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Para saber sobre mi madre usted deberá llegar al final del artículo, no sin antes atravesar algunas ideas acerca del lugar actual de las redes sociales, las apps, las plataformas, y su relación con el receptor de sus mensajes. Tanto en nuestras instituciones como en el seno de la familia y las relaciones interpersonales.  Así como también el modo en que el psicoanálisis y las subjetividades actuales se las ven con ellas.
El número actual de la revista nos invita a reflexionar sobre la escritura y la transmisión de los mensajes. Está claro que la escritura es una de las formas de la transmisión y que, si bien continúa siendo para el psicoanálisis su herramienta más querida, asistimos en la actualidad a una diversidad de formatos y medios nunca antes imaginada. Podríamos decir que ya no es la escritura la modalidad única ni dominante, sino que la imagen y el sonido se complementan para conformar una experiencia sensorial más poderosa.
Desde hace seis años formo parte de la Secretaría del CIP de la Escuela (AEAPG), siglas que significan Centro de Información en Psicoanálisis. Este se ocupa, entre otras tareas, de las redes sociales de la asociación. Contamos con Instagram, Facebook, canal de YouTube, sitio web, WhatsApp institucional y también Zoom, plataforma mediante la cual se realizan mesas científicas de divulgación en modalidad híbrida, que luego se suben a nuestro canal de YouTube.
Los desafíos que hemos enfrentado en la transmisión han sido por un lado el quehacer de nuestra Asociación, actividades, carreras, etc., y la producción de contenido orgánico, como efemérides, desarrollo de algún concepto, que tiene como fin generar valor con el objetivo de crear una comunidad digital.
¿Por qué hablamos entonces del desafío que representa la transmisión?
Por un lado, en lo que se refiere a la escritura, podríamos aludir a los artículos y trabajos científicos, sobre los que aún existe cierto consenso y normas que delimitan su realización. Pero también es cierto que se genera muchísimo contenido para redes, y esto supone tener en cuenta las formas en la que las redes soportan la transmisión escrita, donde contamos con segundos para captar con nuestros posteos el interés de quienes nos siguen y transmitir lo más relevante de lo que publicamos, o bien con apenas minutos para atraer al lector o visitante y sostener su interés en la lectura o el video.
Tan relevante es esto que cada plataforma y red social nos ofrecen métricas cada vez más detalladas y precisas sobre cuáles publicaciones funcionaron mejor, es decir, cuáles se vieron más, se compartieron, generaron consultas, llegaron a nuestros seguidores o a nuevas cuentas, así como las características de quienes interactúan con ellas: edades, sexos, barrios, ciudades, países, etc. A su vez, esto permite pautar -invertir dinero- para alcanzar a más personas o cuentas.
Desde esta perspectiva, el lector y la escritura adquieren nuevas dimensiones: mensajes más cortos, otros formatos de frases, palabras clave que reúnen el sentido del mensaje de la forma más precisa y atractiva posible. Se vuelve imprescindible precisar muy bien a quién nos dirigimos, quién es nuestro público. Y, por ende, diseñar cada mensaje en su totalidad pensando en impactar y retener la atención de nuestros consumidores.
Si tuviera que ubicar una de las nuevas formas en las que la transmisión se vio afectada, diría que está vinculada a la centralidad que tomó el lector: el mensaje y la escritura se ven mucho más condicionados por el perfil de quien recibe el mensaje que por el deseo de quien lo escribe o produce. Y por ende las formas de presentarlo están muchas veces por sobre el contenido.
Es inédito el deslizamiento que ocurre desde las ideas que alguna vez guiaron el deseo y la intención de transmitir hacia la predominancia que el lector imprime actualmente al mensaje desde su gestación con el objetivo de impactar y retener la atención y al consumidor mismo. En el psicoanálisis esto supone una dificultad aún mayor. Por un lado, por la pérdida de rigurosidad que podría implicar -posiblemente de la misma manera que afecta a otras áreas científicas o del conocimiento-. Pero también porque la divulgación, en mi experiencia, ha sido un obstáculo, o tal vez un equívoco, donde se confunde rigurosidad con complejidad, condenando al psicoanálisis muchas veces a la soledad de los eruditos; a la dificultad de compartir los conceptos que lo vuelven una manera de entender y alojar al sujeto y su sufrimiento. Lo enigmático ha sido muchas veces un refugio de la transmisión, que dificulta lo interdisciplinario, el desarrollo en otras áreas de la salud, la educación, el ámbito laboral y jurídico, incluso dentro de los profesionales de la salud, con todo lo que el término salud implica.
La aparición de este nuevo actor nos interpela en todos los niveles. Unificando en este concepto, las nuevas tecnologías que habitan el campo de la transmisión y salvando a efectos prácticos, las diferencias que tienen. Porque habita tanto lo público como lo privado, incluso ha redefinido el paradigma que hasta hace no tanto tiempo considerábamos que separaba ambos términos.
Paula Sibilia en su libro La intimidad como espectáculo desarrolla el concepto de extimidad y cómo la intimidad es exhibida a través de las pantallas y redes sociales. Desdibujando el límite entre lo íntimo y lo público donde el sujeto se convierte en su propio “productor de contenido”. Incluso aún no existía TikTok cuando escribía este libro (2008) consolidando esta plataforma aún más la idea de un sujeto como contenido en sí mismo.
El salto cualitativo más relevante es el algoritmo, desarrollo por el cual a través de procesos informáticos se van considerando las interacciones, tiempo de permanencia, el grado de relevancia, características demográficas, preferencias etc., que van generando una interacción más bien repetitiva orientada a satisfacer, mostrar más de lo mismo, que replica contenidos de aquello que el algoritmo interpreta que el usuario desea ver. Pero además sesgados por la intervención -marketing mediante-, de lo que se busca vender, instalar, consolidar. El concepto de “engagement” se refiere a maximizar la interacción, el tiempo de permanencia, creando implicación a través de “me gusta, compartir, comentar”. No es lo novedoso, lo crítico, lo creativo, sino lo repetitivo, lo adictivo lo que asegura el éxito y comanda la efectividad del algoritmo.
Por tanto, me pregunto: ¿Qué entendemos por transmitir?, ¿enlazar subjetivamente al otro con mis palabras?, ¿generar algún vínculo que nos atraviese?, ¿abrir a nuevos sentidos?, ¿enseñar conceptos acabados?, ¿buscar atención y visibilidad?, ¿atraer y retener un potencial público?, ¿crear la ilusión de pertenencia? ¿sostener la satisfacción inmediata del consumidor?
Nunca como hoy en la historia de la humanidad hemos desarrollado la posibilidad de transmitir al mundo nuestras ideas y producciones, más allá de fronteras, idiomas, religiones, etnias y husos horarios. Este salto extraordinario ha democratizado en gran medida el acceso a la información, pero, sin embargo, no ha superado las desigualdades, la soledad, el dolor o la indiferencia. Porque las redes, la IA, las apps no son más que instrumentos: la información sola no es transmisión. Esto nos enfrenta nuevamente al desafío de la repetición en su sentido más tanático pero también como posibilidad de instaurar allí la creatividad, el pensamiento crítico. La posibilidad de hacer lazos con otrxs. Es realmente allí donde el psicoanálisis desde su transmisión y desde el campo de la salud encuentra su actualización y se presenta como una herramienta valiosa ante los padecimientos contemporáneos.
Las respuestas de la IA no son aprendizajes, así como la foto de un plato de comida no es su sabor, su textura, ni la experiencia de comerlo. Y, fundamentalmente, no alimenta. La experiencia retoma su potencia y nos desafía frente a una industria que captura y moldea el deseo. La producción de datos, los tutoriales para hacer casi todo, las frases reveladoras, la “terapia” con el chat de IA. Las cuentas que hablan del hambre, la guerra y la muerte, y también de vida saludable, détox y terapias alternativas, no son vínculos. No saben quién soy, pero se nutren de cada interacción del sujeto, recreando una alteridad engañosa. Suponen, en cambio, un sujeto de la voluntad, del dominio, de la individualidad, soberano de sí mismo, puesto a elegir libremente sin conflicto inconsciente. “Sé feliz, come sano, controla tu cortisol, ejercítate, olvídate de los vínculos tóxicos, cinco pasos para dejar de procrastinar… cumple tus sueños”. No son solo promesas de éxito y bienestar, son imperativos y además son promesas de reconocimiento, pertenencia: una suerte de algoritmo del amor.
Pero ¿por qué resulta tan efectivo? ¿Por qué se mete en nuestras casas, escuelas, instituciones, familias, grupos? Quienes, y cómo hemos creado este mundo del consumo como amo, de la inmediatez y diría de las certezas que comandan la vida de gran parte de la humanidad.
¿Somos adultos sin implicancia con el mundo que hemos producido?, ¿miramos críticamente, como si no fuéramos responsables? ¿hemos perdido la capacidad de enseñar, de transmitir en la vida cotidiana a los niñxs y adolescentes cómo resolver los problemas y obstáculos que se encuentran, pero también los quehaceres y tareas diarias?
Hemos delegado parte de nuestras funciones en la tecnología y más aún, nosotros mismos estamos capturados en ellas. Tal vez confundidos porque niñxs y adolescentes tienen acceso a muchísima información que, sin acompañamiento, son solo datos mercantilizados, desarticulados, que no constituyen necesariamente un aprendizaje. Este consumo solitario, individual, muchas veces alienante, donde no hay un otrx disponible, Y es esa disposición que requiere la transmisión a las nuevas generaciones, que comienza en el hogar, la que hoy se encuentra en crisis. Cocinar y comer, resolver tareas domésticas, afrontar pequeñas dificultades, primeros y continuos aprendizajes que implican aceptar que el niñx o el adolescente no sepa, no se le ocurra o se equivoque. Y que el adulto debe sostener, no tolerando sino acompañando, repitiendo, enseñando.
El psicoanálisis nos ha enseñado que no hay sujeto sin un otro capaz de libidinizar, cuidar, sostener, albergar. Hablarnos, escucharnos, mirarnos, olernos, sentirnos. Como cuando mi mamá me enseñó, con su mano sobre la mía, a revolver el postre Royal en forma de ochos para que no se quemara ni salpicara. Lento, con un ritmo que acompañaba mi mano. Suave, firme, cálido. Y que se quedó en mí hasta hoy, cuando, escribiendo estas inquietudes y reflexión, lo recuerdo.


