NÚMERO 20 | Octubre 2019

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Sublimación: La burocratización de la pulsión | Aníbal Repetto

Trabajo presentado en la «Jornada de Alumnos AEAPG» organizada por la Secretaría Académica para los alumnos de los Posgrados de Especialización y Maestría en Psicoanálisis y del Curso Superior en Niños y Adolescentes, septiembre 2019.

En el presente trabajo, me propongo abordar la diferencia y articulación que plantea Jean Laplanche (2001) entre sublimación e inspiración. Concepto que este acuña para describir el carácter traumático de aquello pulsional que insiste, en tanto no puede ser procesado ni evacuado, y encuentra una alternativa transitoria de ligazón en el proceso creativo. Propuesta conceptual que Silvia Bleichmar (2009, 2014) toma para plantear que la sublimación, en tanto solidaria a ideales culturales, implica un ordenamiento tierno, que responde a metas culturalmente prefijadas y, por lo tanto, no responde a lo creativo.

La primer mención al término sublimación en la obra de Freud aparece en la Carta 61, de 1897, a Fliess (Freud, 1950). Allí, señala que las fantasías “[…] son edificios protectores, sublimaciones de los hechos”. Al respecto, Nasio (1988) señala que la histérica, a través de la intermediación de los fantasmas, sublima la tensión del recuerdo inconciliable, presentando al yo una versión más aceptable del acontecimiento sexual reprimido.

Cuatro años después, en el análisis de Dora (Freud, 1905a), la sublimación es considerada en relación con el cambio de meta de lo sexual perverso, en tanto propone que las perversiones son gérmenes contenidos en la disposición sexual infantil del niño, y cuya sofocación o vuelta a metas más elevadas, la sublimación está destinada a proporcionar la fuerza motriz de gran parte de los logros culturales humanos. Me resulta llamativo que Freud no considere que los logros culturales sean consecuencia contingente de la sublimación, sino que, por el contrario, refiera a la sublimación como destinada a proporcionar esa fuerza motriz. Creo que allí puede encontrarse un primer punto de anclaje con la propuesta de Laplanche/Bleichmar acerca de la sublimación como burocratizadora del empuje pulsional.

En Leonardo (Freud, 1910 a), plantea que la pulsión sexual está dotada de la aptitud para la sublimación, siendo capaz de permutar su meta inmediata por otras no sexuales y más elevadas. Señala también que la sublimación permite evitar la neurosis, en tanto no hay irrupción de lo sexual desde lo inconciente.

En la quinta de las cinco conferencias (Freud, 1910 b) refiere que no toda la energía sexual puede ser enajenada de sus genuinas metas, por lo cual solo parte de esta puede acceder a la sublimación.

En Introducción del narcisismo (Freud, 1914) postula la relación entre la sublimación y la libido objetal, en tanto, mediante la sublimación, la pulsión se lanza a una meta distante de la sexual, constituyendo una vía de escape que permite cumplir las exigencias del ideal del yo sin dar lugar a la represión.

Si bien en Pulsiones y destinos de pulsión (Freud, 1915) ubica a la sublimación como el cuarto de estos destinos, aclara que no va a abordar el desarrollo de dicho concepto. Al respecto Strachey (Freud, 1915) señala que este texto forma parte de una serie de 12 artículos que Freud planeaba (según su correspondencia con Jones, Abraham y Ferenczi) publicar bajo el título de “Trabajos preliminares para la metapsicología”. Siete de los cuales nunca fueron publicados ni encontrados, motivo por el cual Strachey supone que fueron destruidos, siendo uno de ellos el destinado al concepto de sublimación.

En El yo y el Ello (Freud, 1923), nuevamente articula la sublimación con la libido objetal, y plantea que la transposición de la libido de objeto en libido narcisista conlleva una resignación de las metas sexuales que, en tanto desexualización, implica una sublimación. Planteando este camino, y la posterior puesta de libido en otra meta (objeto) como el camino universal de la sublimación.

Por último (último en mi búsqueda) en la Conferencia 32 (Freud, 1932) refiere nuevamente a la sublimación como el cambio de meta, respecto a la satisfacción sexual, y de vía, respecto del objeto, en las que interviene la valoración social.

Nasio (1988) plantea a la sublimación como el único concepto que puede explicar el hecho de que realizaciones humanas, alejadas de toda referencia a la vida sexual, sean producidas gracias a una fuerza sexual que emana de una fuente sexual. Así, mientras que la raíz de la sublimación es pulsional, el producto de la misma es no sexual y conforme a los ideales culturales. De este modo, expresa que la sublimación actúa tanto como medio de transformar la energía sexual en una fuerza creadora, como el medio de atemperar su excesiva intensidad, en tanto defensa yoica contra la irrupción violenta de lo sexual.

Menciona dos condiciones del proceso sublimatorio: requiere la intervención del yo narcisista, y es incitada y orientada por el ideal del yo. Refiere que si bien se habla de satisfacción desexualizada en la sublimación, la libido sublimada no pierde nunca su origen sexual; en tanto lo que se desexualiza es el objeto, pero no la pulsión. Proceso cuyo éxito depende de la operación de retiro de la libido del objeto sexual, por parte del yo, quien luego la asigna a un nuevo fin no sexual. Así, el fin de obtener una satisfacción directa es sustituido por una satisfacción sublimada, sostenido en el placer intermediario de gratificación narcisista que se obtiene por ello.

En este punto me pregunto si es posible que una gratificación narcisista alcance para disminuir la pujanza pulsional. ¿Donde quedó entonces lo sexual? La primera respuesta en la que pienso es que el objeto no está sexualizado ya que en su lugar, el plus de energía retirado del objeto satisfactor de la pulsión, se suma, agregando un plus, a la sexualización del yo. Todo creador experimenta, en el momento de creación más intenso, una satisfacción que va más allá de la mera satisfacción narcisista. Ese instante en el que el yo parece no entrar en sus fronteras, seguramente, debido al plus de energía resultante del proceso de retracción y nueva catectización, ahora de un objeto desexualizado. A tal efecto, Giardinelli (1993) dice: “[…] el acto creador […] es tremendamente erotizante […] A mi me calienta sobremanera estar metido en un trabajo literario […] siento que estoy siempre hirviendo. Vaya si no será orgásmico y bien sexuado” (Giardinelli, 1993, p. 23).

Respecto al ideal del yo, Nasio (1988) plantea que los objetos desexualizados responden a ideales sociales inscritos en el ideal del yo del creador; de manera tal que actúa como incitador simbólico y guía direccionador del proceso. A modo de ejemplo, señala que Hans toma como ideal el ideal paterno respecto a la música, la cual le permite compensar el sufrimiento neurótico.

Como toda pulsión, la pulsión sublimada no pierde la cualidad sexual de su energía, ya que la libido es siempre sexual, así como se mantiene siempre activa en busca de una satisfacción que jamás alcanza. Motivo este por el cual, al igual que el síntoma producto de la represión y del fantasma producto de la vuelta contra la propia persona, la sublimación solo permite una satisfacción parcial sustitutiva. La pulsión sublimada va a ser sexual en tanto su naturaleza y origen y, no sexual, respecto del tipo de satisfacción que se obtiene y del objeto que la procura. Así, la sublimación es la operación misma de cambio de una satisfacción sexual a una desexualizada, o sea, el pasaje de un tipo de satisfacción a otra, más que un modo particular de satisfacción o el producto resultante de la misma.

Hornstein (1993) hace hincapié en la sublimación como formación de compromiso en la cual el deseo es realizado transaccionalmente respetando tanto las exigencias del ideal como de la realidad. Respecto del ideal, señala que, en tanto este es adquirido históricamente, la valoración social no es condición suficiente ni necesaria; lo que puede comprobarse por el hecho de la transgresión a los valores culturales que a veces transgrede la sublimación oponiéndose al discurso social hegemónico. Sin embargo (Hornstein, 1988), señala que, en tanto ligada al ideal, la sublimación implica una exigencia colectiva exterior al individuo.

Laplanche (2001) considera a la sublimación como un proceso de ligazón de la sexualidad desligada imperante en el Ello (a la cual, a diferencia de lo planteado por Freud y de acuerdo a su teoría de la seducción generalizada, denomina como pulsión de muerte) no considerándola como un proceso aparte, sino como el proceso normal de aculturación mediante el cual el yo intenta ligar lo desligado en el Ello. Se trata, por lo tanto, de una transposición, en parte, de lo más radical de la sexualidad, la pulsión de muerte, en pulsiones de vida, ligadas. Así, postula a Eros como la sublimación misma, ya que integra la sexualidad anárquica, ávida de descarga, bajo una perspectiva socialmente valorizada. Proceso de sublimación al que sitúa entre dos polos, el del síntoma y el de la inspiración. El síntoma como desexualización parcial de las metas, bajo la modalidad del compromiso, y la inspiración en tanto búsqueda por capturar esa sexualidad anárquica que no se deja capturar e insiste. De ahí que el artista no pueda parar de crear, una y otra vez, más allá del producto final, intentando una y otra vez capturar, infructuosamente, en su obra, aquello incapturable que es la sexualidad más radical. La inspiración como concepto que describe el carácter traumático de aquello que insiste, en tanto no puede ser procesado ni evacuado. Así coloca, en el centro de la problemática de Leonardo, a la cuestión del traumatismo, que tiene que ver con la historia del Milano que, en tanto exceso no ligable, no metabolizable, insiste acuciándolo y lo obliga a poner en marcha la producción artística.

Bleichmar (2014), siguiendo a Laplanche, señala que lo que caracteriza a la sublimación es el hecho de subsumir la sexualidad pregenital que no logra integrarse en lo genital y continúa pulsando, en tanto restos eróticos sueltos, como paragenital (tal como la conceptualiza Laplanche). Así, en tanto destino posterior a la represión, es indisociable de esta, ya que solo puede constituirse como destino de la pulsión a partir de la renuncia y la represión del autoerotismo, debido a que si no se renuncia al placer de órgano directo (Bleichmar, 2009) no es posible la sublimación. Señala que, cuando Freud habla de desexualización, se refiere al empleo de la libido para fines en los cuales no esté presente el placer de órgano directo y no que no haya un fin sexual.

Refiere que, desde el punto de vista de la creatividad, el concepto de sublimación es insuficiente, ya que la creatividad, en tanto intento por capturar la sexualidad más radical imperante en el Ello, tiene relación con lo traumático. Creación que es un intento de ligazón de algo que nunca termina de agotarse, una permanente “espina en la carne”. Así, la sublimación es una forma de ligazón y resolución que posibilita que aquello que puede ser procesado no prosiga su camino en búsqueda de la evacuación, al articularlo a un marco de significaciones.

Motivo este por el cual Bleichmar plantea que la creación es la resolución de permanentes desequilibrios, en tanto responde a la inspiración, la cual es efecto del exceso; mientras que la sublimación, en su carácter ordenador de lo pregenital en ordenamientos tiernos que responden a metas culturalmente fijadas, se caracteriza por ser una burocratización de la pulsión. Burocratización que, como el caso de un hobby reglamentado, no va a permitir que el exceso pueda tramitarse, ya que el yo impone a la libido una forma gestáltica ordenadora, pero empobrecedora; en tanto, como sucede al decirle a un niño que es bueno porque controla esfínteres, la meta culturalmente aceptada incide como modo de regulación del destino en el proceso sublimatorio. Por su parte, en la inspiración, que se hace presente cada vez que el sujeto es requerido a producir simbolizaciones creativas para resolver un exceso traumático vía una ligazón, la cual siempre va a resultar insuficiente, el exceso lleva a una actividad creativa y transformadora no reglamentada, en la cual aparece la experiencia de placer al bordear un exceso, aunque este no logre capturarse.

Inspiración que Laplanche (2002) diferencia de la compulsión, en tanto en esta el exceso no logra nunca un estatuto superior, permaneciendo siempre en un mismo nivel, sin poder dar un destino transformador a las cantidades que ingresan. Es aquello imposible de ser metabolizado, el residuo que no pudo ser sublimado, que no puede ser regulado, lo que ingresa en la posibilidad de la creación. Así, sublimación e inspiración se articulan, ya que si el exceso no posee bases sublimatorias y queda librado a sí mismo, entonces queda ligado a la compulsión de repetición. De este modo, plantea que la sublimación no produce nada, sino que es prerrequisito para la creación.

“Es lo que quema lo que produce la grandeza de la tragedia, y no el hecho de apagar el fuego”. (Bleichmar, 2014, p. 584)

Bibliografía

Aulagnier, P. (1980). El sentido perdido. Buenos Aires: Trieb.

Bleichmar, S. (2009). Inteligencia y simbolización. Buenos Aires: Paidós.

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Freud, S. (1914). Introducción del narcisismo. En Obras completas. Vol.14. Buenos Aires: Amorrortu (1991).

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Freud, S. (1923). El Yo y el Ello. En Obras completas. Vol.19. Buenos Aires: Amorrortu (1991).

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Freud, S. (1950 [1892-99]). Fragmentos de la correspondencia con Fliess. Carta 61.En Obras completas. Vol.1. Buenos Aires: Amorrortu (1991).

Giardinelli, M. (1993) Diálogo entre un analista y un escritor. Acerca del proceso de la creación. Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, (19), pp. 11-38.

Hornstein, L. (1988). Cura psicoanalítica y sublimación. Buenos Aires: Nueva Visión.

Hornstein, L. (1993). Mesa redonda: Sublimación. Metapsicología y clínica. Asociación Escuela Argentina de Psicoterapia para Graduados, (19), pp. 125-166.

Laplanche, J. (2001). Entre seducción e inspiración: el hombre. Buenos Aires: Amorrortu.

Laplanche, J. (2002) La sublimación. Problemáticas III. Buenos Aires: Amorrortu.

Nasio, J. D. (1988) Enseñanza de los 7 conceptos cruciales del psicoanálisis. Buenos Aires: Gedisa.

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Aníbal Repetto

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