NÚMERO 22 | Octubre 2020

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Los sufrimientos actuales desde la teoría y clínica psicoanalítica | José Eduardo Fischbein

Trabajo presentado en la Mesa «¿Sufrimientos actuales. Nuevos interrogantes?» organizada por el Área de Psicosomática, perteneciente al Ciclo «Miércoles en la Escuela», abril 2020.

Quiero hacer una aclaración inicial, voy a insistir en hablar de persona como un representante del género humano para después poder describir sujeto que ya es un término específicamente psicoanalítico que conlleva un conflicto pulsional. Es en este terreno del conflicto que me ubicaré para poder describir el tema de hoy: “Los sufrimientos actuales”.

¿Quién sufre? Si respondemos es un sujeto el que sufre, la pregunta es a qué está sujeto y cuál es la instancia que lo sujeta y escinde, y lo hace estar inmerso en un conflicto que lo hace sufrir.

Quisiera pasar a considerar al actor del sufrimiento. Dejaré adrede de lado las situaciones contextuales como podría ser en este momento la pandemia de corona virus, una guerra o una hambruna. Me centraré en quién es el actor del sufrimiento en la actualidad y cuál es su sustrato mental.

Se me ocurre interrogar si el actual sujeto es el mismo considerado por Freud en el contexto de descubrimiento del Psicoanálisis ¿Iría Dora a entrenar a un gimnasio? ¿Estaría la joven homosexual tan pendiente de la mirada del padre? ¿Se asustaría Schreber de su fantasía de ser una mujer en el momento del coito?

Puede que sí y puede que no. Nunca lo sabremos, pero si quisiera plantear que el momento actual, en el cual predominan ciertos ideales como ser la imagen o la diversidad, nos lleva a pensar cómo es el motivo de sufrimiento y cuál el conflicto que lo genera. Otro tanto, incluir el apuro de resolución que genera la premura de lo inmediato.

Antes de seguir, quisiera hacer una salvedad, la muerte y el descubrimiento de la alteridad han sido siempre una fuente de sufrimiento para el humano. La finitud y el deseo son inevitables fuentes de sufrimiento que acompañaron al humano en toda época.

La psicosexualidad y su relación con el contexto fueron el eje freudiano para hablar de lo inconcebible, de lo insoportable para sus pacientes y motivo patógeno para la generación de síntomas, enfermedades mentales y profundos sufrimientos. La inserción en lo social de las ideas freudianas ha producido virajes en las fuentes de sufrimiento. Entonces nos tenemos que preguntar hacia dónde se mudó el conflicto y qué genera hoy sufrimientos. Intentaremos una descripción.

Si retomo el tema de sufrimientos actuales, ¿quién y por qué sufre una persona?

Me ubico en su problemática interior. Y me cuestiono si es solo el conflicto inconsciente con su psicosexualidad o, además —y recalco este además—, tendríamos que pensar en otras fuentes.

¿A qué está sujeto hoy el actor del sufrimiento? ¿Quién es hoy su amo que lo esclaviza? Insisto, dejo de lado el real de la pandemia, de una guerra o carencia social. Frente a estos factores de lo real, un humano individual siempre estará impotente. Me centraré en la fuente de sufrimiento desde su amo interior: el superyó y su súper especialización, el ideal del yo y la posibilidad de que sus exigencias fuesen imposibles de satisfacer. Es en ese ideal que centro la fuente de los sufrimientos actuales.

Cada época tiene discursos vigentes que sellan su producción. Marcan el sentido que se le otorga a sus fenómenos y producciones, el significado nunca resulta fijo y la línea entre lo real y lo simbólico sufre alteraciones por las opiniones, mitos y creencias imperantes y los límites que impone la realidad. Es por ello que los desarrollos que estructuran las teorías que estudian los fenómenos fluctúan por factores epocales. Tanto a las teorías explícitas como las implícitas se suman los factores emocionales que condicionan los discursos que subyacen en lo íntimo de las personas de cada época y modelan sus diferentes subjetividades.

Cuando se nos interroga sobre los sufrimientos actuales vale la pena recordar que la palabra actual tiene un doble sentido. El primero alude a un sentido temporal, lo que está ocurriendo en este momento, y el segundo alude al acto, a lo que se actúa, al comportamiento. Es decir, el acto referido al accionar de las personas en lo interpersonal. Acto que puede realizarse allí donde el pensar claudica, se involucra al otro en actos con funciones evacuativas de lo no procesado mentalmente y esto genera una fuente de sufrimiento.

Tomaré, como un factor preponderante, el indicador temporal, implicado en el título de esta convocatoria, porque este va condicionando la transformación de los fenómenos de cada momento y la lectura que de ello se hace. Quisiera recalcar el factor temporal como índice semiótico de estudio, ya que en nuestra cosmovisión nunca nos bañamos dos veces en el mismo río por su constante fluir. El sufrimiento de ayer no se corresponde a las causas del de hoy y no conocemos cuál será el de mañana.

A fines del siglo XIX, si una persona que hubiese querido ir desde América a Europa o viceversa debía disponer de varias semanas para el traslado marítimo, hoy se hace el mismo recorrido en diez o doce horas. La temporalidad ha variado y lo rápido e instantáneo es parte de nuestro contexto. La inmersión social y la adaptación a esta modalidad en la que se exalta lo rápido, en oposición al tiempo necesario para la elaboración mental, pueden originar una fuente de sufrimiento.

El tiempo disponible para una opción es diferente en ambos momentos, la temporalidad de los siglos XIX y XX es diferente a la actual, y lo mismo ocurre con el tiempo disponible frente al compromiso que adquiere una persona cuando está enfrentada con un conflicto que la hace sufrir.

Dentro de los escritos psicoanalíticos, encontré reiteradamente una equivalencia entre sufrimiento y dolor psíquico. Prefiero usar sufrimiento y no dolor psíquico, pues para mi tienen connotaciones radicalmente diferentes que trataré de aclarar en esta ponencia.

Estudiar el tema del dolor dentro de una filiación freudiana, nos adscribe a tomar el enfoque económico como un eje para la comprensión de los fenómenos, al igual que en la concepción popular se vincula con la percepción y los afectos concomitantes. Sin embargo, dentro de este enfoque, nos ubica en posiciones extremas, ya que las concepciones del dolor —tal como Freud las toma— son las del exceso y las del defecto o carencia, siempre refiriéndose a la energía o carga dentro del aparato mental.

Exceso en el caso de la ruptura de las barreras de protección en el dolor orgánico y carencia o déficit para las situaciones de pérdida. El déficit será cualificado como falta para el caso de la pérdida de objeto en las neurosis y, como falla en el yo, en la carencia representacional en las patologías narcisistas del vacío.

Según el diccionario para sufrimiento se dan las siguientes acepciones: paciencia, conformidad, tolerancia con que se sufre una cosa; padecimiento, dolor, pena. Sentir un daño moral o físico. Sostener, aguantar, tolerar, resistir soportar. Someterse a una prueba. Una pregunta que se nos impone es quién es el actor de todas esas acciones. Sobre todo si nos atenemos al título de esta convocatoria: “Sufrimientos Actuales”

Continuando con el eje temporal, compararé, por un lado, un primer escenario que es la Viena finisecular, del siglo XIX su sociedad, ideologías y teorías predominantes que son la cuna del movimiento psicoanalítico, momento singular en el que vivió Sigmund Freud y en el que desarrolló sus teorías psicoanalíticas cuyo objetivo primordial fue, en ese período, el de incluir la noción de inconsciente en el mundo científico. Un inconsciente que tenía por función esconder la sexualidad y sus pulsiones que intentaban manifestarse.

Por otro lado, trataré de ubicarme en un segundo escenario: el actual, moderno tardío, para interrogarme cuál es la persona que sufre.

En este escenario, nos preguntamos cuáles son sus características y qué personas lo componen. Esto nos lleva a preguntarnos sobre cuáles son sujeciones generadoras de sufrimiento. Si coinciden con las del primer escenario o tienen especificidades diferentes. Hablo del genérico personas y no digo persones, pues no soy tan moderno, pero ya en la cuestión del sujeto actual incluyo a la diversidad identitaria como un concepto inherente.

Me ocupé a vuelo de pájaro de algunos aspectos sociales que nos han precedido, pero también quiero resaltar que en el contexto de las ideas no son ya las mismas las que rodean la lectura y las implicancias de ambos escenarios. El fin del siglo XIX y el principio del siglo XXI son dos escenarios muy diferentes. No sólo se manejan otros valores, sino que la lectura de los fenómenos ha variado radicalmente. La ciencia y sus contenidos también han tenido un abismal desarrollo desde los comienzos de la época moderna o industrial y la modernidad tardía. A esto tenemos que agregarle los cambios en los avances tecnológicos y de las comunicaciones. Si la entrada del teléfono a los hogares produjo en su momento una conmoción, qué podemos decir hoy por el uso masivo del Internet.

Todos los avances tecnológicos han producido un viraje fundamental en la subjetividad y las relaciones entre personas.

Hablamos de valores muy diferentes entre los del contexto de descubrimiento y de los que hoy están inmersos en la subjetividad de las personas con quienes convivimos. ¿Quién es este sujeto? ¿Se trata de una persona que se ha forjado a sí misma? ¿Cuelga su vida en las redes sociales? ¿Es el sujeto preocupado por su rendimiento? ¿Hay un lugar perfecto para él en esta sociedad? Además no puede olvidar el lema del tiempo actual, «Si querés, podés». Eso lo ha convertido en un esclavo más absoluto, el esclavo sometido a sí mismo y ¿por qué nos atrevemos a llamarlo esclavo? Se construye en esta modalidad que exalta el rendimiento y es esta capacidad lo que hace sentirse libre.

Ahora cada uno es un trabajador que se explota a sí mismo en su propia empresa. Esta manera de tratarse al sujeto a sí mismo lleva a una actitud auto- agresiva que no lo convierte en un explotado del otro, sino en un explotado de sí mismo. En esta construcción del sujeto del rendimiento, cumple un papel fundamental la red y en especial las redes sociales que actúan en dos sentidos. Por una parte, funcionan como un sistema de vigilancia, como un panóptico digital; por otra, se han convertido en un escaparate del sí mismo y la vida es expuesta como una mercancía.

Esta exposición directa es pornografía expuesta en el medio digital que no está formada por grupos, sino por individuos aislados que, debido a su exceso de información y su exigencia de la inmediatez en la comunicación, impiden que las personas reflexionen y, por lo tanto, que sean ellas mismas con la imposición constante de expresar sus opiniones favorables y pronunciarse en los chats, muy conocidos por todos nosotros, a partir de los likes. Ambos sentidos (como el panóptico digital y como escaparate) anulan aún más la capacidad organizativa de grupos de individuos con un mismo objetivo.

Esta modalidad de funcionamiento es una seria exposición que no da lugar al silencio y al espacio para encontrarse consigo mismo en rincón propio de reflexión íntima del ser humano que ralentiza y dificulta la exigencia externa y extrema de comunicación eficaz. En ese contexto el sometimiento involuntario a los tiempos rápidos y cambiantes que impone esta sociedad, la propuesta de la tolerancia con las capacidades propias suena, para muchas personas, a veces, como extemporánea, ya que se solicita una constante demanda de superación impuesta por su propio ideal.

Si nos posicionamos en el tiempo y en las teorías al final de la obra freudiana, Freud habla del “Yo y sus amos”. Amos, una palabra que nos interroga, ¿se está hablando sólo de la sexualidad o también de la pulsión del poder y dominio? Si optamos por hacer entrar el poder en escena, la pregunta es: ¿quién lo ejerce? ¿Quién es hoy el amo? Sería la respuesta: ¿es el amo el sí mismo o el ideal del Yo?

No cuestiono la sexualidad, pero mi duda es más bien su hegemonía o (si) la ha perdido frente a la realidad como amo. Nos queda entonces preguntarnos qué pasa con el ideal y si la defensa frente a él no sería la de adoptar una posición que instrumentalmente llamaré subjetividad centrada en el Yo Ideal siguiendo las ideas freudianas expuestas en “Introducción del Narcisismo”.

Desde la entrega al Yo-Ideal encarnado en una persona, o un proyecto de trabajo, o el sometimiento a las pautas de una institución que otorga prestigio, el sujeto se somete a la ilusión de ser reconocido en su propia grandiosidad. Es una sujeción cuya finalidad es trasladar la demanda del “se puede” y estos mandatos lo inundan en el sufrimiento. Doblegándose el sujeto busca inconscientemente aprobación que lo rescatará de la angustia y, en su anhelo de un sometimiento acrítico, concluirá en una pasión fusional con aquello que la cultura del consumo inmersa en su Ideal impone como valor.

Es válido, por lo tanto, preguntarse, dadas las diferencias entre las histéricas de Freud y el sujeto de la eficiencia inmerso en el universo neo-capitalista, si este sujeto presenta la misma demanda y si se le puede ofrecer el mismo instrumento para la resolución del sufrimiento sumido en el colapso narcisista. El tema es de qué manera instrumentamos la teoría psicoanalítica dentro de la demanda psicoterapéutica para los sufrimientos de la actualidad.

En los procesos de elaboración mental, tanto del dolor como del sufrimiento, se hacen evidentes dentro del psiquismo la riqueza del mundo representacional o el vaciado de sus contenidos. Se juegan a nivel de la psique, tanto su integridad como las heridas por las que drena su ser. El dolor y el duelo configuran un campo en el cual se juega la existencia del sujeto o su desorganización, equivalente a las vivencias de muerte.

Trabajamos, por lo tanto, con relación al sufrimiento, con dos conceptos de dolor: el primer concepto está relacionado con la idea de trauma y el segundo, con la de trabajo de duelo. El primero, relacionado con lo cuantitativo, con la ruptura de la barrera antiestímulo, concepto emparentado con las ideas de choque y efracción de un límite y, otro, vinculado a lo representacional y a la pérdida de los objetos que aportan gratificaciones libidinales. Esta última rescata las emociones y afectos siendo una conceptualización cualitativa.

Podemos afirmar que, mientras que en el dolor se juegan las catexias narcisistas, en el trabajo del duelo se juegan las catexias objetales. La alteración del uso de estas últimas se manifiesta como una traba en el proceso de duelo y marca el comienzo de las resoluciones patológicas en las que se pone en juego el ser del sujeto y no sus posesiones. Pontalis (1978, p. 258) afirma: “El paso del dolor corporal al dolor psíquico corresponde a la transformación de la catexia narcisista en catexia de objeto”.

El sufrimiento abarca, a su vez, dos campos diferentes. Uno, vinculado a las pérdidas objetales —característica de las neurosis— y, otro, observado en las patologías narcisistas, relacionado con las carencias representacionales y con la percepción de vacío interior. Recordemos solamente la frase que Freud enuncia en “Duelo y Melancolía” al referirse a esta patología: “El yo no sabe lo que pierde con el objeto” (agregaríamos de elección narcisista) por eso se empobrece.

Otro aspecto de la clínica vinculado al sufrimiento lo encontramos al estudiar los vínculos adictivos referidos a la vivencia de dejar de existir al perder el objeto de la adicción que se ha convertido en una suplencia que sostiene lo faltante en el ser como se da en la ausencia de los objetos de consumo. Condiciones semejantes se dan a nivel económico, tanto en la efracción de las barreras de protección como en la pérdida de un objeto, ya que ambos conllevan el riesgo de caer en vivencias de desamparo, paradigma del sufrimiento humano.

Las vestimentas del sufrimiento son las escenas en las que el sujeto se evoca en una relación emocional con el otro que es significativo para él. El sufrimiento se dice, se cuenta, puede modelarse en un relato en el que el sujeto apela a diferentes evocaciones, en las que representa la repetición del vínculo con su objeto de amor o de odio. Con el relato del sufrimiento se apela al reinicio de un contacto con el otro. Otro que es indispensable para sus gratificaciones pulsionales.

Frente al sufrimiento el otro es omnipresente, tanto por su pérdida como en el anhelo de reencontrar un nuevo objeto, se ubica en el lugar de lo que es sustituible, si no es con “este” siempre existe la contingencia de buscar a “otro” con quien se renuevan las expectativas de gratificación. En la realidad psíquica, siempre existe gracias a la posibilidad de las múltiples transferencias afectivas la eventualidad de investir un nuevo objeto, sustitutivo del perdido, que garantiza la ilusión de un reencuentro con las experiencias gratificantes.

La pérdida de los objetos lleva al sujeto a la necesidad de desprenderse de ellos e investir nuevos para no seguir su mismo derrotero. Sólo si encuentra sustitutos para investir, no seguirá el camino de los objetos perdidos y hallará nuevas metas para continuar viviendo. Este trabajo de “matar al muerto” para no morir y seguir viviendo se apoya en las catexias sostenedoras del narcisismo trófico, en el amor a sí mismo y en la puesta en marcha del sentido de realidad (Aslan, 1978).

Es así como se retoman los recorridos de la libido objetal en búsqueda de nuevos objetos que permitan reparar las heridas dejadas por aquellos perdidos. Se inicia una serie sin fin de investiduras, desinvestiduras y reinvestimientos objetales. Este es un trabajo psíquico de sustitución que mantiene al sujeto adherido a la vida. El corte de esta búsqueda lo llevaría a seguir el recorrido del objeto perdido.

Los sustitutos son distintos del objeto perdido, pero están en el lugar del ausente. Son diferentes, pero equivalentes a lo que se ha perdido y sostienen la ilusión de un nuevo proyecto de vida. Por el contrario, continuar unido a lo perdido significa morir junto con el objeto ausente.

En las patologías narcisistas, encontramos el goce oculto tras la queja por el sufrimiento. La melancolía, el masoquismo y la reacción terapéutica negativa, dentro del proceso psicoanalítico, nos ilustran la imposición del sufrimiento desde el superyó. Si bien lo evidente es el displacer, no olvidemos el aforismo freudiano de displacer para un sistema es placer para otro.

CONCLUSIÓN

  1. Ante el sufrimiento una persona se lamenta, se queja, se acongoja y hasta puede crear un sueño. Pero frente a lo crudo del dolor, dejan de funcionar las defensas psíquicas y el único anhelo posible es la huida del dolor por la búsqueda de analgésicos. Huida ruidosa, pero sin palabras.
  2. Un paciente en tratamiento psicoanalítico dispone de un mayor bagaje de recursos simbólicos para enfrentar sus situaciones difíciles e incluso críticas
  3. Sin embargo, ante lo excesivo de ciertas situaciones, la escisión y la desmentida —defensas muy primarias— se constituyen en recursos extremos para la sobrevida psíquica. Para poder enfrentar situaciones muy dolorosas y elaborar duelos, el sujeto se retrae —necesita de su soledad— para reencontrarse con su mismidad y poder enfrentar la angustia que sus objetos queridos tratan de mitigarle. Si bien el otro es imprescindible, el estar solo consigo mismo también se constituye en una necesidad.

MIÉRCOLES EN LA ESCUELA ONLINE 2020

Miércoles 15 de abril de 2020 | Área de Psicosomática

Mesa: Sufrimientos actuales. Nuevos interrogantes

Panelistas:

Mag. Alicia Levín

Dr. José Fischbein

Dra. Lydia Storti

Coordina:

Lic. Elsa Hetch

PUEDE ACCEDER A ESTA CONFERENCIA EN NUESTRO CANAL DE YOUTUBE:

 

Bibliografía

Aslan, C. M. (1978). Un aporte a la metapsicología del duelo. Revista de Psicoanálisis35(1), pp. 19-60.

Pontalis, J. B. (1978). Entre el sueño y el dolor. Buenos Aires: Sudamericana.

Acerca del autor

José Eduardo Fischbein

José Eduardo Fischbein

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