrollo más extenso de este problema.

[6] Recordemos que Freud (1938) sostuvo: «La espacialidad acaso sea la proyección del carácter extenso del aparato psíquico».

[7] La novela Nosotros, de Evgueni Zamiatin (1921), describe un problema también abordado por Freud, a saber, cuando la lógica de masa conduce a la supresión de toda singularidad, a la pérdida del yo y de la capacidad de pensar. Así lo expresa D-503, el protagonista: «Cada mañana, con la exactitud de seis ruedas, a la misma hora y en el mismo minuto —nosotros, los millones, nos levantamos como uno solo—. A la misma hora, “uni-millonariamente”, comenzamos el trabajo, uni-millonariamente lo terminamos. Y uniéndonos en un solo cuerpo de millones de manos, en el instante designado por la Tabla, acercamos las cucharas a la boca…». Curiosamente, este libro es del mismo año que «Psicología de las masas y análisis del yo». Con su obra Zamiatin inaugura las denominadas novelas «distópicas» en las que se relata la pesadilla de un mundo en que la utopía se ha consumado. A Nosotros le siguieron Un mundo feliz (Huxley), 1984 (Orwell) y El hombre que quería ser culpable (Stangerup), entre otras.

Bibliografía

Carpentier, A.; (1946) Entrevistas; Ed. Letras Cubanas.

Freud, S.; (1911) Puntualizaciones psicoanalíticas sobre un caso de paranoia (Dementia paranoides) descrito autobiográficamente; O.C., Vol. XII, AE.

Freud, S.; (1921) Psicología de las masas y análisis del yo; O.C., Vol. XVIII, AE.

Freud, S.; (1923) El yo y el ello, O.C., Vol. XIX, AE.

Freud, S.; (1938) Conclusiones, ideas, problemas, O.C., Vol. XXIII, AE.

Maldavsky, D.; (1991) Procesos y estructuras vinculares, Nueva Visión.

Maldavsky, D.; (1993) Judeidad: modalidades subjetivas, Nueva Visión.

Maldavsky, D.; (1996) Linajes abúlicos, Paidós.

Maldavsky, D.; (1997) Sobre las ciencias de la subjetividad, Nueva Visión.

Plut, S.; (2018) El malestar en la cultura neoliberal, Ed. Letra Viva.

Plut, S.; (2020) Pandemia, retórica neoliberal y opinión pública, Ed. Ricardo Vergara.

Plut, S.; (2021) Vestigios Psicoanalíticos, Ed. Ricardo Vergara.

Plut, S.; (2022) “El autoerotismo neoliberal”, La Tecl@ Eñe, 1 de junio de 2022.

Rodulfo, R.; (2005) El psicoanálisis de nuevo, Ed. Eudeba.

Rozitchner, L.; (1967) Ser judío, Ed. Biblioteca Nacional.

Todorov, T.; (1987) La conquista de américa. El problema del otro, Ed. Siglo XXI.

Zamiatin, E.; (1921) Nosotros; Miluno Ed.

Acerca del autor

Sebastián Plut

Sebastián Plut

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *