NÚMERO 27 | Mayo 2023

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Psicoanálisis dixit | Graciela Cohan

Este año celebramos 60 años de la fundación de nuestra institución que viene formando psicoanalistas con espíritu pluralista y, como homenaje a la Revista AEAPG editada en papel, nos pareció importante recordar algunos de los textos publicados que reflejan ese espíritu. Presentamos fragmentos de textos de Elsa Cartolano y Miguel Ángel Rubinstein (1990), de Carlos Weisse (1993) y de José Fishbein y Susana Vinocur de Fishbein (1998) en un recorrido que pretende ilustrar la potencia y la creatividad de nuestros analistas. ¡Esperamos que disfruten de su lectura!

Weisse, C. (1993). Pulsión y destino de sublimación, Revista Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, 19, pp. 185-186.

3. ¿Innovación o transgresión?

Habíamos hablado de innovaciones, y hasta análisis de los efectos de la pulsión de muerte en Freud, la formulación de un análisis de lo real en Lacan[1], y el estudio de la transferencia, primitiva en Winnicott [2] [3], constituyen todavía verdaderas innovaciones a pesar de sus ya no tan recientes formulaciones. Consideramos que es desde este conjunto de modelos teóricos de donde podemos encontrar algunas respuestas a la problemática con que la clínica de hoy nos enfrenta. Y a esto agregaríamos los aportes de Joyce McDougall y Piera Aulagnier, tanto en el estudio de la transferencia como de la psicosomatosis, la alienación y la psicosis. La problemática, por lo tanto, continúa siendo la de la extensión, extensión de los modelos teóricos necesarios Para abordar la complejidad de estos pacientes de «atto riesgo», extensión de los recursos técnicos. De todos modos, esta extensión también conlleva la idea de límite. Propiciamos, al decir de Baranger y Mom[4] un expansionismo circunspecto, es decir una extensión sin dilución. El marco seguirá siendo un campo analítico, aunque en estas circunstancias, la situación de riesgo nos comprometa a salirnos aparentemente de él. En estos casos ¿nos resulta suficiente el recurso de la interpretación y/o de la construcción? Es obvio que no.

En aquel momento de las neurosis de transferencia donde la demanda era una demanda de amor, el analista respondía con la regla de abstinencia y el análisis de la transferencia se llevaba a cabo en una situación de frustración. La transferencia constituía un fenómeno libidinal y como tal, en un mundo plasmado de símbolos, una historia, la del síntoma, se desarmaba para armar esta otra en el aquí y ahora de la relación transferencial.

Pero hemos pasado del análisis del tema del amor al problema de la muerte. En el campo ahora extendido la dramática de la histeria se diluye y la temática de la muerte con que nos tiene acostumbrado el obsesivo deja de ser “escuchada”. De modo que, como dijimos anteriormente, en este silencio de los significantes se inaugura o legitima, al menos para nosotros, el análisis de los efectos de la pulsión de muerte. Del amor de transferencia asistimos ahora al narcisismo tanático[5].

Se nos objetará que estos pacientes no son analizables y si restringiéramos la cura analítica a los postulados técnicos de sus comienzos, la objeción es inapelable. Pero la extensión del campo del psicoanálisis ha exigido una consecuente reformulación de la técnica psicoanalítica. Resulta obvio que, una técnica diseñada para hacer consciente lo inconsciente por vía de la interpretación verbal y observando la más estricta regla de abstinencia, no resultaría suficiente para encarar el psicoanálisis de situaciones derivadas de traumas tempranos que, por lo dicho anteriormente, no es esperable que se hagan escuchar por el oído analítico. Se podría optar entonces por la solución más sencilla que es considerar inanalizables a aquellos pacientes “límites”. Pero somos protagonistas de una ciencia en desarrollo, con la capacidad de cuestionamiento que le otorgaron un siglo de fructíferas investigaciones.

Numerosas variables técnicas han sido planteadas y su enumeración excedería en mucho los límites de esta comunicación, no obstante, lo cual queremos señalar unas muy breves consideraciones. Tal vez el aporte técnico más significativo a este respecto es, para nosotros el de Donald W. Winnicott. La lectura de su ya célebre trabajo acerca de la regresión en el marco psicoanalítico nos exime de mayores comentarios[6]. Sólo diremos que lo que Winnicott denomina “experiencia correctiva”, cuando se logra, produce, tal como él mismo lo señala, una vivencia que compromete tanto al analista como al paciente que ya no serán los mismos que antes. Nos detenemos en este modelo terapéutico, porque permite, tal vez como ningún otro, poner en evidencia una modalidad de la transferencia, no hablada, primitiva y al mismo tiempo operativa.

Cuando el conflicto os para nosotros el do la vida y la muerte ¿qué vigencia tiene la regla de abstinencia? Pensamos que más bien tendríamos que buscar cl modo de abordar estas situaciones límites que naturalmente llevarían al quiebre momentáneo de dicha regla. Pero permaneciendo aún en el marco analítico, doctrinariamente hablando, se hace necesario entonces crear un espacio que permita salir de la «urgencia». El instrumento de ese espacio puede ser una acción de indudable eficacia terapéutica, pero dotada de una cierta especificidad, que se origina en el interjuego de las transferencias primitivas que promueven una respuesta en el analista surgida desde su captación a través de la contratransferencia. De este modo nuestro objetivo será permitir que este paciente pueda estar en condiciones de «analizabilidad», entendiendo por tal la posibilidad de ingresar en algún momento a un campo de ligadura, de símbolos, de pérdidas enunciadas y de duelos.

Freud trae una metáfora respecto a esa conjugación que se da en todo trabajo analítico: el afán de investigación, la capacidad creativa y la posibilidad de dejarse sorprender. Él decía que, como en el juego de ajedrez, sólo las aperturas y los finales admiten «una exposición sistemática y exhaustiva, en tanto que la rehusa la infinita variedad de las movidas que siguen a las de apertura». La extraordinaria diversidad de las constelaciones psíquicas intervinientes, la plasticidad de todos los procesos anímicos y la riqueza de los factores determinantes se oponen, por cierto, a una mecanización de la técnica, y hacen posible que un proceso de ordinario legítimo no produzca efecto algunas veces, mientras que otro habitualmente considerado erróneo lleva en algunos casos a la meta. Sin embargo, esas constelaciones no impiden establecer para el médico una conducta en promedio acorde al fin[7].

Nuestra propuesta podría formularse de manera muy sencilla. Pensamos que el marco analítico, con las modificaciones técnicas adecuadas a cada caso, puede constituirse de por sí en un factor curativo. En los casos más felices logra la «anatizabilidad de los inanalizables», lo cual como todos acordarán no es poca cosa.


Mandet, E. C. de y Rubinstein, M. A. (1990). Del tema del amor al problema de la muerte, Revista Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, 16, pp. 227-229.

Lenguaje y función paterna

Es en «Moisés y el monoteísmo» donde Freud relaciona la sublimación con la función del padre, y es también allí donde relaciona la función del padre con el padre muerto como instaurador de la ley y de la formación de la comunidad, es decir, como un progreso en la espiritualidad.

La ley tiene un efecto no temible ni angustiante, éste es la castración simbólica y por ella se instaura la separación entre el goce y el deseo.

Es decir: lo prohibido se hace fundamento del deseo y este complejo de castración resignifica todas las pérdidas anteriores en relación al falo, significante de la falta como universal.

Dicho en otras palabras, el falo como significante tiene como significado la imposibilidad de goce, es decir, todo sujeto está sometido a la ley de prohibición del incesto y ha de renunciar al objeto deseado primero y absoluto que es la madre, es así como se sustituye ese punto cero del lenguaje que es la Cosa por el nombre del padre.

El falo es el significante que marca el lugar y la imposibilidad de la Cosa, de allí su función de soporte de la ley y de designar la falta en el Otro, es decir castración en la madre, que la hace deseante de algo que no se completa con la relación con el hijo, en otras palabras, se desea en función de la castración.

El falo, que no es verbal ni tampoco el pene, es lo que induce en toda imagen el efecto de aparecer marcada por una falta, es un menos uno porque designa con el Otro una falta de significante. El falo es en fin el significante que desvía al discurso de la Cosa hacia los objetos de deseo.

Pero el falo es un significante mudo, no articulable y para hablar hay que articular un significante con otro significante, es por eso que el significante articulable, el que cumple la función articulable del falo es el nombre del padre. Este nombre del padre es un significante que actúa como referente del discurso de un sujeto, es decir es el punto de referencia a partir del cual se hace posible articular un discurso. Articular un discurso significa establecer una cadena significante que estrictamente considerado es la cadena inconsciente, es decir el saber insabido que es el inconsciente y en cuyo interjuego retroactivo produce como efectos por un lado el sujeto y por otro lado la significación de la que siempre queda un resto sin decir (pues no se puede decirlo todo) y que es el objeto “a”, como se denomina a dicho resto.

Resumiendo, esto anteriormente dicho implica la vigencia de la ley del lenguaje, la que instala al sujeto en el mundo simbólico dada la vigencia de la castración por mediación de la metáfora paterna que es lo que del padre se instaura como función.

Constatamos entonces que esta función de padre simbólico que permite el acceso al lenguaje no tiene necesariamente que ver con el padre de la realidad pues éste está sujeto a los avatares de la imaginería y entonces puede aparecer en la fantasía tanto como padre desvitalizado, impotente para cualquier tarea, como un padre terrible generador de la más temida angustia de castración.


Fischbein, J. E y Vinocur de Fischbein, S. (1998). Algunas reflexiones sobre la condición del objeto en el narcisismo, Revista Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, 24, pp. 83-88.

1. Introducción

La patología narcisista tiene múltiples expresiones. Variados cuadros pueden sucederse o coexistir en el devenir de un sujeto narcisista: la somatosis, la perversión, las adicciones, la tendencia a la actuación. Estas, como expresiones de tal patología, no sólo son las diferentes maneras en que el sujeto narcisista intenta restituir su integridad y restablecer el contacto con la realidad cada vez que se ha producido un daño considerable a su autoestima, es decir, después de una injuria narcisista, sino que constituyen diferentes instrumentaciones para el reencuentro con un objeto indispensable para recuperar la perdida valoración de sí. De este modo, el objeto deviene un personaje con distintos rostros.

En este trabajo presentaremos algunas reflexiones, nacidas de la observación clínica en el campo psicoanalítico, sobre el objeto en el narcisismo. Si bien consideramos al objeto como una construcción psíquica que implica un recorrido singular de la pulsión por el mundo representacional del sujeto, y a partir de allí una organización específica de éste, entendemos que esta construcción subjetiva encuentra habitualmente un correlato en el mundo exterior que permite la puesta en acto de los avatares de la pulsión sobre el objeto intrapsíquico. Por otra parte, este objeto que se presta para la investidura resguarda al sujeto del embate de la cantidad, pero a la vez, paradójicamente, le señala su extrema dependencia y sus límites. Aunque el sujeto aspire a ser uno con el objeto, existe una variabilidad en la distancia entre ambos; la gama que va desde la separación hasta la unificación, desde la discriminación hasta la fusión, desde la diferencia hasta el ser-parte-de-sí marca las diversas manifestaciones de la patología narcisista.

Este trabajo pondrá especial énfasis sobre los siguientes problemas. la fusión sujeto-objeto, el objeto de la restitución y la cualidad adictiva del vínculo del sujeto con dicho objeto. Vínculo nacido de la necesidad y no del deseo para sostener la vivencia de ser del sujeto.

2. De los orígenes, de la regresión y de la restitución de los vínculos

El ser humano nace inmaduro e indefenso. Esto marca su origen como un estado de dependencia total, y la necesidad de ayuda por parte de un auxiliar, para resolver sus propias necesidades. Sólo la presencia del otro asegura su sobrevida. Surge así que la necesidad del semejante, del auxiliar, del otro significativo en su función de cuidador primario, lo envuelve en el mundo del deseo, lo introduce en el universo de la sexualidad.

El otro es quien organizará, como soporte y modelo, los procesos psíquicos del sujeto. Organizará sus percepciones, su mapa pulsional y su yo en relación a sus exterioridades: el soma y el mundo exterior. Estas organizaciones encierran modelos vinculares, que establecerán las modalidades de relación en las que la investidura y desinvestidura del objeto, la resolución de la tensión, de la agresión o del amor, y la elección de órganos ejecutores darán cuenta del abandono o recontacto con el objeto.

El manejo de las gratificaciones o frustraciones constituye un ejemplo de la repetición de las situaciones originales. La involucración, la sujeción, el desafío y la discriminación son distintas formas de estar dentro o fuera de un vínculo y siempre tendrán un anclaje que remitirá al modelo del vínculo original.

Repetición o transformación serán a lo largo de la vida maneras opuestas de resolver la frustración, epifenómeno ineludible del desamparo y desvalimiento iniciales. La solicitud del auxiliar escribirá un contrato que pronto se romperá. El otro será así no sólo contingente, como dice Freud en relación al objeto de la pulsión, sino que además no será (ni debería serlo) incondicional. Si así fuese quedaría el sujeto inevitablemente capturado en el narcisismo original.

Las frustraciones, que implican los sucesivos desencuentros con el objeto, remiten por vía de la regresión a la búsqueda de un reencuentro con objeto fantasmático de los orígenes, aquél que rescató al sujeto de la indefensión. Esta vía regresiva genera nuevamente un campo, donde lo predominante es la necesidad de un otro que se adecue plenamente al sujeto como soporte de la vida; situación que conferirá una cualidad adictiva al vínculo. Si se cumple esta condición el objeto es, una vez más, el único capaz de mitigar y taponar la angustia que crearía su ausencia. Tal ausencia correspondería a un vaciamiento del sujeto, de allí lo perentorio del reclamo de su permanencia.

La cualidad adictiva que adquiere el nuevo vínculo señala cuán imprescindible deviene el objeto, que se instaura a través de sus aportes, como regulador de la autoestima del sujeto y restaurador de su yo. A este objeto, cuya conceptualización nace de la observación clínica, lo denominamos objeto de la restitución, dado que al brindarse para ser investido consecuentemente surte el efecto de disminuir la tensión producida por el estancamiento libidinal en el yo, es decir, la atracción que el objeto ejerce desde la realidad saca al sujeto de la prisión narcisista.

El narcisismo es un estado y un modo de funcionamiento. El yo como reservorio de la libido busca un objeto para investir. Si las decepciones que la realidad le impone al yo le resultan intolerables, el objeto es desinvestido en el mundo exterior en primer lugar, luego lo será en el plano representacional. Posteriormente, si este último nivel es destituido, se investirá regresivamente al yo. He aquí un retorno a un posicionamiento narcisista que se expresa patológicamente en la megalomanía.

En estas situaciones es dable que aparezca el correlato de un objeto en el mundo exterior que restitutivamente se presta a la investidura, investidura que el yo instrumentará defensivamente a fin de evadir la sobrecarga e infatuación narcisistas. La restitución de la carga al objeto, y sus diversas modalidades, definirá las distintas formas de la patología narcisista.

En estas variadas modalidades de recontacto con el objeto en la realidad, como salida del encierro narcisista, se juegan nuevamente las características de la cultura familiar del sujeto, al ponerse en marcha la repetición de los modelos primarios. Encontramos siempre la ilusión de la restitución de un estado ideal, en el que no existiría la frustración y en el que se gratificarían omnipotentemente todos los anhelos del sujeto.

En síntesis, nuestras hipótesis son:

a. Ante la frustración se produce una regresión, que en las estructuras narcisistas es a un punto de fijación anterior a la adquisición de la palabra. Se restablece así un vínculo de naturaleza adictiva, repetición de los vínculos de los momentos primordiales, momentos en los que predominaba la acción por sobre el pensamiento.

b. Según las modalidades de comportamiento aportadas en los primeros momentos de la vida por la cultura familiar, se establecerán los distintos cuadros de la patología narcisista. Desde el vector de la restitución, según dónde quede ubicado predominantemente el objeto de la restitución y, siguiendo el modelo de Bleger y Pichón Rivière respecto de las áreas de expresión de la conducta, sería posible formular lo siguiente:

  1. Cuando la expresión de la restitución se da predominantemente en el plano mental encontramos los delirios y las hipocondrías,
  2. Cuando la expresión toma lo corporal se manifiesta como acontecimientos somáticos.
  3. Cuando afecta el comportamiento en el mundo exterior, nos encontramos con las psicopatías, perversiones, adicciones y sociopatías.
  4. La traumatofilia y los suicidios montarían un espacio compartido de manifestación entre lo somático y las actuaciones.
  5. Consideramos que la prevalencia de cada uno de estos cuadros constituye el modo de restablecer un tipo de vínculo con el objeto tal que regule la economía libidinal narcisista.

c. El objeto en la patología narcisista tiene características constantes y comunes, aún en cuadros con diferentes formas de expresión, Lo variable es la instrumentación del reencuentro después de la desinvestidura provocada por la frustración que genera una injuria narcisista. Este reencuentro cumple no sólo con la finalidad de sacar al sujeto de la infatuación megalomaníaca, como ya dijéramos, sino que apunta a mantener la ilusión de un estado de completud del cual las frustraciones y los duelos estarían ausentes.

3. El objeto y el narcisismo

En las estructuras narcisistas el sujeto no atraviesa el momento (simbólico) en el que puede discriminarse del objeto. Se presenta una situación paradójica: si bien para el observador hay dos, hay sólo uno en el plano vivencial del sujeto. Sujetobjeto, fusión original donde el uno no puede ser sin el otro.

Explicamos la persistencia de esta situación en el sujeto como elección de objeto narcisista, donde éste representa a una parte del ser de aquél. Toda propuesta de diferenciación que amenace este estado, todo intento de cambio del objeto que amenace con introducir el clivaje en la fusión es vivenciado como una herida por la cual drenará libidinalmente el sujeto. Ser uno sin tener al objeto entretejido en sí mismo significa riesgo de muerte.

El vacío acecha constantemente al sujeto. Si se produce, aparece la necesidad de encontrar algo que funcione como un tapón ante la efracción de su ser. Este algo, una vez hallado, y al cual el sujeto se adhiere confundiéndose con él, perdiendo sus límites, es el objeto de la restitución. Cada tentativa de separación involucrará el riesgo de sucumbir. Precisamente, si el vínculo se ha tornado adictivo, se debe a la dificultad para tolerar el duelo que implica el trabajo de rememoración de lo ausente. La palabra resigna su función intermediadora entre el sujeto y el objeto, siendo reemplazada por la función presentificadora del acto evacuativo que precariamente preserva la estructura.

Es decir, la función básica de este objeto es evitarle al sujeto la vivencia de injuria narcisista, a través de mantener la ilusión de una estructura con organización, mientras que su ausencia pondría en evidencia la desorganización existente y la falta de un proyecto personal con posibilidad de ser sostenido. En este sentido, el objeto de la restitución deviene un objeto antiduelo, soporte de la omnipotente ilusión de invulnerabilidad y completud narcisistas. A veces, y aún a costa de la alteración de los mecanismos de autoconservación, ofrece al sujeto la resolución ilusoria de un duelo inelaborable, aquél que no es por el objeto de amor, sino por el sí mismo en su posición de ser vulnerable. No se trata de una problemática del deseo, que significa el reconocimiento de un objeto separado con el que el sujeto procura reunirse, sino de la problemática de la necesidad, que subraya la dependencia extrema del sujeto. Recordemos que el narcisista está a la búsqueda no tanto de la satisfacción del deseo como del deseo de satisfacción, de ahí lo imprescindible de un objeto que se ajuste a ello. Un objeto que se construirá como un doble para servir a la defensa del yo.

El objeto narcisista se sostiene a expensas del vaciamiento del mundo y del sujeto, que sólo adquirirán atractivo a través del objeto-apéndice del yo. Este último se transforma en el doble grandioso del yo omnipotente de los orígenes, desplazándose sobre cosas concretas de la realidad. Podemos mencionar como tales objetos, intercambiables entre sí, al acontecimiento somático en las enfermedades psicosomáticas, a las drogas en las adicciones y al fetiche en la perversión.

La vivencia de hastío e indiferencia que domina en el mundo vivencial del narcisista sólo se aviva bajo el influjo de estos objetos concretos que intentan resolver la ilusión de perfección grandiosa. Aportan el goce de la satisfacción sensual, modalidad de expresión del yo-ideal. Para poder mantener el restablecimiento del yo-ideal es necesario falsear la realidad a través del cuidado compulsivo del objeto narcisista de la restitución.

La regresión desde el ideal del yo al yo-ideal implica un retorno a la magia, a nivel del pensamiento, ya que se le atribuye al objeto concreto —cosa— un don divino. El objeto de la restitución se opone al símbolo. El símbolo tiene una función evocadora de algo ausente, su característica esencial es que enfrenta constantemente al sujeto a la angustia por sus carencias. Por el contrario, el objeto de la restitución narcisista, variable según qué forma de restitución lo sustente, es siempre un elemento concreto que ocluye al sujeto en su cualidad de deseante.

Este objeto narcisista, aunque inanimado y destructivo para el sujeto, se sostiene doblemente. Por un lado, evita la sensación de indefensión y vacío, al ser obturador de la angustia; y por el otro, se apoya en una vivencia de rabia y odio frente al riesgo de perder la posición de yo-ideal. La frustración que amenaza con la pérdida del lugar de yo-ideal reinicia el circuito regresivo y constriñe al sujeto en lo demoníaco de la repetición.

Se escribe así una historia acerca del dominio del objeto sobre el sujeto historia marcada por el modelo del predominio del deseo de la madre fálica respecto de su hijo, que ha adquirido el valor de falo. Dominio y dependencia son elementos imprescindibles para mantener a «su majestuoso bebé», núcleo del yo-ideal.

El estado de yo-ideal representa para el sujeto un camino regresivo que implica la desinvestidura del propio sujeto, del objeto de amor, y de los valores de la realidad. Consecuentemente las investiduras del propio cuerpo, las del objeto de la pulsión y las de las representaciones del ideal del yo son resignadas en aras del objeto de la restitución.

Lo diremos una vez más: no importa cuáles sean sus variados matices en las diferentes patologías de la estructura narcisista, el objeto de la restitución cumplirá con una meta en común: ocluir el deseo, las ausencias y carencias del sujeto instaurándose como un objeto antiduelo. Al no permitir el pasaje de una representación a otra, que involucraría el riesgo de la percepción de lo faltante, somete al sujeto a la dependencia de un elemento concreto. Hasta lo inanimado puede ofrecerse como sustituto frente a la realidad de lo vivo, lo deseante y lo sufriente que bordean siempre la vivencia de ausencia y vacío. Vacío que sólo puede ser desmentido a condición de que se mantenga el vínculo con dicho objeto y se repudien los sentimientos de frustración, abandono y odio que sobrevendrían si adviniera el reconocimiento del anhelo del otro, a partir de la reedición constante de la dependencia original. El vínculo que el objeto de la restitución narcisista impone genera una sensación ambivalente entre la necesidad idealizada y el odio, sensación que satura cualquier posibilidad de aparición del deseo.

Anteriormente explicamos que este proceso se sostiene por una regresión al pensamiento mágico que atempera el desvalimiento infantil. En este sentido, agregamos, se sustenta sobre creencias precarias que, junto con la megalomanía y la autosuficiencia inherentes al yo engrandecido por la retracción libidinal, falsean insistentemente la realidad, facilitando la reubicación del sujeto fusionado con el objeto en la posición de yo ideal.

Notas al pie

[1] Lacan, Jacques: El Seminario. Libro XI. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Editorial Paidós. Buenos Aires, 1987.

[2] Winnicott, Donald W.: Escritos de pediatría y psicoanálisis “Aspectos metapsicológicos y clínicos de la regresión dentro del marco

[3] Winnicott, Donad W. Escritos de pediatría y psicoanálisis. “Variedades de la trasferencia”. Editorial Laia, Barcelona, 1979.

[4] Baranger, Willy; Mom, Jorge M.: “Corrientes actuantes en el pensamiento psicoanalítico de América latina”. Revista de psicoanálisis. T. XLI 4. 1984.

[5] Green, André: Narcisismo de vida, narcisismo de muerte. Amorrortu Editores, Buenos Aires, 1986.

[6] Winnicott, Donald W.: Escritos de pediatría y psicoanálisis “Aspectos metapsicológicos y clínicos de la regresión dentro del marco

[7] Freud, Sigmund: Sobre la iniciación del tratamiento. (Nuevos consejos sobre la técnica del psicoanálisis, l) O.C. T. XII, pág. 1. Amorrortu Editores. Buenos Aires.

Acerca del autor

GRACIELACOHAN

Graciela Cohan

Comentarios

  1. Excelente recuperar textos de colega
    s que vuelven para mantenernos abiertos e implicadxs en la teoria y la clinica.
    Muchas gracias!
    Mg. Graciela Reid

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