NÚMERO 31 | Mayo 2025

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Psicoanalistas Dixit

Compilado por Adriana Cabuli

(Encontrarás el desarrollo de estos artículos en este mismo número)

“En la carta 52 a Fliess, Freud considera escritura a la huella que deja lo vivenciado en el psiquismo, marcas de una satisfacción perdida que busca reencontrar.

Distintas retranscripciones nutren de cualidades diferentes y singulares lo escriturado.

La escritura está allí donde lo perdido de una satisfacción ya imposible se impone como movimiento deseante en el intento de recuperar algo de lo perdido.

Como psicoanalistas escuchamos eso escriturado a nombre propio, escritura singular, en la sesión de análisis, razón por la cual invitamos a la asociación libre del paciente. Escuchamos eso del significante que ha decantado como letra que nos permite la interpretación, escritura que no es ajena a la pulsión en juego ya que nada se escribe en el psiquismo sin investidura.

 Es el psicoanálisis el que hace posible que esas escrituras a las que el sujeto ha quedado fijado, que implican una repetición más allá del principio de placer, puedan cederse transferencia abriendo un camino sublimatorio singular: la creación de algo nuevo que anuda pulsión con deseo”.

Nora Rabinovich

 

“Así como Freud fue inventor, no descubridor, nosotros somos también inventores, creadores. De algún modo lo escrito y su transmisión convierten en acto nuestros planteos al ser validados por otro; es que desde el vamos necesitamos de otro, por el desamparo, por la pérdida fundante. Escritura y transmisión nos brindan esos momentos fugaces de felicidad o de expansión narcisista. La escritura se convierte en necesidad en nuestra práctica. En los inicios de la tarea observamos cómo los jóvenes analistas escriben todo lo que el analizante les dice. Y cuando les decimos: “escuchá, no escribas”, o “escribí después, confiá en tu inconsciente” tratamos de transmitirles que las palabras importantes quedarán, aunque en desorden, grabadas en su inconsciente, el del analista que escucha, como JARUT grabado que luego devendrá en JERUT, libertad.

La escritura es un duelo, pero un duelo necesario porqué así como el duelo es un trabajo también lo es la escritura. En ese duelo habrá momentos de angustia, por ejemplo, ante la hoja en blanco, otros de inmensa alegría, a veces, en el mientras tanto y paradójicamente de tristeza, casi melancólica al concluir la escritura.

“Perla Frenkel

 

“¿Podemos pensar la escritura como una manera singular de “hacer texto”? Si escribir supone una operación sobre la lengua y el sentido, ¿de qué manera se articula con la creatividad y la sublimación? Si, como señala Freud (1908), la sublimación constituye uno de los destinos posibles de la pulsión, ¿cómo se articula esta vía con la producción escrita? ¿En qué medida escribir puede ser entendido como un modo de tramitar lo innombrable, de bordear lo traumático, y al mismo tiempo dar forma, crear?

La escritura, entonces, no sólo narra, sino que cifra; no sólo comunica, sino que transmite una experiencia. En esa tensión entre el decir y el silencio, entre la simbolización y el agujero, se juega una política de la memoria. Escribir es intervenir sobre lo vivido, recuperar huellas, restituir sentidos allí donde el olvido o la violencia pretendieron borrar. La escritura se vuelve también acto político, inscribe en el cuerpo social aquello que insiste en retornar, sosteniendo una ética del testimonio, de lo que no debe quedar silenciado.

La escritura no sólo expresa una subjetividad, sino que también porta huellas de un tiempo, marcas del deseo y ecos de lo indecible. ¿Qué se transmite cuando escribimos? ¿Es solo el reflejo de una época o algo que resuena más allá del tiempo, anudando la memoria individual y colectiva? La transmisión no es solo el acto de comunicar saberes o teoría; es también el modo en que se aloja en las narrativas —personales, históricas o ficcionales— que organizan el mundo simbólico, permiten a la vez el despliegue de una lengua errante, hecha de fragmentos, silencios y restos, portadora de una memoria en continuo devenir.” 

Graciela Reid

 

“Frente a una estructura sociocultural en la cual el tiempo constituye la mercancía más valiosa debido a su escasez programada, actuando como moneda de cambio que debe ser hábilmente utilizada en pos de cierta eficacia productiva, detenerse a escribir utilizando recursos literarios, descripciones, juegos de palabras, demora la vorágine, produce un freno en la obligación de someterse al imperativo de eficacia en el uso del tiempo y los espacios. La escritura se convierte así en un instrumento para la demora, la pausa, la lentitud, el rodeo por el camino largo. Un acto insurrecto que impone una brecha a la lógica de mercado, eficiencia y productividad epocal. Un demorar el ritmo vertiginoso, que al modo de una espina se clava en la voraz máquina de inmediatez. Reivindicación de una existencia humana por fuera del bombardeo de estímulos, estructurados en base a cálculos algorítmicos que ofician de mecanismos de control. 

El tiempo de la escritura hace estallar al tiempo entendido como un avance lineal de instantes eficientes; tratándose de una temporalidad permanentemente recursiva, plagada de pausas contemplativas, impasses, reescrituras. El punto de llegada es una meta secundaria cuyo arribo trata de demorarse. Siempre hay algo por agregar, algo por sacar, algo por modificar. Un nuevo detalle que actúa como una nueva pausa en la vorágine que circula afuera. La búsqueda de la palabra precisa, tarea fundamental de todo escritor, es inadmisible para un sistema que privilegia la imagen y la velocidad de cambio. Un sistema en el cual lo asociativo debe ser combatido en pos de procesos de conexión-desconexión que se alternen a alta velocidad.”

Anibal Repetto

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ACabuli

Adriana Cabuli