“Pero como se sabe, sólo la muerte es gratis”
Freud, S. (1940 [1938])
El 23 de septiembre de 1939, a los 83 años, falleció Freud luego de batallar con una larga y penosa enfermedad. Llegó a su final con extraordinaria lucidez, luego de que su médico personal, Max Schur, llevara adelante el acuerdo pactado entre ambos: ayudarlo a terminar su vida cuando llegara el momento de lo inevitable. Hasta poco antes del fin siguió produciendo y escribiendo sobre teoría psicoanalítica. En un artículo inconcluso de 1938, “La escisión del yo en el proceso defensivo”, publicado en forma póstuma, escribió la frase del epígrafe. Con la muerte rondando su vida, Freud ponía palabras junto a la teoría. Allí expresaba el costo psíquico de las defensas, cuando una realidad penosa entra en conflicto con lo pulsional: “hay una desgarradura en el yo que nunca se reparará, sino que se hará más grande con el tiempo”. Observación que lo llevó a una nueva conclusión: que no es obvia la síntesis yoica, “…que en esto andamos errados” ¹ reflexionaba en su ancianidad creativa.
A los 82 años, con más de 40 años de producción teórica, aún revisaba y corregía sus ideas.
Para ejemplificar esa desgarradura del yo, trajo el caso de un varoncito que desmentía la realidad de aquello que le representaba una amenaza de castración. Ante el temor de perder su “falo”, respondía con angustia y una producción sintomática: lo tiene y no lo tiene, conviviendo dos posturas contrapuestas e independientes entre sí. Escisión del yo similar a la actitud humana hacia la muerte: se sabe que está, pero se la excluye del curso vital. Es que no hay segunda oportunidad, por eso se rebaja la muerte de necesidad a contingencia².
Más adelante, Freud tomó como paradigma de amenaza de castración la figura cruel de Cronos, el Dios del tiempo engullendo a sus hijos. El tiempo que avanza, la longevidad, obliga a tomar una posición. Con un trabajo de duelo, con una mayor o menor creatividad, ante los signos corporales y psíquicos que avisan de la inexorable realidad mortal.
Esta posición en Freud se puede rescatar en un reportaje a sus 70 años, donde expresa su modo de abordar su propia vejez. Dice al periodista George S. Viereck en 1926: “Aun así prefiero la existencia a la extinción. Tal vez los dioses sean gentiles con nosotros, tornándonos la vida más desagradable a medida que envejecemos. Por fin, la muerte nos parece menos intolerable que los fardos que cargamos.”³
Como si las cargas penosas de la ancianidad vinieran a cumplir una función, una suerte de gracia divina que prepara para aceptar con decoro el inevitable futuro mortal. Es que la pérdida de la lozanía juvenil y el deterioro del cuerpo va produciendo heridas narcisistas, mensajeras de la muerte, que pueden convocar a lo siniestro, lo Unheimlich⁴, haciendo presente lo que debe quedar oculto. Mientras tanto, en el camino, los duelos que hacen posible alguna cuota de creatividad son los recursos que resisten a la gula de Cronos.
Sobre el psicoanálisis y la adultez madura
Convocado a pensar sobre la “longevidad creativa”, me pregunté cómo articular esas dos vertientes desde el psicoanálisis.
En cuanto a la “longevidad”, como medida temporal de la ancianidad, así como expresa un recorrido vital, también anticipa con las marcas del tiempo la finitud de la vida. ¿Qué noción de vejez maneja el psicoanálisis, cómo opera en la clínica y la dirección de la cura?
Respecto de la “creatividad”, me pregunto cómo la teoriza el psicoanálisis y qué lugar ocupa en ese tiempo vital que va anunciando que la muerte no es una simple eventualidad.
Freud tenía sus reparos con relación a la eficacia del análisis en personas de edad avanzada. En 1898, en los albores de su teoría, planteaba que la edad era una limitante para el éxito analítico, pues en “personas demasiado ancianas, les demandaría un tiempo excesivo en proporción al material acumulado, de suerte que la terminación de la cura caería en un período de la vida en que la salud nerviosa ya deja de tener valor” ⁵.
En dos textos posteriores reforzó la idea sobre los límites de la edad para el análisis.
En 1904 considera desfavorable que “la edad del paciente ronde el quinto decenio, pues en tal caso ya no es posible dominar la masa del material psíquico, el tiempo requerido para la curación se torna demasiado largo, y la capacidad de deshacer procesos psíquicos empieza a desfallecer” ⁶. Apenas un año después insistió en señalar ese límite, argumentando que “las personas próximas a los cincuenta años suelen carecer de la plasticidad de los procesos anímicos, con la cual cuenta la terapia -los viejos no ya educables-” ⁷.
Interesante reflexión de Freud a sus 48 años de edad, siendo ese un momento vital de gran creatividad y productividad profesional, así como de reconocimiento social.
¿Cuánto del contexto socio-histórico se inmiscuye en esa posición freudiana?
Considero que cada época construye su propio modelo de vejez, determinando modos de subjetivarla. Se envejece dentro de un contexto, el cual organiza sistemas de valores que instituyen los elementos que arman sentidos sobre el envejecimiento.
El analista no es ajeno a estos condicionantes culturales. Por eso importa tenerlos en cuenta.
Los fragmentos freudianos que toman la edad como límite, ubican esa variable como un indicador de analizabilidad. Postura que corre el riesgo de dejar de lado herramientas fundamentales del psicoanálisis en su apuesta terapéutica: la indestructibilidad del deseo y la atemporalidad de lo inconsciente⁸. Los síntomas, los sueños, la transferencia, como cualquier producción del inconsciente llevan las marcas de la vida cotidiana, con las modalidades etarias y de época que transporte cada analizante. La praxis del análisis es una apuesta al deseo, sin garantías, en pos de atravesar la experiencia del inconsciente.
También será cuestión del deseo del analista, el estar advertido de sus prejuicios ante la longevidad y de su posición ante la muerte. Si el analista rechaza la vejez o la considera inanalizable, reflejará esa posición en el juego transferencial, como resistencia al análisis.
Sobre la creatividad como recurso del análisis
El apremio de la vida⁹, desde los inicios de la constitución psíquica, exige al aparato psíquico un proceso creativo. En su afán de verse libre de estímulos, bajo el dominio del principio de placer, se inscriben y crean las vivencias de satisfacción y dolor, con nuevas vías que ligan representaciones con sus afectos correspondientes. Que la presencia del objeto de satisfacción es indispensable para la vida, no hay duda, pero hay que crear un mundo exterior, diferente del mundo interno, para poder cualificarlo y así acceder a él.
Este proceso de creación se produce en el intercambio entre el niño desvalido y el Otro, a través del lenguaje y la cultura. El lenguaje que nombra y el juego presencia-ausencia del objeto, habilitan un trabajo de inscripción, tanto del mundo subjetivo como del exterior. Así la presencia-ausencia del pecho lo creará como tal y la presencia-ausencia de la madre le dará existencia¹⁰. Camino que va creando un mundo donde vivir, con las características propias de ese singular intercambio y la sexualidad como legado del deseo. En el proceso creativo es importante la experiencia de la “falta de objeto”. Operador imprescindible para la construcción de la subjetividad y el mundo de los objetos, con sustitutos reencontrados¹¹ y resignificados de los objetos perdidos. Y así se va armando una vida.
“Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte”¹², escribe Freud al final del texto “Nuestra actitud hacia la muerte”. A tono con esta propuesta: “Pinto flores para que así no se mueran”, reza un hermoso cuadro de Frida Kahlo.
Un breve relato clínico: R. tiene casi ochenta años. Está en análisis hace varios años. Creo que ambos perdimos la cuenta. Desde el inicio se presentó como escritora. Tiene libros escritos. Vive sola, con una historia de buenos momentos y de los otros también.
Hace poco su hijo llamó para avisarme que estaba internada por una neumonía. Cuando volvió del alta contó que le habían diagnosticado un enfisema severo. Se angustió y se asustó por el porvenir. Le costaba hablar, entonces le propuse que escribiera. No es la primera vez. La escritura es un recurso que puede aportar al análisis, otra forma de poner en palabras, de simbolizar, de representar la ausencia y promover alguna creación que procese la pérdida. El lenguaje, a través de las representaciones palabras, enlazadas con la fuerza del deseo, puede crear realidades nuevas donde no había. Puede transformar la realidad.
A la sesión siguiente leyó un escrito, una narración en tercera persona, como si esa distancia le permitiera relatar un encuentro con lo impensable. Transcribo un fragmento del texto:
“Ella había estado internada por una neumonía. Pero prefería olvidarlo. Lo que se olvida no sucedió, se decía. Le mandaron a hacer varios estudios; se preguntaba para qué. Al fin la vida era tan perfecta que tenía fecha de caducidad. Como un juego en el que Dios o el universo le dijeron a Adán y Eva -Has llegado al árbol de la sabiduría. Ahora, arréglatelas tú mismo; la finitud de tu vida ya no está en mis manos. Te suelto-
Envejecer es también un proceso subjetivo. Por eso la vejez, y su relación con la vida y la muerte, da cuenta del vínculo que cada cual entabla con su realidad singular y social: de cómo tramita los duelos que exige la injuria narcisista del deterioro corporal, así como las desinvestiduras propias del proceso de envejecimiento. La respuesta, aunque es singular, se encuadra con mayor o menor apego con el marco social que la contiene.
A diferencia de la posición melancólica, donde el sentido de la vida se diluye por su finitud, como Freud describe al “poeta pesimista” que no disfrutaba la belleza por su carácter transitorio, el psicoanalista exclama: “El valor de la transitoriedad es el de la escasez del tiempo. La restricción en la posibilidad de goce lo torna más apreciable (…) A la hermosura del cuerpo y del rostro humanos la vemos desaparecer para siempre de nuestra propia vida, pero esa brevedad agrega a sus encantos uno nuevo”¹³.
Sin embargo, estos argumentos sólo valen si hay un proceso de duelo que habilita la creatividad. Pero la libido, que es viscosa, se aferra a los objetos conquistados y resiste sustituirlos. Por eso duelen las separaciones y las pérdidas. Porque para resolver el duelo hay que sustituir creando nuevos objetos, no es que están ahí esperando su turno. Exige un trabajo creativo. Como hizo el nieto de Freud que, a fuerza de repetir con un carretel y dos palabras, Fort y Da¹⁴, logró a duras penas sustituir la ausencia de su madre. Como hace el humorista que con la creación del humor logra resistir y sobreponerse a las afrentas de una realidad adversa¹⁵. Como hace Frida Kahlo quien pinta flores para soportar la muerte de sus flores marchitas. Como hizo Freud, con su tiempo de creatividad teórica hasta el último suspiro, en el medio de la guerra, la muerte y el exilio de su amada Viena.