NÚMERO 10 | Marzo, 2014

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Cultura y Psicoanálisis

Edipo en “Las mil y una noches” | Carlos Rubén Oks

Levi Strauss nos ha enseñado que no hay una versión “verdadera” del mito, señala su presencia en culturas muy distantes entre sí, incluso llega a decir: “no dudaremos pues en colocar a Freud, después de Sófocles, entre nuestras fuentes del mito de Edipo. Sus versiones merecen el mismo crédito que otras más antiguas y en apariencia más ‘auténticas’” (Antropología Estructural, Buenos Aires, Eudeba, 1961, p. 197)

Les presento ahora una versión extraída de Las mil y una noches (1), que por su belleza y claridad me pareció digna de ser compartida con los lectores de esta revista. Para los que no la han leído antes, valga este primer contacto, para los que ya lo han hecho, el placer del reencuentro.

Se trata de una parte de la historia de “Juder el pescador” que va de la noche 465 a la 487. Este párrafo que ocupa un par de carillas, lo transcribiremos textualmente. La situación es como sigue: Juder, un humilde pescador, ha sido designado por cierto oráculo para penetrar en un palacio escondido y abrir el tesoro de Shamardal. Un mago del Magreb instruye a nuestro héroe acerca de cómo sortear los enormes peligros que le esperan.

Para los que no estén familiarizados con las palabras que allí se utilizan, aclararemos que “alfanje” es una espada curva, “efrit” o “genn” son esos personajes mitológicos como el genio de Aladino, que puede aparecer encerrado en una lámpara de aceite o de muy diversas maneras. “Esfera celeste”, en astronomía, es un globo en el que se representa universo, “redomita de khol” es un frasquito con un cosmético y “zalemas” son saludos y deseos de paz.

Esta es la historia:

(Habla el Magrebí) “… Sabe ¡oh Juder! Que en cuanto yo me ponga a recitar las fórmulas mágicas sobre el incienso humeante, el agua del río empezará a disminuir poco a poco, y el río acabará por secarse completamente y dejar su lecho al descubierto. Entonces verás que en la pendiente del cauce seco se te aparece una gran puerta de oro, tan alta como las puertas de la ciudad, con dos aldabas del mismo metal. Dirígete a esa puerta y golpéala muy ligeramente con una de las aldabas que tiene en cada hoja, y espera un instante. Llama luego con un segundo aldabonazo más fuerte que el primero ¡y espera todavía! Después llamarás con un tercer aldabonazo más fuerte que los otros dos, y no te muevas ya. Y cuando hayas llamado así, con tres aldabonazos consecutivos, oirás gritar a alguien desde dentro: “¿Quién llama a la puerta de los tesoros sin saber romper los encantos?”. Tu contestarás: “¡Soy Juder el pescador, hijo de Omar, de El Cairo!”. Y se abrirá la puerta y en el umbral se te aparecerá un personaje que ha de decirte, alfanje en mano: “¡Si eres verdaderamente ese hombre, presenta el cuello para que te corte la cabeza! ¡Y le presentarás tu cuello sin temor, y alzará sobre ti el alfanje, cayendo a tus pies inmediatamente, y no verás ya más que un cuerpo sin alma! Y no te habrá hecho daño alguno. Pero si por miedo te niegas a obedecerle, te matará en aquella hora y en aquel instante.

”Cuando hayas roto de tal modo ese primer encanto, penetrarás dentro y verás una segunda puerta, a la que llamarás con un aldabonazo solo, pero muy fuerte. Entonces se te aparecerá un jinete con una lanza al hombro, y te dirá, amenazándote con su lanza enristrada de repente: “¿Qué motivo te trae a estos lugares que no frecuentan ni pisan nunca las hordas humanas ni las tribus de los genn?” Y por toda respuesta le presentarás resueltamente tu pecho descubierto para que te hiera; y te dará con su lanza. Pero no sentirás daño ninguno, y caerá él a tus pies, ¡y no verás más que un cuerpo sin alma! ¡Pero te matará si retrocedes!

”Llegarás entonces a una tercera puerta, por la que saldrá a tu encuentro un arquero que te amenazará con su arco armado de flecha; pero preséntale resueltamente tu pecho como blanco, ¡y caerá a tus pies convertido en un cuerpo sin alma! ¡No obstante, te matará, como vaciles!

”Penetrarás más adentro y llegarás a una cuarta puerta, desde la cual se abalanzará sobre ti un león de cara espantosa, que abrirá las anchas fauces para devorarte. No has de tenerle ningún miedo ni huir de él, sino que le tenderás tu mano, y en cuanto le des con ella en la boca, caerá a tus pies sin hacerte daño.

”Dirígete entonces a la quinta puerta, de la que verás salir a un negro de betún que te preguntará: “¿Quién eres?” Tú dirás “¡Soy Juder!” Y te contestará él “¡Si eres verdaderamente ese hombre, intenta abrir la sexta puerta!”

”Al punto irás a abrir la sexta puerta, y exclamarás “¡Oh Jesús, ordena a Moisés que abra la puerta!” Y la puerta se abrirá ante ti y verás aparecer dragones enormes, uno a la derecha y otro a la izquierda, los cuales saltarán sobre ti con las fauces abiertas. ¡No tengas miedo! Tiéndele a cada uno una de tus manos, en las que te querrán morder; pero en vano, porque ya habrán caído impotentes. Y sobre todo no aparentes temerles, pues tu muerte sería segura.

”Legarás a la séptima puerta, por último, y llamarás en ella. ¡Y la persona que ha de abrirte y aparecérsete en el umbral será tu madre! Y te dirá: “¡Bienvenido seas, hijo mío! ¡Acércate a mí para que te desee la paz!” Pero le contestarás: “¡Sigue donde estabas! ¡Y desnúdate!” Ella te dirá: “¡Oh hijo mío, soy tu madre! ¡Y me debes alguna gratitud y respeto, en gracia a que te amamanté y a la educación que te di! ¿Cómo quieres obligarme a que me ponga desnuda?” Tú le contestarás, gritando: ¡Si no te quitas la ropa, te mato!” Y cogerás un alfanje que hallarás colgado en la pared, a la derecha, y le dirás: “¡Empieza pronto!” Y ella procurará conmoverte y hará por engañarte, para que te apiades de ella. Pero guárdate de dejarte persuadir por sus ruegos y cada vez que se quite una prenda de vestir, has de gritarle: “¡Quítate lo demás!” Y continuarás amenazándola con la muerte, hasta que esté completamente desnuda. ¡Pero entonces verás que se desvanece y desaparece!

”Y de esta manera, ¡Oh Juder!, habrás roto todos los encantos y disuelto todos los hechizos, a la vez que pondrás a salvo tu vida. Y te restará solo recoger el fruto de tus trabajos.

”A tal fin, no tendrás más que franquear esa séptima puerta, y dentro encontrarás montones de oro. Pero no les prestes la menor atención, y dirígete a un pabellón pequeño que hay en medio de la estancia del tesoro, y sobre el cual se extiende una cortina corrida. ¡Levanta entonces la cortina, y verás, acostado en un trono de oro, al gran mago Shamardal, el mismo a quien pertenece el tesoro! ¡Y junto a su cabeza verás brillar una cosa redonda como la luna: es la esfera celeste! ¡Le verás con el alfanje consabido en la cintura, con el anillo en el dedo y con la redomita de khol sujeta al cuello por una cadena de oro! ¡No vaciles entonces! ¡Apodérate de esos cuatro objetos preciosos y date prisa a salir del tesoro para venir a entregármelos!

”Pero ten mucho cuidado, ¡oh Juder!, con no olvidar nada de lo que acabo de ensañarte o con no obrar conforme a mis recomendaciones. ¡En ese caso, te arrepentirás de ello después, y habría que temer mucho por ti!

”Y cuando hubo hablado así, el magrebí reiteró a Juder sus recomendaciones una, dos, tres y cuatro veces para que se las aprendiera bien, y siguió repitiéndoselas, hasta que el propio Juder le dijo: “¡Ya lo sé perfectamente! ¿Pero qué ser humano podrá afrontar esos formidables talismanes de que hablas y soportar tan terribles peligros?”. El mograbín contestó: “¡Oh Juder, no les tengas ningún temor! ¡Los diversos personajes a quienes verás en las puertas, no son más que vanos fantasmas sin alma! ¡Puedes, pues, estar verdaderamente tranquilo!”.

”Y pronunció seguidamente Juder: ‘¡Pongo mi confianza en Alá!’

”Al punto comenzó el magrebí con sus fumigaciones mágicas. Y echó de nuevo incienso en la lumbre del brasero, y se puso a recitar las fórmulas conjuratorias. Y he aquí que el agua del río disminuyó poco a poco, y desapareció, y el lecho del río quedó seco y ostentando la enorme puerta del tesoro.

”Al ver aquello, Juder, sin dudar ya, avanzó por el cauce del río y se encaminó a la puerta de oro, llamando a ella ligeramente una, dos y tres veces. Y desde dentro se hizo oír una voz que decía: “¿Quién llama a la puerta de los Tesoros sin saber romper los encantos?”. Él contestó: “¡Soy Juder, ben-Omar!”. Y al instante se abrió la puerta y en el umbral apareció un personaje que hubo de gritarle, alfanje en mano: “¡Presenta el cuello!”. Y Juder le presentó su cuello; y el otro iba a darle con su alfanje, pero cayó en el mismo momento. Y sucedió lo propio con las otras puertas hasta la séptima, exactamente como se lo había predicho y recomendado el magrebí. Y a cada vez rompía Juder con gran valor todos los encantos, hasta que se le apareció su madre saliendo de la séptima puerta. Le miró y le dijo: “¡Contigo todas las zalemas, oh hijo mío!”. Pero Juder le gritó: “¿Pero quién eres tú?” Ella contestó: “¡Soy tu madre, oh hijo mío! ¡Soy la que te ha llevado nueve meses en su seno, la que te ha amamantado y te ha dado la educación que tienes, oh hijo mío!” Él exclamó: “¡Quítate la ropa!”. Ella replicó: “¿Cómo, siendo mi hijo, me pides que me ponga desnuda?”. Él dijo: “¡Quítatelo todo o si no te derribaré la cabeza con este alfanje!”. Y echó mano del alfanje que pendía de la pared, y lo empuñó, gritando: “¡Como no te desnudes, te mato!”. Entonces decidióse ella a quitarse parte de sus vestiduras; pero le dijo él: “¡Quítate lo demás!”. Y se quitó ella algo más. Él le dijo: “¡Más todavía!” y continuó apremiándola, hasta que se quitó ella toda la ropa y no tuvo encima más que el calzón, y hubo de decirle avergonzada: “¡Ah, hijo mío, todo el tiempo que empleé en educarte lo perdí! ¡Qué decepción! ¡Tienes un corazón de piedra! ¡Y he aquí que quieres ponerme en una posición vergonzosa, obligándome a mostrar mi desnudez más íntima! ¡Oh, hijo mío!, ¿No te parece una cosa ilícita y un sacrilegio?”. Él dijo: “¡Es verdad! ¡Quédate pues con el calzón!”. Pero apenas hubo pronunciado Juder estas palabras, exclamó la vieja: “¡Ha consentido! ¡Pegadle!” Y al punto sintió él que le daban en los hombros golpes fuertes y tan numerosos como gotas de lluvia, los cuales eran asestados por todos los guardianes invisibles del tesoro. ¡Y en verdad que aquello fue para Juder una paliza sin precedentes y que nunca en su vida olvidaría! Luego, en un abrir y cerrar de ojos, los efrits invisibles le echaron a golpes fuera de las salas del tesoro y en la última puerta, la cual dejaron cerrada, como estaba antes.

”Y he aquí que el magrebí vio que le arrojaban de la puerta, y se apresuró a recogerle, pues ya las aguas surgían otra vez con gran estrépito, invadiendo el lecho del río y tornando a su curso interrumpido. Y le transportó a la orilla, desmayado, y se puso a recitar sobre él versículos del Corán hasta que recobró el sentido. Entonces le dijo: “¡Ya había salvado todos los obstáculos y roto todos los encantos! ¡Fue el calzón de mi madre lo que me hizo perder cuanto gané antes, y me arrojó esa paliza de la que aún tengo señales!” Y le contó todo lo que le había ocurrido en el sitio del tesoro.

”Entonces le dijo el magrebí: “¿No te recomendé que no me desobedecieras? ¡Ya lo ves! ¡Me has defraudado y te has defraudado a ti mismo por no querer obligarla a que se quitara el calzón! ¡Por este año todo ha terminado! ¡Y tendremos que esperar hasta el año próximo para repetir nuestras tentativas! ¡Desde ahora hasta entonces vivirás conmigo!” Y llamó a los dos negros que aparecieron enseguida, y plegaron la tienda de campaña, y recogieron lo que estaba por recoger y se ausentaron un momento para volver con las dos mulas, sobre las cuales montaron Juder y el magrebí, regresando inmediatamente a la ciudad de Fas.

”Juder vivió, pues, en casa del magrebí un año entero, poniéndose cada día un traje nuevo de gran valor y comiendo bien, bebiendo de cuanto salía del saco conforme a sus anhelos y deseos.

”Y he aquí que llegó el día de la nueva tentativa, a primeros del año siguiente, y el magrebí fue en busca de Juder y le dijo: “¡Levántate! Y vamos a donde tenemos que ir”. Juder contestó: “¡Bueno!”. Y salieron de la ciudad, y vieron a los dos negros, que les presentaron las dos mulas, y subieron al punto a ellas y las guiaron en dirección del río, a cuyas orillas no tardaron en llegar. Se levantó, y alfombró, y amuebló la tienda de campaña como la vez anterior. Y después de comer, el magrebí cogió la caña hueca, las tabletas de cornalina roja, el bracerillo con lumbre y el incienso; y antes de comenzar las fumigaciones mágicas, dijo a Juder: “¡Oh Juder, tengo que hacerte una recomendación!” Juder exclamó: “¡Oh mi señor peregrino, en verdad que no vale la pena! ¡Cómo no me olvidé de la paliza que recibí, tampoco me olvidé de tus excelentes recomendaciones del año pasado!” El otro preguntó: “¿De verdad las recuerdas?” Juder contestó: “¡Ah, sí por cierto!” El otro dijo: “¡Pues bien, Juder, conserva tu alma! ¡Y sobre todo, no vayas a imaginarte otra vez que la vieja es tu madre, pues no es más que un fantasma que toma la apariencia de tu madre para inducirte a error! ¡Y sabe que si la primera vez saliste de allá con tus huesos cabales, si te dejas engañar, seguro que los perderás en el tesoro!” Juder contestó: “¡Me dejé engañar una vez! ¡Pero si ahora volvería a engañarme, merecería que me quemaran!”.

”Entonces el magrebí echó el incienso en la lumbre y formuló los conjuros. Y al punto se secó el río, y permitió a Juder adelantarse hacia la puerta de oro. Llamó a ella, y se abrió, y consiguió él romper los encantos diversos de las puertas hasta que llegó a presencia de su madre, que le dijo: “¡Bienvenido seas, oh hijo mío!” Él contestó: “¿Y desde cuándo y por qué soy tu hijo? ¡Oh maldita! ¡Quítate la ropa!” Entonces ella, tratando de engañarle empezó a quitarse la ropa lentamente y prenda a prenda hasta que no tuvo encima más que el calzón. Y exclamó Juder: “¡Quítatelo, oh maldita!” Y se quitó ella el calzón, desvaneciéndose en seguida cual fantasma sin alma.

”Juder penetró entonces sin dificultad en la estancia del tesoro, y vio los montones de oro agrupados en apretadas filas; pero se dirigió al pabellón sin prestarles la menor atención, y cuando hubo levantado la cortina, vio al gran adivino Al-Shamardal acostado en el trono de oro, con el alfanje talismánico en la cintura, el anillo en un dedo, la redomita de khol sujeta al cuello por una cadena de oro, y encima de su cabeza aparecía la esfera celeste, brillante y redonda como la luna.

”Entonces se adelantó Juder sin vacilar y quitó del tahalí el alfanje, sacó el anillo talismánico, desató la redoma de khol, cogió la esfera celeste y retrocedió para salir. Y al punto se hizo oír a su alrededor un concierto de instrumentos que hubo de acompañarle triunfalmente hasta la salida, en tanto que de todos los puntos del tesoro subterráneo se elevaban las voces de los guardianes, que le felicitaban gritando “¡Oh Juder! ¡Qué te haga buen provecho lo que supiste ganar! ¡Enhorabuena! ¡Enhorabuena!” Y no dejó de tocar la música, ni dejaron de felicitarle las voces hasta que estuvo fuera del tesoro subterráneo”.

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Esta bella versión del mito edípico que acabamos de leer, aunque debamos fecharla entre el S XI y el S XIII, nos parece absolutamente freudiana: Un joven que para obtener ciertos tesoros (lo que puede pensarse como acceder a ciertos atributos) debe enfrentar, antes que nada, sus propios temores. Primero se le presentan bajo la forma de poderosos enemigos, que lo azuzan con espadas y con lanzas y luego bajo la forma de fieras terribles. Pero el más temido de todos los fantasmas es el de la desnudez de la propia madre. No podrá vencer ese fantasma en la primera oportunidad en que se encuentre con él y ese primer fracaso implicará penosas consecuencias. Así, nuestro héroe dice: “¡Ya había salvado todos los obstáculos y roto todos los encantos! ¡Fue el calzón de mi madre lo que me hizo perder cuanto gané antes, y me arrojó esa paliza de la que aún tengo señales!”. Un año después, casi como si hubiera llevado a cabo un análisis, logra “romper todos los encantos, disolver todos los hechizos”.

Y si la representación de la madre se nos muestra como “fantasma”, la figura paterna aparece desdoblada en dos personajes que son dos magos: uno es el Magrebí, de quien recibe la instrucción necesaria para realizar la proeza y de quien recibe también los reproches por no haberle hecho caso: “¿No te recomendé que no me desobedecieras?…” etc. El mismo que le dice cuáles deben ser sus valores “encontrarás montones de oro pero no les prestes atención…”.

El otro personaje paterno es el mago de Shamardal, una figura sedente, que no opone resistencia a que Juder le retire los tesoros. A saber: lo que tiene que ver con poder acceder al conocimiento (la esfera celeste), con la capacidad para los vínculos y alianzas con los semejantes (el anillo), y en lo relativo a la sexualidad, con los atributos masculino (el alfanje) y femenino (la redomita de khol).

Juder ha pasado la prueba y sale triunfante, suena la música y cantan los coros que anuncian su victoria en un final propio de Hollywood (que tanto le debe a Las mil y una noches). Alcanzado este punto nos surge una inquietud ¿cuál podría haber sido el destino del psicoanálisis si Freud, en lugar de la tragedia griega, hubiera elegido para ejemplificar acerca del complejo un relato más fantástico y tan optimista como este que acabamos de disfrutar?

Notas al pie

(1) Se trata de una traducción directa del árabe del Dr. J. C. Mardrus, E.O.S.R.L. impreso en Argentina MMIV.

Acerca del autor

Carlos Rubén Oks

Carlos Rubén Oks

Comentarios

  1. Hola, muy bueno, no lo conocia. Gracias x compartirlo y muy interesantes tus comentarios.

  2. Carlos: Excelente trabajo, muy rica e interesante es la saga de las mil y una noches, cuando es leída en “terorización flotante”,es gracias a esa posición que emerge el edipo, la curiosidad infantil, el complejo paterno, felicitaciones!!
    Daniel Duek

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