NÚMERO 26 | Octubre 2022

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Psicoanálisis dixit | Graciela Cohan

El fundamento de la transmisión del psicoanálisis consiste en dos aspectos inseparables, interdependientes y, sobre todo, imprescindibles: el sostén teórico y la experiencia clínica. El primero requiere del conocimiento de la producción teórica que a lo largo de la historia del psicoanálisis se ha ido confrontando con la experiencia clínica. Algunas mantienen su validez, otras se han perdido en el camino. Lo evidente es que el enlace complejo y prolongado entre los elementos teóricos y prácticos, sumados al análisis personal del psicoanalista, abren el camino a una transformación silenciosa que se opera primero en el propio analista y, por consecuencia, en su práctica clínica y en su formación teórica. Es la misma transformación silenciosa, a veces imperceptible, a veces sorprendente, inesperada y siempre única que se opera en la construcción subjetiva de quien atraviesa un análisis. En esta oportunidad presentamos tres posiciones teórico-clínicas de analistas argentinos que abarcan desde los inicios de la práctica del psicoanálisis hasta la actualidad: han dejado huellas teóricas y proponen transformaciones interesantes José Bleger, Hugo Bleichmar y Fernando Urribarri.

José Bleger (1922-1972). Psiquiatra y psicoanalista argentino, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina. Propuso líneas de investigación fructíferas en el campo del psicoanálisis argentino e internacional.

Criterios de diagnóstico

Otro aspecto muy importante de los parámetros —además de las estructuras y las organizaciones patográficas—, resulta el diagnóstico de las partes neurótica y psicótica de la personalidad, que tampoco son excluyentes. Trato de detectar siempre dónde está la parte neurótica y cómo está organizada, dónde está la parte psicótica y cómo está organizada, de tal manera de poder seguirlas muy bien. Me interesa no solamente saber que el paciente las tiene, porque sé de antemano que cualquiera de nosotros las tiene, sino saber dónde están y cómo están organizadas, para poder seguirles la pista.

Llamo parte neurótica de la personalidad a todo aquello que está estructurado en función de la discriminación, de la proyección-introyección, de los mecanismos neuróticos, y que está basado en las ansiedades esquizoparanoide y la posición depresiva. Mientras que en la parte psicótica de la personalidad se incluye todo aquello que no está suficientemente discriminado, es decir, todo aquello que corresponde a lo que he denominado la posición glischro-cárica que está relacionado con las identificaciones introyectivas-proyectivas, cuando no está bien diferenciado el sujeto del objeto, el Yo del no Yo.

Otro parámetro muy importante para mí reside en el estudio del clivaje y la separación que existe entre las partes neurótica y psicótica de la personalidad. Podemos estudiar si este clivaje está o no roto, si se mantiene muy estereotipado o no, en qué época de la vida se ha roto o no y cómo se ha vuelto a recomponer, si se ha mantenido durante toda la vida o no. Hay períodos de la vida en que normalmente ese clivaje tiene que romperse, por ejemplo, al salir de la latencia y entrar en el período de la pubertad. Si no se ha roto, yo le doy al hecho un valor equivalente al que le da Spitz a la ansiedad del octavo mes, es decir que por la no presencia es un elemento altamente negativo. La falta de la ansiedad del octavo mes es como la no presencia de esa ruptura del clivaje y la mezcla y confusión entre parte neurótica y psicótica. Indicaría un clivaje que nunca se ha establecido. Es decir, el individuo nunca estableció bien un período de latencia o nunca se recuperó después de una crisis de adolescencia, por ejemplo, que puede aparecer como tal o a raíz de cualquier otra situación o fenómeno de la vida normal o de situaciones patológicas, como pueden ser duelos, migraciones, cambios de cualquier tipo. Esas rupturas o esos restablecimientos o no restablecimientos del clivaje pueden aparecer de una u otra manera.

Para mí el problema del clivaje tiene mucha importancia junto con el de las partes neurótica y psicótica, especialmente para todo lo que se refiere a la intención de orientar terapias breves, porque ya no se trata únicamente de decir que en terapias breves no conviene tomar una psicosis o no conviene tomar una perversión grave. Esto depende de cómo se ha manejado ese clivaje entre la parte neurótica y la psicótica. Puede ser que corresponda una terapia breve y que una perversión, un sujeto con una modalidad psicopática de carácter o una personalidad psicopática, se pueda beneficiar mucho. Ya no se trata exclusivamente del problema de si el sujeto tiene una perversión o no, o una psicosis activa o no, o una psicopatía en la actualidad o no, sino de cómo se ha manejado y cómo se maneja ese clivaje. Para mí tiene importancia entender también si son factibles tipos de terapia breve con personalidades o enfermedades o situaciones como las que acabo de mencionar.

Bleger, J. (1973). Criterios de diagnóstico. Revista de Psicoanálisis, 30(2), pp. 309-311.


Hugo Bleichmar (1934-2020). Médico, Universidad de Buenos Aires (UBA). Doctor en Medicina y Psiquiatra, (UBA). Miembro de Asociación Psicoanalítica Internacional (IPA). Presidente de Sociedad Forum de Psicoterapia Psicoanalítica. Vicepresidente de la Comisión de médicos psicoterapeutas del Ilustre Colegio de Médicos de Madrid (ICOMEM). Director de la revista Aperturas psicoanalíticas. Director del Curso de Posgrado de Psicoterapia Psicoanalítica de la Universidad Pontificia Comillas, Madrid, España.

La contradicción y la lógica en el inconsciente

No deja de resultar sorprendente que se siga sosteniendo que en el inconsciente no existe contradicción y que, al mismo tiempo, se considere que parte esencial de éste es el complejo de Edipo reprimido, es decir una estructura articulada de oposición entre el sujeto y el rival, de deseos hostiles y de temores a la venganza del otro. Si en el inconsciente no existiera contradicción ni organización lógica, en el Edipo clásico del varón, por ejemplo, éste podría desear a la madre y no tendría por qué desear la eliminación del padre de la escena pues en su inconsciente el que el padre posea a la madre no entraría en contradicción con que él también sea su dueño. La rivalidad inconsciente con el padre —que sólo puede estar basada en el supuesto o él o yo— sería inexistente. Igualmente, que se tengan deseos hostiles hacia el padre no tendría que generar culpa pues no entraría en contradicción con los deseos amorosos hacia éste ni con normas que se estarían infringiendo. Dentro del mismo orden de cosas, no podría haber conflicto inconsciente entre el deseo y la prohibición superyoica pues el conflicto requiere que el primero esté en contradicción con la segunda. O, para poner otro ejemplo, si algo no contrarrestase otra cosa en el inconsciente sería insostenible pensar que frente a la culpa inconsciente existiera necesidad inconsciente de castigo para aliviarla. Tampoco la angustia de pérdida tendría lugar en el inconsciente, ni la angustia de castración, ya que ésta exige el reconocimiento de dos estados en oposición: el fálico y el castrado.

Toda la teoría del conflicto inconsciente quedaría sin fundamento si no se aceptase que en el inconsciente, junto a un funcionamiento en que hay fragmentos sin conexión, errados a sí mismo, o que cuando se conectan lo hacen por pura analogía o por contigüidad, también existen unidades con un alto grado de organización. Es lo que hemos llamado el doble inconsciente. Ésta es la posición de Freud en el artículo «Lo inconsciente» (1915b), en El yo y el ello (1923), y en la Conferencia XXXI (1933b). Dice Freud: «El descubrimiento, en verdad incómodo, de que también sectores del yo y de superyó son inconscientes en sentido dinámico produce aquí como un alivio, nos permite remover una complicación. Vemos que no tenemos ningún derecho a llamar “sistema Icc” al ámbito anímico ajeno al yo…» (Freud,1933b, pág. 67, cursiva nuestra). Este párrafo contiene dos puntos importantes: primero, Freud especifica que el yo y el superyó inconsciente no lo son en sentido descriptivo sino dinámico, es decir pertenecen al inconsciente sistemático, no al preconsciente; segundo, afirma que no hay derecho a llamar «sistema Ice» a lo ajeno al yo, o sea que éste también pertenece al mismo. Previamente, en el trabajo sobre «Lo inconsciente», en que la elaboración freudiana comienza con las tesis de la primera tópica, la de La interpretación de los sueños (1900), termina reconociendo que hay fantasías inconscientes, incapaces de ser conscientes, en estado de represión, pero con un alto grado de organización: «De esta clase son las formaciones de la fantasía tanto de los normales como de los neuróticos, que hemos individualizado como etapas previas en la formación del sueño y en la del síntoma, y que, a pesar de su alta organización, permanecen reprimidas y como tales no pueden devenir conscientes» (Freud, 1915b, pág. 188, cursivas nuestras). Además, dice Freud pocas líneas antes, estas organizaciones, si bien «Cualitativamente pertenecen al sistema Prcc, pero de hecho al Icc». Es decir, por la cualidad de su organización —rigen las leyes de la lógica— tienen los atributos del preconsciente, pero por no poder ser hechas conscientes, por estar reprimidas en el sentido que Freud le otorga a esa expresión, pertenecen al inconsciente. Es de destacar que Freud utiliza aquí la notación Icc, que introdujo, precisamente, para referirse al inconsciente en sentido estricto, psicoanalítico.

Por otra parte, para que no queden dudas sobre la reformulación de su primera tópica, afirma Freud, también en la Conferencia XXXI: «Además, ven ustedes que estamos en condiciones de indicar para el ello otras propiedades y no sólo la de ser inconsciente, y disciernen la posibilidad de que partes del yo y del superyó sean inconscientes sin poseer los mismos caracteres primitivos irracionales» (1933b, pág. 70). O sea que para Freud hay un doble inconsciente en sentido estricto, reprimido: uno, organizado de acuerdo a las leyes del proceso primario, al cual llamará el ello; pero, también, un otro inconsciente en sentido estricto, reprimido, diferente del preconsciente, y que posee un alto grado de organización, en que la contradicción existe y por lo tanto el conflicto es posible, y al que corresponden sectores importantes del yo y del superyó.

No queremos extendernos más en este aspecto que hemos tratado en extenso en Angustia y fantasma (Bleichmar, 1986) pero sí deseamos señalar que cuando se continúa afirmando que en el inconsciente no hay contradicción, que son sólo restos fragmentarios y, por otro lado, se trabaja con la idea de conflicto inconsciente es porque se mantiene una incoherencia entre teoría y clínica: en la formulación sobre las leyes del inconsciente se toma la primera tópica pero la clínica pasa a ser sustentada en la segunda tópica, sin repararse que el mantenimiento de ambas tópicas es incompatible. En la primera tópica (Freud, 1900), el conflicto era entre el saber de la conciencia y lo existente reprimido en el inconsciente, siendo ambos ámbitos heterogéneos entre sí, pero homogéneos internamente. En la segunda tópica hay conflicto dentro de la conciencia y dentro del inconsciente. Es suficiente con observar el diagrama que Freud presenta en la Conferencia XXXI de Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis, en el que ubica a parte importante del superyó y del yo en el inconsciente, junto al ello, para que se comprenda cómo esta representación del aparato psíquico permite dar cuenta de la clínica del conflicto inconsciente.

Bleichmar, H. (1998). La contradicción y la lógica del inconsciente. En H. Bleichmar, Avances en psicoterapia psicoanalítica. Hacia una técnica de intervenciones específicas (pp. 255-257). Barcelona: Paidós.


Fernando Urribarri (1967). Licenciado en Psicología, Universidad de Buenos Aires (UBA). Psicoanalista, miembro de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA). Director de la revista Zona Erógena (1989/2001). Director de la colección Pensamiento Contemporáneo de la Editorial Universitaria de Buenos Aires (EUDEBA). Profesor invitado, Universidad de Buenos Aires, Université de Paris X y la Columbia University of New York. Dictó conferencias en Brasil, Uruguay, Chile, Perú, México, Estados Unidos, Inglaterra y Francia.

Autor de Del pensamiento clínico al paradigma contemporáneo. Conversaciones (André Green), Amorrortu, 2015; Desafíos para un psicoanálisis contemporáneo, Presses Universitaires de France, Paris; Después de Lacan: el retorno a la clínica, Ithaque, Paris.

III. El psicoanálisis contemporáneo: la contra-transferencia encuadrada

Uno de los pocos consensos que existen en la comunidad analítica internacional corresponde al reconocimiento de los cambios en la práctica de los psicoanalistas en las últimas décadas. Una expresión de dicho consenso es la consagración del término “psicoanálisis contemporáneo”, para referirse a las transformaciones teóricas y técnicas surgidas de una clínica predominantemente enfrentada a diversos modos de sufrimiento no-neurótico (A. Green), a las nuevas formas subjetivas propias del malestar cultural post-moderno (F. Jameson).

Consecuentemente, se reconoce que no solo la técnica sino el trabajo psíquico del analista, su funcionamiento mental durante la sesión, han experimentado una mutación decisiva, que todavía está en curso. De esta apasionante transformación histórica, en la que se juega el futuro del legado freudiano, quisiera dar cuenta siguiendo el hilo de las sustanciales modificaciones en la comprensión teórica, y el rol técnico, de la noción de contra-transferencia.

Partiendo de la pregunta acerca de “cómo ser (o devenir) un psicoanalista contemporáneo” espero contribuir a iluminar la especificidad del proyecto instituyente que motoriza a este movimiento: la construcción colectiva de un nuevo paradigma freudiano, pluralista, complejo, extendido. Me sitúo así en el relevo de aquellos pioneros contemporáneos —como mis maestros André Green y Madé Baranger— que apostaban a la superación de la actual crisis del psicoanálisis mediante una profunda renovación de los fundamentos metapsicológicos y del método analítico.

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El encuadre deviene una herramienta de diagnóstico —un analizador de analizabilidad—. La posibilidad de usar o no el encuadre como espacio analítico potencial en el que seguir la regla fundamental permite evaluar las posibilidades y dificultades del funcionamiento representativo. Con pacientes no-neuróticos, entonces, se fundamentan las modificaciones del encuadre (menor frecuencia de sesiones, posición cara a cara, etc.) para establecer las mejores condiciones posibles para el funcionamiento representativo. En contraste con la idea de que las psicoterapias psicoanalíticas son variantes más simples y superficiales de trabajo analítico, estas son reconocidas en su complejidad y su dificultad. Del lado del analista se pondrá de relieve la necesidad de un trabajo psíquico especial para hacer representable, pensable, analizable el conflicto psíquico situado en los límites de la analizabilidad. En ambos casos —psicoanálisis o psicoterapia— puede decirse que el objetivo es el mismo: la constitución de un encuadre interno (o interiorización del encuadre), mediante el cual el núcleo dialógico (inter-subjetivo) del análisis deviene una matriz intrapsíquica reflexiva. (Urribarri, 2005).

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En este contexto se desarrolla un nuevo concepto de contra-transferencia integrada (o encuadrada). Por un lado, como fenómeno se ve integrada en el esquema triádico del proceso analítico (encuadre-transferencia-contra-transferencia). Ya no es definida como correlato simétrico de la transferencia del paciente sino como producto de la situación analítica (Laplanche) en tanto campo dinámico (Baranger). Puede decirse que transferencia y contra-transferencia son un efecto del encuadre, a la vez que son la causa conjunta de la constitución y dinámica del campo analítico. Por otro lado, en relación con la escucha analítica, la contra-transferencia es encuadrada en una concepción renovada, más amplia y compleja, del trabajo psíquico del analista. Es parte del encuadre interno del analista.

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El psicoanálisis contemporáneo desarrolla el trabajo psíquico del analista como un eje conceptual terciario, que procura incluir la atención flotante y la contra-transferencia como dimensiones parciales y complementarias de un proceso complejo. Además se destaca la importancia de la imaginación del analista (especialmente solicitada en el trabajo en los límites de la analizabilidad). Así redefinida, la escucha analítica es más amplia que la contra-transferencia, y la actividad del analista supera a la elaboración y uso de esta. Puesto que no todo movimiento de la mente del analista más allá del proceso secundario es contra-transferencial: por ejemplo, se destaca el rol de la regresión formal del pensamiento del analista, como vía para dar figurabilidad a lo no-representado del paciente (Botella).

Urribarri, F. (2018). ¿Cómo ser un psicoanalista contemporáneo? El trabajo psíquico del analista, las tres concepciones de la contra-transferencia y el nuevo paradigma contemporáneo. En F. Gómez y J. M. Tauszik (ed.), Psicoanálisis latinoamericano contemporáneo (pp. 689-711). Buenos Aires: Asociación Psicoanalítica Argentina.

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Graciela Cohan

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