NÚMERO 31 | Mayo 2025

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¡Qué linda la nena! | Susana Bauer

Hace ya un tiempo que algunas de mis amigas se convirtieron en abuelas. A partir de ese momento, las conversaciones viraron del tema “parejas” al tema “nietos”. Y las flamantes abuelas que supieron ser mis amigas empezaron a enviar por Whatsapp fotos y descripciones de cualquier pavada que hicieran los nietos. Dado que estos hábitos se multiplican y se extienden hasta el presente, a mí, particularmente, se me acabaron los adjetivos de mi acervo lingüístico para alabar a los pequeños monstruos. ¿Qué más podría agregar a: qué divino, simpático, lindo, juguetón, inteligente, pícaro, amoroso, si te envían 500 fotos por día? Qué tentación tuve siempre de expresarme con los adjetivos que realmente me despiertan esas criaturas, por ejemplo: qué oscuro, frío, cínico, asqueroso, tonto, antipático, feo, abominable. A veces también me mandan videos que llenan pronto la memoria del teléfono, lo cual me obliga a comprarme un nuevo modelo de móvil que soporte filmaciones de Luli comiendo un helado, Andresito con su enterito nuevo, Lucas tomando la teta a demanda, Paco diciendo papá, Lolita con un caprichito. En los encuentros presenciales, me cuentan anécdotas de los engendros, acompañadas de nuevas fotos. Y algo hay que decir. Para no repetir los adjetivos arriba enumerados, siempre llevo conmigo un diccionario de sinónimos que consulto escapándome al baño. Una vez fui al baño de un bar sin mis lentes. Tuve que solicitar a una señora que estaba lavándose las manos que me leyera algún sinónimo de “primoroso”. La señora no sólo me mojó el diccionario entero sino que me informó que ese término no figuraba en mi libraco. 

Cuando mi sobrina tuvo a su primera hijita y me la mostró apenas nacida, me pareció horrible. Con toda esa cara arrugada y colorada, haciendo movimientos inconexos con los brazos. Encima con ese pelo negro, sin ningún parecido con nuestra familia ni con la del supuesto padre. Y tal como mencioné respecto de los nietos de mis amigas, comencé a recibir en el grupo de Whatsapp familiar las fotos de esta niñita que lleva algo de mi sangre. Pero ni eso pudo conmoverme. Estos gnomos son la peste. Un día mi hermana convertida en abuela me contó que le cambió el pañal a Juanita. Y agregó con orgullo: “Tenía caca hasta el cuello. ¡Y no sabés el olor que tenía!”. ¡Qué rica la nena! En ese mismísimo momento pensé: “Espero que Juanita aprenda a controlar esfínteres pronto, porque si alguna tarde me toca cuidarla y se caga, cagué. 

Llegó el día del niño y quise regalarle un juguete didáctico. Fui a una juguetería y le pregunté al vendedor por un juguete para una nena de dos años. Me mostró un juego de encastre que según él tenía grandes beneficios: estimulaba la psicomotricidad, desarrollaba el reconocimiento y la diferenciación de formas, colores, tamaños, objetos, letras, números, y estimulaba el desarrollo de la atención, la observación, la solución de problemas, la creatividad, la paciencia. Puse los ojos como plato y lancé: “Jodeme que hace todo eso”. ¿No lo venden en pastilla? Me lo comería entero si logro todas esas habilidades”. Se lo compré. ¿Y qué sucedió? Lo primero que hizo Juanita fue meterse las piezas en la boca. Me parece que ella también habría preferido las pastillas.

 Juanita empezó el jardín. De nuevo 800 fotos de Juanita en delantal, saludando a la mamá, dándole un beso a la maestra, mostrando su mochila nueva, con un compañerito que llora. ¡Pobres docentes, tener que soportar a 15 especímenes rompiéndoles la paciencia!

 Un día mi sobrina me invitó a un acto escolar. Cuando nos encontramos en la escuela, me comentó que Juanita no había dormido bien porque tenía que actuar de árbol, y ese papel la ponía muy nerviosa. Una vez terminado el acto me preguntó si me podía dejar un rato a la nena porque tenía que hacer un trámite y su madre, o sea mi hermana, estaba de viaje. Me habría encantado ser yo la que pudiera irse de viaje en lugar de mi hermana. ¿Qué le había pasado? ¿Se había olvidado de que era abuela? No voy a describir el estado en que quedó mi casa luego de que se fuera la niñita. Estaba inspirada para escribir su nombre con marcador en  las paredes de mi casa. Cuando le pedí que no lo hiciera más, me espetó: “¡yo sé cuáles son mis derechos!” Durante las dos horas que duró el martirio tuve que simular sonrisas y festejar a la nena, tal como me había indicado mi sobrina que hiciera para que Juanita no se frustrara. El análisis me está ayudando. Estoy aprendiendo a controlarme. 

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Susana Bauer

Susana Bauer