NÚMERO 32 | Octubre 2025

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Paternidad, escritura y transmisión | Inés Burghi¹

El artículo de Inés Burghi explora la relación entre el psicoanálisis, la función paterna y la escritura. Analiza cómo el proceso analítico reescribe la historia del sujeto, destacando la función paterna en la estructuración psíquica y la transmisión de la ley. La autora también aborda la lectura de Freud como un acto de re-creación y el poder transformador de la palabra en el análisis.

“El origen no ha de ser buscado

en los enunciados dispersos

sino en la elaboración inconsciente

que los agrupa para formar con ellos

un conocimiento nuevo.

El origen nace con lo que engendra.”

Claude Rabant

Una analizante, después de varios años de tratamiento, refiere el siguiente sueño: “Soñé con vos (a la analista). Íbamos en un auto, vos manejabas. Estábamos en la ciudad de L, pero con la diferencia de que L tenía mar (referencia a una ciudad que no lo tiene en la realidad). Todo ocurría como en una película, parecía que eran todos escenarios montados, como escenografías para una película. Al tiempo de andar sucedía que íbamos en una moto. Yo buscaba mi casco, no sé qué pasaba, no lo encontraba, pero no me hacía problema porque pensaba que podía fabricarme uno yo misma”. Tras una pausa, agrega: “Era como un documental, como que se iban grabando escenas”.

¿Qué escribimos en un análisis? ¿Con qué historia trabajamos, y de qué modo la tratamos?

Podríamos decir que, en el recorrido de una cura, la historia del sujeto se convierte en “objeto”. Objeto de atención, de revisión, de cuestionamiento. El trabajo sobre las vivencias, los recuerdos, los padeceres y los disfrutes, las fantasías y las nostalgias entreabre campos de indagación sobre mi “papel” en distintos momentos. ¿Qué posición asumí en aquella oportunidad? ¿Cómo reaccioné ante tal acto? ¿Qué me suscitó esa situación? ¿Qué cosas hice y qué no hice? ¿Qué cosas dije y qué callé?

Pero ese proceso minucioso, extenso, de observación de sí mismo, sabemos, no es sin el soporte transferencial del analista. En verdad, lo que buscamos es renovar la pregunta, la pregunta del sujeto. Decimos que, en última instancia, en un psicoanálisis se tratará del interrogante fundamental: ¿yo, qué quiero? ¿Quién soy?

Estos planteos nos acercan a lo que designamos como función paterna. Es desde esta función que conceptualizamos el acceso a la alteridad y a la diferencia, campos basales para el despliegue del deseo. En cuanto analistas, y desde el lugar del supuesto saber, hemos de sostener esa función, para que luego, análisis mediante, pueda caer.

Pero, ¿qué es un padre? Cuestión siempre replanteada para nuestra disciplina y que atañe a sus fundamentos. Abordar el tema de la filiación en relación con el padre del psicoanálisis es una vía de ingreso a la misma.

La escritura de Freud se nos presenta aún como un texto vivo que nos concierne y nos interpela. Y esto seguirá siendo así, al menos para los que practicamos el psicoanálisis, en tanto la teoría se nos vincula con la clínica cotidiana, en el afán y la inquietud acerca de cómo maniobrar con el malestar y el sufrimiento de aquéllos que nos consultan. Comparto las palabras de Carlos Kuri cuando dice: “La metapsicología es una argumentación apremiada; una argumentación construida a partir del asedio de las dificultades clínicas; un modo de argumentar conceptualmente en psicoanálisis y no un diccionario de conceptos”. (Kuri, 2010) Entendemos que el trabajo sobre los conceptos metapsicológicos sigue siendo parte del legado que hemos recibido.

Esta relativa “inestabilidad” de la teoría es, no obstante, un factor intrínseco a la teoría misma, una de sus condiciones más valiosas. ¿Cómo entender esto?

El psicoanálisis introdujo el inconsciente en el campo que estudia lo humano, produciendo una conmoción mayúscula respecto del dominio que el sujeto ha creído y cree poseer sobre sí mismo. El núcleo de su ser resultó, pues, tan desconocido para la conciencia del humano como los objetos del mundo exterior al que accede a través de sus sentidos. La función conciencia se vio restringida a orientar, dar cauce, encontrar vías de expresión para los incoercibles e indestructibles deseos provenientes del inconsciente. Y el deseo, como centro de nuestra indagación, conforma -en tanto inconsciente— un centro vacío, un centro que viabiliza la sustitución, que brinda acceso a objetos posibles.

Pero entonces nuestros constructos teóricos no podrían permanecer al margen del que constituye nuestro objeto de estudio.

Esto es evidente en los escritos freudianos. El creador del psicoanálisis elabora los fundamentos en un ambiente de discusión consigo mismo, en una permanente revisión en relación a lo que la clínica de sus analizantes le plantea. Freud no se privó de especular, de ir y venir en torno a tópicos de su teoría; podríamos decir que su deseo y su pasión por dilucidar el funcionamiento de la psiquis “infectaron” sus escritos con algo que es bien propio del deseo: las tentativas, las pruebas, los cortes, las vacilaciones.

Respecto de nuestro autor, Michel Foucault localizó lo que él llamó un “instaurador de discurso”. Esto implica pensarlo como fundador de una discursividad que afecta a la ciencia, en tanto lo científico comprende una normatividad del saber, una serie de proposiciones fijas que pueden ser validadas por otros de forma idéntica. La instauración discursiva que Foucault reconoce en autores como Freud y Marx, en cambio, comprende algo que en esos discursos permanece en estado de apertura, en suspenso. Los desarrollos freudianos, desde la lógica que habilita el deseo en torno a la castración, al no todo, comportan un andamiaje teórico que -al ser leído- compromete al lector en calidad de intérprete y, en tanto tal, de “re-creador” del mismo. En este sentido diremos que no hay lectura “inocente” respecto de lo que nuestro autor “quiso” decir. Nos comprometemos y nos implicamos en los modos en que leemos.

Desde esta visión, el “retorno” a Freud contiene en sí, como condición, el haberlo recorrido y el haberlo -en cierto modo- perdido, para que, como lector, yo haya podido “apropiarme”, hacer propio algo de esos textos, a partir de mi lectura, (en) singular. La fidelidad al fundador del discurso se verifica, entonces, en el poder “despegarse” de repetir de manera escolástica nociones “académicamente correctas”, para dar paso a una lectura/escritura propia, que comprenda el repensar los conceptos.

Así, dice Foucault: “…se vuelve al texto mismo, al texto en su desnudez, y al mismo tiempo, sin embargo, se vuelve a lo que está marcado en vacío, en ausencia, en laguna, en el texto. Se vuelve a cierto vacío que el olvido eludió o enmascaró, que recubrió con una falsa o mala plenitud, y el retorno debe redescubrir esta laguna y esta falta. De ahí el juego perpetuo que caracteriza estos retornos a la instauración discursiva, juego que consiste en decir, por una parte: eso estaba allí, bastaba con leer, todo se encuentra allí, había que tener los ojos muy cerrados y los oídos bien tapados como para que no se lo vea o no se lo escuche; y a la inversa: no, no es en esta palabra, ni en esa otra, ninguna de las palabras visibles y legibles dice lo que ahora está en cuestión, se trata más bien de lo que se dice a través de la palabra en su espaciamiento, en la distancia que la separa. Naturalmente, se deduce que este retorno, que forma parte del discurso mismo, no cesa de modificarlo, pues su retorno al texto no es un suplemento histórico que vendría a agregarse a la discursividad misma y la redoblaría con un ornamento, que después de todo no es esencial; es un trabajo efectivo y necesario de transformación de la discursividad misma”. (Foucault, 1970) (el destacado me pertenece)

Lo que Freud, como padre del psicoanálisis, nos transmitió, podemos entenderlo en estrecha correspondencia con la función paterna en la estructuración del aparato anímico, función a retomar —como planteábamos más arriba— en la cura psicoanalítica.

La función del padre se corresponde con lo que -desde el armado del psiquismo- ubicamos como inscripción de una diferencia. El padre imaginario, contracara del narcisismo, sostendría la figura de “ser completo”, idéntico a sí mismo, en dominio total de sí, padre idealizado y temido a la vez. Esa figura muere, y en su lugar el padre que permite el acceso al deseo será un padre atravesado por la ley y en tanto tal, transmisor de la ley. Se dirá entonces que queda en evidencia la falta del padre, y esto en los dos sentidos del genitivo, lo que nunca alcanza de su presencia, pero también el defecto, la transgresión paterna. “Padre” comporta, pues, un nivel de heterogeneidad que lleva implícita una pregunta siempre vigente respecto de la causa.

En la escucha que sostenemos desde el lugar de analistas, nos comprometemos asimismo en una lectura respecto de los dichos del analizante. Con Lacan nombramos “significante” a esa función de la palabra que dice y oculta a la vez, que dice arrastrando una opacidad, una diferencia. Identificar los significantes entre los cuales se ha situado el sujeto nos permite reabrir antiguos caminos deseantes que han quedado coagulados en forma de síntomas. En el significante reconocemos algo que “hace” diferencia, entorpeciendo, ensuciando la línea recta y clara del discurso. Freud hablaba de términos o frases que funcionaban como “cambios de vía”, decires que dejan dicho algo diverso a lo que se “quería” decir. En una expresión admirable, Lacan ha definido al significante como “la presencia de una ausencia”, y es que efectivamente, para que una falta pueda ser situada, requiere de algo que la porte.

Consideramos que el psicoanálisis supone, como nódulo central de su técnica, la lectura de lo escrito, y a partir de ella, la interpretación y la construcción. Atiende así a la fundamental inconsistencia semántica de la palabra, a su multivocidad, a la pluralidad de sentidos que la habitan. Cuando desde la lectura de la insistencia significante una diferencia puede ser inscripta, cuando se puede fijar lo imposible de representar para ese significante, entonces decimos que algo quedó “escrito” en tanto letra. Discriminamos así la función de lo significante, como aquello que repite insistentemente una diferencia, y la función de la letra a nivel inconsciente, como la inscripción de la imposibilidad de representación del significante.

Este proceso necesariamente conlleva tiempo. Contracorriente a los tiempos de la eficacia o del mercado, se trata de la reapertura de coordenadas temporales en la relación con el Otro (encarnado por el analista). Y en esa reapertura comprobamos que la palabra tiene una función creadora, la realidad se reinventa en la medida en que es “contada” desde otro lugar. La construcción produce una verdad “histórica” en la lectura de esas marcas que la falta fue dejando señalizadas y que darán como resultado la producción de un sujeto. Se alcanza así el resquicio de libertad que permite poner en juego la voz propia, y habilita a que el sujeto, en el apropiarse, se responsabilice de su acto.

Notas al pie

1. Psicoanalista. Socia activa, profesora titular y supervisora en la Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados. ineseburghi@gmail.com – Ciudad Autónoma de Buenos Aires – 1155058556

Bibliografía

Foucault, M. (1970). ¿Qué es un autor?”. Revista Conjetural, n° 4, 1984.

Kuri, C. (2010). La identificación. Lo originario y lo primario: una diferencia clínica”, Ediciones Homo Sapiens. 

Acerca del autor

Inés Burghi

Inés Burghi