…Y ya no sé muy bien nada, lo que me pasa
Encontré la llave y me olvidé dónde es mi casa.
Creo que hace tiempo vivo en una carcasa, ah
Dame un abrazo y se me pasa.
Wos- Terraza
Sexualidad y pandemia. La invitación es a escribir reflexiones y experiencias, en esta oportunidad, desde el paciente y su proceso terapéutico. Pero quiero comenzar por lo más básico —si se quiere— ¿qué entendemos los analistas por sexualidad?: ¡todo! La psicosexualidad que se expresa en multiplicidad de formas en el vivir de cada sujeto. Pensemos entonces lo que trajo la pandemia: cuarentena, aislamiento social, preventivo y obligatorio, distancia social, barbijo, alcohol en gel y lavandina, higiene de manos, de alimentos. Acercarse a otro a menos de metro y medio supone un riesgo inédito en nuestro tiempo, un riesgo de contagio. Y, como el viento, se llevó, implacable, esa extraordinaria y moderna sensación de previsibilidad del futuro: voló cada cita agendada, viajes, turnos, inversiones y planes a largo plazo.
Creo que debo detenerme para ponerles sobre aviso: van a escuchar muchas preguntas, tal vez algunas reflexiones, no prometo conclusiones, es más… me comprometo a revisar estas palabras cuantas veces sea necesario para asegurarme que, en el fragor de la lucha, no crea haber llegado a sentidos tranquilizadores. Que no abandone en estas páginas la inquietud y la reflexión que me despiertan desde siempre el padecimiento, el desamparo, el dolor humano.
Volviendo entonces a la pandemia, con ella aparecen nuevos formatos virtuales de todas clases: cumpleaños, cenas, mates, consultas y, de este modo, las diferentes posibilidades subjetivas de habitar esos espacios. Emergen concepciones y cuestionamientos fundamentales para el psicoanálisis: realidad psíquica vs. realidad compartida. ¿Desdoblamiento de la realidad en estratos analizables? ¿Realidad virtual vs. realidad real? «Exceso de realidad», lo escuché muchas veces en estos meses, ¿qué quiere decir esto? ¿Significa que a veces la realidad no nos excede o que vivíamos en una ilusión de dominio compartida?
A: —El único lugar que tengo es el auto para poder tener las sesiones. En mi casa no da, están todos—. Mientras, se suben y se bajan las ventanas, se enciende la luz interior del auto. Anochece. Se cae el teléfono que no hay dónde apoyar.
B: —Estoy en la cama. ¡Ay que lindas tus cortinas! ¿Son roller? Esas quiero poner yo en…
Pandemia y aislamiento social obligatorio. Camas, autos, techos, porros, camisones y pijamas, perritos, voces, parejas, padres, madres, hijxs. El espacio público, lo íntimo, lo privado se desdibujan. Durante la sesión se come, se fuma, se ordena, se pintan las uñas. Alguien más habla, pasa otro.
¿Y el dispositivo? ¿Dónde está el dispositivo? ¿En la palabra? ¿En el consultorio? De repente lo perdimos todo, cada espacio público, las escuelas, bares, cines, consultorios. En el mejor de los casos, se mudó al espacio virtual. Algunos procesos terapéuticos se vieron interrumpidos. Otros no, pero estuvieron indudablemente atravesados por la «nueva normalidad» donde lo público y lo privado desgarraron sus fronteras. Lo que antes fuera un espacio compartido, el consultorio —en tanto espacio público donde se desarrollaba el proceso terapéutico en el encuadre propuesto por el analista—, ¿se convirtió, con la virtualidad, en jirones de espacios privados, cuestionando la asimetría como testigos de lo íntimo en primer plano?
En Vergüenza, culpa, pudor, Silvia Bleichmar trae la necesidad del debate acerca de la atención por Internet y «…los discursos que no están sostenidos libidinalmente por los cuerpos» (pág. 534, 2005).
C descubre en Instagram un chat de su pareja con otrx con videos hot. Ante la confrontación, la respuesta fue: «Nunca nos vimos, fueron solo mensajes. Me hace bien, pero no pasó nada». Se pregunta: «¿No se vieron por la cuarentena? ¿Yo no quiero una pareja abierta, pero los chat cuentan? ¿Puedo tolerar las conversaciones, pero los videos ya no?».
La duda proviene, tal vez, de que en la virtualidad eso otro en la pantalla se ha desubjetivado y, en tal sentido, ¿el erotismo regresa al autoerotismo?
Es verdad, es una situación inédita una pandemia, me tienta decir «pandemia mundial» que es una redundancia, pero resulta un concepto tan extraordinario, una realidad de proporciones colosales, ¿o lo colosal fue el descubrimiento que no solo el virus era pandémico?
Pensaba en los virus informáticos que viajan por el ciberespacio infectando computadoras a través de todo el planeta, hackers develando secretos y delitos de todo el mundo, las formas de abuso como el grooming. Sin fronteras como la pobreza, la violencia, las diferencias devenidas desigualdades generadoras de sufrimientos, sufrimientos bien reales que impactan implacables en la realidad psíquica.
D. —A mi marido lo deprimen las tareas de la casa, no puede, le hacen mal.
E. —Él piensa que cocinar y limpiar lo tienen que hacer las mujeres, si no es mi mama, yo. Así lo criaron.
¿Es posible todavía soslayar la perspectiva de género como herramienta de deconstrucción? Si la constitución de la subjetividad masculina tuvo como mandato de arranque no ser una mujer, no hacer lo que hacen las mujeres es primordial. Y las mujeres lo que mejor hacen es cuidar y criar. ¿Y por qué? Porque lo llevan en las entrañas, versiones más o menos modernas del instinto maternal (Burin, 2000). Resurgieron en el confinamiento cuestiones respecto de la división sexual del trabajo que creíamos zanjadas. Diferencias que se vuelven desigualdades productoras de sufrimientos (A. M. Fernández, 1993). Pienso en la realidad psíquica como la vivencia subjetiva de la realidad compartida, no hay sujeto sin un otro. Construcción subjetiva pensada desde el atravesamiento social y constitución psíquica como posibilidad de cambio subjetivo. Y hay que jugar, jugarse en algún espacio compartido. Anhelo que cada proceso terapéutico sea un proceso emancipatorio, sin deslizamientos hacia la desmentida, negación del analista, de las condiciones sociohistóricas compartidas productoras de subjetividades, visibilizándolo en lo psíquico como campo de acción.
F. —Te juro. El sábado, limpiando los baños, creí que me iba a poner a llorar. Yo trabajo toda la semana 8 horas frente a la computadora.
Y aquí lo digo en primera persona. La caída de una ficción en la que aquellas que trabajábamos fuera de casa, dejábamos una «madre subrogante» cumpliendo con las que, en definitiva quedaron a la vista, que eran nuestras obligaciones. Las tareas domésticas dejaron en evidencia las desigualdades de la manera más brutal, prácticas de violencias. Masculinidades caídas que se inquietan y se cuestionan en este cotidiano que se devoró, de algún modo, el reinado del mundo público; asimetría de poder de las relaciones de género.
Las formas de padecimientos epocales se inscriben en un mar de fondo social. Últimamente me interpela una hipótesis: ¿el psicoanálisis padece de las formas de exclusión sexual social donde las disidencias son toleradas no integradas? ¿Sostenemos un paradigma único
Psicoanálisis abyecto, procesos terapéuticos virtuales que de repente se convirtieron en los procesos terapéuticos únicos, por fuerza, hegemónicos. Ya nadie pudo señalar y decir «eso no es psicoanálisis» sin verse forzado a dimitir como analista.
¿Qué es entonces un proceso terapéutico psicoanalítico: es su método, su encuadre, su eficacia? El psicoanálisis ¿debe responder en cualquier circunstancia o morir en el intento?
En una entrevista virtual con padres:
G. —Vinimos al negocio porque en casa están los chicxs. Además el wifi no está andando bien—. Un cliente golpea con mucha insistencia la puerta. Finalmente tienen que atenderlo, aunque sea para que deje de golpear. Aguardamos en silencio.
Familias en pandemia, escolaridad en casa, tareas, juegos en red. Parejas en cuarentena. ¿Es posible sostener cierta tensión entre el amor familiar y el deseo, el amor sexual hiato que haga posible algún encuentro? Adolescentes que se apropian de la noche en un intento de recrear un afuera. ¿Espacios virtuales de la intimidad y la exogamia? Procesos identificatorios y reorganización pulsional que buscan nuevos caminos, ¿intersubjetividad construida en red?
H. —No me pueden prohibir la play, no lo entienden, literal. Es lo único que tengo, me quedo afuera de todo.
I. —La tecnología está buenísima, pero la comunicación no la reemplaza, cero, la empeora.
Psicoanálisis y pandemia. La asociación libre que probó su eficacia en el contexto más adverso, esa invitación a decir lo que se le ocurra… lo indecible, lo temido, lo innombrable, lo impiadoso, la sexualidad en todas sus formas. Déjeme ser testigo de su dolor, su vergüenza, su miedo, su amor. Desampararse asimétricamente —si se me permite el término— frente y con un otro cuya única promesa debe ser abstenerse de dañar ante ese acto de desampararse. El encuadre es ético, la promesa ineludible de no entregarse al ejercicio del poder, sino al sostén, escucha, implicación. Albergar, dejarse usar, cuidar, legitimar. Abstenerse de buscar satisfacciones en el vínculo terapéutico.
J llora, largamente. Observo en la pantalla las pequeñas, pero infinitas contracciones que hace el cuerpo. Escucho conmovida los ruidos del sollozo.
—¿Estás ahí? —levantando la vista.
—Sí.
—Creí que se había tildado, estabas muy quieta.
Repentinamente y como en una serie futurista, todos pasamos a interactuar en la virtualidad: los pacientes nos enseñaron a usar la pizarra del Zoom, invitaron sin permiso a quienes quisieron al espacio terapéutico, tuvimos miedo que ese novio, esa madre, ese padre, ese esposo escucharan nuestras interpretaciones. Los seguros tuvieron que salir a aclarar: «Vamos a cubrir los tratamientos virtuales». Los prepagos se negaron a pagar esas sesiones en primera instancia. Muchos pacientes y analistas no tenían dispositivos porque así le llamamos a las compus, celus, tablets. Hubo que adecuarse a ser analistas suficientemente buenos y dispuestos a recrear una modalidad de encuentro nueva, diversa.
Lo alternativo se volvió regla, advino como único posible y de allí el paciente advirtió el miedo, la torpeza, la incapacidad y la vulnerabilidad. Fue testigo del desamparo del analista, ese proceso terapéutico conmovido por la certeza de estar todos en peligro. Todos en el mismo barco, se rompió la ilusión del analista amo y señor de la tierra firme salvaguardados en el consultorio en esas reglas inamovibles, en sufrimientos de 50 minutos. Un otro indolente ¿neutral? capaz de sostener la postura sin revelar la conmoción a la que debiera llevar el dolor desplegado, la injusticia denunciada, la violencia escenificada, desnuda.
K. —Me animé, al final, y tuvimos relaciones virtuales. Me daba vergüenza, pero estuvo bueno. Después nos vimos, me presionaba, está mal, ya sé, pero yo también necesitaba el abrazo, la caricia.
L. —… ya no duermen juntxs. Se aislaron cuando tuvo COVID. Después se quedaron así, no volvieron más a dormir juntxs.
La sexualidad y la pandemia parecen ser excluyentes en la misma frase. Arrebato exitoso del COVID porque el mayor peligro es el encuentro con el cuerpo del otro. Comenzamos a escuchar en las consultas el dolor de extrañar el contacto, el abrazo, la caricia, el calor. Los abuelos aislados se volvieron población de riesgo. Diferentes expertos en cualquier área recomendaban sexting y masturbación junto a cursos on-line de cocina, tapicería, pintura, idiomas y filosofía trascendental. Gurús del fitness y la nutrición. Una oportunidad para hacer aquello para lo que la vida moderna no dejaba tiempo. ¡Las redes!, para quienes pueden. Se inundaron de fotos, videos de TikTok y recetas. Tips, manualidades, secuencias de gym, zumba, desayunos con los chicos en la cama, y actividades indoor de todo tipo. ¿Satisfacciones sustitutivas bien documentadas para asegurar su eficacia? Posteo, luego existo.
Y la vida cotidiana irrumpió, se mezcló, lo devoró todo. El home office, la educación a distancia, los Zoom, Meet, etc. de la escuela de los chicos, los vivos de Insta, los streaming de recitales y obras de teatro. Las cenas con amigxs, con la maravillosa consigna de maquillarse y cambiarse. Las casas se convirtieron en espacios de usos múltiples, hubo que correr muebles, armar escritorios, limpiar, cocinar, lavar y todo 24 x 7. Y ciertos ideales románticos del hogar, con el correr de los días, comenzaron a ceder al malestar, al cansancio, al enojo.
Y el psicoanálisis o los psicoanálisis, los analistas en cuarentena tuvimos que arremangarnos y ponernos las botas o las pantuflas; hubo momentos que no sabíamos dónde pisábamos. Tuvimos miedo, tuvimos fe, tuvimos ganas. Atravesamos incertidumbre, dolor, angustia y, como nunca antes, nos conectamos; todos nos encontramos para pensar, hacer conferencias, conversatorios, encuentros y seminarios virtuales. Nos reencontramos con los países vecinos, con las teorías amigas y las no tan amigas. Con las otras disciplinas, nos zambullimos en el campo de salud. Súbitamente salimos de nuestra quintita porque no hay psicoanálisis sin un otro, no se construye, ni se piensa, ni se teoriza en soledad. Y descubrimos cuánto tiene para decir el psicoanálisis de la pandemia, del padecimiento, del dolor, así como también del amor, del compromiso y la justicia social, de la sexualidad. Si una vez Freud se preguntó ¿Pueden los legos ejercer el análisis? hoy me pregunto: ¿Podemos los analistas ejercer un análisis comprometido, deseoso, diverso, en la ética del semejante, que interpele a las hegemonías, las desigualdades, la crueldad de cara a los desafíos que la actualidad nos demanda?
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