NÚMERO 27 | Mayo 2023

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Entrevista a Nora Rabinovich | Diego Zevallos Luna

Conversamos con Nora Rabinovich acerca de la evolución del concepto de intervenciones en los últimos sesenta años.

Hace sesenta años, el psicoanálisis en la Argentina estaba especialmente influenciado por la escuela de Melanie Klein, lo que implicaba que los conceptos de identificación proyectiva e introyectiva guiaran la modalidad interpretativa, en ese tiempo no se hablaba de intervenciones.

En «Psicología de las masas y análisis del yo», en su capítulo VII, Freud había desarrollado el concepto de identificación como «…la más temprana exteriorización de una ligazón afectiva» en la triple diferenciación que todos conocemos, a saber: primaria, secundaria e histérica. Sin embargo, el carácter de proyectiva e introyectiva surge de la lectura sobre este y otros textos freudianos, como la que hace la Escuela Inglesa del escrito «Pulsiones y destinos de pulsión» poniendo el acento en lo propio que proyecta un sujeto en otro con una connotación agresiva. La introyección, en cambio, dependería de una ligazón con otro, cuyas características se incorporan como propias.  El Yo de placer tiene la particularidad de hacer propio lo placentero desconociendo lo displacentero propio. Como señala Freud en el último texto que cité, el «Yo-sujeto» coincide con placer y el «mundo exterior», con displacer.

Como la transferencia se consideraba proyección de objetos parciales del paciente en la persona del analista, este último debía permanecer lo más neutral posible en sus respuestas y hasta en su vestimenta, y en el modo de presentar su consultorio a la manera de una pantalla apta para la proyección de las fantasías inconscientes del paciente, que así eran analizadas. Y, entonces, se desprende también la necesidad de un «encuadre» igual para todos los pacientes: nos referimos a la frecuencia semanal, al uso del diván, a la duración de las sesiones y hasta la fecha anual de vacaciones para ambos partícipes del tratamiento.  Si las modificaciones al encuadre eran propuestas por el paciente, eran interpretadas como resistencias; y, si acontecían por parte del analista, eran consideradas por los supervisores como contraidentificaciones con el paciente, es decir, como contratransferencia actuada por el analista.

Un claro expositor de esa corriente era el psicoanalista argentino Heinrich Racker, cuyo libro sobre técnica analítica era fielmente leído y utilizado en nuestro medio a la manera de una guía incuestionable para la operación analítica. Este autor alertaba sobre las contra-identificaciones del analista con su paciente consideradas obstáculos para el tratamiento.

La función del análisis era la de lograr que el paciente admitiera las fantasías y deseos inconscientes pertenecientes al Yo, ya que esto tendría como efecto la curación de la neurosis.

También, en nuestro medio, el psicoanalista argentino José Bleger sostenía que la interpretación debía incluir el «aquí, ahora, conmigo», es decir, el análisis permanente de la transferencia.

La Escuela Inglesa consideraba que la interpretación debía tener en cuenta la fantasía inconsciente, la ansiedad en juego, la defensa frente a la ansiedad y el objeto que el analista encarnaba en la transferencia para que se tratara de una interpretación «completa». A eso aspiraba en su práctica.

De esta manera se planteaba el análisis centrado en el uno a uno de las fantasías cruzadas entre paciente y analista, quien debía estar atento a las propias con relación a su paciente para que no prevaleciera la confusión especular amenazante, aunque los afectos que despertaba el paciente en el analista eran tenidos en cuenta para la interpretación.

El concepto de contratransferencia es relativo a la transferencia del analista con su paciente, es decir, una transferencia inversa. En los albores del psicoanálisis, podemos recordar el caso Ana O. y el efecto que tuvo su tratamiento en Josef Breuer, su médico. Como nos advertía Freud, el inconsciente puede muy bien ser leído en el otro. Así fue que la mujer de Breuer le reprochaba que dedicara tanto tiempo y esfuerzo a su paciente, ya que advirtía la transferencia de su marido con ella.  Este reproche dio lugar a un intenso sentimiento de culpa en Breuer cuando irrumpe la fantasía de embarazo de Ana O.

También, la Escuela Americana tuvo su influencia en el análisis vernáculo propiciando la identificación de Yo a Yo, es decir, la identificación al Yo del analista considerado como una personalidad más integrada por efecto del análisis personal, corolario de haber hecho suficientemente consciente lo inconsciente disociado. Conceptos de personalidad y Yo que, de esa manera, parecían homologarse. En ese sentido, el trabajo sobre las resistencias a hacer consciente lo inconsciente, rechazado por el Yo, cobraba un valor prioritario en el análisis.

A partir de los setenta, en nuestro medio, comienza a aparecer el interés por el estudio de la enseñanza de Jacques Lacan, quien cuestiona muchos de los fundamentos de la práctica del psicoanálisis de esa época, asegura que esa no era la propuesta freudiana y propone un retorno a Freud.

Lacan propone el concepto de sujeto. Lo diferencia de la propuesta clásica de la filosofía, ya que señala que está dividido entre significantes, y la emergencia del inconsciente se produce en los lapsus, en los olvidos, en los sueños y en la asociación libre durante la sesión para volver a escurrirse. No hay integración a la que se aspire en un análisis dada la insalvable y estructural división del sujeto.

Es interesante recordar que la traducción del vocablo «persona» es máscara, tal como surge del griego, lo que alerta sobre la falacia de pensar la personalidad como integrada. Esta es una objeción de Lacan a la meta de integración propuesta por la escuela vernácula.

El problema de las identificaciones también es trabajado meticulosamente por Lacan.  Señala que la temprana ligazón afectiva deja un saldo simbólico, el «otro» no es sólo un espejo en el que el infans se reconoce como unidad imaginaria, sino que, además, es la posibilidad de «ser hablante» a partir de la identificación al “Otro” que habla, con grávidas consecuencias porque la madre alimenta de lenguaje al niño y, con ello, de pulsión para entrar en una dimensión diferente de la del instinto.

La pulsión nace en la medida en la que el infans queda inmerso en un baño de lenguaje. Como consecuencia se produce una pérdida de satisfacción que, paradojalmente, se recupera en lo que decanta del lenguaje como «letra», condensador de un goce singular para cada quien.  Se trata de lo que escucha el analista en la sesión que propicia una lectura.

Esto se traduce en un concepto de interpretación diferente del que puntualizábamos a propósito de las otras corrientes psicoanalíticas y que nos recuerda a las clásicas interpretaciones freudianas.

Por otra parte, el Otro, como espacio que encarna alguien de carne y hueso, es el lugar en el que el niño intenta leer el deseo. Se pregunta qué lugar tiene él en el deseo del Otro y, al querer ocupar ese lugar, se identifica con aquello que cree completar al Otro ya que si existe el deseo es porque la falta está presente.

Como vemos, además de las proyecciones e introyecciones, se trata de otras cuestiones lo que modifican el criterio con el que se piensa la interpretación, así como el de transferencia, ya que, en ese sentido, el analista hace semblante de un objeto que es un vacío en torno al que gira la pulsión. Se trata de un concepto de objeto imposible de pensar sin la pérdida de satisfacción que supone la entrada estructurante del sujeto al lenguaje. La transferencia se muestra en la escena, poniéndose en juego el deseo del analista que tiene que ver con que el análisis marche. La interpretación se hace en transferencia, no se interpreta la transferencia, al menos no como premisa insoslayable.  

Con relación a la interpretación de las resistencias, Lacan sostiene que las únicas resistencias son las del analista en la dirección de la cura porque, tal como subraya Freud, el inconsciente no resiste, ello se hace oír a pesar de la buena forma y del desconocimiento del yo. Es el analista que, atención flotante mediante, hará su lectura. Lacan señala que el encuadre es un ritual para proteger y asegurar al analista respecto de su posición, siempre en jaque, cuando el análisis se fundamenta en las proyecciones cruzadas.

Al sostener que la estructura del sujeto es simbólica, imaginaria y real, que se representa por tres cuerdas anudadas de manera borromea, se hace evidente que las intervenciones del analista pueden ser en cualquiera de esas cuerdas.

Con su intervención, el analista debe conmover los sentidos coagulados que trae el paciente, sus teorías acerca de su neurosis, de su posición en el mundo. Conmover las fijaciones fantasmáticas para que allí, donde la compulsión de repetición reina más allá del principio del placer, sea posible el deseo que llevará a sublimaciones como el descubrimiento de nuevos goces en línea con el deseo.

En lo real, la presencia del analista encarnando el objeto del fantasma, que se lee en la escena transferencial, funda la transferencia y, desde esa posición, puede hacer una pregunta que conmueva los sentidos a los que el sujeto está habituado, puede citar al analizante a una nueva sesión antes de la pautada o interrumpir la sesión cuando el momento de concluir es oportuno sin ceñirse a un tiempo arbitrario para todos igual.

Una intervención puede ser la de dar sentido, cuestión tan cara al hablante. El sentido del sujeto va en la línea de su deseo. Cuerda simbólica.

Otras intervenciones pueden tratar de jugar con la multivocidad significante que aparece en el decir del analizante, en la sesión. Por ejemplo, cuando un paciente relata un sueño, refiere que una mujer que aparecía hablándole tenía por nombre «Delia». Una vez que la analista repite ese significante separándolo en dos sílabas, aparece «de ella». Esta intervención desata variadas asociaciones que producen impacto en el analizante. Intervención en el registro simbólico bordeando lo real del mero sonido, haciéndose presente el goce implicado.

Un análisis puede transcurrir por teléfono, por Internet o en el consultorio como hemos podido comprobar en oportunidad de la pandemia. La transferencia está presente y es por eso que el análisis es posible. La asociación libre y la atención flotante son el resultado de la transferencia. En ese sentido, podríamos decir que la presencialidad se produce en el ámbito en el que se dé el análisis —transferencia mediante—, aunque a veces la asociación libre se interrumpe y se muestra en escena el goce pulsional sin palabra, goce que se da a ver, oír y hasta a oler, cuestión solo posible cuando al compartir un mismo espacio físico analista y analizante.

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