Un faro quieto nada sería
guía, mientras no deje de girar
no es la luz lo que importa en verdad
son los doce segundos de oscuridad
Para que se vea desde alta mar…
De poco le sirve al navegante
que no sepa esperar
Jorge Drexler, 2006.
Abriendo puertas, tiempos y espacios
La raíz latina del término contemporáneo nos remite a «lo que pertenece a la par en el tiempo». Esta es una acepción general, pero les proponemos darle una vuelta más para pensar al psicoanalista contemporáneo.
Cuando comenzamos a reunirnos, leímos autores y problemáticas que nos parecían actuales, pero «poco transitadas», o bien, polémicas. Poco a poco, fuimos descubriendo que siempre terminábamos abrevando en Freud… nada contemporáneo en el sentido clásico del término. Nuestras raíces nos llamaban desde el siglo XIX, pero seguíamos pensando que lo que nos reunía era nuestra posición «contemporánea» frente a la práctica, la teoría y el campo de aplicación.
Fue un hallazgo descubrir que nuestra «intuición» encontraba eco en la filosofía. Agamben, por un lado, y los teóricos de la complejidad, por el otro, sustentaban nuestra postura.
(…) el contemporáneo no es sólo aquel que, percibiendo la oscuridad del presente, comprende la luz incierta; es también aquel que, dividiendo e interpolando el tiempo, es capaz de transformarlo y de ponerlo en relación con los demás tiempos, de leer de forma inédita la historia, de ‘citarla’ según una necesidad que no proviene de ninguna manera de su arbitrio sino de una exigencia a la que él no puede responder. (Agamben, p.4).
¿Qué razones nos llevaron a nombrarnos de esa manera como grupo? Proponemos entender al psicoanalista contemporáneo como alguien habitado por esta exigencia pulsante y desestabilizadora: una toma de posición novedosa y transformadora frente a la teoría, la clínica y la práctica, frente al pensar y al quehacer. Paradójica, si se quiere, en su equidistancia de la tradición y de la actualidad.
Este escrito intentará, entonces, responder ¿qué significa y qué consecuencias tiene ser contemporáneo? Para ello, se nos plantea como necesidad pensar primero ¿de quién y de qué somos contemporáneos?
¿De quién somos contemporáneos? ¿Lo somos del grupo de trabajo, del grupo de pertenencia? Ya hemos mencionado que no tomaremos la dimensión temporal de la definición. Intentaremos abordar la contemporaneidad dentro del movimiento psicoanalítico en comparación con un pensamiento ortodoxo sobre la clínica y la lectura de la práctica analítica. Creemos que la ortodoxia se refleja con más claridad en los léxicos dominantes, en tanto conjunto de palabras, de frases, que dan por sentado un pensamiento común a un sector determinado. Suelen ser discursos cerrados, hegemónicos, dogmáticos que no salen de su disciplina o no se abren a otros pensamientos.
Se escucha con mucha frecuencia, por ejemplo, que si un fenómeno no es abordado desde una perspectiva intrapsíquica, pertenece a la psicología social y queda por fuera del psicoanálisis. Desde esa perspectiva, hubiese sido imposible, para los psicoanalistas, ensayar respuestas para el sufrimiento atravesado por la pandemia, sin ser tildados de sociólogos y sospechados de «herejía». Sin embargo, fue el mismo Freud quien sostuvo que nuestra Psicología es con otros y que su mirada se abre hacia otros campos. Decía (1932, p. 141) con mucha claridad: «La actividad psicoanalítica es difícil y exigente, no admite ser manejada como las gafas que uno se pone para leer y se quita cuando va de paseo». Tanto en la lectura como en el paseo, seguimos siendo psicoanalistas. En el consultorio presencial y en el consultorio desdoblado por la pantalla. En el gabinete escolar y en el trabajo comunitario. El psicoanálisis y los psicoanalistas transitando territorios. Salta a la vista, entonces, que esta mirada nos habita y nos define como psicoanalistas más allá de los ámbitos de trabajo, de las lecturas teóricas y de los discursos de la época.
Entendemos nuestra contemporaneidad como una paradojal toma de posición: habitar intensamente el ahora y, a la vez, situarnos por fuera de él. Dividir e interpolar el tiempo, ponerlo en relación con otros tiempos. Discontinuar. Diferenciar. Escuchar el sufrimiento, sin perder las coordenadas de la actualidad ni las referencias de la tradición. Tomar distancia y, al mismo tiempo, habitar el propio tiempo es una posición paradójica a la que el analista contemporáneo aspira. Para conseguirlo le resultará imperativo perforar discursos compactos y hegemónicos, ortodoxos. No es sin esa perspectiva que se posibilita una posición de cuestionamiento.
Incluyamos otro elemento: una práctica que no se pregunta sobre sí misma resulta, cuando menos, ingenua, tal vez entrópica. La termodinámica nos aporta el concepto de entropía (magnitud de la energía aprovechable de un sistema) que utilizaremos para comprender de qué modo los sistemas cerrados pierden su capacidad para generar trabajo.
Los sistemas aislados se encaminan naturalmente a agotar su energía disponible por disipación, es decir, su capacidad para realizar un trabajo, tendiendo al desorden en un camino irreversible. Esto es, a mayor entropía menor energía aprovechable y mayor desorden dentro del sistema. De ahí que la única manera de volver a producir trabajo sea introduciendo otras variables que llevarían a un nuevo orden a través del aporte de energía ajena al sistema cerrado preexistente.
Aquí nos gustaría introducir la diferencia que proponen Kancyper (2013, p. 51) y Zimmermann del Castillo entre desorden y caos. El desorden malgasta la energía, tiende a generar más desorden y podría alcanzar el punto de entropía donde ya no quede energía para utilizar. De esta manera el desorden «queda empantanado en sí mismo, confuso y estéril, o muere». En cambio, el caos se opone al desorden. Utiliza la energía para crear, posibilitar cambios, dar lugar a un orden nuevo.
Si nos permitimos extrapolar los conceptos de caos y desorden entrópico, se nos hace evidente que las disciplinas cerradas agotan su fecundidad teórica, sus posibilidades generativas; mientras que aquellas que se abren a lo novedoso resultan fértiles, transformadoras, capaces de generar trabajo. Y, en psicoanálisis, el trabajo es trabajo psíquico, es pensamiento. Aseveramos con Morin (1995, p. 19) que «el verdadero pensamiento es el que mira de frente, enfrenta el desorden y la incertidumbre».
Luces y sombras en la complejidad
Volviendo sobre las temáticas que nos reúnen, a lo largo de estos años, nuestros intercambios han entramado tres grandes ejes.
Uno, es la teoría psicoanalítica que Freud inició hace más de cien años, preguntándonos por la utilización de sus conceptos fundamentales y cómo aún favorecen la cura. El psicoanálisis se mantiene vivo en la medida en que lo pensamos, cuestionamos, utilizamos, aplicamos y actualizamos. Construyendo la trama entre presente y pasado, teoría y práctica, analista y paciente, surgen nuevos conceptos que enriquecen el glosario psicoanalítico y permiten, introducción de energía mediante, nuevos trabajos de pensamiento. Dejan tomar distancia, ver y rever el corpus psicoanalítico en expansión. Algunos de esos conceptos, de diversos autores, han sido estímulo en nuestras reuniones. Algunos ejemplos: epistemología, condiciones de producción de subjetividad, neurociencias, borderline, fenómeno de mundos superpuestos, psicoanálisis a distancia, intervenciones e interpretación, transferencia y vínculo terapéutico.
El pensamiento contemporáneo, abierto por definición, incluye siempre la mirada transdisciplinaria. Fuente permanente de intercambio, aporte de métodos y conceptualizaciones que cuestionan y renuevan los interrogantes y las teorías que habitan en el analista. Por otro lado, lo interdisciplinario no puede eludirse, hace a nuestro quehacer, especialmente, cuando pensamos en el concepto freudiano de series complementarias.
Uno de los autores que hemos leído, Bruno Winograd (1999), destaca la importancia de reflexionar acerca de nuestro cuerpo teórico teniendo en cuenta:
- La necesidad de leer a Freud a la luz de las complejidades de la clínica actual.
- Las variaciones psicopatológicas en el tiempo.
- Los léxicos propios que presentan las diferentes escuelas o esquemas referenciales.
- Los cambios culturales que marcan al sujeto y entran al consultorio dejando una impronta.
Siguiendo nuestro recorrido, el segundo eje nos lleva a pensar nuestra práctica hoy y a preguntarnos acerca de lo que hacemos, sobre nuestra caja de herramientas, sobre la teoría de la técnica, con quienes trabajamos y con qué sufrimientos nos encontramos.
Se nos hace necesario diferenciar la práctica de la clínica psicoanalíticas. Definiendo la práctica como el ejercicio de algo que se ha aprendido, pero también como el espacio que permite a alguien habilitarse. La práctica para los psicoanalistas contemporáneos bascula entre ambas definiciones: un hacer asentado en lo que se ha aprendido que, al mismo tiempo, habilita nuevos territorios. Es un hacer haciendo.
La clínica, por otro lado, es uno de esos territorios, quizás el más explorado, pero no por eso el menos desafiante. Hacer clínica es poner a jugar teorías y prácticas armando recorridos. No hay un camino único, no hay un camino prefijado. Los caminos se van tejiendo de manera artesanal entre el analista y el analizado en un terreno que incluye tiempos, espacios, palabras, silencios, cuerpos y lazos.
Otra de las cuestiones que debemos tener en cuenta, a la hora de pensar la clínica contemporánea, es el modo de presentación del sufrimiento. Se abren discusiones y preguntas acerca de si lo que ha cambiado es la patología en sí misma o las vestiduras que esta adquiere, así, como las maneras de aliviar, de acompañar el sufrimiento.
Culminaremos nuestro recorrido tomando como último eje el que más nos involucra: la afectación de los analistas.
Mirando desde los teóricos de la complejidad, nos reencontramos con la importancia de incluir al observador y su particular punto de vista como una variable más, que acota y que advierte acerca de los límites de nuestra observación. Al respecto, dice Morin (1995, p.23):
El punto de vista de la complejidad nos dice justamente que es una locura creer que se pueda conocer desde el punto de vista de la omnisciencia, desde un trono supremo a partir del cual se contemplaría el universo (…) Es el requisito absoluto que diferencia el modo de pensamiento simple, que cree alcanzar lo verdadero, que piensa que el conocimiento es reflejo, que no considera necesario conocerse a sí para conocer al objeto, y el conocimiento complejo, que necesita la vuelta autoobservable (y agregaría autocrítica) del observador-conceptor sobre sí mismo.
La oposición pensamiento complejo-pensamiento simple se presenta como una de las aristas desde las cuales la contemporaneidad se diferenciaría de la ortodoxia. Así, entendemos que la posición del analista que se dice contemporáneo ha variado. Hemos bajado del olimpo de la neutralidad para incluirnos en el «campo»: hacemos cosas distintas de las que hacíamos, observamos una plasticidad inédita en las intervenciones del analista.
¿Implica esto transgredir la regla de abstinencia? Ya sabemos hace un tiempo que neutralidad y abstinencia no son lo mismo para la teoría de la técnica, aunque estamos convencidos de que ambas deben conjugarse, en presente. Es decir, con nuevas variables que permitan su puesta en forma. La ideal y asimétrica neutralidad tensiona la comprensión del campo analítico como dialógico, interpersonal. Y la abstinencia, condición de funcionamiento de la cura, no debe confundirse con intervenciones más activas del analista ni con manifestaciones que lo muestren como un otro humano. El despliegue afectivo, indispensable para el alojamiento, empuja y suelta, huye de la ambición samaritana, pero «crea condiciones» de trabajo. Si hemos bajado del olimpo, humanizados, no ha sido para dejar de cumplir nuestra función. No somos desapegados ni pasivos, pero aún nos abstenemos de actuar el juego transferencial del paciente. Al decir que el vínculo es lo que cura, hacemos referencia al análisis como espacio para la escucha, para el diálogo donde la transferencia es un lugar para hacer tiempo y la presencia de otro inaugura lo posible. Enfatizamos: espacio, tiempo y presencia.
A modo de ejemplo, en el trabajo con sujetos que presentan déficits en la simbolización relacionados con fallas tempranas donde la posibilidad de pensar quedó suspendida, se tratará de inscribir algo inédito que permita al yo fortalecerse y facilitar nuevas ligaduras. Algo que no hubo en su momento. Contemporáneo, aquí, es un analista que entrama junto a su analizando a partir de diversas intervenciones, habiendo considerado su posición en el campo y revisado la nosología que lo habita.
En otras palabras, tratamos de repensar los enunciados identificatorios que nos constituyen como analistas (identificaciones entre colegas, ideales y mandatos), protagonizando cada analista una elección para dar forma a su estilo, con lo genuino y personal de cada uno, incluyendo en una alquimia nueva conceptos, intervenciones, modos de participar de las sesiones.
Tomemos el concepto freudiano nachträglich, pero ahora para pensarnos a nosotros mismos. Es tan sólo con posterioridad que conocemos los efectos de las variables intervinientes en el proceso: lo complejo, lo paradojal, el azar y la incertidumbre serán inherentes a nuestra práctica. Hecho que se hace evidente en este ejercicio autorreflexivo que les estamos proponiendo.
Nuestro hacer siempre se ve interrogado, la clínica y el contexto en el que nos vemos inmersos en estos años nos ponen a dialogar nuevamente con nuestros modos de teorizar e intervenir. Re-crear encuadres, quehaceres cotidianos, experiencias de la práctica. Esa ética que nos mueve. Retomar instituidos, evitando las coagulaciones, dando lugar así a nuevos instituyentes. Remover y transformar hacia un nuevo orden de conocimiento. Removerse y transformarse. En palabras de Silvia Bleichmar (1983, p. 18):
Hay que haber atravesado el desgarramiento de un proceso analítico para reconocer lo difícil que es el movimiento de conquista de esa libertad de pensamiento, movimiento realizado siempre en una lucha intensa contra los abrochamientos imaginarios con que las pasiones anudan el pensamiento.
Aunque parezca mentira, aún hoy, en charlas de analistas, se escuchan prejuicios teóricos y la tentación acechante de recurrir a verdades categóricas, absolutas que obturan el diálogo y, lo que es peor, el pensamiento. Es esa acción de discontinuar, de diferenciar, que nos ubica en la posición paradojal de la que hablábamos antes, donde nos reconocemos. Una vez más Agamben (2006, p. 3) nos revela:
Percibir en la oscuridad del presente esta luz que trata de alcanzarnos y no puede hacerlo, esto significa ser contemporáneos. Por ello los contemporáneos son raros. Y por eso, ser contemporáneos es, ante todo, una cuestión de valor: pues significa ser capaces no sólo de tener la mirada fija en la oscuridad de la época, sino incluso percibir en esa oscuridad una luz que, dirigida hacia nosotros, se aleja infinitamente. Es decir, una cosa más: ser puntuales a una cita a la que sólo se puede faltar.
Miércoles en la Escuela ONLINE
16 de septiembre de 2020
GRUPO AUTOGESTIVO ENCUENTRO CON EL PSICOANáLISIS CONTEMPORáNEO
Mesa: «¿Qué es ser contemporáneo en psicoanálisis?»
Panellistas
Mag. Laura Berenbaum
Lic. María Eugenia Farrés
Lic. Bettina Kamelhar
Lic. Valeria Mian
Lic. Sebastián Sequeira López
Invitada:
Dra. Constanza Duhalde
Coordina:
Lic. Valeria Mian
PUEDE ACCEDER A ESTA CONFERENCIA EN NUESTRO CANAL DE YOUTUBE:
* Betina Kamelhar y Valeria Mian son exintegrantes del Grupo Autogestivo de la AEAPG «Encuentro con el Psicoanálisis Contemporáneo».
Gracias a los autores necesario el trabajo sobre psicoanalisis contemporaneo