NÚMERO 8 | Marzo, 2013

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Cultura y Psicoanálisis

Una lectura posible de la obra “Casi Normales” | Cynthia Tombeur

Casi Normales es una obra que algunos amigos y también un paciente, me habían hablado e insistido para que vea y les dé mi opinión. Asistí a una función y si bien conocía a grandes rasgos la temática, mi sorpresa fue tremendamente grande con todo lo que vi y escuché, desde la puesta en escena de un tema tan difícil como es la muerte de un hijo, sin caer en golpes bajos, a como se ha podido representar una alucinación, tan vívida en un escenario. La música y sus letras increíbles, lástima que tan solo las pude escuchar una sola vez, la inclusión del humor en toda la obra, la escenografía, las luces y la calidad de los intérpretes. Todo eso me impactó y me dieron ganas de no solo entrevistar al Director sino también de escribir unas líneas y trasmitirles una lectura psicoanalítica posible de lo que muestra la obra.

En líneas generales, la obra trata de una familia que ha tenido dos hijos, un hijo que muere al año y una hija que nace posteriormente. Este suceso, esta muerte, condiciona y marca todo lo que vivencian los personajes.

Antes de contarles las cosas que se me ocurrían mientras veía la obra, es importante trasmitirles algunas ideas psicoanalíticas respecto a la muerte, al duelo, a la femineidad y la maternidad.

La muerte es algo para el ser humano, incomprensible, injusto, y produce un dolor intenso distinto a cualquier otro, la vida propia parece irse con la muerte de la persona querida. El mundo se torna oscuro y nada de lo que nos pasa tiene valor, nada puede explicar lo sucedido, no hay palabras que alcancen a cubrir el vacío que queda. No todos los duelos son iguales. Es diferente en cada persona y cada pérdida.

Cualquier duelo que se detenga en cualquier punto de su desarrollo se constituye como un duelo patológico. En el comienzo de este proceso hay vivencias confusas como la presencia de culpa, impotencia, resentimiento. Muchas veces el silencio, la incomunicación, la hostilidad o los reproches se instalan, causando un mayor dolor y tristeza.

Cuando uno pierde a un ser querido por lo general se lo simboliza con un nombre, a saber: viuda/o cuando se pierde un/a esposo/a, huérfano cuando se pierde a los padres…. Pero cuando se pierde un hijo/a no hay ninguna palabra que lo pueda nombrar, es algo que conlleva un enorme sufrimiento. Esa falta de nominación se relaciona con lo prohibido, lo sagrado, lo impensable. La magia que conlleva la palabra, frente a este suceso, se transforma en lo que no se puede nombrar, como si de esta forma evitáramos que suceda.

Pensamos que concebimos nuestro fin, aunque nuestro inconciente nos declare inmortales.

Hay una frase conocida de Freud que dice: “Si quieres soportar la vida, prepárate para la muerte”… ¿Es posible prepararse para la muerte? Y sobre todo ¿para la muerte de un hijo?

La muerte y la sexualidad son temas que angustian al ser humano y son pilares básicos que estructuran el psiquismo y también pueden desestructurarlo. Cuanto más vulnerable se siente el Yo, más defiende las fantasías de inmortalidad, que lo protegen del dolor frente a la pérdida de los seres queridos.

Cuando uno crea, pinta, canta, baila, estudia, trabaja, sublima energía o libido sexual, es decir, pone algo entre la muerte y uno. Poder proyectar y llevar a cabo nuestros deseos nos permite satisfacer nuestro narcisismo, fortalecerlo y alejarnos de la muerte; que nos enfrenta al vacío, a la pérdida, al empobrecimiento del Yo, por ejemplo cuando un individuo no tiene proyectos, ni interés en nada que lo conecte con la vida, decimos que tiene una depresión. Toda actividad humana es un modo de negar la muerte.

Desde el psicoanálisis el deseo de hijo es producto de la elaboración de un deseo inconciente, es particular en cada persona. Surge en la infancia y se gesta en la niña, desde la identificación materna; “ser madre” como su madre. Por otra parte, la maternidad está asentada en el ideal del yo femenino. Tener un hijo en una mujer, confirma su femineidad, en el hombre constituye su potencia y virilidad, y proporciona en ambos algo de perpetuidad de uno mismo, en la herencia.

Cuando esto se ve trastocado o alterado, como es la muerte de un hijo, algo antinatural, pueden generarse diversas situaciones. Una de las cosas que se puede observar en la obra, es el pacto de silencio que hay en esta familia. Diana (madre) y Dan (padre) tienen un pacto de silencio. Dan trata por todos los medios de hacer como si nada pasara, pero Diana frente a lo silenciado, sigue desarrollando en su psiquismo, en forma alucinatoria a este hijo. Le da vida en su interior a algo que no puede inscribir interiormente, que no acepta, y lo hace de una forma particular: aquello que no puede inscribir, retorna desde afuera en la alucinación. El síntoma le da supervivencia al pasado, haciéndolo presente.

Esta muerte no procesada ni elaborada, tiene un efecto de vampirismo sobre el psiquismo, pero no solamente en ella sino también en los integrantes de la familia, de distinta forma. Si se acepta que lo que se ha perdido es insustituible, solo así, se podrá investir nuevos objetos, se podrá conectar más con la vida

Hay en ella una lucha interna entre lo que tiene, un marido y una hija a la cual no registra, y lo que ha perdido, su primer hijo, un varón, Gabriel. Una persona que se somete a distintos tratamientos, hasta al electro shock pero que ni aún así puede olvidarlo, ni extirparlo de su mente. Solo a partir de exigirle a su marido que le diga el nombre que tenía este hijo y qué había sucedido, recién ahí, en esa escena, es donde rompe con el pacto de silencio, y comienza a simbolizar, empieza a “sanar”, a elaborar o proseguir con el trabajo de duelar, a conectarse con su vida, y a tomar decisiones por sí misma. Paso seguido la obra nos muestra como su marido que parecía “normal” se derrumba, se desploma todo lo que ha edificado durante años, y cae en un llanto y dolor intenso (es una escena desgarradora). En el encuentro con el psiquiatra de Diana se ve la necesidad de que comience él con un tratamiento. A partir de aquí Diana puede reencontrarse con su hija y armar un vínculo. Esta hija invisible que luchaba todo el tiempo para entender qué le pasaba a su madre, que luchaba por lograr hacerse de un lugar en la vida de ella y nada alcanzaba para llamar su atención. Hija que llegó a tomar pastillas como su madre (identificación) como un intento fallido, podríamos pensar, de hacerse un lugar, de hacerse presente aunque sea a través de la muerte, como su hermano. Con un novio que divierte y agrega algo de humor a la obra y que nos permite sortear la angustia que genera esta adolescente perdida y con la necesidad de contar con padres que la cuiden y contengan, alguien que a pesar de tener padres, está huérfana. Este padre que siempre muestra preocupación por su madre sin poder auxiliarla, sin poner su atención en esta hija.

La obra también cuestiona los tratamientos médicos, psiquiátricos, que no tienen buenos resultados, ni la medicación, ni el electro shock pueden con el dolor psíquico, Diana comienza a mejorar cuando le pone palabras a lo que duele, cuando lo simboliza, porque de esta forma inscribe, alcanza un lugar psíquico. Hasta ese entonces lo que no se inscribe retorna en forma alucinatoria y no hay droga que cure los dolores del alma, solo los anestesia un ratito.

Acerca del autor

CYNTHIA TOMBEUR

Cynthia Tombeur

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