Cuando a veces escucho a algún colega decir que Freud contribuyó con el psicoanálisis al sostenimiento del patriarcado, que el psicoanálisis es patriarcal, pienso que no lo ha leído o no lo ha comprendido en su complejidad. No captó la esencia de la cosa.
Desde ya que es menester que el psicoanálisis sea revisado desde una perspectiva de género, sin lugar a dudas y, por cierto, esto hoy ocurre. Seguramente evolucionemos a un psicoanálisis revisitado más inclusivo —¿tal vez?—, de hecho, para mí, el psicoanálisis es fundamentalmente inclusivo.
Sin pretender defender lo indefendible y al modo de un ejercicio de elaboración y reflexión, en este caso intentaré expresar de qué manera, en sus albores, en lo fundante mismo del psicoanálisis como técnica, se encuentra el germen de la igualdad, podemos decir del sujeto del inconsciente, de un ser hablante. Para tal fin tomaré algunas ideas y aspectos del historial clínico de Freud de Elisabeth von R. y luego lo pondré en perspectiva con alguna viñeta clínica propia para establecer la vigencia de la técnica psicoanalítica de hace más de 120 años.
Elisabeth von R
Sin entrar en los detalles del historial de Elisabeth para no aburrir, me interesa destacar los tres momentos del análisis, simplemente haciendo referencia que el primero es el de la hipnosis como técnica y frente al fracaso, la técnica del apremio (la de ejercer el artificio de la presión sobre la cabeza). A partir de ahí, se inaugura el segundo periodo del tratamiento en el que Freud le pide a Elisabeth que diga qué pensamientos surgían al evocar la primera emergencia de dolores en la pierna. «Lo puse en práctica exhortando a la enferma a comunicarme puntualmente todo cuanto en el momento de la presión emergiera ante su visión interior o pasara por su recuerdo» (1895, p.160). En este punto del tratamiento, Freud percibe que, mientras su paciente iba haciendo estas asociaciones, despertando recuerdos, el dolor se incrementaba hasta alcanzar un pico y disminuía al decir lo esencial y decisivo. Se da cuenta entonces que si los dolores continuaban era porque había algo todavía no dicho. Es así como empieza a utilizar este método como brújula del tratamiento (1895, p.163). En este segundo periodo del análisis, se perciben mejoras significativas tanto en lo somático como en lo psíquico; sin embargo, aunque ya no frecuentes, cuando los dolores volvían tenían la misma intensidad que al principio. Freud se da cuenta que algo faltaba, pues aún no sabía con exactitud en qué momento y a través de qué mecanismo habían nacido los dolores.
El tercer periodo del tratamiento, el esclarecimiento decisivo, se instala a partir de un acontecimiento particular: la aparición del cuñado durante el tratamiento (1895, p.165). Cuando nota esa presencia, Elisabeth interrumpe la sesión, se levanta y Freud observa que comienza a caminar nuevamente con dificultad. Este hecho confirmaría lo ya sospechado, la existencia de un nexo con la figura del cuñado. A la sesión siguiente, Freud le comunica a su paciente lo que había advertido: ella, sin quererlo, se había enamorado de su cuñado y, seguramente, en el lecho de muerte de su hermana, había tenido un pensamiento fugaz de que él era libre y que ella podría convertirse en su esposa. Luego viene la abreacción final para sanar emocionalmente y da por finalizado el análisis.
Los tres momentos del análisis de Elisabeth von R. son fundantes de la técnica psicoanalítica y, a mi entender, marcan el espíritu freudiano de escuchar al paciente. Se llega a la asociación libre y, por ende, a la atención flotante luego de transitar la hipnosis, el apremio, el interrogatorio y la abreacción. Para mí, entender esto, la secuencia, el proceso, lo que iba ocurriendo con Elisabeth y su análisis al irse modificando la técnica fue muy revelador. Sumamente clínico y exploratorio.
Camila
Camila es una paciente de 42 años con la que venimos trabajando hace un año y medio. Al momento de la consulta, refiere que es gerente de una importante multinacional. Vive sola y no está en pareja. En el curso de este año y medio, ella decide volver a su Córdoba natal y, en su mejor momento, deja el puesto en la empresa. Renuncia y se instala en su pueblo para estar cerca de la familia. Se asocia con una amiga y continúa trabajando de manera independiente, ahora dueña de su empresa. Su padre falleció cuando ella ya vivía en Capital, a sus 22 años, y decidió no ir al velorio ni al entierro.
Hace tres años, por pedido de la pareja de entonces, se realiza un aborto. Cabe destacar que, en ese momento, estaba en un proceso terapéutico con otro profesional. Al día siguiente de su sesión semanal, Camila se entera del embarazo y a los dos días se realiza el aborto. En la consulta posterior se lo cuenta al analista.
Diría que es un pasaje al acto: ni siquiera pudo asistir a una sesión con su terapeuta. Hay cosas que deja fuera del análisis y tomo nota. Ella vino a procesar ese aborto conmigo para que le pongamos palabra, que de esto pueda hablarse. Procesarlo implica transitar transferencialmente la invisibilidad que ella se produce, implica tener paciencia como analista y esperar que pueda desplegar sus ideaciones suicidas y su plan de irse a morir a la sierra. Acompañarla, sostenerla y dejarla que se tome el tiempo necesario para hablar le va a permitir a Camila procesar esta pulsión de muerte que la habita desmesuradamente.
Simplemente estoy y la sigo escuchando. Ella me lo agradece y me comenta que su analista anterior no quería saber sobre la posibilidad de que ella no quisiera seguir viviendo. Aquí me parece que radica el desafío con Camila, bancarse este aplastamiento subjetivo que viene tanto de su padre como de su madre. Un padre que su única respuesta fue simplemente «no» en todas las oportunidades que Camila le pidió algo. Para un viaje a los 15, la respuesta fue «no»; para estudiar en la facultad, la respuesta fue «no». Sus tres parejas también le han dado un «no» como respuesta (como en el caso del aborto): «no» a la posibilidad de ser madre, mujer y esposa que ella tanto anhelaba o ¿anhela? Luego de mucho trabajo, trae un recuerdo. Cuando tenía 8 años, su cuello quedó paralizado, duro, tenso y no podía hablar en el trayecto de quince cuadras con su padre en el auto. A los 8 años tuvo sus primeros pensamientos de no querer seguir viviendo. Hasta aquí la viñeta clínica.
Conclusiones
Todavía no sabemos que pasó a los 8 años. ¿Resistencia? Solo sé que tengo mucha paciencia y vamos a esperar, seguimos trabajando. Destaco nuevamente, cuando en una sesión, ella me agradece que podamos estar hablando de estos temas.
La asociación libre y la atención flotante dieron sus frutos. Al igual que Elisabeth pudo hacerse escuchar, Camila pudo hacerse escuchar. Entonces ¿qué importa en la histeria? En este caso, una histeria melancolizada, en realidad, en un sujeto, en un ser hablante. Al igual que con cualquier persona, sea este hombre, mujer, no binario, trans y otres, se trata de acompañar el sufrimiento de un ser humano que padece por demás y que nos viene a ver para que lo acompañemos a aliviar algo de ese sufrimiento. Para mí, como yo entiendo el psicoanálisis, Freud fue un gran revolucionario, ya que a esas mujeres «simuladoras» tratadas y sometidas a tratamientos ineficaces, les dio un lugar central, fundaron el psicoanálisis. Son las que se hicieron escuchar y hoy, con gusto y apasionadamente, lo seguimos haciendo como somos nosotros escuchados por nuestros analistas. Esencialmente igualitario.
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