NÚMERO 23 | Mayo 2021

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Reflexiones sobre la serie televisiva. «Un lugar para soñar»: el erotismo en adultos mayores | Abel Zanotto

El psicoanalista Abel Zanotto nos acerca algunas reflexiones muy agudas sobre la sexualidad en los adultos mayores a partir del análisis de una selección de producciones cinematográficas y televisivas. Dice: «...en el imaginario social se neutraliza a la mujer mayor deseante con recursos subjetivos que la acercan al erotismo y a la genitalidad mediante versiones “pasteurizadas” y estereotipadas  en las que, metonímicamente, se produce un desplazamiento de la “jubilación laboral”  a la “jubilación existencial”». En este artículo Zanotto describe cómo la sexualidad en personas mayores es una «erótica invisibilizada» por mandatos sociales vinculados a la juventud y belleza.

Hace un par de años, el Área de Niñez y Adolescencia organizó un encuentro de cine debate sobre la película Crónicas sexuales de una familia francesa, una obra de 2012 con escenas de sexo explícito que sorteó los sistemas de censura de algunos países en los que pudo ser exhibida, en cadenas comerciales, y que sucumbió en otros que la desterraron a salas de cine «Triple X».

Las intenciones del Área de Niñez y Adolescencia se orientaron a reflexionar sobre el tema de la sexualidad desplegada en las tres generaciones del relato: los hijos adolescentes, el matrimonio de mediana edad y el abuelo viudo. Una de las escenas iniciales se desarrolla a la noche: la hija mayor ha salido con su pareja, los dos varones están cada uno en su habitación —uno de ellos masturbándose con una película pornográfica en la pantalla de su computadora—, el matrimonio se dedica a juegos eróticos y el abuelo viudo está en su habitación… resolviendo palabras cruzadas. Un corte sincrónico que muestra los acercamientos o postergaciones sexuales simultáneas en una familia burguesa, común y de clase media.

En una escena posterior, el abuelo va a visitar a una prostituta más joven. Él es cliente habitual de una profesional que lo atiende con afecto y no sólo por un rédito económico: esta relación es cálida y empática a tal punto que, cuando en los tramos finales de la película el abuelo fallece, ella concurre al velatorio y entierro y almuerza con la familia que la acepta como alguien que hizo feliz al anciano.

En otras escenas de la visita del abuelo a la prostituta, también se despliega un relato explícito, un relato que rompe el mandato de escenas eróticas o pornográficas desplegadas por cuerpos jóvenes y bellos. El abuelo muestra un cuerpo envejecido, arrugado y frágil, pero sexualmente potente y deseante.

Una disrupción ficcional, pues el mundo del espectáculo, en su amplia concepción, no refleja la erótica del adulto mayor. Es más, como señala la psicoanalista M. Burín (2020: 39), la representación social de las mujeres mayores se estructura alrededor del eje de la salud y de la economía —estar sanas o enfermas y disponer o no de recursos económicos que solventen su independencia o que refuercen la necesidad de la ayuda ajena—, pero con la invisibilización de «la energía libidinal vitalizante que refuerza los vínculos intersubjetivos» [1].

En otras palabras: en el imaginario social se neutraliza a la mujer mayor deseante con recursos subjetivos que la acercan al erotismo y a la genitalidad mediante versiones «pasteurizadas» y estereotipadas en las que, metonímicamente, se produce un desplazamiento de la «jubilación laboral» a la «jubilación existencial».

Así como en tiempos no tan lejanos, se desplegaba la representación social de «madre=mujer» que, al decir de la psicoanalista A. M. Fernández en varios aportes funcionaba como una ecuación, podría pensarse que hoy en día se estaría frente a otra «ecuación simbólica» de la mujer mayor igualada a la excitación psicosexual y a la conversión del gozo libidinal que desplaza al goce marcado por la decrepitud somática y la fragilidad subjetiva.

El varón parece haber escapado —relativamente, debe aclararse— a esta férrea lógica: si bien existen ejemplos de padres flamantes de edad avanzada, un estereotipo social todavía vigente los reduce a la impotencia funcional —una de las escenas de la película francesa intenta desafiar esta mirada, pues se puede observar el pene erecto del anciano— y los habilita, aunque sea despectivamente, a la figura del «viejo verde».

La característica subrayada del filme citado en las líneas iniciales de la nula o escasa visibilidad de personas mayores sexualizadas no tiene demasiados ejemplos en la industria del espectáculo. Pero siempre está la posibilidad vía streaming de encontrar esas «excepciones que confirman la regla».

En la plataforma Netflix está disponible la serie Grace and Frankie que gira alrededor de la amistad forzada y forzosa entre dos mujeres mayores cuyos respectivos maridos —también socios en lo comercial— anuncian a sus respectivas esposas que desean divorciarse… porque ellos han formado una pareja gay. «Existenciarios», bajo la denominación del psicoanálisis de género, que cuestionan, desafían, interpelan e intentan dinamitar las identidades fijas e inmutables del binarismo y de la monogamia expresadas en las realidades de las parejas heterosexuales y “hasta que las muerte los separe”.

Esta serie, Grace and Frankie, plantea las torsiones significantes de la sexualidad del hombre mayor. O la presentificación está como en el personaje del abuelo, en la mencionada Crónicas sexuales… que no se queda relegado, que se resiste a permanecer arrinconado en los ámbitos de la sobrevida, de dejar pasar el tiempo y esperar la muerte. A «esperar la carroza», en pocas palabras. Una condena no escrita, indeleble y latente que, sin embargo, tiene efectos subjetivantes en personas que pueden decir: «¡Qué viejo desubicado!» o que pueden decirse: «¿Y qué querés que yo haga a mi edad?».

Un lugar para soñar

Esta serie también se encuentra actualmente en Netflix. Su nombre original es Virgin River —traducido al español como Un lugar para soñar— y está basada en una novela de la prolífica escritora norteamericana R. Carr, autora con más de veinticinco novelas dedicadas a la amistad, al amor y la familia.

Mel, una joven enfermera profesional, llega a un paradisíaco y minúsculo poblado del norte de California para instalarse y trabajar como asistente del Dr. Mullins, conocido como Doc,  médico setentón del lugar. Mel ha respondido a la convocatoria laboral de Hope, alcaldesa de la pequeña villa, una mujer también de unos setenta años y expareja del médico. Si bien no se han divorciado, viven en un estado de separación física y afectiva que se va modificando a medida que avanza la trama por el redescubrimiento amoroso entre Hope y el médico.

En ese «lugar para soñar» se producen enfrentamientos personales y comunitarios que son algunos de los ejes del argumento y que expresan la actualidad y vigencia de ciertas tensiones psicosociales. Una de ellas es el «choque» entre la cultura urbana y la cultura rural. Mientras que la primera responde a la realidad de la ciudad como centro de poder contemporáneo, la segunda resume tendencias tradicionales y conservadoras que, sin el dramatismo de las películas yanquis sobre la conquista del Lejano Oeste, deben ser ya no arrasadas sino desalojadas.

En la serie, esta cruzada «civilizatoria» no está en manos de militares y empresarios, como en las etapas fundacionales de EE.UU como nación, sino de mujeres jóvenes que abandonan la ciudad voluntaria u obligadamente para radicarse en parajes aislados, en búsqueda de una paz que perdieron por cuestiones traumáticas: el caso de Mel la enfermera joven, o de Lizzie, una adolescente que es enviada por sus padres a la casa de una tía mayor y soltera, que vive en Virgin River, para que la parienta la «encarrile» y transforme sus tendencias antisociales en conductas adaptadas al sistema comunitario.

Hay dos sutiles líneas de enfrentamiento subyacentes a la confrontación espacios urbanos / espacios rurales. Mel, apoyándose en su alta capacitación profesional, desafía el poder masculino y viril del médico quien insiste en confinarla al papel de la secretaria que atiende el escritorio y le sirve café.

Por su parte, la adolescente Lizzie seduce a Rickie, el otro personaje adolescente, tímido, virgen y bonachón. Lizzie representaría el deseo adolescente que no responde, sino que interroga al deseo masculino: en términos de la psicoanalista I. Meler (2019: 9) rompe (o intenta romper) ese «imaginario colectivo (que las reducía o reduce) al lugar de objetos del deseo masculino: novias respetables, esposas monógamas y madres abnegadas” o “mujeres fatales».

A este posicionamiento subjetivo femenino se le yuxtapone otro posicionamiento disruptivo,  pero generacional: al ser mayor de edad, Lizzie puede solicitarle «píldoras anticonceptivas» a Mel. Ella no vacila en proporcionárselas a pesar de los embates de la tía mayor de Lizzie que se ofusca, ofende y amenaza porque ve tambalear su rol de «intermediaria sexual generacional» que, a la usanza de generaciones anteriores, habilitaba o bloqueaba vía institucional el ejercicio juvenil de la sexualidad.

El «trío» de las personas mayores

Retomando la cuestión de la sexualidad en personas mayores, en la serie se pueden ver escenas de encuentros y desencuentros concatenados entre la alcaldesa Hope y el Doc aunque, más que nada, por cuestiones argumentales, prefieren mantenerlo en secreto. Si bien las escenas eróticas quedan principalmente reservadas a los protagonistas, Mel y Jack —un ex soldado de una de las tantas guerras de EE.UU en Medio Oriente que arrastra dolorosos síntomas de un posible estrés postraumático—, la pareja de adultos mayores se muestran juntos en juegos de ternura que los divierten y excitan y en señales secretas y ambiguas de sus lazos íntimos.

Pero entre ellos se interpone el personaje de Muriel, una actriz y presentadora de avisos publicitarios, también mayor y procedente de la ciudad de Los Ángeles. Si bien participa de actividades típicamente femeninas —por ejemplo, ser integrante de un grupo de costura en las que hay una participante que se ufana de servir al marido y prepararle comida rica— también muestra, sin tapujos ante la vista de todas y todos los habitantes del pueblo y de las y los clientes del café de Jack —un lugar que es el centro neurálgico de la trama—, sus deseos y los artilugios para conquistar al médico y disputar esa «codiciada presa» a Hope.

Muriel, y a pesar de sus contradicciones naturalizadas, pues no puede dejar de atraer al Doc —con vestimenta «provocativa» y platos refinados que escapan a la ruda cocina rural y que expresan así dos recursos femeninos legalizados socialmente para «atraer» y «retener» al hombre— encarna a otra mujer mayor que desea romper su soledad y amar a alguien cuando muchas mujeres han entrado en «cuarentena». Y que exhibe ese deseo.

Como señala la psicoanalista A. M. Fernández (2914: 16): «En lo que a las mujeres respecta, pueden mencionarse aquellas transformaciones que se orientan a un narcisismo de ‘ser para otros’ a un ser para sí mismas; de la pasividad a la actividad en la esfera del erotismo, de un código privado a un código público en su circulación y los espacios públicos».

Y en términos de la activista M. del M. Ramón quien en un reportaje de la revista Anfibia señaló: «A las mujeres nos enseñaron que para entablar relaciones ocultáramos nuestro deseo, lo anuláramos y gestionáramos el deseo del otro como si los varones fueran los únicos sujetos de deseo». Una torsión simbólica y fáctica del lugar de «objeto» al lugar de «sujeto» en las situaciones femeninas, y una torsión simbólica y fáctica del lugar de la «inacción» al lugar de la «acción» en adultos mayores.

En definitiva, la serie Un lugar para soñar intenta, en un estilo narrativo sereno y sin mayores altibajos, desplegar estas realidades subjetivas no sólo en adolescentes y mujeres jóvenes, sino también en mujeres y hombres mayores, y develar y revelar una erótica invisibilizada en edades avanzadas por los mandatos epocales de la idealización de la belleza y la juventud.

Notas al pie

[1] La novela Prohibido morir aquí, de la escritora inglesa E. Taylor, puede considerarse un relato también infrecuente, pues se trata de la historia ficcional de una mujer mayor, viuda y con una hija a la que ve muy de tanto en tanto, que va a vivir a un hotel londinense que es una antesala, un “espacio transicional” entre el hogar y el instituto geriátrico, pues los huéspedes son todos autoválidos. La trama gira alrededor del amor cálido e impetuoso, contenido y silencioso, ardiente y sofocado de la Sra. Palfrey hacia Ludo, un joven escritor que la rescata de un accidente callejero. Publicada en 2018, fue un suceso internacional también en la Argentina: entre nosotros, integró la lista de los best sellers durante varias semanas.

Bibliografía

Badal Pijoan M (2018) “Escenarios periféricos. Relaciones culturales entre el campo y la ciudad” en www.campoderelampagos.org. Visitado el 14/02/2021.

Burín M (2020). “Reflexiones feministas en torno a las mujeres mayores”. En Página 12. Suplemento “Psicología”. Edición del 12/11/20.

Fernández A M (2014). Capítulo l: “Los pactos del amor”. En La mujer de la ilusión. Pactos y contratos entre hombres y mujeres. Paidós. Bs. As.

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Abel Zanotto

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