¿Por qué escribimos? ¿Para qué escribimos? ¿De qué hablamos cuando mencionamos la palabra “escritura”?
Pensamos en lo escrito en un papel, en una piedra, en la arena o donde sea, escritura de signos compartidos por un grupo social-cultural.
No todos los pueblos han tenido escritura; los Incas no la tuvieron pero crearon un sistema de registro contable y dejaron marcas artísticas y arquitectónicas de su presencia. ¿Son formas de escritura? ¿Es solamente la escritura como la conocemos la que podemos legítimamente considerar como tal?
Cuando escribimos nos responsabilizamos de lo escrito reconociendo nuestra autoría, ponemos nuestro nombre como garante de la verdad o la mentira de lo que escribimos.
¿Tiene la palabra escrita, tal vez, un peso distinto del de la palabra expresada en forma oral? Por la permanencia en el tiempo que implica lo escrito pareciera tener al menos la característica de independizarse del escritor como un hijo que llega al mundo y vive su vida más allá de sus genitores.
En la carta 52 a Fliess, Freud considera escritura a la huella que deja lo vivenciado en el psiquismo, marcas de una satisfacción perdida que se busca reencontrar.
Distintas re-transcripciones nutren de cualidades diferentes y singulares lo escriturado.
La escritura está allí donde lo perdido de una satisfacción ya imposible se impone como movimiento deseante en el intento de recuperar algo de lo perdido.
Como psicoanalistas escuchamos eso escriturado a nombre propio, escritura singular, en la sesión de análisis, razón por la que invitamos a la asociación libre del paciente. Escuchamos eso del significante que ha decantado como letra que nos permite la interpretación, escritura que no es ajena a la pulsión en juego ya que nada se escribe en el psiquismo sin investidura.
Es el psicoanálisis el que hace posible que esas escrituras a las que el sujeto ha quedado fijado, que implican una repetición más allá del principio de placer, puedan cederse transferencia abriendo un camino sublimatorio singular: la creación de algo nuevo que anuda pulsión con deseo.
El cuento de Borges “El inmortal” señala de manera poética que solo con el horizonte de la muerte como pérdida radical y definitiva, es que el hombre escribe.
El protagonista del cuento es acompañado en su periplo, buscando la ciudad de los inmortales, por un hombre quien tirado en la arena trazaba torpemente y borraba una hilera de signos y Borges señala:
La muerte (o su alusión) hace preciosos y patéticos a los hombres.
Estos conmueven por su condición de fantasmas; cada acto que
ejecutan puede ser el último; no hay rostro que no esté por desdibujarse
como el rostro de un sueño. Todo entre los mortales tiene el valor de lo
irrecuperable y de lo azaroso. (Borges 2017, pág. 141)
El protagonista ignora que el hombre que lo sigue es uno de los inmortales, y que tal vez por esa razón su intento de escritura en la arena fracasa, la muerte no lo alcanzará, no hay pérdida que la escritura pueda representar.
Cada quien escritura a su manera la satisfacción perdida, satisfacción mortífera si fuera tan plena que alcanzara a Tánatos, pérdida que empuja a una recuperación siempre y cuando se acepte alcanzarla soportando que sea incompleta.
¿Escribimos para comunicar a otros? Es posible, pero seguramente escribimos para nosotros mismos, para poner un borde de palabra a lo insondable de nuestra existencia misma, para hacer borde al ombligo que no es solo el del sueño y por eso mismo leemos lo que otros escribieron, buscando probablemente las palabras que no encontramos.
En 2016 le fue otorgado a Bob Dylan, el Premio Nobel de Literatura “por haber creado nuevas expresiones poéticas dentro de la gran tradición de la canción estadounidense”, tal como se expresa la Real Academia Sueca.
Tan notable premio al poeta y cantante nos revela que la escritura, cuando llega a otros, no es sin efectos notables.
¿Nos sorprende que un músico reciba el premio Nobel de literatura? Es que el lenguaje tiene musicalidad y cadencia como lo comprueban los distintos acentos regionales de un mismo idioma. El poeta canta poniendo borde a lo indecible, igual que el inconsciente que hace poesía con metáforas y metonimias.