NÚMERO 17 | Mayo, 2018

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Vigencia y eficacia del psicoanálisis | Nora Sternberg de Rabinovich

Trabajo presentado en la Mesa: «El trabajo del analista: ejes de su práctica» perteneciente al Ciclo Científico 2017: Vigencia y eficacia del psicoanálisis: desafíos actuales, septiembre 2017.

Un hombre de las viñas habló en agonía antes de morir su secreto; la uva está hecha de vino y yo pensé: si la uva está hecha de vino, quizás nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos.

(Galeano, 2000)

El trabajo del analista: ejes de su práctica

La eficacia del psicoanálisis se planteaba ya como inquietud en 1920 cuando Freud señalaba que no alcanzaba con interpretar el sentido oculto de las formaciones del inconsciente para hacer cesar sus efectos y es benéfico y propiciatorio para nuestra práctica volver sobre la cuestión porque se relaciona con la vigencia del psicoanálisis. Debate imprescindible entre nosotros practicantes del psicoanálisis.

En Más allá del principio del placer, Freud apuntaba a la insistencia demoníaca de lo pulsional, señalando que esta se juega en la transferencia. Antes, había considerado el concepto de “viscosidad libidinal” cuando se trataba de pronosticar la eficacia así como los límites del psicoanálisis en relación con el sufrimiento neurótico.

El malestar en la cultura de nuestro tiempo ha hecho más que evidente que la pérdida de satisfacción producida por efecto del lenguaje busca paradojalmente su recupero a través del lenguaje mismo, lo que implica que siguen siendo las palabras el resorte de la operatoria del psicoanálisis.

Nos basta observar que los chicos que no hablan, rechazando apropiarse del lenguaje, sostienen un prolongado cuerpo a cuerpo con la madre, evidencia que el hablar lleva de suyo una renuncia pulsional a la que no están dispuestos.

Pero, cuando esta renuncia ha sido posible, se intenta su recupero a través de la palabra como podemos claramente escuchar en la satisfacción doliente del melancólico, en su regodeo en el sufrimiento que expresan sus palabras, también en la manera de hablar de sus obsesiones del obsesivo o de describir sus prácticas del perverso, manifestaciones que nunca nos dejaron dudas acerca de la satisfacción con la que se goza del lenguaje. Como cuando el Hombre de las ratas, al hablar del tormento, en la expresión de su rostro se advierte el goce de su satisfacción ignorada.

Basta, también, escuchar hablar a los adolescentes y a los no tanto, fuera o dentro del ámbito de la transferencia, para advertir que la misma paradoja de pérdida y recupero de satisfacción a través de la palabra sigue presente.

Es por esto que podemos sostener la vigencia del psicoanálisis a pesar de los cambios en las presentaciones clínicas ya que el psicoanálisis es una práctica en la que se pone en juego la palabra haciendo una lectura a la letra, letra que implica satisfacción pulsional y, en este punto, se diferencia de otras prácticas en las que también se habla, pero en las que no está presente esta lectura. Este es un eje crucial de la práctica psicoanalítica.

La cita de Galeano, al apuntar que estamos hechos de palabras, señala, a nuestro parecer, que hablando gozamos de nuestras pulsiones y es por eso que hablando en análisis se produce una merma de la satisfacción pulsional dando lugar a la circulación del deseo en el lugar en el que se gastaba la pulsión de manera dolorosa, compulsión de repetición mediante. Y siendo el deseo siempre producto de lo que falta de esa satisfacción.

Cuando decimos que se trata de una lectura a la letra, consideramos que escuchamos cómo se dice lo que se dijo, reconociendo una escritura pulsional; en ese criterio se basa la interpretación y, en un sentido más amplio, las intervenciones del analista. Ese es un eje fundamental sobre el que consideramos que se apoya la eficacia de nuestra práctica.

Decimos que un analista se define por su intervención y esta depende de cómo escucha lo que escucha y qué devuelve de eso. Es allí donde reconocemos posible la eficacia del psicoanálisis.

El concepto “intervenciones del analista” es más amplio que el de interpretación, lo que no significa que la palabra no esté en juego e implicando que todo lo que proviene del analista en la sesión es una intervención. Esto es, si calla, habla y hasta lo más banal que diga.

Cuando Freud le dice al “hombre de las ratas” que no le hará el certificado que pretende, pero que si le interesa saber el porqué de sus obsesiones, le propone el análisis. También cuando le dice a H. D.: “Soy un hombre viejo. Usted no cree que valga la pena amarme”, se trata de intervenciones de otro orden que la interpretación, pero que responden a un modo de escuchar lo dicho que sólo un psicoanalista podría escuchar, parafraseando a Winnicott. Es decir, escuchar la satisfacción pulsional en juego en la palabra dicha y operar en consecuencia.

Tomando las menciones de la Comisión científica sobre “eficacia” como: “Las cosas que producen el efecto o prestan el servicio a que están destinadas” diccionario de Moliner (1994) o la definición de F. Julien (1999) en el sentido que la eficacia estaría relacionada con el advenir un efecto, no aspirar a conseguirlo directamente, sino como una consecuencia implícita; práctica esta de la China milenaria; consideramos este como otro eje de la práctica analítica.

En ese sentido, curar y analizar no son opuestos.

Lacan plantea la cura por añadidura, esto es, confiar en que el análisis funciona como un efecto a advenir y erradicar el furor curandis que, como muy claramente advirtiera Freud, no permite escuchar en atención flotante, distintiva, ésta como disposición de la escucha analítica.

En ese sentido podemos señalar ciertas características de la intervención del analista que también consideramos ejes de su práctica:

a. Su intervención será desde su deseo como vacío, haciendo lugar al deseo del analizante, sin juicios ni preconceptos por parte del analista, se trata del estado de atención flotante que posibilita escuchar la emergencia inconsciente. Deseo como vacío que significa no arrogarse saber cuál es el bien del paciente. El psicoanálisis no es una cosmovisión.

b. Producir división subjetiva a través de la intervención rompiendo el sentido yoico, la formalidad de la lógica compartida por la comunidad cultural es otra de las características.

En ese sentido y dado que la asociación libre no es algo que se produce inmediatamente cuando el analista da la consigna: “hable de lo que se le ocurra”; intervenir más allá del sentido convencional, la habilita.

La asociación libre como asociación sin propósito consciente para que se produzca el “eso habla en mí”, los equívocos, olvidos, es decir, formaciones del inconsciente, dependerá de las intervenciones que produzcan desconcierto en relación con la lógica yoica.

Interpretar, como una forma de intervención que haga oleaje de sentido, es procurar que decanten los significantes a los que han quedado inscriptas las huellas históricas, huellas gozosas del sujeto para descoagularlas permitiendo que esos significantes circulen en una cadena en la que el deseo se desliza.

Recordemos el efecto que tuvieron, en el hombre de las ratas, las palabras de su padre en su infancia: “Será un gran hombre o un criminal”, designio que lo condenó a su sufrimiento neurótico.

Se permite así un movimiento de ampliación significante.

Con la intervención producimos más asociaciones, pero a la vez vamos ubicando los significantes significativos. La interpretación favorece el deslizamiento significante para que decanten esos significantes singulares, tal vez unos pocos, que determinan la posición del sujeto.

Una niña, que tiene una particular condición médica, lo que la sitúa en una particular posición en el núcleo familiar, le muestra a su analista: —“Mirá mi lastimadura”; —“La lastimadura da lástima” es la intervención de la analista intentando conmover el significante “lastimadura” que la fija a la situación de “ser” la enferma.

c. Interpretar ganando la transferencia. La transferencia se gana con una intervención oportuna, consideración de la oportunidad que difiere en Freud y Klein. Interpretar la ansiedad en juego, fantasía y defensa lo antes posible; es el criterio de Klein, la recomendación de Freud es la de interpretar sólo cuando la transferencia se haya establecido.

d. La interpretación al estilo del proceso primario: “Corta” y “corta”. Debe ser corta, pero también tener efecto de corte de un discurso en el que predomina el proceso secundario de pensamiento.

A las escrituras pulsionales les hablamos sinsentido. El ejemplo es el chiste, el sinsentido produce risa, las condensaciones y desplazamientos que propone el chiste son propias del proceso primario.

En el ejemplo antes citado de la niña, podemos señalar que la respuesta a la intervención de la analista fue: “Me hiciste un chistecito”, respuesta indicativa de que la intervención afectó el significante “lastimadura” como escritura pulsional.

Evitamos, en momentos precisos del análisis, la interpretación explicativa que se presta a la buena forma del yo y la racionalización, individualizando un significante coagulado, que no se desliza en la cadena.

Estos podrían considerararse los ejes de la práctica analítica; como se advierte, no hacemos referencia a la frecuencia semanal de las sesiones, como criterio definitorio de eficacia; tampoco la necesidad de propiciar la “regresión” a través del uso del diván, como forma de asegurar una repetición en transferencia de las coordenadas pulsionales del paciente.

La importancia del uso del diván está, a nuestro criterio, en relación con propiciar la asociación libre del paciente y la atención flotante del analista, más difícil cuando la propuesta es cara a cara por la similitud con el hablar social.

Considerar la mayor frecuencia de las sesiones y el uso del diván para propiciar la regresión, tienen que ver con una consideración particular de la transferencia, ya que si la transferencia se establece, el analista hará semblante de ese objeto pulsional precioso del analizante, aunque las condiciones del llamado encuadre del análisis sean diversas, por ejemplo, en el caso de análisis por teléfono o por Skype.

Conocemos testimonios de análisis en los que era evidente una ritualización carente de efectos al tratar de ajustar al paciente al deber ser del encuadre.

El concepto de sujeto supuesto saber en la obra de Lacan subraya el aspecto simbólico de la transferencia y, en ese sentido, las cuestiones de forma pierden el lugar protagónico que tenían en otras formulaciones teóricas del psicoanálisis.

Por ejemplo, los niños y los adolescentes, pacientes muy dependientes de la mirada del otro, no se prestan a acostarse en el diván y, sin embargo, no tenemos dudas de que un análisis sea posible.

De modo que podríamos sostener que la eficacia del psicoanálisis se apoya en la conducción que lleva a cabo el analista, cuáles considera ejes de su práctica y no solamente en lo que trae el paciente como disposición.

Dirigir la cura tiene que ver con las estrategias de intervención a las que hicimos referencia.

También consideramos que la demanda de análisis se construye con el trabajo del analista.

El paciente viene a quejarse de sus malestares, pero aunque en la cultura este prestigiado o desprestigiado el psicoanálisis, esta posición de entrada no es todavía una demanda de análisis. Sólo cuando se produce alguna emergencia del inconsciente en transferencia, un olvido, un lapsus, el relato de un sueño, una pregunta acerca del síntoma dirigida al analista reconocemos una real demanda de análisis.

Las intervenciones del analista están determinadas por la función “deseo del analista” que mencionamos al comienzo y que se refiere a hacer lugar a las ocurrencias que nos surgen en función de dejarnos tomar como objeto de la transferencia, lo que no significa jugar el juego que nos propone esa transferencia ya que operamos consecuentemente con la regla de abstinencia.

Preferimos situar el concepto “deseo del analista” más que considerar aspectos tales como la creación o la intuición del analista que nos parecen menos precisos y que pueden fácilmente apelar al recurso de ser justificados como un don particular intransmisible.

Finalmente ¿qué ofrecemos al ofrecer un análisis?

Dado que la neurosis es muy penosa y resta para la vida, el psicoanálisis propone la morigeración de un bregar pulsional compulsivo y la posibilidad de deslizamientos deseantes.

Seguimos observando, tal como en los tiempos de su creación, que en el transcurso de un análisis el padecimiento subjetivo es relevado en parte por la habilitación de una posición deseante, lo que no es poca cosa.

Bibliografía

Chamorro J.(2011). ¡Interpretar¡ Buenos Aires: Grama Ediciones.

Doolittle, H. (1979). Tributo a Freud (cartas) [1944]. Nueva York: Schapire.

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Galeano, E. (2000). El libro de los abrazos. México: Siglo XXI.

Julien, F. (1999). El tratado de la eficacia. Madrid: Siruela.

Klein M. (1977). Técnica del análisis del niño. Obras Completas: Melanie Klein (vol. 1, pp. 135-247). Buenos Aires: Paidos-Horme (Trabajo original publicado 1932).

Lacan J. (1977). Le Seminaire de Jaques Lacan. Livre 11. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis [1963-1964]. España: Barral.

Moliner, M. (1994). Diccionario de uso del español. Madrid: Gredos.

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Nora Sternberg de Rabinovich

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