NÚMERO 31 | Mayo 2025

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Poesía y transmisión | Micaela Szyniak

En el siguiente texto, la autora nos invita a transitar por los diferentes registros de la poesía, como si escucháramos canciones. Sumergidos en la magia que propone la poesía con un lenguaje propio: palabras enlazadas mediante sonidos armónicos que se transmiten de persona a persona. Micaela Szyniak nos lleva, a partir de pequeños grandes relatos, a introducirnos en su poética que va tejiendo dentro de cada palabra y de cada relato abriéndonos a nuevas imágenes tanto personales, como históricas y literarias.

Es usual conceptualizar la poesía a partir de los tres registros sugeridos en el ABC de Erza Pound: las imágenes visuales (fanopeya), el recorrido del pensamiento (logopeya) y los componentes musicales, rítmicos (melopeya). Se suele decir que en cada poema conviven los tres registros, pero uno se hace más presente. En mi caso, siempre me sentí más cercana al melopeyo.

De dónde viene un poema es un enigma. A veces se dice que de una idea, de una anécdota, de una imagen. Algunos míos nacieron de un cantito, una especie de consigna, latiguillo que encontraba y con el que le iba dando forma a un texto (lo agarraba). Recuerdo una crisis de los veinte: yo había abandonado una librería que había fundado con una amiga y había perdido cierta referencia de quién era. En ese marco ocurrió una escena cotidiana, esperar un tiempo algo excesivo el ascensor, que cuando por fin llegó me llevó hacia arriba en vez de abajo. Dentro mío se articuló una frase, que tenía cierta potencia sonora: ascensor sube, ascensor baja, ascensor sube, ascensor baja. De ese movimiento de palabras fue surgiendo un poema, que repite ese estribillo: ascensor sube ascensor baja, queremos llegar rápido a casa. 

Muchas veces escribí poemas de un tirón, y luego me quedé cambiando palabras por otras que rimaran. Muchas veces busqué en el diccionario de rimas. Moví los cortes de verso para que las rimas quedaran fuera del final. Trabajé con frases hechas, escenitas transformadas en refrán. En el fondo, como se suele hablar en las terapias, creo que se trata de mi madre. Ella y yo no teníamos un vínculo especialmente bueno en mi infancia, pero los jueves íbamos juntas al shopping a pasear. Yo quería ir a los jueguitos. Ella supongo que quería compartir tiempo en un lugar con cierto orden. Entre las vidrieras de carteras, entre las escaleras mecánicas, entre los carteles con ofertas no recuerdo sobre qué charlábamos, pero sí que coleccionábamos refranes. Entre “a caballo regalado no se le miran los dientes” y “al que madruga, dios lo ayuda” algo entre las dos se iba acomodando. Y a veces aparecía uno nuevo. No teníamos cuaderno, parte del juego era recordar. George Steiner dice, en Elogio de la transmisión, que lo que uno aprende de memoria se transforma con uno y uno se transforma con eso; que es suyo para siempre, a pesar de los indeseables que gobiernan el mundo, y que nadie se los puede quitar. 

Eso se vincula directamente con la poeta de la Unión Soviética Anna Ajmatova, que perseguida y censurada hacía reuniones de mujeres en su casa. Ellas se aprendían de memoria los poemas y luego los tiraban al fuego, mientras hacían ruidos de agujas para confundir a los micrófonos de la KGB. Se llamaban Las Tejedoras. También hace poco vi un video de una colega, Natalia Leiderman, que decía que convenía tener un poema aprendido de memoria para decírselo a una misma en los tiempos difíciles. Volviendo al asunto de este texto, me gusta pensar que la presencia melopeíca en mis poemas es una esquirla de esos refranes que mi madre y yo sosteníamos en el aire. Es un ejercicio que disfruto: proponer en los grupos de escritura que recuerden refranes, que los intervengan y los usen para contar una situación cotidiana. Por ejemplo: Estábamos en plena mudanza. En casa de herrero, cuchillo. Intervenir a veces es solamente cortar antes. 

Algo que aprendí en este tiempo es que al coordinar un grupo, más allá de las conceptualizaciones e historizaciones de poéticas, quiero poner a disposición lo que tengo mío propio. Y entre mi lista de haberes, están esos paseos por el shopping con mi madre. Partir de un núcleo sensible para enseñar acaso no sea condición suficiente para que lleguemos a una buena clase, para capturar de dónde viene qué concepto, pero me gusta pensar que es mi modo de acercar la poesía. 

Acerca del autor

Micaela Szyniak

Micaela Szyniak