NÚMERO 8 | Marzo, 2013

VER SUMARIO

Cultura y Psicoanálisis

Entrevista a Jorge Suárez

La última sesión de Freud | de Mark St Germain Adaptación y Dirección: Daniel Veronese.

En el día que Inglaterra entra en la Segunda Guerra Mundial, el Dr. Sigmund Freud invita a C. S. Lewis a discutir sus ideas sobre la existencia de Dios. En una batalla ingeniosa y provocadora el legendario psicoanalista -perseguido por una enfermedad que indefectiblemente lo acerca a la muerte- enfrenta el claro y sutil discurso de un escritor que decidió pasar de un ateísmo acérrimo en su etapa adolescente a una total creencia cristiana en su vida adulta. Ambos intentarán desde su propia lógica, radical y sangrienta, explicarse el significado de una vida en donde el humor, la sensibilidad artística, las convenciones en temas como el amor y el sexo estarán en primera línea de fuego.

Luego de presentarnos y contarle un poco la historia de nuestra institución comenzamos a hablar de la obra.

Jorge Suarez: Me emociona mucho pensar y así fue cuando leí la obra; es una obra muy compleja de leer, en el sentido dramático. Uno no imagina cómo eso puede ser llevado al cuerpo y que sea posible, que sea una conversación aparte de inteligente, dramáticamente interesante para el espectador. Y la verdad es que estoy gratamente sorprendido, no dejó de hacerme sentir feliz.

Cynthia Tombeur: ¿Cómo es que llegó a vos la obra?

J.S: Me llegó por intermedio de Daniel Veronese, el director de la obra con quien ya trabajé cuatro veces, y por Sebastián Blutrach. Su madre, Ana Jelin, y productora en España, le dio la obra y le dijo que tenía muchas ganas de hacerla. Él la leyó, le gustó y decidió hacerla en Buenos Aires. Tenía referencia de que había ido muy bien en el Off de Brodway (vale aclarar que allí hay un nivel muy profesionalizado de teatro).

Me costó leerla, tenía una traducción española bastante compleja. Empecé una vez, corté a la mitad; empecé de nuevo, corté a la mitad; empecé de nuevo y un día la terminé de leer y pensé: “es muy difícil hacer esta obra y por ese motivo, la voy a hacer”.

CT: Yo no sé cómo fue, si lo oí en un reportaje de radio, pero recuerdo haberte escuchado decir que era una obra muy difícil de hacer y tu padre te insistió para que la hagas. ¿Puede ser?

J.S: No, no fue así. Yo no iba a hacer a Freud sino a Lewis. Había otros actores propuestos, pero la mayoría por problemas de salud, de memoria o por otros inconvenientes no podían, y Veronese me dijo: “la verdad es que yo quiero que lo hagas vos”. Habíamos trabajado juntos varias veces, en muchas funciones, hicimos: “El método Grönholm” con 780 funciones, 620 funciones de “Gorda”, “El desarrollo de la civilización venidera” que es la versión de “Casa de muñecas” de Ibsen por Europa, así que dije: “bueno, si vos decís que sí, hagámosla”. No hubo más comentario que ese.

Yo aparecí en un ensayo con el pelo decolorado completamente; traté de envejecerme, pero sin llegar a la caricatura sino a tratar de que se me haga carne la posibilidad de un cuerpo anciano, grande, no importa qué edad le das, pero que sepan que es una persona grande, que está atravesando por un cáncer de boca, que lleva 30 operaciones y que ha llegado el fin. Él decide inyectarse una dosis letal por medio del Dr. Schur y 48 horas después de que Inglaterra le declara la guerra a Alemania, Freud muere. Él está exiliado desde hace un año y cuatro meses de Viena, Austria; se fue a Londres con todo. La hija, para tratar de ayudarlo, le hizo una reconstrucción casi exacta del consultorio. Vos sabés que él escribía muchas horas por día, y que atendía muchas horas por día. Un hombre que dormía muy poco, que estaba tan apasionado por su teoría que dejó su vida en eso y un gran legado. Cuando yo leía la obra tomé conciencia plena, a pesar de que me analizo desde los 19 años con alguna pausa, de qué enorme figura había sido y es Freud para el mundo en el que vivimos; un antes y un después indudablemente en la historia de la humanidad. Hay una herida ahí enorme y el hombre tiene que pararse frente a la posibilidad de que hay un inconciente que nos domina; es muy complejo que podamos satisfacer nuestros deseos más profundos, y si los alcanzamos inmediatamente pasamos a tener otro deseo. Entonces es como que hay una cadena interminable. A mí me parece la figura de Freud como paradigmática entre las grandes figuras de la humanidad. Cuando tomé conciencia de esto, me conmoví y, a su vez, me di cuenta de lo que tenía que encarar: sumado a la enfermedad, que eran sus últimos días, la conversación era muy inteligente y muy compleja de llevar adelante y que la pueda atravesar el cuerpo del actor… estaba frente a un desafío.

Retomando tu pregunta, mi padre ya muy enfermo entre medio de unas ensoñaciones que tenía -yo estaba en ese momento hablando con una persona al lado de él que me preguntó qué estaba por hacer y le empecé a contar- se despertó y muy lúcidamente me dijo: “Vas a estar genial, eso va a ser un gran éxito”. Eso fue lo que vos escuchaste.

C.T: ¡Qué impactante y fuerte!, porque sé que tu padre falleció unos días antes del estreno…

J.S: Sí, y a su vez fue para mí la posibilidad de hacerle un homenaje porque era un gran hombre. Me había enseñado que había que ir detrás de los deseos y jugarse por lo que a uno le parecía que lo iba a hacer feliz.

C.T: ¿Y cómo te sentías vos con el personaje?

J.S: Bien, construyéndolo.

C.T: Y a medida que lo ibas construyendo, ¿encontrabas puntos en común con vos?

J.S: Sí. Siempre hay en mí la sensación de que yo nací en otra época. Que soy un actor que puede comprender la vejez con mucha facilidad. Soy un ser extremadamente vulnerable, frágil y sensible y, a su vez, de una enorme fortaleza. Yo vivo sabiendo que voy a morir, no me es algo ajeno. Sé que vamos a morir y hay gente que se pasa la vida sin saberlo, sin tener conciencia, y a mí eso me genera una sensación mar adentro que me hace tomar contacto con la felicidad, con los momentos de mucha plenitud y está bueno. Me di cuenta haciendo Freud, que también pensaba que la vida era esto y que estaba bueno vivirla hoy, porque no hay otra vida y, sin embargo, soy creyente, entonces me creó un enorme conflicto. Atravesado por el pensamiento de Freud pensaba, pero ¿cómo puede ser? Si soy una persona inteligente, lúcida, tengo capacidad de comprensión, ¿cómo puede ser que yo crea que hay una energía superior, que hay alguien a quien uno se puede encomendar, hay alguien a quien uno puede pedirle protección y darle gracias? Aunque sea una figura, aunque sea una imaginación, está bueno tenerla para mí, a mí me hace bien, incluso me dicen algunos especialistas que Freud en los últimos momentos de su vida aflojó mucho con el tema de Dios y dijo: “…bueno, si al hombre le hace bien pensar en Dios, pensar que Dios existe, adelante. Si le hace bien, no vamos a decirle que opte por no elegirlo. Eso no me cambia la teoría, ni las ideas que tengo. Solo quiero advertirlos: Dios no existe…”

C.T: Él lo plantea como una construcción cultural necesaria para el hombre…

J.S: Quizás para poder vivir en una sociedad. Para un hombre tan lúcido poder aceptar una ilusión que lo ayuda al hombre a vivir mejor, es más complejo. Esa era la vereda en la que yo me ponía cuando ensayaba. Y, por otro lado, pensaba que él tenía que defender su teoría, su postura que se basaba en la no existencia de Dios. Ceder no es sencillo, porque las teorías cuando son las primeras, plantear que por ahí, alguna vez, alguna curva… es ir como en contra de la misma teoría.

C.T: Quizás, más allá de que creamos o no que Dios es una necesaria creación cultural, entiendo que el creer calma la angustia que genera la incertidumbre de la soledad y de la muerte. A veces en momentos límites o críticos de la vida uno puede necesitar recurrir a un Dios que lo proteja, y no está ni bien ni mal, lo necesita.

J.S: Te decía que el hacer esta obra en parte ha sido un homenaje a mi padre, quiero decirte que mi padre no creía en Dios. Para mí era como un doble mensaje que tenía flotando. No creía definitivamente en Dios y nunca tuvo empacho en decírmelo, no había ninguna posibilidad de que él creyera. Había una capacidad increíble en él para apreciar la vida tal cual era. La naturaleza, los lazos afectivos, los paisajes, lo conmovían, lo llevaban a un lugar de aprehender la vida de una forma interesante. Y pensaba: si mi padre no creía en Dios y llevó una vida tan linda, yo no puedo estar en cuestionamiento con este personaje. Freud, tampoco creía en Dios e hizo algo increíble. Yo hago terapia, eso me ayudó a construir el personaje, no porque hablara de esto en terapia, pero poder, yo Jorge, con 49 años, actor, introducirme en un cuerpo de un hombre de 83 años fue todo un trabajo psíquico y físico; baje 12 kg para hacerlo…

C.T: ¿Cómo fue ese cambio físico?

J.S: Mi cuerpo se transformó, mi cuerpo me dolió, yo hago todo el tiempo contraposiciones, trabajo para tratar de estar bien pero la verdad es que él ya estaba en un estado terminal, y todo su contacto sarcástico e irónico con la muerte también dolían.

C.T: Y ¿qué tal la dupla con Luis?

J.S: Es estar trabajando con uno de los mejores actores argentinos.

C.T: ¿Lo conocías?

J.S: Sí, ya habíamos trabajado en una obra en el San Martín, no habíamos compartido casi nada en la obra, pero lo conocía. Es un gran actor y una persona extraordinaria, pero por sobre todas las cosas un compañero en escena maravilloso.

C.T: Se nota la dupla que hacen.

J.S: La mitad de mi Freud es de él y la mitad de su Lewis es mío. Nosotros construimos juntos el vínculo. Mi Freud tiene que ver con esta construcción, con este vínculo, mirar a los ojos al otro y ver como está, ver que me tira y yo que le puedo tirar. Una obra de una hora y veinte, donde se habla mucho, donde se tiran conceptos profundos cada dos frases y que se dicen rápido porque bueno, las conversaciones de la gente son rápidas, no se detienen a que el espectador piense. Estuvo con nosotros el escritor cuando cumplimos cien funciones, ahora vamos a cumplir trescientas. Se quedó muy impactado con la puesta de la obra porque entendía que teníamos un calor, una temperatura emocional en el escenario que él no había visto en ninguna otra puesta en escena de las que vio en distintos lugares y con distintos elencos. La gente en todas las funciones se para a aplaudir, a agradecer la obra, a agradecer la entrega, a agradecer lo que recibió. Es muy emocionante hacer esta obra.

C.T: ¿Qué te pasa a vos cuando escuchas risas del público o, no sé, debe haber distintas reacciones, imagino? Mientras estás actuando ¿cómo impacta eso en vos?

J.S: Es una dinámica en el teatro, el actor se siente modificado y en general, para bien, porque tiene un público activo que está participando. Como el hecho teatral es de a dos, los que estamos en el escenario y los espectadores, es una convención, vamos jugando y el público paga para que nosotros le mintamos en la cara, y le contemos una historia que sabe que es ficción, aunque tenga datos de la historia real como en esta obra, pero el encuentro está ficcionado. Nosotros nos esforzamos para que ellos crean lo que estamos contando, entonces el hecho teatral es un hecho mágico, es un hecho que no se puede estructurar, no se puede conceptualizar, es como la respiración en el amor, es muy difícil explicar por qué uno late con una pareja y con otra no, hay algo ahí, en el aliento de la relación que es mágico, es inexplicable. Lo importante es que eso esté siempre. Lo que yo siento, es eso, que estamos frente a un hecho teatral en donde hay algo amoroso que tiene que ver con el hecho, el agradecimiento por la entrega, como en el amor. Es eso el teatro de alguna manera. Lo amoroso habita al espectador y con una participación directa.

C.T: ¿Has tenido algún episodio, algo que te llamó la atención del público hacia vos en esta obra?

J.S: Contamos con seis desmayos en esta temporada, en esos momentos se interrumpe la obra, luego cuando retomamos la gente aplaude. Yo tengo 30 años de teatro y nunca me pasó. Solo una vez me pasó que un espectador tenga un ataque de epilepsia en una función.

C.T: Es decir, que en proporción es una estadística muy alta…

J.S: Es que la gente es impresionable. Ve sangre, la enfermedad, el dolor, y en algún momento el grado de sensibilidad de la persona puede llegar a confundir eso con una realidad. Si pensara un segundo que lo que está pasando es ficción, que yo estoy trabajando para mentirle en la cara al espectador, no se desmayaría, pensaría que es una parte más fuerte y nada más. Perder momentáneamente el conocimiento es porque necesita irse en ese instante, no lo tolera. Una vez, en el medio de un acceso de tos muy fuerte mío, casi al final donde Lewis me trae toallas, me ayuda a sacar la prótesis, que divide el techo de la boca de la cavidad nasal, y la pone en una jarra con agua, una señora se fue gritando: “¡Qué barbaridad! ¿Cómo permiten esto? Es una inmundicia” Y yo por adentro disfruté más que nunca y pensé: “Qué extraordinario el efecto teatral que puede hacer que una persona se levante insultando a lo que pasa, no a mí, insultando a la situación como diciendo ¿cómo permiten que pase una cosa así?”. Y después pensé: “esa señora, o hace mucho que no tiene contacto con un moribundo o hace muy poco, porque si no, no puede ser que uno rechace tanto la enfermedad.

C.T: Seguramente la debe haber angustiado un montón.

J.S: Pero igual su nivel de educación está muy por debajo de lo deseable, porque no hacen falta esas expresiones exacerbadas, ahí hay un plus, sino uno se levanta y se va, es teatro y nada más.

Yo vengo sobreviviendo a Freud; a vos te lo puedo decir porque me vas a comprender, pero es muy costoso conectarme todos los días con la muerte tan directamente y representarla desde una persona tan lúcida, tan inteligente. No es lo mismo para alguien que se está muriendo de cáncer y que tiene la información médica y la información psicoanalítica como la tenía este hombre. Tener esa valentía para morir, esa dignidad, a mí me conecta todos los días con algo bastante doloroso. Obviamente cuando termino la función me desconecto, pero mi resistencia a empezar la función es bastante grande, en general hago síntomas. Controlo mucho mi energía, aparte de calentar la voz una hora durante todos los días, decolorarme el pelo todo el año una vez por semana dos horas y media, cosas que tienen que ver con la técnica actoral. Yo quería estar así, para que fuera lo más real posible.

C.T: Riesgoso por otro lado.

J.S: Sí. Yo nunca tuve la intensión de lograr esta identificación.

C.T: Te quiero decir algo: a mí me impresionó tu postura corporal, realmente pareces de ochenta años, sé que no los tenés, es muy logrado. Que el saco o el traje sea un talle más favorece el aspecto de la imagen de un hombre mayor…

J.S: Ese es un aspecto del vestuario que está muy pensado y que lo hace mi señora, mi compañera de toda la vida, mi novia. Ella es la que dijo que tenía que ser un talle más, un poquito bolsudo el pantalón, pero sin quedar como un mamarracho. El tema es que fui adelgazando a medida que me fui metiendo cada vez más en la carne de este hombre y bueno, quedó así.

C.T: ¿Eso fue producto de tu introspección para hacer el papel o porque te propusiste bajar para ser físicamente parecido?

J.S: Hay una mezcla. A mí se me sube mucho el diafragma cuando hago la función porque viste que hay unos accesos de tos muy grandes que los fabrico.

C.T: Eso me lo dijo Luis (Machín) ¿cómo es que los fabricas?

J.S: Eso es una técnica. Yo fui profesor de Técnica vocal para el actor, estudié canto 5 años, tengo una formación vocal, de un basamento importante. Entonces puedo manejarlo, lo que pasa es que hay que ver el costo. Después que termina la obra me quedo un rato largo en el camarín, me voy en el auto muy tranquilo, escuchando música o alguna radio. Llego a mi casa después de una hora de haber concluido la función y la verdad es que no tengo hambre. Mi novia, la madre de mis hijos, me espera con la comida y ella no comió todavía y le digo ¿cómo no comiste? Y me dice, no ¿cómo voy a comer?, te estoy esperando y le digo: es que no tengo hambre. Y bueno, un poco de mimos, y un poco de afecto, un poco de cariño en casa y ahí de a poquito voy entrando. Así, es una mezcla entre la entrega del personaje, la suba del diafragma que lo voy poniendo en su sitio. He tenido dolores fuertes, dolores de espalda bastante importantes porque estoy muy encorvado y por el lugar donde está el diafragma estoy un poco apretado ahí técnicamente,…es como decía en sus memorias Laurence Ollivier que fue un gran actor que estaba casado con Vivien Leigh una bella mujer, no más bella que la mía (risas), que hizo “Lo que el viento se llevó”. Cuando volvía de trabajar, ella quería sexo y obviamente lo que unía esa pareja en una parte era lo sexual, y él explica en el libro que nunca dijo eso pero que él ya había hecho el amor en el teatro, él había acabado su libido en esa obra, en esa entrega, entonces le costaba mucho más responder a esos pedidos porque ya estaba satisfecho. Y eso es lo que nos pasa a los actores, llegamos a altos grados de satisfacción.

C.T: Cuando te vi, al final de la obra cuando el público aplaudía de pie y saludabas, mi percepción es que si bien había terminado la representación de Freud todavía estabas metido en el personaje.

J.S: Yo siento que es como una oleada que me acaba de pasar, es grato. Es una gran profesión, es una enorme liberación la que yo siento cuando termina la obra. Porque Freud, de alguna manera, ya después de ahí no va a poder seguir viviendo normalmente. Se conecta con la música con la que no puede conectarse habitualmente, pero la puesta lo muestra intentando conectarse con la música aún en el último instante, el dolor lo vence, y a pesar de eso mira hacia afuera y lo sigue intentando, en el peor momento de su vida y sabiendo que es el final. Es un hombre de una enorme sabiduría. Te dije que tenía resistencia para entrar pero una vez que lo construyo, soy yo el dueño, yo soy el que lo arma y tengo que abandonarlo y todas las noches me cuesta eso.

C.T: ¿Cómo haces con dos funciones los sábados?

J.S: Y, es difícil hacer dos funciones los sábados. Si no fuera que porque el teatro es un evento comercial, que el sábado es el día que más gente sale a la calle, y que me parece una buena opción, si fuera por mí, yo no haría dos funciones porque a veces tengo miedo de no poder entregarme de nuevo.

C.T: ¿Te ha pasado de olvidarte la letra, de perderte?

J.S: No, no, es muy raro, alguna vez puede ser pero los actores tenemos recursos, es parte del oficio. Es como si te agarrara un poco de sueño en una sesión con un paciente.

C.T: ¿Por qué crees que la obra tuvo tanto éxito en la Argentina? ¿Vos pensabas que iba a ser así?

J.S: No, no, nunca lo pensé. Lo que yo sabía es que elegí la obra por lo compleja, que tenía un enorme atractivo para un público que vive en la ciudad de Buenos Aires, no porque el interior del país no fuera psicoanalítico, sino porque empezábamos acá, pero el psicoanálisis es parte de nuestro lenguaje cotidiano, de nuestra cultura, no nos es ajeno. El “no te reprimas”, o “no me psicopatees”, “estoy estresado”, “estoy vulnerable”, es algo que está como enraizado en nuestra cultura. Y a mí me parece interesante un pueblo que intenta indagar una conversación con uno mismo, que no tiene por qué tener resultados ni inmediatos, ni distantes sino que es una conversación para intentar estar un poco más en armonía con uno, para que las vivencias que tiene, cuando uno las puede expresar, cuando puede hablar, inevitablemente se saca una mochila. Y si el paciente entiende el mecanismo del psicoanálisis y logra entender este sistema, puede ser mucho más rico de lo que puede ser una terapia para alguien que no se termina de entregar. Ahora hay muchas terapias alternativas porque el mundo anda muy rápido, con facebook, internet, los celulares, hay cosas como que están yendo muy rápido. Yo sigo pensando que el psicoanálisis es más intenso, a mí me genera algo más atractivo poder instalarme en un vínculo y tratar de hablar de lo que uno quiere y de lo que no quiere, pero que está, porque hay que tratar que salga, con las menores trabas posibles, para hacerlo conciente y sea casi una revelación de algo que vos ni tenías pensado resolver o no sabías cómo resolver. El psicoanálisis es para mí el método. Yo tengo un hijo de 20 años y una hija de 11 años. Mi hijo a los 19 empezó terapia, la madre se psicoanaliza, yo también. Ella es artista plástica, trabaja con esculturas en hierro, pinta; yo soy actor, mi hija canta como los dioses. Él empezó el conservatorio de teatro a los 18 años en donde estudié yo, en el Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA), y cuando le pregunté por qué querés hacer terapia me respondió; “…porque siento que me va a hacer bien…”. Y dije, bueno fenómeno, adelante, quiere decir que lo que le hemos trasmitido es que tiene que ver con algo del bienestar de uno, como hacer yoga, como comer sano, cada uno lo que puede.

C.T: ¿Qué dijeron ellos con esta transformación tuya?

J.S: Fue terrible. Mi hija cuando me vio se puso a llorar y decía: “yo quiero que vuelva mi papá, yo quiero que vuelva mi papá” y no había como pararla. Sabe desde que nació que soy actor, le expliqué, y después estuvo todo bien. Mi hijo mayor cuando me vio dijo: “¡¡Uhh!! ¡Perdoname papá… dame un rato, es muy fuerte!”. Y mi mujer estaba feliz de la vida porque primero ella estaba muy consustanciada con el proceso, siempre me acompañó en mis procesos de trabajo y, en segundo lugar, decía: “qué bueno voy a estar con otro hombre por un tiempo” (risas)

 

Acerca del autor

JSuarez

Jorge Suárez

CYNTHIA TOMBEUR

Cynthia Tombeur

Comentarios

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *